lunes, 12 de mayo de 2014

En globo sobre Segovia a bordo del Cirros III

"Puede que esta belleza sea fugaz. No obstante, ha sido disfrutada y forma la base plástica de nuestras emociones".
Le Corbusier (1887-1965). Teórico de la arquitectura, Ingeniero, diseñador y pintor suizo nacionalizado francés.

El pasado domingo 4 de mayo tuvimos la fortuna de volar en globo sobre Segovia con Laureano Casado, de la empresa Cirros. Es algo distinto, pero si se busca adrenalina hay que dedicarse a otra actividad: aquí todo es paz y tranquilidad.




Todavía no había amanecido, eran las 7 de la mañana, cuando nos acercábamos al campo de vuelo donde nos había citado Laureano. A nuestra derecha comenzaba a recortarse la silueta de la seo segoviana, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción y a San Frutos. Conocida como “la dama de las catedrales” por sus dimensiones y por su elegancia, es una joya del gótico que bien podría competir con las de Burgos o León.


Cerca, en un terreno baldío y despejado, Laureano Casado ya llevaba un rato estudiando la dirección del viento para conocer hacia donde dirigiría el globo. Como piloto experto que es nunca deja nada al azar, llegando incluso a calcular la posición en que debe colocar la vela en el suelo, previamente revisado, para que nada la dañe antes de proceder a su hinchado. Creo que nuestro guía cumple a la perfección aquello que llegó a comentar Wilbur Wright, uno de los precursores de la aviación con aparatos más pesados que el aire: “Es posible volar sin motores, pero no sin conocimiento y habilidad”.



Volar con Laureano no es cualquier cosa, es un privilegio. Entre sus logros destacan los más de 20 programas “Al filo de imposible” en los que ha participado. Como protagonista del mismo, hizo un salto en parapente desde el Pirulí de Madrid, voló sobre los volcanes más importantes de la Tierra, ha saltado en parapente desde un globo para posarse en otro, fue miembro de la primera tripulación que sobrevoló los Andes en globo (desde el que saltó en parapente), es la única persona que ha conseguido volar en parapente desde la cima del Naranco de Bulmes, atravesó en paramotor la distancia que separa Cuba de Méjico. Además de colaborar con Miguel denla Cuadra Salcedo en la Ruta Quetzal sobrevolando el desierto de sal de Uyuni en Bolivia por primera vez, es el poseedor de varios records como son el de altura de caída libre, el del mundo de paramotor o el de altura en parapente, etc. No es lo mismo volar con una de las mayores figuras de la aviación actual española que con cualquier otro piloto, por bueno que sea.



Con la vela estirada en el suelo, todos los pasajeros colaboramos para que quede convenientemente desplegada y preparada para ser hinchada. Colocados a los lados, cogemos las cintas de carga y tiramos fuertemente para extenderla sobre el terreno. En este momento se puede empezar a llevar aire frío hacia el globo utilizando un potente ventilador. Cuando la vela se encuentra cerca de alcanzar su tamaño máximo se acercan la barquilla con el quemador y se insufla aire caliente hasta que el globo, mágicamente, termina por levantarse adquiriendo la forma de una pera invertida. Es hora de subir y no hay ni puerta lateral ni escalera, hay que izarse sobre la borda. Estamos preparados para despegar.



En unos segundos alguien comenta sorprendido: “pero si ya estamos volando”. Efectivamente, sin darnos cuenta habíamos comenzado a ascender, pero parecía que nada se movía. En un vuelo en globo todo es paz y tranquilidad, silencio. Jorge Luis Borges, ya muy mayor y prácticamente ciego, después de volar en un aerostato sobre California Atlas en 1984 manifestaba: “Como lo demuestran los sueños, como lo demuestran los ángeles, volar es una de las ansiedades elementales del hombre. La levitación no me ha sido aún deparada y no hay razón alguna para suponer que la conoceré antes de morir. Ciertamente el avión no nos ofrece nada que se parezca al vuelo. El hecho de sentirse encerrado en un ordenado recinto de cristal y de hierro no se asemeja al vuelo de los pájaros ni al vuelo de los ángeles. El globo, en cambio, nos depara la convicción del vuelo, la agitación del viento amistoso, la cercanía de los pájaros. Si alguien ignora la peculiar felicidad de un paseo en globo es difícil que yo pueda explicársela. He pronunciado la palabra felicidad; creo que es la más adecuada”.


