El artículo 84 del último
Código Civil aprobado en Rumanía, que se promulgó tras la revolución de 1991,
estableció que a los recién nacidos no se les pueden poner nombres ridículos o
indecentes, u otros que vayan contra las buenas costumbres, contra el orden
público o contra los intereses del bebé. Pese a la norma, en 2010 todavía se
contabilizaban más de 600 desafortunados rumanos llamados Bounegru, Toro Negro.
Nosotros llegamos a Bucarest un 6 de julio, precisamente huyendo de los toros
negros que en estas fechas corren el encierro de nuestra gloriosa ciudad en unas fiestas que no tienen igual en el mundo
entero, los Sanfermines de Pamplona.
Miércoles, 6 de julio.
Barcelona – Bucarest.
Ayer nos acercamos a Salou
para no tener que madrugar demasiado hoy. Así que a las ocho menos cuarto ya
estábamos camino del aeropuerto de Barcelona. En uno y otro desplazamiento, el
de ayer y el de esta mañana, dos desalmados han intentando “timarnos”: en el
área de servicio de Gallur nos intentaron devolver un euro de menos, mientras
que en la del Garraf nos colaron en la cuenta un té que no habíamos consumido
con un valor de un euro y medio. O sea, si no estamos atentos nos cuelan la
friolera de 400 pesetas de las de antes.
Volamos con TAROM, las líneas
aéreas rumanas. No las teníamos todas a favor, puesto que habíamos visto una
foto de un avión de esta compañía aterrizando de una manera muy poco ortodoxa.
Al llegar al aeropuerto Henri Coanda de Bucarest lo entendimos todo al ver los
carteles que hacían referencia a la zona de llegadas.
El Coanda 1910,
presentado en la exposición de París de ese mismo año, fue el primer avión a
reacción construido, aunque parece que no llegó a volar. Casi tres décadas después,
al final de la Segunda Guerra Mundial, los Messerschmitt Me 262 conseguían surcar
los cielos con un motor a reacción. Sin embargo, en 1935, Virgilio Leret, un
ingeniero español nacido en Pamplona ya había diseñado una unidad motriz de
este tipo que no se materializó por falta de medios.
El desplazamiento desde Barcelona
hasta Bucarest en un Boeing 737-700 fue muy tranquilo, aunque arrancó con cerca
de media hora de retraso. Resulta que nuestro avión estaba aparcado entre unos
cuantos de la Vueling, una compañía catalana de bajo coste que esos días estaba
teniendo enormes problemas por retrasos y cancelaciones. ¡Algo se tenía que
pegar con la cercanía! Pero tras un aterrizaje muy suave, dicen que los pilotos
de TAROM siempre lo consiguen, en la terminal de llegadas reinaba el caos. La
llegada de tres vuelos al mismo tiempo hizo que se formaran enormes colas para
presentar la documentación, el DNI en
nuestro caso, para entrar en Rumanía.
Ya con los equipajes
recuperados, nos esperaba Demetrio, nuestro guía. Gran conocedor de España,
donde había trabajado como cónsul rumano, mejor dominaba todo lo que había de
enseñarnos. En el flamante Audi A6 que iba a ser el medio de transporte en los
próximos doce días nos llevó hasta el Hotel Central**** que, como su nombre
indica, se ubica en el centro de Bucarest, frente al Instituto Cervantes. Es un
establecimiento coqueto y sencillo, muy agradable para pernoctar. No obstante,
la cama da un poco de miedo, ya que su cabecero se ilumina con unas luces
moradas que le dan cierto aire de esas casas de señoritas de las que se suelen
anunciar como “club” con neones de colores llamativos.
Con un par de horas
libres, nos dimos un paseo por los alrededores que terminó con una jarra de
Ciuc, una cerveza local. Bucarest es una ciudad curiosa que aúna construcciones
de estilo francés de finales del siglo XIX, con otras levantadas en época
comunista, otras más que sustituyeron a las que se derrumbaron en un terremoto
en 1977, y gran cantidad de iglesias ortodoxas. Por cierto, los expertos señalan que la
carencia en repetirse los grandes sismos es de 40 años, así que esperemos que el
siguiente no se adelante unos meses y nos coja aquí. Más tarde nos reunimos con
Mariana, la persona “culpable” de que nos atreviéramos con este viaje que tan buena
pinta tiene. Para acabar la jornada, Demetrio nos acercó al Pescarus, un
restaurante típico con muy buena comida local y con un espectáculo de danzas
locales muy agradable. El plato principal no fue el pescado como el nombre del
local podría anunciar, ya que es poco abundante en el país, sino sarmale, carne
picada de de cerdo y ternera envuelta en una hoja de col.
Jueves, 7 de julio.
Bucarest.
Con solo tres visitas y
una parada para explicarnos las últimas horas del dictador Ceausescu hacemos el
día. Las tres son muy interesantes.
