domingo, 24 de julio de 2016

Rumanía, del 6 al 17 de julio de 2016

El artículo 84 del último Código Civil aprobado en Rumanía, que se promulgó tras la revolución de 1991, estableció que a los recién nacidos no se les pueden poner nombres ridículos o indecentes, u otros que vayan contra las buenas costumbres, contra el orden público o contra los intereses del bebé. Pese a la norma, en 2010 todavía se contabilizaban más de 600 desafortunados rumanos llamados Bounegru, Toro Negro. Nosotros llegamos a Bucarest un 6 de julio, precisamente huyendo de los toros negros que en estas fechas corren el encierro de nuestra gloriosa ciudad en unas fiestas que no tienen igual en el mundo entero, los Sanfermines de Pamplona.

Miércoles, 6 de julio.
Barcelona – Bucarest.

Ayer nos acercamos a Salou para no tener que madrugar demasiado hoy. Así que a las ocho menos cuarto ya estábamos camino del aeropuerto de Barcelona. En uno y otro desplazamiento, el de ayer y el de esta mañana, dos desalmados han intentando “timarnos”: en el área de servicio de Gallur nos intentaron devolver un euro de menos, mientras que en la del Garraf nos colaron en la cuenta un té que no habíamos consumido con un valor de un euro y medio. O sea, si no estamos atentos nos cuelan la friolera de 400 pesetas de las de antes.

Volamos con TAROM, las líneas aéreas rumanas. No las teníamos todas a favor, puesto que habíamos visto una foto de un avión de esta compañía aterrizando de una manera muy poco ortodoxa. Al llegar al aeropuerto Henri Coanda de Bucarest lo entendimos todo al ver los carteles que hacían referencia a la zona de llegadas. 


El Coanda 1910, presentado en la exposición de París de ese mismo año, fue el primer avión a reacción construido, aunque parece que no llegó a volar. Casi tres décadas después, al final de la Segunda Guerra Mundial, los Messerschmitt Me 262 conseguían surcar los cielos con un motor a reacción. Sin embargo, en 1935, Virgilio Leret, un ingeniero español nacido en Pamplona ya había diseñado una unidad motriz de este tipo que no se materializó por falta de medios.

 

 El desplazamiento desde Barcelona hasta Bucarest en un Boeing 737-700 fue muy tranquilo, aunque arrancó con cerca de media hora de retraso. Resulta que nuestro avión estaba aparcado entre unos cuantos de la Vueling, una compañía catalana de bajo coste que esos días estaba teniendo enormes problemas por retrasos y cancelaciones. ¡Algo se tenía que pegar con la cercanía! Pero tras un aterrizaje muy suave, dicen que los pilotos de TAROM siempre lo consiguen, en la terminal de llegadas reinaba el caos. La llegada de tres vuelos al mismo tiempo hizo que se formaran enormes colas para presentar la  documentación, el DNI en nuestro caso, para entrar en Rumanía.


 Ya con los equipajes recuperados, nos esperaba Demetrio, nuestro guía. Gran conocedor de España, donde había trabajado como cónsul rumano, mejor dominaba todo lo que había de enseñarnos. En el flamante Audi A6 que iba a ser el medio de transporte en los próximos doce días nos llevó hasta el Hotel Central**** que, como su nombre indica, se ubica en el centro de Bucarest, frente al Instituto Cervantes. Es un establecimiento coqueto y sencillo, muy agradable para pernoctar. No obstante, la cama da un poco de miedo, ya que su cabecero se ilumina con unas luces moradas que le dan cierto aire de esas casas de señoritas de las que se suelen anunciar como “club” con neones de colores llamativos.

 

 Con un par de horas libres, nos dimos un paseo por los alrededores que terminó con una jarra de Ciuc, una cerveza local. Bucarest es una ciudad curiosa que aúna construcciones de estilo francés de finales del siglo XIX, con otras levantadas en época comunista, otras más que sustituyeron a las que se derrumbaron en un terremoto en 1977, y gran cantidad de iglesias ortodoxas.  Por cierto, los expertos señalan que la carencia en repetirse los grandes sismos es de 40 años, así que esperemos que el siguiente no se adelante unos meses y nos coja aquí. Más tarde nos reunimos con Mariana, la persona “culpable” de que nos atreviéramos con este viaje que tan buena pinta tiene. Para acabar la jornada, Demetrio nos acercó al Pescarus, un restaurante típico con muy buena comida local y con un espectáculo de danzas locales muy agradable. El plato principal no fue el pescado como el nombre del local podría anunciar, ya que es poco abundante en el país, sino sarmale, carne picada de de cerdo y ternera envuelta en una hoja de col.


  
Jueves, 7 de julio.
Bucarest.

Con solo tres visitas y una parada para explicarnos las últimas horas del dictador Ceausescu hacemos el día. Las tres son muy interesantes.

