OHa llegado a mis manos un artículo sobre la felicidad escrito por uno de esos pensadores europeos jovencitos, o sea que es casi un septuagenario pero está vivo. Su lógica, me ha forzado a recapacitar sobre antiguos clichés que uno va conservando en ese diario de a bordo que escribe la vida.
Conste que no comparto el pesimismo del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) cuando manifestaba que “
la experiencia nos enseña que la felicidad es pura quimera, que solo cabe escapar del dolor. ¿Por qué habría de ser necio procurar el disfrute del presente como lo único seguro? Cuando estemos alegres, no debemos pedirnos permiso para ello con la pregunta de si tenemos motivo para estarlo”. (Eudemonología o el arte de ser feliz, explicado en 50 reglas para la vida - Die Kunst, Glücklich Zu Sein Oder, Eudämonologie, 1851).
Observando a las gentes de este país tan enfermo, creo ver que hay dos maneras de ser feliz o al menos parecerlo, dos formas de aproximarse a lograr la felicidad plena.
La primera es ser un hooligan futbolero. Tiene que ser impresionante poder estar a todas horas frente a la caja tonta viendo las retransmisiones de los partidos de liga de primera y segunda división, de champions, de mundiales… Durante toda la temporada pueden acercarse a los interesantísimos encuentros de su equipo de tercera o de regional preferente o no preferente, o al juvenil de su pueblo. Incluso en el mes de agosto no faltan noticias en las que los posibles fichajes o los fichajes reales, y también los galácticos, demandan mucha atención en la prensa deportiva de la capital o de provincias (
Catalunya incluida).
La segunda forma de alcanzar la satisfacción íntegra es ser nacionalista. Parece maravilloso levantarse tras cada amanecida con la impresión de estar siendo hostigado por las fuerzas del mal, obsesionado por la afrenta “extranjera”. Un masoquismo, una perversión que debe engendrar un regocijo asombroso. Todo ello amparado por la certidumbre de ser discordante de los otros, exclusivo (de excluir), e ilusionado con la idea de que en una fecha no demasiado lejana esas virtudes excepcionales que los diferencian, que los separan de los que no son nacionalistas o incluso independentistas, serán aceptadas.
Pero el no va más, el sumun, es aunar las dos perspectivas: ser forofo del balompié y nacionalista al mismo tiempo. Con la unión de los dos alifafes se debe alcanzar un nirvana tan asombroso que casi produce celos. En el momento en que esos amoríos superiores se federan, tanto simétrica como asimétricamente, hasta los peores infortunios se deben conjugar con una pasmosa sencillez. Ya lo decía un personaje del gran Gila: “
ma habéis matao al hijo, pero que fiestas hemos pasao, lo que nos hemos reído”.
No es difícil de creer la existencia, seguro que los habrá, de ciudadanos, si es que se les puede llamar así, que se ubican en el graderío sur del Sadar y pertenecen a “Fuerza Roja” que son, además, partidarios de la segregación de una parte del estado, como dicen ellos. ¿Qué puede estar por encima del deleite de una tarde de domingo con victoria del equipo de sus paroxismos en la que, de paso, se ha procurado algunos disgustos a los aborrecidos usurpadores de su realidad? Por cierto, eso de “Fuerza Roja” (indar gorri), es la traducción al castellano, el lenguaje del invasor, del nombre que dan a su peña. Es de suponer que tras el euskera (*) se oculta lo parecido que suena a “fuerza nueva” (indar berri), aquella organización de ultraderecha que zurraba con cadenas a los manifestantes en los años 80.
Es imposible concebir remate más perfecto de la felicidad: hincha incondicional e individuo con regüeldos patrióticos. Es una pena que aquellos filósofos de Centroeuropa no lo tuvieran presente. O no les parecía importante, o no conocían el fútbol, o no había independentistas en su época. Por otra parte, ya lo dice el refranero: “
panza llena y corazón contento, todo lo demás es un cuento”. Mejor todavía.
(*)
Aymeric Picaud escribió en el 1140 aproximadamente el “Codex Calixtinus, Guía del Peregrino del Camino de Santiago”. En el texto señalaba que “viene luego el territorio de los Vascos (...) Es ésta una región de lengua bárbara”.
Juan Eslava Galán, en su obra titulada "En busca del Unicornio", premio Planeta 1987, señala con relativo gracejo que: "un catalán es mal entendido en Castilla y un castellano es mal entendido en Valencia y un vascongado es mal entendido en todas partes".
Pío Baroja, supongo que nada sospechoso, refiriéndose al tío de Zalacaín el aventurero (1908) comentaba que "Toda la torpeza de Tellagorri hablando castellano se trocaba en facilidad, en rapidez y en gracia cuando peroraba en vascuence. Sin embargo, él prefería hablar en castellano por que le parecía más elegante".