Llegamos pronto al
Parlamento, Palatul Parlamentiu, pero nos toca esperar más de media hora para
acceder. ¡Pobres difuntos rumanos en los cinco años que van desde 1984 hasta
1989! Para levantar este faraónico edificio fruto de la megalomanía del último
comunista Ceausescu se acabó la producción completa de mármol destinada a las
lápidas de los cementerios. El edificio, que en sus inicios llegó a llamarse
“Casa del Pueblo” tiene 270 metros de largo por 84 de altura y 25 más
enterrados en sótanos. Es la segunda construcción más grande en tamaño que
existe, únicamente superada por el Pentágono, y la tercera en volumen porque la
Pirámide de Keops está por delante por muy poco. Para construirlo se derribaron
más de 7000 viviendas, 12 iglesias, 3 monasterios y dos sinagogas. Día y noche
trabajaron 20000 obreros, 1500 arquitectos dirigidos por Anca Petrescu y 1000
ingenieros. Tiene más de 5000 habitaciones decoradas con los mejores mármoles,
maderas y sedas. Se tardarían tres días para ver todo el complejo, pero la
visita turística dura poco más de una hora. Basta y sobra, dado el dudoso gusto
de las dependencias por las que circulamos. Además, pretendieron cobrarnos 8
euros por sacar fotografías que, por supuesto, no pagamos. Nos llevamos la
cámara pequeña y en los momentos de despiste de la guía del palacio fue muy
sencillo realizarlas. Según nos comentó Demetrio, en un momento dado debió indicar
en voz que el que “no paga no hace fotos”. Pero lo dijo en rumano y no le
entendimos. Llamar a esto Casa del Pueblo es ridículo. Con lo que costó
acabarlo en Rumania podrían tener mejor sanidad y alguna autopista que cruzara
el país. Basta reseñar para comprender la tontería de su impulsor que una sola
alfombra de las que ornan el palacio pesa 40 toneladas.
La Catedral Patriarcal,
Catedrala Patriahala, se encuentra en un lo alto de una colina desde la que se
divisa el Parlamento. Inicialmente era una sencilla capilla de madera que fue
reformada en varias ocasiones hasta lo que es hoy. Los magníficos frescos que
decoran el interior son obra de Dimitrie Belizari que los pintó entre 1935 y
1939. A la izquierda según se entra destaca un relicario que contiene los
restos de San Dimitrie Basarobov, patrón de Bucarest, donados por un general
ruso. Delante de la iglesia un campanario de 1698 alberga una campana enorme.
Hacemos un alto en la
Plaza de la Revolución, Piata Revolutiei, para tomar unas fotos del cercano
Ateneo Rumano, un edificio circular muy elegante en el que destaca su cúpula y
un peristilo de estilo jónico, y para entender los últimos días del comunismo.
En la antigua sede del Comité Central del Partido Comunista, una construcción
fea como muchas de de la época, Ceausescu acostumbraba a castigar a los rumanos
con sus discursos desde un balcón que recuerda mucho al que utilizaba Hitler en
Viena para los mismos menesteres. A finales de los años 80, la situación
económica de Rumanía se había vuelto insostenible y la población no veía con
buenos ojos los tremendos e irresponsables gastos en obras megalómanas del
presidente. Tras unos altercados frente al edificio y más de 50 muertos aplastados
por los tanques enviados por el dictador, una revuelta acabó con su mandato y
con su vida y la de su esposa Elena el 22 de diciembre de 1989.
Jaristea más parece un museo que un restaurante. Cada rincón está decorado con muebles de época, y cada mesa está abarrotada de utensilios de plata antiquísimos adquiridos por su propietaria. Tal vez sea un lugar demasiado recargado, pero resulta muy agradable. El menú, una ciorba agria, sopa a base de verduras, y una pechuga de pollo a la plancha acompañada de una ensalada de berza.
Para la tarde nos quedaba el Museo del Campo, Muzeul Satului in Romanian, donde se recrea la vida en el medio rural rumano. Es una maravilla creada en 1936 donde se conservan casas y granjas de todas las regiones de Rumania. Cada edificio fue desmontado en su lugar de origen y trasladado al museo, así que todos son originales. El concepto podría recordar al Pueblo Español de Barcelona, pero este es mucho mejor ya que en la muestra catalana cada vivienda está hecha a semejanza de las que se dan en las distintas comunidades. En el museo de Bucarest destaca la iglesia de madera de Dragomiresti, de 1722, que todavía debe conservar la policromía interior aunque no está permitido apreciarla.
Acabamos con una cena en
el Restaurante Caru cu Bere, Carro de la Cerveza, probablemente el más conocido
de Bucarest. El precioso local fue inaugurado en 1875 y su interior, muy
elegante, recuerda vagamente a una iglesia gótica con bóvedas recubiertas de
madera, bonitas pinturas y vidrieras. Un moderno espectáculo de bailes tipo
can-can ameniza a los comensales. Además, la cocina es excelente. Mitetei, un
preparado a base de carne picada de cordero y vaca que se macera antes de darle
forma de salchicha sin piel y cocinarlo a la parrilla, un excelente y
gigantesco codillo que no pudimos acabar entre los tres, y como postre un pan
dulce que podría recordar a nuestras torrijas.