Llegamos pronto al Parlamento, Palatul Parlamentiu, pero nos toca esperar más de media hora para acceder. ¡Pobres difuntos rumanos en los cinco años que van desde 1984 hasta 1989! Para levantar este faraónico edificio fruto de la megalomanía del último comunista Ceausescu se acabó la producción completa de mármol destinada a las lápidas de los cementerios. El edificio, que en sus inicios llegó a llamarse “Casa del Pueblo” tiene 270 metros de largo por 84 de altura y 25 más enterrados en sótanos. Es la segunda construcción más grande en tamaño que existe, únicamente superada por el Pentágono, y la tercera en volumen porque la Pirámide de Keops está por delante por muy poco. Para construirlo se derribaron más de 7000 viviendas, 12 iglesias, 3 monasterios y dos sinagogas. Día y noche trabajaron 20000 obreros, 1500 arquitectos dirigidos por Anca Petrescu y 1000 ingenieros. Tiene más de 5000 habitaciones decoradas con los mejores mármoles, maderas y sedas. Se tardarían tres días para ver todo el complejo, pero la visita turística dura poco más de una hora. Basta y sobra, dado el dudoso gusto de las dependencias por las que circulamos. Además, pretendieron cobrarnos 8 euros por sacar fotografías que, por supuesto, no pagamos. Nos llevamos la cámara pequeña y en los momentos de despiste de la guía del palacio fue muy sencillo realizarlas. Según nos comentó Demetrio, en un momento dado debió indicar en voz que el que “no paga no hace fotos”. Pero lo dijo en rumano y no le entendimos. Llamar a esto Casa del Pueblo es ridículo. Con lo que costó acabarlo en Rumania podrían tener mejor sanidad y alguna autopista que cruzara el país. Basta reseñar para comprender la tontería de su impulsor que una sola alfombra de las que ornan el palacio pesa 40 toneladas.


La Catedral Patriarcal, Catedrala Patriahala, se encuentra en un lo alto de una colina desde la que se divisa el Parlamento. Inicialmente era una sencilla capilla de madera que fue reformada en varias ocasiones hasta lo que es hoy. Los magníficos frescos que decoran el interior son obra de Dimitrie Belizari que los pintó entre 1935 y 1939. A la izquierda según se entra destaca un relicario que contiene los restos de San Dimitrie Basarobov, patrón de Bucarest, donados por un general ruso. Delante de la iglesia un campanario de 1698 alberga una campana enorme.

 

 Hacemos un alto en la Plaza de la Revolución, Piata Revolutiei, para tomar unas fotos del cercano Ateneo Rumano, un edificio circular muy elegante en el que destaca su cúpula y un peristilo de estilo jónico, y para entender los últimos días del comunismo. En la antigua sede del Comité Central del Partido Comunista, una construcción fea como muchas de de la época, Ceausescu acostumbraba a castigar a los rumanos con sus discursos desde un balcón que recuerda mucho al que utilizaba Hitler en Viena para los mismos menesteres. A finales de los años 80, la situación económica de Rumanía se había vuelto insostenible y la población no veía con buenos ojos los tremendos e irresponsables gastos en obras megalómanas del presidente. Tras unos altercados frente al edificio y más de 50 muertos aplastados por los tanques enviados por el dictador, una revuelta acabó con su mandato y con su vida y la de su esposa Elena el 22 de diciembre de 1989.


Jaristea más parece un museo que un restaurante. Cada rincón está decorado con muebles de época, y cada mesa está abarrotada de utensilios de plata antiquísimos adquiridos por su propietaria. Tal vez sea un lugar demasiado recargado, pero resulta muy agradable. El menú, una ciorba agria, sopa a base de verduras, y una pechuga de pollo a la plancha acompañada de una ensalada de berza.



Para la tarde nos quedaba el Museo del Campo, Muzeul Satului in Romanian, donde se recrea la vida en el medio rural rumano. Es una maravilla creada en 1936 donde se conservan casas y granjas de todas las regiones de Rumania. Cada edificio fue desmontado en su lugar de origen y trasladado al museo, así que todos son originales. El concepto podría recordar al Pueblo Español de Barcelona, pero este es mucho mejor ya que en la muestra catalana cada vivienda está hecha a semejanza de las que se dan en las distintas comunidades. En el museo de Bucarest destaca la iglesia de madera de Dragomiresti, de 1722, que todavía debe conservar la policromía interior aunque no está permitido apreciarla.



Acabamos con una cena en el Restaurante Caru cu Bere, Carro de la Cerveza, probablemente el más conocido de Bucarest. El precioso local fue inaugurado en 1875 y su interior, muy elegante, recuerda vagamente a una iglesia gótica con bóvedas recubiertas de madera, bonitas pinturas y vidrieras. Un moderno espectáculo de bailes tipo can-can ameniza a los comensales. Además, la cocina es excelente. Mitetei, un preparado a base de carne picada de cordero y vaca que se macera antes de darle forma de salchicha sin piel y cocinarlo a la parrilla, un excelente y gigantesco codillo que no pudimos acabar entre los tres, y como postre un pan dulce que podría recordar a nuestras torrijas.





