jueves, 30 de abril de 2015

Tijera. Corta, pega y manipula. El que se mueve no sale en la foto.

Aunque no sea algo exclusivo de las dictaduras, sus mandatarios, muy habitualmente manipulan las imágenes históricas para ensalzarse como líderes o para darse una presencia que no tienen. Otras veces, hacen desaparecer de las ilustraciones a personas que habían sido sus colaboradores, a los que más tarde habían convertido en grandes enemigos.


Puede parecer que la práctica se extendió a partir de la II Guerra Mundial, pero en las culturas más antiguas ya se ocupaban de “depurar” a sus rivales de las paredes de templos o de otras representaciones pictóricas.


Así, la reina Hatshepsut (1490–1468 a.C.) sufrió la “damnatio memoriae” cuando sus testimonios fueron sistemáticamente borrados tras su fallecimiento por su sobrino y sucesor Tutmosis III, por la usurpación del trono por parte de la faraona egipcia. Los Museos Estatales de Berlín conservan un tondo (composición pictórica con forma de disco) en el que aparece el emperador romano Séptimo Severo (146-211 d.C.) con su familia: su esposa Julia Domna y sus hijos Caracalla y Geta. Los hermanos se llevaban bastante mal, y cuando Caracalla llegó al poder en el año 211 asesino a Geta. Por ello, Caracalla ordenó borrar la cara de su hermano de la pintura. Al tal Geta le suprimieron la geta.




De regreso al siglo XX, en España, como no podía ser de otra manera, el personaje más tramposo a la hora de trucar fotografías fue Francisco Franco. El 23 de octubre de 1940 el extinto general y el líder alemán Adolf Hitler se citaron en Hendaya en un intento de los nazis de comenzar la conquista de Gibraltar pasando por suelo hispano. Todo lo que al día siguiente se transmitió sobre el encuentro, imágenes e información, se convirtió en una síntesis de falsedades y de manipulaciones con fines propagandísticos. Además de adulterar lo que realmente ocurrió, ya que Hitler nunca se doblegó a las exigencias del militar español, se modificaron las imágenes que allí se obtuvieron. En concreto, y tal como se demuestra con los negativos encontrados por la agencia Efe en 2006, en una de ellas se superpusieron retratos de los dos déspotas sobre un fondo en el que aparecía un tren detenido en el andén vacío de la estación de Hendaya. De este modo, se mostraba un efecto de complicidad y amabilidad que no se dio, al tiempo de que se impedía apreciar la enorme diferencia de estatura entre Franco, muy bajito, y Hitler.

 

En otra instantánea se ve a los sátrapas desfilando juntos con actitud marcial. En la fotografía original Franco tenía los ojos cerrados y parecía asqueado con la presencia del Führer, mientras que los órganos de propaganda consiguieron que en la estampa difundida los tuviera abiertos y caminara muy ufano junto al teutón. Aunque el efecto cumplió su función, el retoque se hizo con el mismo sistema cutre que utilizan los estudiantes hoy en día: cortar (de otro retrato en el que abría los ojos de par en par) y pegar. Además, se sustituyó la Cruz del Águila alemana que lucía el Caudillo por una medalla militar española, y se modificó la posición de la mano derecha para que se percibiera menos agarrotada.


Aunque está en alemán, existe un vídeo corto (1 minuto, 47 segundos), que pudo ser filmado por un tal Arnaldo Izard Llonch, en el que se resume el encuentro entre ambos personajes.


También el italiano Benito Mussolini estaba al tanto del impagable valor de la imagen como reclamo político. En el original de una conocida instantánea un ayudante sujetaba su caballo mientras el mandatario empuñaba presuntuoso una espada con su brazo derecho en alto. Para una persona tan vanidosa, la presencia del lacayo restaba fuerza al supuesto poder de Mussolini, ya que podía pensarse que era incapaz de manejar el animal sin ayuda. Así que se eliminó sin piedad, y con un trabajo relativamente chapucero, al ayudante.