En 1782, los hermanos Joseph-Michel y Jacques-Étienne Montgolfier fijaron su atención sobre una enagua tendida que se hinchaba por la acción, según llegaron a suponer, del humo. Como fabricantes de papel que eran, se preguntaron qué pasaría si lo atrapaban en una gran bolsa. Con esa curiosidad se pusieron a diseñar y construir enormes sacos, recubiertos con barniz para hacerlos más impermeables. Después de varios experimentos, comprendieron que el aire caliente, no el humo, es más liviano que el aire frío por lo que tiende a subir. Decidieron crear una máquina que permitiera volar con este principio y lanzaron su primer modelo en septiembre de 1782. El vuelo inicial demostró que su teoría era correcta. Por ello, el 4 de junio de 1783 realizaron una demostración pública con un globo aerostático de diez metros de diámetro que estaba construido con tela y papel en un mercado francés. Poco tiempo después, más de 130000 personas quedaron anonadadas cuando en septiembre del mismo año volvió a volar en Versalles. Luis XVI, María Antonieta, y la corte francesa presenciaron el momento. En esta primera gran prueba, los “tripulantes” fueron un pobre pato, una gallina y una oveja. Los ataron a una estructura que rodeaba una “mesa de fuego”, donde quemaban paja y lana y llenaron con el calor de la combustión la enorme bolsa que habían construido. Aquel coloso se hizo cada vez más liviano hasta que, soltando todas las amarras, se elevó y flotó suavemente en el aire, alejándose de los numerosos espectadores que se unieron para ver una aeronave que había sido diseñada por primera vez por el hombre. Aterrizó sin contratiempos y con sus tripulantes a salvo, aunque las crónicas de la época relatan que el pato llegó a tierra en muy malas condiciones: había sido pateado por la aterrada oveja.


El siguiente paso fue lógico, protagonizar un vuelo pilotado por humanos. Para la inminente proeza, el mismísimo Luis XVI había ofrecido a dos delincuentes sentenciados para que sirvieran de pasajeros. Ante esto, Jean-Francois Pilâtre de Rozier, entusiasta historiador, se indignó manifestando: “Pero Sire, cómo dejar que dos criminales sean los primeros en remontarse al grandioso cielo donde habita Dios, ¿Negarlas ad, caballeros de vuestro reino, el privilegio de elevarse más cerca de S. y desplegar así ante el mundo la gloria de Francia ?, ¡yo mismo iré!”. El 21 de noviembre de 1783, Rozier y otro voluntario, el marqués d’Arlandes, subieron a borde de la “cazuela” circular adornada con colgaduras en la base. Se soltaron las amarras y el enorme globo comenzó a elevarse. Veinticinco minutos después aterrizaban sanos y salvos a nueve kilómetros de allí. Por primera vez, el hombre había realizado un vuelo libre. Pese a todo, el viaje fue todo menos apacible ya que chispas de fuego ascendían amenazando con incendiar las cuerdas que sostenían la cubierta y frecuentemente el gigantesco artefacto perdía altura, amenazando precipitarse a tierra. Según cuenta la leyenda, cuando sobrevolaban el río Sena, el marqués se detuvo en su tarea de fogonero y le comentó a su compañero lo bonito que se veía el río desde el aire. Rozier le respondió: “Si continúas mirando el río lo más probable es que termines bañándote en él, así que ¡fuego, mi querido amigo, dame más fuego!”. De la misma forma, y aunque la anécdota pudiera corresponder en realidad a otro de los primeros vuelos en globo, parece que un grupo de campesinos, aterrorizados ante el monstruo que había caído de los cielos, lo recibieron a pedradas y lo destrozaron con sus horcas y cuchillos.




Ya estamos volando. El funcionamiento teórico del globo es relativamente sencillo: el aire caliente pesa menos que el frío y tiende a desplazarse hacia las alturas. Por ello, el aerostato que lleva aire caliente y también menos denso atrapado dentro la vela, se levanta.

Poco a poco, de manera casi imperceptible, comenzamos a elevarnos. Así, muy pronto empezamos a distinguir los principales monumentos de Segovia. Desde nuestra posición, la ciudad se muestra como un cronograma, una recta línea de tiempo que avanza del edificio más antiguo al más moderno. A mano derecha se encuentra el Acueducto del siglo I, en el centro la Catedral del XV y a la izquierda el Alcázar, cuya última restauración tras un incendio se produjo en 1862.