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Viernes, 8 de julio.
Bucarest – Sibiu.

Bucarest dista de Sibiu unos 275 kilómetros per,  a instancias de Demetrio, evitamos la tediosa carretera para general para conducirnos por la Transfagarasan, un paso de montaña de increíble belleza y, también, dificultad. En total, más de seis horas de trayecto con un par de paradas de unos 30 minutos.



El Monsterio de Curte de Arges, ahora catedral episcopal, fue construido en 1515 sirve de panteón real con las tumbas de Carol I y su esposa Elisabeta, Fernando I y María y el fundador del lugar Neagoe Basarab y su mujer Stana. Cuando llegas, destacan sus torres retorcidas, de influencia georgiana, y una supuesta fuente frente a la entrada principal de la que no mana agua. Dos leyendas solucionan la existencia del manantial y en ambas el protagonista es Manole, el constructor del monasterio. Según la primera, los trabajos en el monasterio no avanzaban ya que cada noche aparecía destrozado todo lo que se había levantado durante la jornada. Mestrului Manole tuvo una revelación que le indicaba que había que sacrificar a una mujer y enterrarla en los terrenos en los que intentaban construir el monasterio catedral. Decidió que la primera señora que llegara al día siguiente con las viandas para que comieran los obreros sería la desafortunada elegida, con tal mala fortuna que fue su propia esposa. Rogó una y otra vez al cielo para que la ofrenda fuera modificada pero no hubo manera. Así que a las pocas fechas y presa del remordimiento, pensó que era imposible vivir sin su amada por lo que se lanzó al vacío desde una de las torres. Dicen que en el lugar exacto donde se estampó brotó un manantial. La segunda cuenta como Manole fue encerrado en el tejado de la seo para que no pudiera repetir otra igual, pero un día intentó escapar volando para lo que se preparó unas alas de madera. El resultado fue Calamitoso, ya que se estrelló en el punto exacto donde está la fuente que no mana agua. Con toda seguridad, el maestro no sabía que cuando Dios quiso que los hombres volaran no les puso alas, sino que les dio el dinero suficiente como para montarse en avión.



Nada empezar el ascenso por la Transfagarasan hacemos un pequeño alto hacemos un pequeño alto para tomar unas fotografías desde lejos de la Fortaleza Poienari, que fue la autentica vivienda de Vlad Tepes, Blad el Empalador, más conocido como Drácula. No nos acercamos hasta la fortaleza porque se conserva muy poco y porque desde nuestra posición hay unos 2500 escalones que escalar. Al final del viaje visitaremos el Castillo Bran, al que se atribuye erróneamente ser el hogar de Vlad.


La Transfagarasan recorre de norte a sur las secciones más altas de los Cárpatos conectando lsa regiones históricas de Transilvania y Valaquia y las ciudades de Pitesti y Sibiu. La carretera fue construida entre 1970 y 1974, durante el mandato de Nicolae Ceausescu. Fue la respuesta a la invasión de Checoslovaquia de 1968 por parte de la Unión Soviética. Ceausescu quiso asegurar el rápido acceso militar a través de las montañas en caso de que la URSS intentase repetir el movimiento. La vía fue construida por las fuerzas armadas. Cuarenta soldados, según fuentes oficiales, perdieron la vida durante los trabajos. La carretera asciende a 2034 metros y es un desafío para cualquier conductor, incluido Demetrio, que nos condujo de maravilla. Sus miles y miles de curvas de 180 grados hacen que se observen unas vistas increíbles. Arriba del todo, el precioso Lago Balea invita a descansar de la agotadora subida y prepararse para el vertiginoso descenso. La velocidad media que se alcanza es de unos 40 kilómetros por hora. En septiembre de 2009 el programa Top Gear grabó aquí un episodio y la declaró como la carretera más bonita de mundo.




Así que a las seis menos cuarto de la tarde todavía estábamos comiendo un solomillo de cerdo ahumado envuelto en tocino en un restaurante la de Plaza Mayor, Piata Mare, el Am Ring. Sibiu es una de las ciudades más bonitas de Rumanía, tan cargada de historia que en 2007 fue declarada capital europea de la cultura.En su casco viejo enclavado alrededor de dos plazas, Mare y Mica, y que tiene un marcado estilo alemán destacan multitud de edificios: el palacio Brukenthal, las casas Azul, de los Generales y Haller, la iglesia católica, la torre del Ayuntamiento, la catedral Evangélica, la torre de las Escaleras, otra iglesia calvinista, y otra más ortodoxa, y la calle adosada a las murallas con sus baluartes con nombres de oficios antiguos.