Mas, ha existido un dictador que se esmeró como ningún otro en el trucaje de información escrita y visual con el fin de ocultar grandes verdades a su pueblo: Josef Vissariónovich Dzhugashvili, “Stalin”. El sobrenombre que el mismo se puso en 1917 significaba “hombre de acero”, y le venía como anillo al dedo a la hora de practicar la máxima que dice que el que se mueve no sale en la foto. Su existencia se identifica con el derramamiento de sangre de sus enemigos, pero también de sus amigos y de su pueblo. Entre sus grandes “logros” figuran la colectivización agraria, que condujo a la aniquilación de diez millones de campesinos entre 1928 y 1933 tras la puesta en marcha del primer plan quinquenal para industrializar el país a marchas forzadas. También el Gran Terror, unas purgas espantosas que tuvieron lugar entre 1934 y 1938. Nikolái Yezhov, un borracho propenso a estallidos de violencia contra sus compañeros de embriaguez, perturbado por el sexo, y bisexual activo y pasivo, fue el máximo responsable del Gran Terror. Sin embargo, Stalin, en su paranoia sin límites, desconfió del poder que llegó a tener Yezhov y lo acusó de espionaje para fusilarlo en 1940.


Tras deshacerse de Nikolái Yezhov, Stalin se encontró con un serio problema: le acompañaba en muchas vistas tomadas cuando todavía era su hombre de confianza. No tenía otra solución que retocar las fotografías para que dejara de molestar aún después de muerto, solo el olvido tenía sentido. El mejor ejemplo del quehacer de los secuaces de dictador es una imagen obtenida el 22 de abril de 1937 durante una visita a las obras de construcción del canal Moscú – Volga. En el original fueron retratados, de izquierda a derecha, Kliment Voroshílov (Comisario de Defensa), Viacheslav Mólotov (el Comisario del Pueblo para los Asuntos Exteriores que da nombre a la bomba incendiaria casera), Josef Stalin (entonces Secretario General del Comité Central del Partido Comunista y partir de 1941 presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética) y Nikolái Yezhov (jefe de la NKVD, Comisariado Popular para Asuntos Internos). En lo que supone uno de los procesos más notorios de manipulación fotográfica y censura soviética, tras la ejecución, Yezhov, cuyo último cargo fue Comisario de Transporte Marítimo y Fluvial, fue eliminado de la fotografía y sustituido por un relleno artificial de agua del canal. Al borrar su figura permanecieron en la imagen únicamente Voroshílov, Mólotov y Stalin.


Al canijo de Yezhov le dieron de su propia medicina al ser vilmente “purgado” de la instantánea.


Han pasado casi 75 años, pero desgraciadamente en pleno siglo XXI todavía existen sujetos con los mismos instintos que Stalin y otros gobernantes autoritarios. Lo se por experiencia, ya que yo mismo he sufrido un ataque que me ha hecho desaparecer de una fotografía publicada en un texto del año 2007. Entonces todavía existía en Pamplona la Fundación Culturas Millenium que se  dedicaba, tal y como figuraba en su ya desaparecida web, a la difusión de todo lo relativo  a diversas culturas antiguas que, por sus valores propios o por la importancia de las obras hayan aportado al campo de las diversas Bellas Artes, sean de justificado interés general, etcétera, etcétera... Su máximo dirigente, Luis Landa el Busto, que se las daba de “compañero” de trabajo, me engañó para colaborar con ellos por mi admiración por todo lo referente al Egipto faraónico, lugar al que ya que me había desplazado más de media docena de veces.

Cada verano la fundación traía a los mejores egiptólogos españoles para impartir unos cursos, y en 2006 el patronato decidió culminarlos con una cena egipcia y con un viaje al país del Nilo que se celebró en diciembre, durante el puente foral. Allí acompañamos a 80 personas, allí conocimos a Mohamed y a Moustafa (ahora grandes amigos), y allí se tomó la imagen en cuestión.