Aunque parece imposible datar con exactitud la construcción del Acueducto, la rigurosa investigación de Dominica Contreras López de Ayala, indica que fue Vespasiano (69 a 79 d.C.), el primer gobernante de la llamada dinastía Flavia,  quién ordenó su edificación. Según este estudio los trabajos se extendieron desde el 69 al 98 d.C. Sus 167 arcos de piedra granítica del Guadarrama, que servían para llevar agua a la ciudad, están formados por sillares unidos sin ningún tipo de argamasa mediante un ingenioso equilibrio de fuerzas.


Como edificio extraordinario que es, encabeza la clasificación de las mejores obras de ingeniería civil de toda España.


Tal vez, aunque es coincidente que la edificación del Acueducto se debe al Imperio Romano, pudiera ser que fuera fruto de la pereza. Una leyenda relata el hecho que una niña subía todos los días hasta lo más alto de la montaña y bajaba con un cántaro lleno de agua. Harta de aquello, pidió un deseo al demonio por el que le solicitaba que construyera un medio para que no tuviera que acudir cada mañana con el recipiente.  Esa noche se le apareció el diablo y se lo concedió con la recompensa de que si conseguía terminar el acueducto antes de que cantara el gallo, le tendría que entregar su alma. La chiquilla accedió y Satán comenzó a levantarlo. Dándose cuenta de su error, la pequeña se arrepintió de haberlo anhelado. Justo cuando a Pedro Botero le quedaba una piedra para concluir su trabajo, cantó el gallo. El ángel del mal perdió la apuesta y la niña del cántaro no tuvo que confiarle su alma. En el hueco que quedó se colocó la estatua de la Virgen de la Fuencisla.



Junto a la Plaza Mayor aparecen los bellos pináculos del ábside la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción. La seo, de estilo gótico tardío comenzó a construirse en 1525 con las aportaciones económicas desinteresadas de los propios segovianos. Se levantó para sustituir a la Catedral Vieja que se ubicaba en el lugar que hoy ocupan los cercanos jardines del Alcázar, y que fue destruida en 1520 durante la Guerra de las Comunidades de Castilla, aquella que acabó con el ajusticiamiento de los comuneros Bravo, Padilla y Maldonado. Los arquitectos de la familia Gil de Hontañón se encargaron de las obras que culminaron en un bellísimo edificio, conocido cono “la Dama de las Catedrales” con planta de crucero de tres naves y ábside semicircular en la cabecera y girola. Su interior, que alberga 18 capillas rodeando a otras dos centrales destaca por su gran altura.


El Alcázar se muestra como un buque imaginario sobre el precipicio que forma la confluencia de los ríos Eresma y Clamores. Justo antes apreciamos unos cuidados jardines en los que destaca el monumento erigido a los héroes de la Guerra de la Independencia Daoiz y Velarde, obra del escultor local Aniceto Marinas. De la silueta de la fortificación destacan la torre de Alfonso X El Sabio en el ángulo norte, desde la que el monarca estudiaba el firmamento, y la atalaya de Juan II con sus bellos ornamentos que culminan en una gran terraza panorámica y las doce torres menores que rodean su volumen. Junto a los jardines se encuentra la Casa de la Química, de la época de la Ilustración delineada bajo un proyecto de Sabatini, en la que investigaba y enseñaba el científico francés Joseph Louis Prust, uno de los padres de la química moderna que había sido traído a España por el rey Carlos III. 


Resulta curioso conocer que el tal Louis Prust era íntimo amigo de Pilâtre de Rozier, el pionero de la aerostación al que ya hemos citado al hablar de los primeros vuelos en globo, con el que realizó una ascensión en Versalles el 23 de junio de 1784 en presencia del rey Luis XVI de Francia y el rey Gustavo III de Suecia.


En noviembre de 1792 culminan con éxito una serie de pruebas realizadas previamente en Segovia, junto al Alcázar, con una demostración ante el rey Carlos IV de España del vuelo de un globo aerostático con la finalidad de obtener información relativa a las defensas de una plaza o al dispositivo de ataque a una plaza sitiada. En esta demostración participaron los capitanes Pedro Fuertes, Manuel Gutiérrez y César González, los cadetes Gesualdo Sahajosa y Pascual Gayangos, y un grupo de artilleros, todos ellos dirigidos por Louis Proust. El trabajo constituye el antecedente más antiguo de lo que, casi 100 años más tarde, sería el Servicio de Aerostación del Ejército. Estos ensayos realizados en el Real Colegio de Artillería de Segovia y después ante el Rey, fueron los primeros realizados en el mundo en el aspecto militar, y de hecho supusieron el nacimiento de la Aerostación Militar, que no se vio concretado hasta 92 años más tarde con la creación del Servicio Militar de Aerostación, afecto a la IV Compañía del Batallón de Telégrafos de Ingenieros.