Para terminar el intenso día nada mejor que una frugal cena, habíamos comido muy tarde, en el restaurante Hermania: una tabla de embutidos y quesos rumanos. Todo excelente.



Sábado, 9 de julio.
Sibiu – Alba Iulia – Cluj.

No ha sido una jornada muy trabajosa: por la mañana visita muy interesante a Alba Iulia, comida en Turda y tarde noche en Cluj-Napoca.

Alba Iulia es una de las ciudades con más historia del país: en época romana era Apulum, después fue una de los principales centros de los dacios, en la Edad Media era sede episcopal, más tarde capital de Transilvania, en el siglo XVII pertenecía al imperio de los Habsburgo del que se independizó en 1918 para unirse a Rumanía. En Alba Iulia nos “encerramos” en la Ciudadela, un conjunto apacible y homogéneo que sigue los modelos de Vauban, que encierra los principales monumentos: la segunda puerta con forma de arco de triunfo, la Catedral Romano-Católica de estilo gótico que contiene tumbas de las principales familias de la nobleza húngara de la época (destaca la de Iancu de Hunedoara), y la catedral Ortodoxa construida en 1922 para celebrar la coronación del rey Ferdinand I y la reina María. A las doce en punto se celebró un simpático desfile con personas ataviadas a imagen de las tropas alemanas del siglo XVII. Resultaba evidente que con la escasa cantidad de soldados que marchaban es imposible conquistar o defender nada.






Una hora más tarde nos detuvimos en Turda con el único objetivo de tomar al asalto, o sea comer,  el castillo Castelul Printul Vanator. Es un edificio que no puede resultar más curioso ya que pretende evocar a un castillo de la época de Drácula. En el restaurante, muy rústico, nos metimos una exquisita ciorba, sopa, de alubias y algo que bien pudiera ser una tochitura moldoveneasca que no es otra cosa que un guiso de carne acompañado de polenta sobre la que se coloca un huevo frito. Si en lugar de carne llevara plátano, casi podríamos renombrarlo como polenta a la cubana, de tan parecido aspecto que tienen a ese arroz blanco rematado con un huevo.



El alojamiento lo tenemos en el hotel Beyfin de Cluj-Napoca, la ciudad más importante de Transivania. En un rato libre accedemos a la catedral Ortodoxa, que está frente al hotel, y caminamos hasta la Piata Unirii. Al enterarse nuestro origen, el encargado de la tienda de recuerdos de la Iglesia de San Miguel nos recita de memoria toda la alineación del Real Madrid de la época de Diestéfano. Cuando le comentamos que somos de Osasuna nos deja escapar. Sedientos, nos decidimos por la terraza del hotel Beyfin en el que pernoctamos porque las vistas sobre la plaza Piata Stefan Cel Mare y la Catedral Ortodoxa son magníficas. El problema es que había una invasión de hormigas voladoras que no nos permitió disfrutar demasiado en la privilegiada atalaya. Un pequeño descanso en la habitación y de nuevo a callejear antes de la cena. En esta segunda andada volvemos a la Piata Unirii, la plaza de la Unificación, y sus alrededores para no dejar de ver unas cuantas cosas importantes: la universidad Babes Bolyai donde hasta 1918 las clases se impartían en húngaro, la casa de Matías Corvino (rey de la Hungría a la que pertenecía Transivalnia desde 1458 a 1490 apodado sabio, bueno y justo), la Piata Muzeului en cuyo centro se levanta un obelisco de 1817 que conmemora la llegada a Cluj del emperador Francisco I y que apenas se ve porque está rodeado de multitud de enormes sombrillas de bares, y la fachada barroca de la Iglesia Franciscana. 


 


 

Y para demostrarnos que Demetrio no es nacionalista, nos lleva a cenar comida austriaca, filete de cerdo empanado, al restaurante húngaro Agape.



Domingo, 10 de julio.
Cluj – Baia Mare – Sighetui Marmatiel

Hemos en entrado en Maramures, la región histórica de las iglesias de madera con sus cementerios anexos. Aunque tenemos prevista la visita a cuatro de ellas, solo vemos dos de las programadas y una de propina. No tenemos claras las razones por las que olvidamos las de Rozavlea y Barsana.



Una breve parada nos permite ver la Piata Libertatii de la Baia Mare (Mina Grande), la capital de provincia. Cerca está la Torre Esteban que formaba parte de una antigua catedral. Comemos pronto en el tranquilo jardín restaurante del hotel Carpati y continuar ruta. Nos convidan a palinka, una especie de orujo, originario de Hungría aunque también se bebe en Transilvania, de unos 50. Le pegó un traguito de nada y me deja mal estómago media tarde.





En Surdesti vemos la iglesia de madera dedicada a los arcángeles Miguel y Gabriel, probablemente la más bonita de la zona. Y también la única que encontramos abierta, la única a la que podemos acceder a su interior. Patrimonio de la Humanidad, destaca por su torre con 54 metros de altura. En el interior, de planta rectangular y ábside poligonal, destacan unas pinturas con marcado simbolismo pero muy deterioradas.