Viernes, 8 de julio.
Bucarest – Sibiu.
Bucarest dista de Sibiu
unos 275 kilómetros per, a instancias de
Demetrio, evitamos la tediosa carretera para general para conducirnos por la
Transfagarasan, un paso de montaña de increíble belleza y, también, dificultad.
En total, más de seis horas de trayecto con un par de paradas de unos 30
minutos.
El Monsterio de Curte de
Arges, ahora catedral episcopal, fue construido en 1515 sirve de panteón real
con las tumbas de Carol I y su esposa Elisabeta, Fernando I y María y el
fundador del lugar Neagoe Basarab y su mujer Stana. Cuando llegas, destacan sus
torres retorcidas, de influencia georgiana, y una supuesta fuente frente a la
entrada principal de la que no mana agua. Dos leyendas solucionan la existencia
del manantial y en ambas el protagonista es Manole, el constructor del
monasterio. Según la primera, los trabajos en el monasterio no avanzaban ya que
cada noche aparecía destrozado todo lo que se había levantado durante la
jornada. Mestrului Manole tuvo una revelación que le indicaba que había que
sacrificar a una mujer y enterrarla en los terrenos en los que intentaban
construir el monasterio catedral. Decidió que la primera señora que llegara al
día siguiente con las viandas para que comieran los obreros sería la
desafortunada elegida, con tal mala fortuna que fue su propia esposa. Rogó una
y otra vez al cielo para que la ofrenda fuera modificada pero no hubo manera.
Así que a las pocas fechas y presa del remordimiento, pensó que era imposible
vivir sin su amada por lo que se lanzó al vacío desde una de las torres. Dicen
que en el lugar exacto donde se estampó brotó un manantial. La segunda cuenta
como Manole fue encerrado en el tejado de la seo para que no pudiera repetir
otra igual, pero un día intentó escapar volando para lo que se preparó unas
alas de madera. El resultado fue Calamitoso, ya que se estrelló en el punto
exacto donde está la fuente que no mana agua. Con toda seguridad, el maestro no
sabía que cuando Dios quiso que los hombres volaran no les puso alas, sino que
les dio el dinero suficiente como para montarse en avión.
Nada empezar el ascenso
por la Transfagarasan hacemos un pequeño alto hacemos un pequeño alto para
tomar unas fotografías desde lejos de la Fortaleza Poienari, que fue la autentica
vivienda de Vlad Tepes, Blad el Empalador, más conocido como Drácula. No nos
acercamos hasta la fortaleza porque se conserva muy poco y porque desde nuestra
posición hay unos 2500 escalones que escalar. Al final del viaje visitaremos el
Castillo Bran, al que se atribuye erróneamente ser el hogar de Vlad.
La Transfagarasan recorre
de norte a sur las secciones más altas de los Cárpatos conectando lsa regiones
históricas de Transilvania y Valaquia y las ciudades de Pitesti y Sibiu. La
carretera fue construida entre 1970 y 1974, durante el mandato de Nicolae Ceausescu.
Fue la respuesta a la invasión de Checoslovaquia de 1968 por parte de la Unión
Soviética. Ceausescu quiso asegurar el rápido acceso militar a través de las
montañas en caso de que la URSS intentase repetir el movimiento. La vía fue
construida por las fuerzas armadas. Cuarenta soldados, según fuentes oficiales,
perdieron la vida durante los trabajos. La carretera asciende a 2034 metros y
es un desafío para cualquier conductor, incluido Demetrio, que nos condujo de
maravilla. Sus miles y miles de curvas de 180 grados hacen que se observen unas
vistas increíbles. Arriba del todo, el precioso Lago Balea invita a descansar
de la agotadora subida y prepararse para el vertiginoso descenso. La velocidad
media que se alcanza es de unos 40 kilómetros por hora. En septiembre de 2009
el programa Top Gear grabó aquí un episodio y la declaró como la carretera más
bonita de mundo.
Así que a las seis menos
cuarto de la tarde todavía estábamos comiendo un solomillo de cerdo ahumado
envuelto en tocino en un restaurante la de Plaza Mayor, Piata Mare, el Am Ring.
Sibiu es una de las ciudades más bonitas de Rumanía, tan cargada de historia
que en 2007 fue declarada capital europea de la cultura.En su casco viejo
enclavado alrededor de dos plazas, Mare y Mica, y que tiene un marcado estilo
alemán destacan multitud de edificios: el palacio Brukenthal, las casas Azul,
de los Generales y Haller, la iglesia católica, la torre del Ayuntamiento, la
catedral Evangélica, la torre de las Escaleras, otra iglesia calvinista, y otra
más ortodoxa, y la calle adosada a las murallas con sus baluartes con nombres
de oficios antiguos.
Para terminar el intenso
día nada mejor que una frugal cena, habíamos comido muy tarde, en el
restaurante Hermania: una tabla de embutidos y quesos rumanos. Todo excelente.