Los caprichosos cambios de dirección del viento nos alejan de la ciudad para dirigirnos hacia la Sierra de Guadarrama, que hace de frontera entre las provincias de Madrid y Segovia. Desde la nave aerostática se divisan a la perfección sus cumbres más altas: Peñalara con sus 2428 metros, las Dos Hermanas (2285 mts), Cabezas de Hierro (2383 mts), el Alto de las Guarramillas (2265 mts) más conocido como la Bola del Mundo porque se ha convertido en una de las llegadas en alto más duras de la Vuelta Ciclista a España, los Siete Picos (2138 mts), la Mujer Muerta con sus tres cimas (el Pico de la Pinareja de 2197 metros, la Peña del Oso de 2196 metros y el Alto del Pasapán  con 2005 metros), y la Peñota (1945 mts).

De todos ellos, el más querido por los segovianos es la Mujer Muerta, un cordal montañoso con forma de dama yaciente: primero la frente, luego la severa barbilla, las manos que se adivinan cruzadas sobre el pecho, el vientre y al final los pies. Una doncella tendida, cuya inmovilidad durante siglos hizo pensar que antes que dormida, había fallecido. La Mujer Muerta es la parte de la sierra más reconocible desde la capital segoviana. Tanto, que cuando algún visitante se asoma al Mirador de la Canaleja, ese que se abre en mitad de la Calle Real a los pies del Teatro Cervantes, antes que los tejados del pintoresco barrio de San Millán extendido a los pies de la atalaya los segovianos le señalarán la lejana silueta de este grupo de montes guadarrameños, narrándoles de paso alguna de las leyendas que lleva aparejada. Y es que Castilla es tierra de romances y varios interpretan el origen mítico de la formación montañosa.


Una de las narraciones relata con tonos pastoriles que cuando la Sierra de Guadarrama no existía, había un militar muy valiente y fuerte que había peleado en muchas batallas, y que estaba enamorado de una hermosa joven del pueblo, que también le correspondía. Pero un día, llegó a la aldea un caminante, que aunque no poseía la corpulencia del novio de la doncella, poseía el don de la palabra con la que cautivó a la joven consiguiendo su enamoramiento. Cuando el comprometido vio al otro mozalbete que rondaba la casa de la joven, se volvió loco de celos y retó al caminante a duelo. La joven le decía al peregrino que no aceptara la pelea porque sabía que su novio tenía mucha más fuerza que él y, aunque le suplicó varias veces, el joven al final aceptó el duelo. En plena noche, subieron los dos litigantes a la sierra y en medio de la oscuridad el novio cegado por los celos le clavó la daga a traición al joven enamorado, quien cayó herido de muerte. Al ver esto, la joven, que había seguido los pasos de los dos, lanzó un grito mucho más fuerte que los rayos que, con estruendo, retumbó en el cielo. El militar, cegado ya del todo por la pasión, al ver como sufría la moza por el ser que yacía muerto a sus pies, tomó la misma daga ensangrentada y la clavó en medio del corazón de la muchacha. La pobre doncella cayó muerta en el acto. Llenos de odio, los familiares de la muchacha empezaron una batalla contra la familia del militar. Como consecuencia, en el pueblo todo era caos y peleas de uno y otro lado. En medio del fragor de tal lucha, una gran tormenta se levantó y una voz surgió del cielo diciendo: “¡Miserables! ¡Sois unos egoístas que os dejáis dominar por las pasiones! ¡Sólo ella era inocente: todos vosotros desapareceréis sin dejar recuerdo, pero ella tendrá una tumba que durará tanto como el mundo!”. En ese momento, la tierra tembló y salió de ella una mole rocosa que tomó la forma de una mujer muerta, dejando sepultados los cuerpos de todos los habitantes del pueblo.

Otra epopeya, más guerrera y menos romántica, relata las luchas por la jefatura que llevaron a cabo dos hermanos, hijos del recientemente fallecido jefe de una tribu que vivía en la entonces extensa planicie. La madre de ambos, que no quería ver aquella lucha fraticida, ofreció su vida a los dioses a cambio de la paz para sus hijos y así se cumplió. Tras una gran tormenta, apareció el cuerpo de la madre en forma de gran montaña, imagen que los hijos reconocieron e inmediatamente, llenos de dolor, pararon la lucha.

