jueves, 4 de junio de 2015

Las nubes viajeras


Roncal y Belagua, sábado 30 de mayo de 2015
Texto de Luis Gutiérrez Plaza



Tuvo que ser a finales de mayo, después de un largo periplo climatológico, cuando se pudo realizar la visita cultural al valle de Belagua. Hermoso paisaje para recrearse con el tiempo, teniendo como testigo fiel a nuestras simpáticas y agradecidas nubes. Nubes que a lo lejos predecían malos augurios pero que al final se iban alejando con el transcurrir de las horas.


Roncal, el bonito pueblo del gran Gayarre, fue nuestra primera parada. Hablar de este pueblo es mencionar al tenor navarro y universal: Julián Gayarre. Su frontón, sus escuelas, sus casas bien cuidadas, la situación estratégica de su iglesia, su fuente con agua limpia y cristalina que sirvió de alivio a algún caminante rezagado, su piscifactoría, sus quesos, su artesanía... hacen de este bello paraje un lugar agradable y de visita obligada.



Caminante no hay camino... y en el kilómetro 43 nos esperó uno de los monumentos megalíticos más importantes de Navarra: el dolmen de Arrako, última morada para los pastores prehistóricos del valle.


Visita obligada a la Venta de Juan Pito, donde una apetitosa cerveza nos acompañó para divisar y contemplar a las tranquilas vacas, las nubes semidormidas y el valle en su explendor.



El pino negro, especie poco común en el planeta Tierra, nos estaba esperando con los últimos restos de nieve que depositó el invierno y donde las dolinas completamente desnudas evitaron la gran metedura de pata de algún viajero aventurero que quiso dejar su recuerdo como agradecimiento al insólito paisaje.



Tiempo para descender y ver en toda su amplitud y señorío la gran loma del Txamantxoia, con sus marcados hayedos y frescos pastizales en lo m´s alto de la cima. Tenía que ser el amigo más fiel del hombre, el simpático perro pastor de los Pirineos quien nos recibió con su sonrisa para darnos la bienvenida al restaurante Txamantxoia, donde saboreamos los platos típicos de la zona: las migas, los pimientos, las costillas de cordero, un vino de la casa y un licor de hierbas para brindar con la dueña del establecimiento y agradecer susatenciones.



Despedidos por el inteligente can, tuvimos la fortuna de acariciar las frías y nítidas aguas del Esca y recordar a traves del txipi-txapa momentos infantiles. Con las nubes como compañeras emprendemos el viaje de vuelta camino de Pamplona.


Fin del trayecto con "combinado" como despedida, buen servido por el amigo Iñigo en la Jaula del 4 y medio.

Día agradable, uno más para recordar y formar parte de los anales de nuestra historia. "Pa que lo zepas".