Sábado, 9 de julio.
Sibiu – Alba Iulia – Cluj.
No ha sido una jornada muy
trabajosa: por la mañana visita muy interesante a Alba Iulia, comida en Turda y
tarde noche en Cluj-Napoca.
Alba Iulia es una de las
ciudades con más historia del país: en época romana era Apulum, después fue una
de los principales centros de los dacios, en la Edad Media era sede episcopal,
más tarde capital de Transilvania, en el siglo XVII pertenecía al imperio de
los Habsburgo del que se independizó en 1918 para unirse a Rumanía. En Alba
Iulia nos “encerramos” en la Ciudadela, un conjunto apacible y homogéneo que
sigue los modelos de Vauban, que encierra los principales monumentos: la
segunda puerta con forma de arco de triunfo, la Catedral Romano-Católica de
estilo gótico que contiene tumbas de las principales familias de la nobleza
húngara de la época (destaca la de Iancu de Hunedoara), y la catedral Ortodoxa
construida en 1922 para celebrar la coronación del rey Ferdinand I y la reina
María. A las doce en punto se celebró un simpático desfile con personas ataviadas
a imagen de las tropas alemanas del siglo XVII. Resultaba evidente que con la
escasa cantidad de soldados que marchaban es imposible conquistar o defender nada.
Una hora más tarde nos
detuvimos en Turda con el único objetivo de tomar al asalto, o sea comer, el castillo Castelul Printul Vanator. Es un
edificio que no puede resultar más curioso ya que pretende evocar a un castillo
de la época de Drácula. En el restaurante, muy rústico, nos metimos una exquisita
ciorba, sopa, de alubias y algo que bien pudiera ser una tochitura
moldoveneasca que no es otra cosa que un guiso de carne acompañado de polenta
sobre la que se coloca un huevo frito. Si en lugar de carne llevara plátano, casi
podríamos renombrarlo como polenta a la cubana, de tan parecido aspecto que
tienen a ese arroz blanco rematado con un huevo.
El alojamiento lo tenemos
en el hotel Beyfin de Cluj-Napoca, la ciudad más importante de Transivania. En
un rato libre accedemos a la catedral Ortodoxa, que está frente al hotel, y caminamos
hasta la Piata Unirii. Al enterarse nuestro origen, el encargado de la tienda
de recuerdos de la Iglesia de San Miguel nos recita de memoria toda la
alineación del Real Madrid de la época de Diestéfano. Cuando le comentamos que
somos de Osasuna nos deja escapar. Sedientos, nos decidimos por la terraza del
hotel Beyfin en el que pernoctamos porque las vistas sobre la plaza Piata
Stefan Cel Mare y la Catedral Ortodoxa son magníficas. El problema es que había
una invasión de hormigas voladoras que no nos permitió disfrutar demasiado en
la privilegiada atalaya. Un pequeño descanso en la habitación y de nuevo a
callejear antes de la cena. En esta segunda andada volvemos a la Piata Unirii,
la plaza de la Unificación, y sus alrededores para no dejar de ver unas cuantas
cosas importantes: la universidad Babes Bolyai donde hasta 1918 las clases se
impartían en húngaro, la casa de Matías Corvino (rey de la Hungría a la que
pertenecía Transivalnia desde 1458 a 1490 apodado sabio, bueno y justo), la
Piata Muzeului en cuyo centro se levanta un obelisco de 1817 que conmemora la
llegada a Cluj del emperador Francisco I y que apenas se ve porque está rodeado
de multitud de enormes sombrillas de bares, y la fachada barroca de la Iglesia
Franciscana.
Y para demostrarnos que Demetrio no es nacionalista, nos lleva a cenar comida austriaca, filete de cerdo empanado, al restaurante húngaro Agape.
Domingo, 10 de julio.
Cluj – Baia Mare – Sighetui Marmatiel
Hemos en entrado en
Maramures, la región histórica de las iglesias de madera con sus cementerios
anexos. Aunque tenemos prevista la visita a cuatro de ellas, solo vemos dos de
las programadas y una de propina. No tenemos claras las razones por las que
olvidamos las de Rozavlea y Barsana.
Una breve parada nos
permite ver la Piata Libertatii de la Baia Mare (Mina Grande), la capital de
provincia. Cerca está la Torre Esteban que formaba parte de una antigua
catedral. Comemos pronto en el tranquilo jardín restaurante del hotel Carpati y
continuar ruta. Nos convidan a palinka, una especie de orujo, originario de
Hungría aunque también se bebe en Transilvania, de unos 50. Le pegó un traguito
de nada y me deja mal estómago media tarde.
En Surdesti vemos la
iglesia de madera dedicada a los arcángeles Miguel y Gabriel, probablemente la
más bonita de la zona. Y también la única que encontramos abierta, la única a
la que podemos acceder a su interior. Patrimonio de la Humanidad, destaca por
su torre con 54 metros de altura. En el interior, de planta rectangular y ábside
poligonal, destacan unas pinturas con marcado simbolismo pero muy deterioradas.