...con Moustafa (izquierda de la imagen) y  Mohamed en Abu Simbel.

Estábamos en Abu Simbel, delante del magnífico templo que el faraón Ramsés II mandó edificar a las puertas de Nubia, la tierra del oro. Fue la foto del grupo casi completo, ya que alguno de los compañeros de viaje declinaron “amablemente” posar con el resto porque había tenido bastantes discrepancias con el señor Landa durante todo el trayecto. Se me puede ver perfectamente en la izquierda, llevo una camiseta de color naranja, junto al propio Luis Landa y a Moustafa.


Después del viaje, las relaciones con el “compañero” de trabajo Landa se deterioraron hasta el punto de que parte del patronato de la Fundación Culturas Millenium decidió ir a juicio por ciertas discrepancias que ahora no vienen a cuento sobre la dirección, absolutamente personalista, del propio Landa. Poco antes de la ruptura habíamos comenzado al elaboración de un libro que, firmado por Luis Landa, llevaría una buena cantidad de mis más de 7000 fotos tomadas durante mis muchas estancias en Egipto, entre las que se encontraba la mencionada de grupo de la que él también poseía un original tomado con su cámara. Con la llegada enemistad el autor decidió eliminarlas y sustituirlas por otras que probablemente se agenció en Internet. Y también decidió, al más puro estilo Stalin, que era indigno que yo apareciera a su lado, por lo que había que purgarme antes de la publicación definitiva de la obra.


El problema para la persona que le hizo el trabajo es que su dominio del Photo Shop debía ser limitadísimo o nulo, por lo que le resultó imposible eliminar todo el manchón anaranjado que suponía mi presencia. Así que ni ordenador ni nada parecido: tijera y pegamento son suficientes para manipular. El resultado publicado en la página 306 de “Egipto y las joyas del faraón” fue mugriento, cochambroso. Por lo menos el desafortunado que me sustituyó, y al que no tengo el gusto de conocer, también es calvo. ¡Todo un detalle!


En la contraportada del libro se puede leer varias veces la palabra “fotografía”, supongo que en un intento de molestarme: "En Egipto y las joyas del faraón (...)se mezclan textos con más de 200 fotografías comentadas (...). Va dirigido a los amantes de la fotografía (...). Una obra que sirve para contemplar bellas imágenes...". Pero hay algo mucho peor: Luis Landa, profesor de Ciencias Sociales en un colegio privado, obligaba a sus alumnos a comprar el libro. En este sentido,  también indica en su cubierta posterior “que va dirigido a los jóvenes estudiantes de ESO y Bachillerato que intentan profundizar en esta civilización”. Gran engaño, se lo tenían que “tragar” los que intentaban profundizar y los que no. Así funcionan los modernos aspirantes a dictador: obligando y manipulando.

Y es que lo más divertido del caso es que el señor Landa ha conseguido efectos totalmente contrarios a los que buscaba con sus aviesas intenciones: 1) Las personas que leen el libro se preguntan a qué se debe una transformación tan zafia de la fotografía. 2) Con el purgado me ha convertido en alguien importante, ya que nadie que se precie en el arte de la manipulación hace desaparecer a un don nadie. 

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Epílogo: Han pasado casi dos años desde que publiqué esta entrada. Y también han sido dos las ocasiones en las que he coincidido con el "censor". La primera, el 16 de octubre de 2016, en una excursión cultural (de unas 11 horas de duración) que organizaba una asociación cultural a la que yo pertenezco y él no; la segunda el pasado viernes 3 de febrero de 2017 que nos cruzamos en la zona peatonal de Carlos III cercana a la Plaza del Castillo. En ninguno de los dos encontronazos, pese a yo intentarlo, se ha dignado a saludar. Así, a su condición de corrector de fotografías, se le une la de tener muy poca educación.