martes, 9 de abril de 2013

Inútil describir, mejor ver: Berlín, Semana Santa 2013


"El mundo es un libro, y quienes no viajan, leen sólo una página"
 (San Agustín de Hipona, 354-430, el más grande de los Padres de la Iglesia)

Enganchados por la exposición que conmemora los 100 años del descubrimiento del busto de Nefertiti, pasamos la Semana Santa de 2013 en Berlín, en lugar de la costa mediterránea…




Jueves, 28 de marzo. COMO PIOJOS EN COSTURA

Madrugamos muchos, ya que el vuelo partía de Madrid a mediodía y teníamos la intención de dejar el coche tirado en uno de los parkings de la T4. No pudimos prepararlo mejor, ya que nada más terminar los trámites nos estaba esperando la buseta que nos llevó a la terminal de vuelo. Tras una espera interminable, como todas las que se sufren para coger un avión, embarcamos y partimos con más de media hora de retraso. Orson Welles llegó a comentar que “cuando se viaja en avión solamente existen dos clases de emociones: el aburrimiento y el terror”, y en este sentido en Air Berlin reconocen que es muy tedioso volar ya que la servilleta que entregan para restregarse los morros tras el tentempié lleva impresas las instrucciones para convertirla en un capullo. Así que si ya habíamos sido víctimas de la sensación de aburrimiento, la del terror casi se apodera de nosotros cuando el Boeing 737-800 se acercaba a Tegel, uno de los aeropuertos (por llamarlo de alguna manera) de Berlín, y observamos a través de esos ventanucos minúsculos de las aeronaves que todo estaba completamente nevado. Si habíamos dejado Madrid con 18°, parecía que íbamos a desembarcar a bajo cero. Al aterrizar, curiosamente con un par de minutos de adelanto sobre el horario previsto, nos dimos cuenta que viajábamos con muy pocos españoles, y es que nadie aplaudió ridículamente cuando el avión tomó tierra.


Parece mentira que Berlín no tenga un aeropuerto mejor que Tegel – Otto Lilienthal. Desde luego, por su condición de alemán, es salchichero, pero sobre todo es cutre, viejo y mal cuidado. Si Otto Lilienthal, el ingeniero que le da nombre, levantara la cabeza seguro que decidía volverse a colocar las alas para planear que estaba probando el 9 de agosto de 1896 y que al fallarle hicieron que se pegara tal leñazo que se rompió la columna para fallecer al día siguiente. Tegel es el principal aeropuerto de Berlín y su
cercanía al centro urbano facilita mucho las cosas al viajero, pero provoca una contaminación acústica tremenda que hizo promover su cierre en 2011, aunque dos años más tarde sigue funcionando. Las primeras aeronaves llegaron a Tegel en 1909, cuando Von Zeppelin llevó allí los primeros dirigibles. Los actuales terrenos fueron zona de zona de aterrizaje y despegue de estos aparatos hasta la tragedia del Hindenburg en 1937, cuando al estrellarse en Nueva York hizo que los dirigibles dejaran de ser utilizados como transporte de pasajeros. Los nazis utilizaron Tegel para probar los cohetes V-1 y V-2, pero el comienzo de actividades para vuelos comerciales no se produce hasta 1948, en el contexto de la Guerra Fría. Da la impresión que desde entonces no ha sido sometido a ninguna reforma.


 
Para llegar desde Tegel a Alenxanderplatz, donde está el Park Inn Hotel en el que nos alojaríamos es necesario tomar la línea de bus TXL. No está fácil de encontrar, por lo que decidimos preguntar en el mostrador de información del aeropuerto. ¡¡¡Qué gente más borde!!! La señora mal encarada que nos “atendió” nos desvió a al lugar en el que vendían los billetes de autobús. ¡¡¡El segundo borde, más borde aún que la primera!!! Casi le tenemos que pedir perdón por preguntarle en que parada nos debíamos bajar. Ya sabíamos que los alemanes son cuadriculados, pero no teníamos conocimiento de que cuadriculado es sinónimo de maleducado. Por fin, con todo en orden, nos montamos en un artefacto mucho más viejo que las villavesas de hace 40 años en Pamplona. Para colmo, transportaba tantos pasajeros con sus respectivas maletas y bolsas de mano, que era más agobiante que el metro en hora punta: íbamos como piojos en costura. Por esta razón, o porque era muy viejo, no le cerraban bien las puertas, por lo que el personal se tenía que estrujar todavía más para que consiguiera reanudar la marcha después de cada parada. Tuvimos mucho cuidado con un jovencito con esperpéntico gorro blanco de lana que no portaba equipaje y que se fijaba mucho en los que iban poco vigilados por sus dueños, probablemente con aviesas intenciones. Se bajó siguiendo una moza, y a saber que pasó después.