A un par de kilómetros, la
iglesia Biserica de Lemn en Plopis es considerada la hermana pequeña de la de
Surdesti. Pese a que las guías turísticas destacan las pinturas de la nave,
cuando llegamos el templo estaba cerrado. También cerrada estaba la Biserica de
Lemn de Budesti, dedicada San Nicolás. Una pena, porque las increíbles iglesias
de madera solo las conocemos, mayormente, en sus exteriores.
Antes de continuar, dejamos
las maletas en el hotel Casa Iurca en Sighetui Marmatiel. Dado que la localidad
está situada en la frontera con Ucrania, Demetrio tenía ganas de conocer el
puesto fronterizo. Allí nos vamos para intentar que nos dejen pasar hasta el
puente sobre el río Tisa que separa los dos países. Nos indican que un agente nos
va a acompañar sin problema. Resulta que el representante de la autoridad es
una rubia despampanante, muy amable, con defensas muy bien armadas y que además
llevaba pistola. Tras situarnos en el centro del puente, cerca de una línea
roja de separación, volvemos por done habíamos venido, no sin antes agradecer a
la policía sus deferencias.
Acabamos la tarde en
Sapanta para ver dos monumentos, uno a la derecha de la carretera, el otro a la
izquierda. El Monasterio de Sapanta-Peri se construyó en el mismo lugar que
antes habían ocupado otros más antiguos. Lo más llamativo del enorme recinto es
la torre de madera de la iglesia que alcanza los 78 metros de altura, lo que le
hace figurar en el Libro Guinness de los Records.
Mucho más importante y
atractivo es el Cementerio Alegre, Cimiterui Vesel. Fue creado por el artesano
local Stan Ioan Patras cuando en 1935 a esculpir las lápidas con su peculiar
estilo casi naif, a mitad de camino entre una viñeta satírica y la imagen la
vida de un santo para niños. Cada lápida está tallada en madera con forma de
cruz que se decora con colores vivos siempre sobre fondo azul. En una de las
caras acostumbra a aparecer el retrato del fallecido en su profesión o en sus
ocupaciones habituales. Debajo, un texto escrito en primera persona en dialecto
local describe con humor, a veces ironía, cómo era el difunto. Por detrás, el
dibujo suele mostrar el hecho que hizo que el enterrado se fuera al otro barrio.
Según nuestro guía Demetrio, este es uno de los epitafios más graciosos del
lugar:
Debajo
de esta pesada cruz descansa mi pobre suegra.
Si
hubiera vivido tres días más yo estaría aquí y ella leyéndola.
Tú
que estás de visita intenta no despertarla
para
que no vuelva a casa a comerme la cabeza,
y
tenga que actuar de una forma que no vuelva.
Reposa
aquí mi querida suegra.
Un pequeño paseo, también
pequeño por el pequeño centro de Sighetui Marmatiel, y cena en el restaurante de nuestro hotel. En
un patio muy agradable, rústico, sirven comida rumana mientras una pareja de
cantantes ameniza la sesión con temas típicos de la zona.
Lunes, 11 de julio.
Sighetul Marmatie – Sucevita.
Hoy ha sido, sin lugar a
dudas, el día de las desgracias en forma de averías. Antes de salir del hotel
por la mañana, se me ha caído la cámara de fotos al suelo y ha fallecido el
objetivo, el cuerpo parece que sigue en orden. Pese a fastidiarme mucho,
siempre llevo la cámara pequeña por si acaso y me ha salvado la situación. Serán
menos fotos y no tan buenas, pero no estamos en lo peor. Además, a media tarde el A6
de Demetrio ha empezado a emitir unos pitidos muy extraños. Parece que es un
sensor y que ya le ha pasado otras veces. Así que si el jefe no está asustado,
mejor que mejor. Para los dos problemas podemos aplicar el dicho español que
dice que al mal tiempo, buena cara. O ese otro árabe que indica que si el
problema se puede solucionar no hay por qué preocuparse, y si no se puede
solucionar tampoco.
Toda la mañana la hemos
empleado en una excursión en el tren Mocavita. Idílico, bucólico y pastoril. Es
un tren de vía estrecha de época, a vapor, que se utilizaba para transportar
madera. Ahora, transformados sus vagones traslada turistas en un trayecto de
unas dos horas hasta un merendero donde para hora y media para comer. Parece
mentira que en plena montaña todo esté tan rico. A las 9:00 parte desde la
estación de Viseul de Sus, a las 11:00 parada en en Paltin tras 22 kilómetros
de lento recorrido, para las 11:30 estábamos comiendo, y a las 12:30 regreso
para arribar sobre las 14:15.
Después, casi cinco horas
de traslado hasta Sucevita, donde nos alojamos en el complejo turístico Bucovina.
La cena lleva dos platos con setas de la región, un rulo relleno de hongos y
solomillo de cerdo acompañado del mismo tipo de setas o parecido.