A un par de kilómetros, la iglesia Biserica de Lemn en Plopis es considerada la hermana pequeña de la de Surdesti. Pese a que las guías turísticas destacan las pinturas de la nave, cuando llegamos el templo estaba cerrado. También cerrada estaba la Biserica de Lemn de Budesti, dedicada San Nicolás. Una pena, porque las increíbles iglesias de madera solo las conocemos, mayormente, en sus exteriores.



Antes de continuar, dejamos las maletas en el hotel Casa Iurca en Sighetui Marmatiel. Dado que la localidad está situada en la frontera con Ucrania, Demetrio tenía ganas de conocer el puesto fronterizo. Allí nos vamos para intentar que nos dejen pasar hasta el puente sobre el río Tisa que separa los dos países. Nos indican que un agente nos va a acompañar sin problema. Resulta que el representante de la autoridad es una rubia despampanante, muy amable, con defensas muy bien armadas y que además llevaba pistola. Tras situarnos en el centro del puente, cerca de una línea roja de separación, volvemos por done habíamos venido, no sin antes agradecer a la policía sus deferencias.

Acabamos la tarde en Sapanta para ver dos monumentos, uno a la derecha de la carretera, el otro a la izquierda. El Monasterio de Sapanta-Peri se construyó en el mismo lugar que antes habían ocupado otros más antiguos. Lo más llamativo del enorme recinto es la torre de madera de la iglesia que alcanza los 78 metros de altura, lo que le hace figurar en el Libro Guinness de los Records.



Mucho más importante y atractivo es el Cementerio Alegre, Cimiterui Vesel. Fue creado por el artesano local Stan Ioan Patras cuando en 1935 a esculpir las lápidas con su peculiar estilo casi naif, a mitad de camino entre una viñeta satírica y la imagen la vida de un santo para niños. Cada lápida está tallada en madera con forma de cruz que se decora con colores vivos siempre sobre fondo azul. En una de las caras acostumbra a aparecer el retrato del fallecido en su profesión o en sus ocupaciones habituales. Debajo, un texto escrito en primera persona en dialecto local describe con humor, a veces ironía, cómo era el difunto. Por detrás, el dibujo suele mostrar el hecho que hizo que el enterrado se fuera al otro barrio. Según nuestro guía Demetrio, este es uno de los epitafios más graciosos del lugar:
Debajo de esta pesada cruz descansa mi pobre suegra.
Si hubiera vivido tres días más yo estaría aquí y ella leyéndola.
Tú que estás de visita intenta no despertarla
para que no vuelva a casa a comerme la cabeza,
y tenga que actuar de una forma que no vuelva.
Reposa aquí mi querida suegra.


 



Un pequeño paseo, también pequeño por el pequeño centro de Sighetui Marmatiel,  y cena en el restaurante de nuestro hotel. En un patio muy agradable, rústico, sirven comida rumana mientras una pareja de cantantes ameniza la sesión con temas típicos de la zona.




Lunes, 11 de julio.
Sighetul Marmatie – Sucevita.

Hoy ha sido, sin lugar a dudas, el día de las desgracias en forma de averías. Antes de salir del hotel por la mañana, se me ha caído la cámara de fotos al suelo y ha fallecido el objetivo, el cuerpo parece que sigue en orden. Pese a fastidiarme mucho, siempre llevo la cámara pequeña por si acaso y me ha salvado la situación. Serán menos fotos y no tan buenas, pero no estamos en lo peor. Además, a media tarde el A6 de Demetrio ha empezado a emitir unos pitidos muy extraños. Parece que es un sensor y que ya le ha pasado otras veces. Así que si el jefe no está asustado, mejor que mejor. Para los dos problemas podemos aplicar el dicho español que dice que al mal tiempo, buena cara. O ese otro árabe que indica que si el problema se puede solucionar no hay por qué preocuparse, y si no se puede solucionar tampoco.




Toda la mañana la hemos empleado en una excursión en el tren Mocavita. Idílico, bucólico y pastoril. Es un tren de vía estrecha de época, a vapor, que se utilizaba para transportar madera. Ahora, transformados sus vagones traslada turistas en un trayecto de unas dos horas hasta un merendero donde para hora y media para comer. Parece mentira que en plena montaña todo esté tan rico. A las 9:00 parte desde la estación de Viseul de Sus, a las 11:00 parada en en Paltin tras 22 kilómetros de lento recorrido, para las 11:30 estábamos comiendo, y a las 12:30 regreso para arribar sobre las 14:15.




Después, casi cinco horas de traslado hasta Sucevita, donde nos alojamos en el complejo turístico Bucovina. La cena lleva dos platos con setas de la región, un rulo relleno de hongos y solomillo de cerdo acompañado del mismo tipo de setas o parecido.