Frente a la última parada del bus TXL se encuentra el Park Inn Hotel, que elegimos porque ya nos habíamos alojado allí en nuestro anterior viaje a Berlín. Es un 4* con más de 1000 habitaciones dispuestas en 37 pisos coronados por una terraza con las vistas más elegantes de bErlín y un casino que, por supuesto, no utilizamos. Tras el reencuentro con Julio y Wilma, y el check in nos dirigimos a un restaurante cercano, el Brauhaus Mitte, que ya conocíamos por una visita anterior a Berlín para reconfortarnos con unos buenos codillos. En mi caso, y como tenía el estómago algo revuelto, me limité a pedir lo que en la carta figuraba como huevos fritos con patatas. La realidad es que me sirvieron una cosa con aspecto de tortilla de patatas que estaba tan mala que Iñaki la bautizó como patatas rebozadas. Lógicamente, acabamos retirándonos a la extrañísima habitación hotel que dispone de unos baños con mamparas con franjas transparentes que hace que si estás en una habitación doble tu compañero pueda ver todas tus partes pudendas cuando te estás duchando o, incluso, sentado en el trono.
       





Viernes, 29 de marzo. LA BELLA HA LLEGADO

Amanece con un cielo muy feo. Desde la habitación del hotel, en el piso 26, se ven las nieblas muy cercanas y parece que hace un frío polar. Lo compruebo dándome un paseo media hora antes quedar con el resto de la expedición. Para las 9 de la mañana nos ponemos en camino, ya que tenemos las entradas para la exposición sobre el centenario del descubrimiento del busto de Nefertiti en el Neues Museum para acceder a las 10 en punto. De camino hacia la Isla de los Museos hacemos una parada técnica para desayunar, ya que al reservar el Park Inn Hotel no tuvimos a bien hacerlo con desayuno porque cobraban 16 €uros por persona y día.


  

La exposición es muy buena, pero ya conocía casi todas las piezas. Lo peor es que han traído pocas obras desde otras colecciones egipcias del mundo, por lo que parece que lo único que han hecho es cambiarlas de un lugar del museo a otro. La audio guía es pesadísima, con unas explicaciones tan extensas que si llegamos a escuchar todas, todavía nos encontraríamos allí sin remedio. No obstante, el busto de Nefertiti (el nombre se traduce como “la bella ha llegado”) es magnífico, en mi opinión la mejor de todas las obras maestras de la Egiptología. El busto fue descubierto el 6 de diciembre de 1912, en unas excavaciones realizadas por la Orient-Gesellchaft y encabezadas por el egiptólogo alemán, Ludwig Borchardt, en el estudio del escultor real Tutmés, en lo que hoy es Tell el-Amarna. Un documento encontrado recientemente indica que un arqueólogo alemán que lo encontró, Ludwig Borchardt, se valió de artimañas para pasarlo de contrabando a su país, al incluirlo en la lista de sus hallazgos en Egipto, pero describiéndolo como pedazo de yeso sin valor. Para que las autoridades egipcias no llegaran a verlo,  lo ocultó en una caja. En aquella época, Alemania y Egipto habían acordado que dividirían los hallazgos a partes igual previa inspección y selección de los funcionarios egipcios. Pero, según el texto del escrito, el busto de Nefertiti,  la esposa del faraón Akenatón, era tan exquisito que Borchardt decidió “guardarlo para Alemania". El busto fue envuelto de forma ajustada y se le mantuvo oculto en una caja, en un compartimiento con poca luz. Borchardt entregó una fotografía del hallazgo que  deliberadamente era poco atractiva e informó que el busto era de yeso, un material de muy escaso valor, cuando en realidad el rostro de la reina estaba pintado en piedra caliza. Tanto impactó al propio Borchardt la belleza del busto de Nafertiti que escribió en su diario de excavaciones: “Describirlo no sirve de nada, hay que verlo”. Pero, ¿y si no es auténtico? Según explica el historiador de arte alejandrino, Henri Stierlin en su libro “Le buste de Nefertiti: une imposture de l’ egyptologie?”, este retrato podría ser una falsificación creada en 1912. Su sorprendente buen estado de conservación, la frescura de sus pigmentos y la desconcertante modernidad de la representación apuntalan esa idea, aunque según Stierlin, Borchardt no albergó malicia al fabricarla. El arqueólogo pudo haber creado ese busto para probar sobre él algunas muestras de pintura que encontró durante sus excavaciones (pigmentos de 3000 años, tal y como han datado las pruebas radiológicas), pero cometió el error de dejárselo ver al príncipe prusiano Johann Georg, que se prendó de la belleza de esa dama y no cejó hasta llevársela a Alemania. ¿Cómo iba él a desdecir a un príncipe? Tras esa concesión, todo se complicó. La legión de admiradores pronto fue tal que resultó poco conveniente aclarar las cosas. He encontrado un poema dedicado a Nefertiti escrito por la poetisa colombiana Dora Castellanos:

           ¿De qué terrena claridad dorada,
           de qué barros del cielo, de qué arcillas
           surgió la morbidez de tus mejillas,
           la ciega plenitud de tu mirada?
                           ¿De cuál sarcófago, de cuál morada,
                           de qué profundidades amarillas,
                           de qué lejano mundo sin orillas,
                           la luz de tu cabeza coronada?
                   ¿Qué aurora boreal sobre tu frente,
                   sobre la placidez del rostro vivo
                   dejó su rosicler eternamente?
   En la penumbra fértil de mi mesa,
   cuando entre el hueco de la noche escribo,
   llenas mi soledad con tu belleza.




Terminada la visita, y después de realizar los consiguientes gastos en el “invertidero” del museo habíamos acumulado un apetito digno de una buena mesa. Así que en unas galerías cercanas al hotel cayeron unas salchichas cocidas, con una salsa de mostaza que estaban muy próximas a la divinidad, ¡¡¡con qué poco nos conformamos!!! No obstante el local tenía un problema, no disponía de servicios. Por ello, cuando los reclamamos, nos enviaron a otro local que se encontraba a unos 50 metros. Todo ufano salí sin abrigo y, en plena nevada, tuve que recorrer el espacio de ida y vuelta a pecho, como si fuera un valiente.


   
Tras un ratico de descanso en el hotel, no se nos ocurrió otra cosa que buscar el café Starbucks porque tenía wifi libre. Nos habían comentado que estaba enfrente del Park Inn, pero nos fue imposible encontrarlo. Más tarde nos informaron que estaba debajo del pirulí con forma de Suptnik que es la Torre de Televisión de Berlín. Tantas vueltas y revueltas, tantas idas y venidas, pero el Starbucks seguía sin aparecer. Hasta entramos dentro de la torre para preguntar. Y por fin, cerca de una de hora más tarde, apareció muy bien protegido por unas obras que lo ocultaban de la vista humana. Por cierto, no había sitio para sentarse dentro, así que la consulta del correo electrónico casi nos cuesta un pasmo, ya que nos tuvimos que aposentar en unas sillas altas que había fuera, casi a bajo cero. La torre de televisión (Fernsehturm) fue levantada en 1969 desafiando, entonces, a la RFA desde sus 365 metros de altura. A 203 metros tiene un restaurante giratorio, muy caro, con vistas panorámicas excepcionales.


Y como todavía estábamos muy animados, nos decidimos a acercarnos a Postdamer Platz, el mejor lugar para sentir la vibrante energía del nuevo Berlín. Aunque en 1945 quedó totalmente destruida, en 1992, después de la reunificación de Alemania, comenzó un nuevo desarrollo que la ha convertido en una joya de la arquitectura moderna. Allí mismo, en un local muy elegante llamado Lutter & Wegner, nos tomamos un vino blanco de uva riesling (para muchos la mejor del mundo para crear vinos blancos, pese a su poco éxito comercial). Y por fin, antes de tomar el autobús de regreso, encontramos unos trozos del muro junto a los que, un poco aldeanamente, nos hicimos unas fotos.