Martes, 12 de julio.
Sucevita – Gura Humorului.
Hoy dedicamos todo el día
a maravillarnos con los monasterios pintados de Sucevita, Moldovita, Voronet y
Humor. Además, muy cerca del primero de ellos veremos como trabajan los
alfareros en un taller de cerámica negra en Marginea.
Sucevita fue fundado en
1595, 50 años después del resto de monasterios, y por eso conserva mucho mejor
las pinturas exteriores. En el exterior se tratan el Árbol de Jesé y la
Escalera del Paraíso, inspirada en una obra de Juan Clímaco, un místico que
vivió en el Sinaí casi mil años antes. Lo que se narra es la ascensión de las
almas buena hasta Dios, ayudadas por ángeles, para superar los escalones que
suponen cada una de las 15 virtudes, mientras las descarriadas caen la
escalinata y son devoradas por unos monstruos. En el interior, al igual que en
todos los cenobios pintados de la zona, la primera imagen es la procesión de
donantes. Otros dibujos representan el Juicio Final, la vida de Moisés y otros
santos, y un Pantocrátor en la cúpula.
Moldovita fue erigido en
1532. Sus pinturas exteriores siguen luciendo una magnífica policromía y
muestran el Árbol de Jesé, el Juicio Final, la pasión de Cristo y un curioso
asedio a Constantinopla. Una vez dentro, destaca la Crucifixión de Cristo.
Voronet, muy cerca de
nuestro punto de destino, que no es otro que Gura Humorului, fue consagrado a
San Jorge en 1488. Las representaciones exteriores, todas con un fondo de color
azul lapislázuli nunca igualado, recuerdan el estilo gótico occidental. En la
pared oeste, la composición del Juicio Final con sus cinco registros es única
en el arte cristiano por su amplitud, la policromía y el efecto decorativo. El
muro sur es otra obra maestra con, nuevamente, el Árbol de Jesé. En el
interior, además del cuadro votivo, aparecen escenas de la Pasión.
En el restaurante Elena de
Gura Humorului, la boca del Humor que es río que pasa por aquí y que no tiene
nada que ver con Chiquito de la Calzada, degustamos una sopa de gallina y
verduras, ciorba de potroace, y un plato con varios derivados del cerdo.
Después, un merecido descanso en el Best Western Hotel Bucovina para prepararnos
para el último monasterio.
Humor fue fundado en 1530
sobre otro asentamiento anterior. Durante años fue uno de los monasterios más
importantes de Rumanía y se tiene constancia de la presencia de un famoso
calígrafo e ilustrador que llegó para copiar los Cuatro Evangelios. Con forma
de trébol, el elemento exterior más particular es un pórtico abierto con
arcadas. Pero también, los frescos que pasan por ser los más antiguos de
Bucovina, y en los que se impone “una festiva orquestación de colores cálidos
cuyo soporte es el rojo” (Vasile Dragut). Lo que se representa es la Virgen con
el Niño, única en la pintura antigua, el Juicio Final, el himno de la Misa
Votiva con sus 24 estrofas, la Glorificación de la Virgen y el Sitio de
Constantinopla, un intencionado error histórico similar al de Moldovita, en el
que se manifiesta un propagandístico mensaje anti otomano. En el interior se
aprecian motivos de la Santa Cena, la hospitalidad de Abraham, el cuadro votivo
y la Virgen. En el recinto se levantó una torre defensiva en 1641.
Un paseo por la ciudad,
que tiene poco que ver, y retirada al hotel para cenar en su buffet. Solo
pruebo la fruta porque tengo el estómago un poco pesado de la enorme cantidad
de cerdo, que no he acabado, que nos han dado al mediodía en Casa Elena. A las
20:15, cuando comenzaba mi descanso ha empezado a sonar una alarma que parecía
de incendios del hotel. Nadie se ha movido, no han venido los bomberos y el
pitido ha cesado al rato. A dormir.
Miércoles, 13 de julio.
Gura Humorului – Piatra Neamt – Sighisoara.
Día de traslado, mucha
carretera y solo un par de paradas entre Gura Humorului y Sighisoara. Muy cerca de Piatra Neamt nos
hemos desviado para llegar al Monasterio Agapia del Valle, Agapia din Vale. Por
fuera es como todos, pero en su interior, que las monjitas que lo dirigen no
nos dejaron fotografiar, los frescos pintados por Nicolae Grigorescu no tienen
aspecto de pintura ortodoxa sino italiana o española. Es distinto a todos los
que hemos visto.
En lo que parece una
localidad muy tranquila, Piatra Neamt, de la que no vemos nada, nos detenemos
para comer en el restaurante del Grand Hotel Ceahlau, un alto edificio
construido en época rusa. La comida, al revés: primero una especie de
hamburguesa de cerdo alargada y crujiente y de segundo espaguetis boloñesa.