Martes, 12 de julio.
Sucevita – Gura Humorului.

Hoy dedicamos todo el día a maravillarnos con los monasterios pintados de Sucevita, Moldovita, Voronet y Humor. Además, muy cerca del primero de ellos veremos como trabajan los alfareros en un taller de cerámica negra en Marginea.



Sucevita fue fundado en 1595, 50 años después del resto de monasterios, y por eso conserva mucho mejor las pinturas exteriores. En el exterior se tratan el Árbol de Jesé y la Escalera del Paraíso, inspirada en una obra de Juan Clímaco, un místico que vivió en el Sinaí casi mil años antes. Lo que se narra es la ascensión de las almas buena hasta Dios, ayudadas por ángeles, para superar los escalones que suponen cada una de las 15 virtudes, mientras las descarriadas caen la escalinata y son devoradas por unos monstruos. En el interior, al igual que en todos los cenobios pintados de la zona, la primera imagen es la procesión de donantes. Otros dibujos representan el Juicio Final, la vida de Moisés y otros santos, y un Pantocrátor en la cúpula.

 



Moldovita fue erigido en 1532. Sus pinturas exteriores siguen luciendo una magnífica policromía y muestran el Árbol de Jesé, el Juicio Final, la pasión de Cristo y un curioso asedio a Constantinopla. Una vez dentro, destaca la Crucifixión de Cristo.




Voronet, muy cerca de nuestro punto de destino, que no es otro que Gura Humorului, fue consagrado a San Jorge en 1488. Las representaciones exteriores, todas con un fondo de color azul lapislázuli nunca igualado, recuerdan el estilo gótico occidental. En la pared oeste, la composición del Juicio Final con sus cinco registros es única en el arte cristiano por su amplitud, la policromía y el efecto decorativo. El muro sur es otra obra maestra con, nuevamente, el Árbol de Jesé. En el interior, además del cuadro votivo, aparecen escenas de la Pasión.



En el restaurante Elena de Gura Humorului, la boca del Humor que es río que pasa por aquí y que no tiene nada que ver con Chiquito de la Calzada, degustamos una sopa de gallina y verduras, ciorba de potroace, y un plato con varios derivados del cerdo. Después, un merecido descanso en el Best Western Hotel Bucovina para prepararnos para el último monasterio.


Humor fue fundado en 1530 sobre otro asentamiento anterior. Durante años fue uno de los monasterios más importantes de Rumanía y se tiene constancia de la presencia de un famoso calígrafo e ilustrador que llegó para copiar los Cuatro Evangelios. Con forma de trébol, el elemento exterior más particular es un pórtico abierto con arcadas. Pero también, los frescos que pasan por ser los más antiguos de Bucovina, y en los que se impone “una festiva orquestación de colores cálidos cuyo soporte es el rojo” (Vasile Dragut). Lo que se representa es la Virgen con el Niño, única en la pintura antigua, el Juicio Final, el himno de la Misa Votiva con sus 24 estrofas, la Glorificación de la Virgen y el Sitio de Constantinopla, un intencionado error histórico similar al de Moldovita, en el que se manifiesta un propagandístico mensaje anti otomano. En el interior se aprecian motivos de la Santa Cena, la hospitalidad de Abraham, el cuadro votivo y la Virgen. En el recinto se levantó una torre defensiva en 1641.



Un paseo por la ciudad, que tiene poco que ver, y retirada al hotel para cenar en su buffet. Solo pruebo la fruta porque tengo el estómago un poco pesado de la enorme cantidad de cerdo, que no he acabado, que nos han dado al mediodía en Casa Elena. A las 20:15, cuando comenzaba mi descanso ha empezado a sonar una alarma que parecía de incendios del hotel. Nadie se ha movido, no han venido los bomberos y el pitido ha cesado al rato. A dormir.

 


Miércoles, 13 de julio.
Gura Humorului – Piatra Neamt – Sighisoara.

Día de traslado, mucha carretera y solo un par de paradas entre Gura Humorului y Sighisoara. Muy cerca de Piatra Neamt nos hemos desviado para llegar al Monasterio Agapia del Valle, Agapia din Vale. Por fuera es como todos, pero en su interior, que las monjitas que lo dirigen no nos dejaron fotografiar, los frescos pintados por Nicolae Grigorescu no tienen aspecto de pintura ortodoxa sino italiana o española. Es distinto a todos los que hemos visto.



En lo que parece una localidad muy tranquila, Piatra Neamt, de la que no vemos nada, nos detenemos para comer en el restaurante del Grand Hotel Ceahlau, un alto edificio construido en época rusa. La comida, al revés: primero una especie de hamburguesa de cerdo alargada y crujiente y de segundo espaguetis boloñesa.