Todavía existe otra versión moderna y curiosamente relacionada con el vuelo. Resulta que una mujer que pilotaba un avión se estrelló sobre la cumbre de la elevación. Producto de tal desaguisado se formó la cuerda montañosa de forma tan característica.


Navegar en globo es como la vida, te subes a él pero no sabes adónde te conducirá y para avanzar deberás aprovechar las oportunidades que las corrientes te presenten. Y eso mismo es lo que hizo Laureano con su gran habilidad llevando el aparato. De los cerca de 700 metros de altura en los que nos encontrábamos, decidió descender rápidamente y dirigirnos de nuevo hacia la ciudad de Segovia con un impresionante vuelo rasante. En este momento planeamos sobre un campo de cereal tan cerca que llegamos a rozar la parte  más lata de las plantas. Así, peinando los trigales que todavía no habían creado espigas, se produjo una de las imágenes más fotogénicas, la sombra del aerostato sobre el verde de los sembrados.


Un nuevo ascenso nos coloca directamente sobre Segovia. Los demás globos, que partieron mucho más tarde que el nuestro, hace tiempo que han pasado de largo y vuelan lejos de la ciudad. Sin embargo, nosotros tenemos una segunda oportunidad de disfrutar de las vistas sobre la población.


Me alegra reconocer desde el aire el colegio de los Maristas. Trabajo en el centro que la congregación tiene en Sarriguren (Santa Mª. la Real), cerca a Pamplona, y tengo muy buena relación con los hermanos. Además, hace más de 30 años estuve en Segovia jugando un campeonato de España de baloncesto con un equipo de los propios Maristas y jugamos algunos partidos en el polideportivo colegial.


El vuelo llega a su fin. Sobrevolando de nuevo la ciudad de Segovia, el último gran monumento en el que nos fijamos es la iglesia de la Vera Cruz. Fue fundada por los Caballeros de la Orden del Santo Sepulcro en el año 1208, aunque la tradición popular la atribuye desde tiempos pretéritos a los Templarios. El santuario, tiene planta dodecagonal a imagen del templo del Santo Sepulcro o la Mezquita de la Roca, ambos en Jerusalén y envuelve un pequeño edículo central de dos plantas y posteriormente se le añadieron los ábsides y la torre. Con un interior muy sobrio, emocionante y con un halo misterioso, estas construcciones tienen como antecedente directo los baptisterios romanos de los primeros tiempos del cristianismo que fueron muy utilizados por diferentes Órdenes Cruzadas.



El tiempo ha pasado muy deprisa. Casi sin enterarnos volvemos a la realidad, una hora de vuelo ha pasado “volando”. Nos preparamos para aterrizar en un paraje cercano a La Lastrilla, un ayuntamiento que se sitúa unos tres kilómetros al noroeste de Segovia. Nos colocamos en la posición prevista para evitar posibles accidentes: las manos agarradas a un asa de cuerda firmemente amarrada a la barquilla, las rodillas flexionadas, la espalda bien apoyada y la cabeza inclinada hacia abajo. Los dos primeros choques con el suelo son violentos y la barquilla amenaza con volcar. Sin embargo Laureano, con maestría y precisión matemática, provoca que así sea para salvar un arbusto cercano que podría dañar el aparato.


Dos o tres pasajeros bajamos rápido del globo para tirar de la vela con una cuerda que está sujeta a su parte más alta, con el fin de evitar el arbolillo mientras se posa en el suelo al tiempo que se desinfla poco a poco.


Solo nos queda recoger el aerostato, labor en la que colaboramos todos. Tras desinflar el globo por completo, agrupamos la tela formando algo parecido a un puro y doblándola para guardarla en una bolsa en la que parece imposible que quepa. Cuando llega el vehículo de rescate, y tras desmontar la barquilla y los quemadores, se almacena todo en el remolque. La fiesta acaba con un buen almuerzo en el restaurante La Postal en Zamarramala, un barrio de Segovia con un mirador desde el que se ve una magnífica vista de la capital.



Se puede obtener más información sobre la forma de volar en globo y ver las fotos y vídeo de vuelos en la página web y en el facebook de CIRROS.


www.cirros.com
www.facebook.com/vuelosenglobocirros






Miguel Javier Guelbenzu Fernández
Pamplona, Segovia. Mayo de 2014