Desde aquí tenemos unas
cinco horas hasta Sighisoara con una única parada para fotografiar las
gargantas del río Bicaz dentro del
parque Nacional Cheile Bicazului-Hasmas. Arriba del puerto de montaña se
encuentra el lago Rojo, Lacul Rosu, pero no nos detenemos ni para “fotearlo”.
Ya en Sighisoara decidimos
darnos un respiro para descansar en el hotel en el que nos alojamos, el
Cavalier. Es un establecimiento moderno, fuera del recinto amurallado de la
ciudad con un estilo clásico y al mismo tiempo funcional. Las vistas desde la
habitación son excelentes.
Dado el que el hotel
Cavalier está en la parte baja de la ciudad, subimos en el coche hasta la parte
alta. Una vuelta de unos 30 minutos en la que podemos comprobar que el reloj de
la Torre del Reloj no funciona, y a cenar en el restaurante Sighisoara: sopa de
alubias servida dentro de un pan y un crep de carne de cerdo picado. El
descenso hasta el alojamiento lo hacemos andando. Suponemos que mañana podremos
realizar las cuatro visitas que están programadas aquí: la Torre del Reloj, la
Sala de la Tortura, la colección de Armas Medievales y la casa de Vlad Dracul,
el padre del conde Drácula.
Jueves, 14 de julio.
Sighisoara – Brasov.
En Sighisoara no hemos
entrado dentro de la casa de Vlad Dracul que ahora es un restaurante, no hemos
visitado la colección de Armas Medievales de la que Demetrio no ha hecho
mención ni ayer no hoy aunque estaba en el programa, hemos visto a una habitación
minúscula que debía ser la Sala de la Tortura, y si hemos ascendido por el
interior de la Casa del Reloj hasta alcanzar la balconada desde la que se ven
unas buenas vistas de la ciudad.
Tras la media hora corta
teníamos 120 kilómetros hasta Brasov. Antes de empezar el recorrido, nos hemos
acercado a un centro comercial en las afueras intentando comprar un objetivo
para sustituir al que rompí hace unos días. No ha habido forma. Lo mejor era ir
a comer a Poiana Brasov que está a 13 kilómetros y supuestamente es la mejor
estación de esquí en un país en el que casi nadie esquía. En el restaurante
Sura Dacilor nos han puesto una tabla de embutidos y quesos y un plato de
estofados de ciervo, oso y jabalí. Curioso.
Ya en Brasov, y antes de
acomodarnos, hemos parado para visitar la Iglesia Negra. Aunque es gótica, era negra
debido al color que se le quedó a la fachada tras un incendio sucedido en 1689,
aunque ha sido restaurada recientemente y ahora es gris. Su interior no vale
nada, pero la iglesia alemana de Rumanía cree que es una joya y no permite
tomar fotografías. Tal vez lo único interesante es una colección de alfombras
turcas mal cuidadas pero que afirman que es única en el mundo. También nos ha
gustado un cuadro de gran formato de Fritz Schullerus titulado algo así como
“el consejo de la ciudad y el libro de la reforma”.
Por fin nos retiramos a
descansar al hotel Ambient, de arquitectura moderna y con ascensor
supuestamente panorámico pero que, al menos hasta el primer piso, no lo es, ya
que pese a ser transparente por los cuatro lados, sube y baja por el hueco de una escalera de caracol.
A las seis de la tarde
salimos solos a darnos un paseo y conocer el centro histórico. Con
Demetrio hemos quedado a las siete y media. Nos lleva a cenar al Georgiana,
donde el menú consiste en un aperitivo a base de cortezas, una sopa de ave, y
un plato de productos de gorrino que incluye unas salchichas e hígado. Ideal
como cena ligera.
Viernes, 15 de julio.
Brasov – Bran – Sinaia.
A pocos kilómetros de
arrancar está la fortaleza de Rasnov. Dejamos el Audi en un parking y cogemos
una especie de trenecito para niños tirado por un tractor, como el que lleva a Port Aventura en Salou. No ayuda
mucho, el ascenso y es fuerte y no nos deja demasiado cerca del castillo. Es un
recinto del siglo XIV que se abandonó sobre 1850 por su estado ruinoso. Ahora,
restaurado con no mucha fidelidad a lo que debía ser el original, permite aproximarse
a lo que era una estructura defensiva de la época desde la que se podía divisar
todo el territorio circundante. Una leyenda cuenta que cuando estaba sufriendo
un largo asedio, los ciudadanos de Rasnov que allí estaban protegidos se dieron
cuenta que pronto les faltaría agua potable. Decidieron que había que construir
un pozo, tarea que encomendaron a dos prisioneros turcos, ofreciéndoles la
libertad al finalizarlo. Les llevó 17 años cavar el pozo de 143 metros de
profundidad, pero tras acabarlo fueron ejecutados.
El día iba de castillos.
Desde Rasnov, en un poco más de 20 minutos estábamos en Bran, una fortaleza
entre bosques que identifica con Drácula pero que nada tiene que ver con él.