Desde aquí tenemos unas cinco horas hasta Sighisoara con una única parada para fotografiar las gargantas del río Bicaz dentro del parque Nacional Cheile Bicazului-Hasmas. Arriba del puerto de montaña se encuentra el lago Rojo, Lacul Rosu, pero no nos detenemos ni para “fotearlo”.


Ya en Sighisoara decidimos darnos un respiro para descansar en el hotel en el que nos alojamos, el Cavalier. Es un establecimiento moderno, fuera del recinto amurallado de la ciudad con un estilo clásico y al mismo tiempo funcional. Las vistas desde la habitación son excelentes.


Dado el que el hotel Cavalier está en la parte baja de la ciudad, subimos en el coche hasta la parte alta. Una vuelta de unos 30 minutos en la que podemos comprobar que el reloj de la Torre del Reloj no funciona, y a cenar en el restaurante Sighisoara: sopa de alubias servida dentro de un pan y un crep de carne de cerdo picado. El descenso hasta el alojamiento lo hacemos andando. Suponemos que mañana podremos realizar las cuatro visitas que están programadas aquí: la Torre del Reloj, la Sala de la Tortura, la colección de Armas Medievales y la casa de Vlad Dracul, el padre del conde Drácula.

 






Jueves, 14 de julio.
Sighisoara – Brasov.

En Sighisoara no hemos entrado dentro de la casa de Vlad Dracul que ahora es un restaurante, no hemos visitado la colección de Armas Medievales de la que Demetrio no ha hecho mención ni ayer no hoy aunque estaba en el programa, hemos visto a una habitación minúscula que debía ser la Sala de la Tortura, y si hemos ascendido por el interior de la Casa del Reloj hasta alcanzar la balconada desde la que se ven unas buenas vistas de la ciudad.



Tras la media hora corta teníamos 120 kilómetros hasta Brasov. Antes de empezar el recorrido, nos hemos acercado a un centro comercial en las afueras intentando comprar un objetivo para sustituir al que rompí hace unos días. No ha habido forma. Lo mejor era ir a comer a Poiana Brasov que está a 13 kilómetros y supuestamente es la mejor estación de esquí en un país en el que casi nadie esquía. En el restaurante Sura Dacilor nos han puesto una tabla de embutidos y quesos y un plato de estofados de ciervo, oso y jabalí. Curioso.



Ya en Brasov, y antes de acomodarnos, hemos parado para visitar la Iglesia Negra. Aunque es gótica, era negra debido al color que se le quedó a la fachada tras un incendio sucedido en 1689, aunque ha sido restaurada recientemente y ahora es gris. Su interior no vale nada, pero la iglesia alemana de Rumanía cree que es una joya y no permite tomar fotografías. Tal vez lo único interesante es una colección de alfombras turcas mal cuidadas pero que afirman que es única en el mundo. También nos ha gustado un cuadro de gran formato de Fritz Schullerus titulado algo así como “el consejo de la ciudad y el libro de la reforma”.


Por fin nos retiramos a descansar al hotel Ambient, de arquitectura moderna y con ascensor supuestamente panorámico pero que, al menos hasta el primer piso, no lo es, ya que pese a ser transparente por los cuatro lados, sube y baja por el hueco de una escalera de caracol.

A las seis de la tarde salimos solos a darnos un paseo y conocer el centro histórico. Con Demetrio hemos quedado a las siete y media. Nos lleva a cenar al Georgiana, donde el menú consiste en un aperitivo a base de cortezas, una sopa de ave, y un plato de productos de gorrino que incluye unas salchichas e hígado. Ideal como cena ligera.






Viernes, 15 de julio.
Brasov – Bran – Sinaia.

A pocos kilómetros de arrancar está la fortaleza de Rasnov. Dejamos el Audi en un parking y cogemos una especie de trenecito para niños tirado por un tractor, como el que  lleva a Port Aventura en Salou. No ayuda mucho, el ascenso y es fuerte y no nos deja demasiado cerca del castillo. Es un recinto del siglo XIV que se abandonó sobre 1850 por su estado ruinoso. Ahora, restaurado con no mucha fidelidad a lo que debía ser el original, permite aproximarse a lo que era una estructura defensiva de la época desde la que se podía divisar todo el territorio circundante. Una leyenda cuenta que cuando estaba sufriendo un largo asedio, los ciudadanos de Rasnov que allí estaban protegidos se dieron cuenta que pronto les faltaría agua potable. Decidieron que había que construir un pozo, tarea que encomendaron a dos prisioneros turcos, ofreciéndoles la libertad al finalizarlo. Les llevó 17 años cavar el pozo de 143 metros de profundidad, pero tras acabarlo fueron ejecutados.




El día iba de castillos. Desde Rasnov, en un poco más de 20 minutos estábamos en Bran, una fortaleza entre bosques que identifica con Drácula pero que nada tiene que ver con él. Fue construido por caballero teutón en el siglo XIII, pero unos cien años más tarde el rey húngaro, señor de esas tierras, lo puso bajo el mando de la ciudad de Brasov para controlar el paso por las rutas comerciales cercanas, cobrando un peaje al estilo catalán del 3% de las mercancías transportadas. Así permaneció activo hasta el siglo XIX. De 1920 a 1947 fue utilizado por los monarcas rumanos. En el itinerario obligatorio se visita la sala de guardia, la sala de la cancillería, la capilla, la sala del consejo, la sala de música, la cámara del príncipe Nicolás, el salón Biedermeier, el dormitorio del rey, la sala austriaca y los salones neobarroco y rococó.





En la misma localidad de Bran comemos en Popasul Reginei. Bastante mal, la carne de cerdo está dura, pasada de cocinado.

Antes de alojarnos, ya en Sinaia, nos acercamos al Manastirea Sinaia, donde sin detenernos para ver la moderna Biserica Mare, Iglesia Grande, pasamos a la Biserica Adormirei, de la Dormición, o también llamada Veche, antigua. Tras una peregrinación a Tierra Santa, el voivoda (gobernador de una provincia aunque o, también, comandante principal de una fuerza militar) rumano Mihai Cantacuzino decidió levantar un monasterio en honor a la Virgen María en los montes de Valaquia, al que llamó Sinaia por sus vivencias en el Monte Sinaí. Desde 1695 domina el valle del río Prahova y es conocido como la Catedral de los Cárpatos. Más tarde nació en sus cercanías una ciudad con el mismo nombre que a partir del siglo XIX se convierte en una estación de montaña.




Nos alojamos en el hotel Sinaia Palace, aristocrático por definición, de estilo Montecarlo por construcción, pero tan triste y decadente como la propia ciudad de Sinaia por la que damos un paseo más tarde. La cena en el propio hotel es mucho mejor de lo cabía esperar: espaguetis carbonara y la misma carne de cerdo que al mediodía pero mucho mejor elaborada. Nos decidimos a probar un vino rumano, un tinto Recas que nos gusta.



Sábado, 16 de julio.
Sinaia – Bucarest.

Sin abandonar Sinaia vamos a ver el Palacio Peles, el último monumento de nuestro periplo rumano y uno de los mejores de todo el trayecto.

El Palacio Peles fue construido entre 1873  y 1914 y por encargo del Príncipe Charles de Hohenzollern-Sigmaringen, Carlos I  de Rumanía y está considerado como uno de los edificios más importantes en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. Los reyes de Rumanía solían pasar allí los meses de junio a noviembre. En uno de sus salones, en 1914 se decidió la neutralidad del país de cara a la I Guerra Mundial. En 1948 pasó a manos comunistas y en 1953 se decidió convertirlo en un museo que no abrió hasta 1990. Exteriormente tiene un marcado estilo neo renacentista alemán, caracterizado por la presencia de múltiples perfiles puntiagudos verticales, de muchas pequeñas torres, en una composición fragmentada de fachadas. En su interior, la visita recorre el Gran Vestíbulo de entrada, la armería, el estudio de Carol I, la biblioteca, la sala del consejo, el salón literario y el florentino, la sala veneciana, el comedor principal, la sala oriental y el salón turco, para acabar con el pequeño teatro de cámara con pinturas de Gustav Climt.






Tras la postrer maravilla, regresamos a Bucarest donde nos vamos directos a tapiñar la habitual sopa, esta de vez de verduras con costrones de pan de ajo, y un filete de pollo empanado en el restaurante Hanul Berarilor, la Posada de los Cerveceros. 


Tenemos la tarde libre, nos daremos un paseo, para acabar cenando en el centro histórico, en el Hanul lui Manuc. Como presagiábamos el menú cambió poco y nos vamos de Rumanía sin probar pescado. No obstante el sitio es precioso, un antiguo caravanero, y la música en directo muy buena. La última anécdota, en la mesa de al lado se posicionó un personaje con los zapatos más ridículos que uno se puede poner, de color naranja. Tal vez era empleado de Butano. Y de aquí, al Hotel Central, en el que nos asignan las mismas habitaciones que en los nuestros primeros días en Rumanía.

 



Domingo, 17 de julio.
Bucarest – Barcelona – Pamplona.

Comenzamos el regreso a España haciéndonos amigos del “señor” del check-in del aeropuerto. Con bastantes plazas libres en el avión de la compañía TAROM, nos ha colocado separados, uno en cada punta. En mi caso, el tema no era grave porque estaba rodeado de rumana y rumano. Iñaki lo tenía peor, ya que a su lado viajaba una carcamal catalana.



Tras el vuelo, tranquilo pero con un aterrizaje en el que me duelen mucho los oídos, nos “vemos obligados” a comer en un wok de Lérida, o de Lleida, ya no se donde estaba, para recordar como son las gambas, los langostinos, los mejillones, los pescados, la paella, etc…

Y de aquí a Pamplona. Fin de viaje, fin de escribir en el blog.