Fue construido por caballero teutón en el siglo XIII, pero unos cien años más
tarde el rey húngaro, señor de esas tierras, lo puso bajo el mando de la ciudad
de Brasov para controlar el paso por las rutas comerciales cercanas, cobrando
un peaje al estilo catalán del 3% de las mercancías transportadas. Así
permaneció activo hasta el siglo XIX. De 1920 a 1947 fue utilizado por los
monarcas rumanos. En el itinerario obligatorio se visita la sala de guardia, la
sala de la cancillería, la capilla, la sala del consejo, la sala de música, la
cámara del príncipe Nicolás, el salón Biedermeier, el dormitorio del rey, la
sala austriaca y los salones neobarroco y rococó.
En la misma localidad de
Bran comemos en Popasul Reginei. Bastante mal, la carne de cerdo está dura,
pasada de cocinado.
Antes de alojarnos, ya en
Sinaia, nos acercamos al Manastirea Sinaia, donde sin detenernos para ver la
moderna Biserica Mare, Iglesia Grande, pasamos a la Biserica Adormirei, de la
Dormición, o también llamada Veche, antigua. Tras una peregrinación a Tierra
Santa, el voivoda (gobernador de una provincia aunque o, también, comandante principal
de una fuerza militar) rumano Mihai Cantacuzino decidió levantar un monasterio
en honor a la Virgen María en los montes de Valaquia, al que llamó Sinaia por
sus vivencias en el Monte Sinaí. Desde 1695 domina el valle del río Prahova y
es conocido como la Catedral de los Cárpatos. Más tarde nació en sus cercanías
una ciudad con el mismo nombre que a partir del siglo XIX se convierte en una
estación de montaña.
Nos alojamos en el hotel
Sinaia Palace, aristocrático por definición, de estilo Montecarlo por
construcción, pero tan triste y decadente como la propia ciudad de Sinaia por
la que damos un paseo más tarde. La cena en el propio hotel es mucho mejor de
lo cabía esperar: espaguetis carbonara y la misma carne de cerdo que al
mediodía pero mucho mejor elaborada. Nos decidimos a probar un vino rumano, un
tinto Recas que nos gusta.
Sábado, 16 de julio.
Sinaia – Bucarest.
Sin abandonar Sinaia vamos
a ver el Palacio Peles, el último monumento de nuestro periplo rumano y uno de
los mejores de todo el trayecto.
El Palacio Peles fue
construido entre 1873 y 1914 y por encargo
del Príncipe Charles de Hohenzollern-Sigmaringen, Carlos I de Rumanía y está considerado como uno de los
edificios más importantes en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. Los
reyes de Rumanía solían pasar allí los meses de junio a noviembre. En uno de
sus salones, en 1914 se decidió la neutralidad del país de cara a la I Guerra
Mundial. En 1948 pasó a manos comunistas y en 1953 se decidió convertirlo en un
museo que no abrió hasta 1990. Exteriormente tiene un marcado estilo neo
renacentista alemán, caracterizado por la presencia de múltiples perfiles
puntiagudos verticales, de muchas pequeñas torres, en una composición fragmentada
de fachadas. En su interior, la visita recorre el Gran Vestíbulo de entrada, la
armería, el estudio de Carol I, la biblioteca, la sala del consejo, el salón
literario y el florentino, la sala veneciana, el comedor principal, la sala
oriental y el salón turco, para acabar con el pequeño teatro de cámara con
pinturas de Gustav Climt.
Tras la postrer maravilla,
regresamos a Bucarest donde nos vamos directos a tapiñar la habitual sopa, esta
de vez de verduras con costrones de pan de ajo, y un filete de pollo empanado
en el restaurante Hanul Berarilor, la Posada de los Cerveceros.
Tenemos la tarde libre,
nos daremos un paseo, para acabar cenando en el centro histórico, en el Hanul lui
Manuc. Como presagiábamos el menú cambió poco y nos vamos
de Rumanía sin probar pescado. No obstante el sitio es precioso, un antiguo
caravanero, y la música en directo muy buena. La última anécdota, en la mesa de al lado se posicionó un personaje con los zapatos más ridículos que uno se puede poner, de color naranja. Tal vez era empleado de Butano. Y de aquí, al Hotel Central, en el que nos asignan las mismas habitaciones que en los nuestros primeros días en Rumanía.
Domingo, 17 de julio.
Bucarest – Barcelona – Pamplona.
Comenzamos el regreso a
España haciéndonos amigos del “señor” del check-in del aeropuerto. Con
bastantes plazas libres en el avión de la compañía TAROM, nos ha colocado
separados, uno en cada punta. En mi caso, el tema no era grave porque estaba
rodeado de rumana y rumano. Iñaki lo tenía peor, ya que a su lado viajaba una
carcamal catalana.
Tras el vuelo, tranquilo
pero con un aterrizaje en el que me duelen mucho los oídos, nos “vemos
obligados” a comer en un wok de Lérida, o de Lleida, ya no se donde estaba,
para recordar como son las gambas, los langostinos, los mejillones, los
pescados, la paella, etc…