La construcción del Muro de Berlín y, especialmente su caída, han formado parte de los momentos más importantes de la historia del siglo XX y dividió Berlín en dos partes durante 28 años, separando a familias y amigos. Al finalizar la II Guerra Mundial, tras la división de Alemania, Berlín también quedó dividida en cuatro sectores de ocupación: soviético, estadounidense, francés e inglés. Las malas relaciones entre los comunistas y los aliados fueron creciendo hasta llegar al punto en que surgieron dos monedas, dos
ideales políticos y, finalmente, dos “alemanias”. En 1949, los tres sectores occidentales (estadounidense, francés y británico) pasaron a llamarse República Federal Alemana (RFA) y el sector oriental (soviético) se convirtió en la República Democrática Alemana (RDA). La maltrecha economía soviética y la floreciente Berlín occidental hicieron que hasta el año 1961 casi 3 millones de personas dejaran atrás la Alemania Oriental para adentrarse en el capitalismo. Por ello, la RDA comenzó a darse cuenta de la pérdida de población que sufría, especialmente de perfil alto, y la noche del 12 de agosto de 1961 decidió levantar un muro colocando una alambrada de 155 kilómetros que separaba las dos partes de Berlín. Los medios de transporte se vieron interrumpidos y no era posible pasar de una parte a otra. Los días siguientes, comenzó la construcción de un muro de ladrillo y las personas cuyas casas estaban en la línea de construcción fueron desalojadas. Con el paso de los años, hubo muchos intentos de escape, algunos con éxito, de forma que el muro fue ampliándose hasta límites insospechados para por convertirse en una pared de hormigón de unos 4 metros de altura, con un interior formado por cables de acero para aumentar su resistencia. En la parte superior colocaron una superficie semiesférica para que nadie pudiera agarrarse a ella. Acompañando al muro, se creó la llamada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día. Tratar de escapar era similar a jugar a la ruleta rusa con el depósito cargado de balas. Aun así, fueron muchos los que lo intentaron. Entre 1961 y 1989 más de 5000 personas trataron de cruzar el muro y unas 3000 fueron detenidas. Alrededor de 100 personas murieron en el intento, la última el 5 de febrero de 1989. La caída del muro vino motivada por la apertura de fronteras entre Austria y Hungría en mayo de 1989, ya que cada vez más alemanes viajaban a Hungría para pedir asilo en las distintas embajadas de la República Federal Alemana. Este hecho, motivó enormes manifestaciones en Alexanderplatz, donde está situado nuestro el hotel Park Inn en el que nos alojamos, que llevaron a que el 9 de noviembre de 1989 el gobierno de la RDA afirmara que el paso hacia el oeste estaba permitido. Ese mismo día, miles de personas se agolparon en los puntos de control para poder cruzar al otro lado y nadie pudo detenerlos, de forma que se produjo un éxodo masivo. Al día siguiente, se abrieron las primeras brechas en el muro y comenzó la cuenta atrás para el final de sus días. Una vez liberados, familias y amigos pudieron volver a verse después de 28 años de separación forzosa.



 

Una vez cerca del hotel, cenamos en el mismo sitio que el día anterior: Brauhaus Mitte. Por probar algo nuevo pido lo que en la carta describe como tiras de hígado con huevo frito, pero lo que me sirven es un huevo frito demasiado hecho (no se puede untar) colocado sobre un grueso filete de jamón de york que, por cierto, estaba muy bueno.



Sábado, 30 de marzo. MITTE, EL CORAZÓN DE BERLÍN

Era el día dedicado a la gran andarina, con el agravante de que no hicimos los entrenamientos para la Javierada y no estamos demasiado preparados para la caminata. Por ello, antes de todo cogemos fuerzas con un desayuno en una de las cafeterías del hotel. Grave error: nos sirven muy lentos, con no mucha calidad y a precio de angulas. Con la tripa llena el cuerpo responde mejor, así que tomamos el autobús para acercarnos a la Puerta de Brandeburgo (Branderburger Tor) para comenzar el treking. Nuestro deambular discurre por los principales lugares de interés del centro de Berlín: Puerta de Brandenburgo, Reichstag, Memorial del Holocausto, Gendarmenmarkt platz, y Check Point Charlie.


La Puerta de Brandenburgo fue edificada entre 1788 y 1791 por el arquitecto Langhans, siguiendo el modelo de los propileos de la Acrópolis ateniense. Coronando la estructura se aprecia una cuadriga creada en 1794 por Schadow.




El Reichstag, uno de los edificios más emblemáticos de Berlín, fue construido entre 1884 y 1894 por Paul Wallot como orgullosa manifestación del reich. Fue destruido por un incendio provocado en 1933. Las acusaciones vertidas sobre los comunistas aceleraron las persecuciones iniciadas por los nazis. Al entrar los rusos en Berlín al final de la II Guerra Mundial. Entre 1994 y 1999 Norman Foster añadió una cúpula elíptica transparente.



La construcción del monumento en memoria de los judíos asesinados por los nazis (Holocaust-Denkmal) finalizó en 2005. Diseñado por el arquitecto Peter Eisenmann, ocupa una superficie de unos 19000 metros cuadrados, en la que 2711 bloques de cemento con forma de estela simbolizan los millones de muertes e invitan a la reflexión sobre el genocidio ordenado por Hitler.



Frente al monumento encontramos unos porches repletos de pequeños bares, lo que “nos obliga” a tomarnos un pequeño descanso. En el primer local que entramos la cafetera estaba estropeada y en el segundo no disponían de WC. Los urinarios estaban relativamente lejos, a la vuelta de la esquina, y encima eran de pago. ¡¡¡Claro que la economía alemana va bien, cobran hasta por mear!!!


Desde allí nos acercamos a Gendarmenmarkt, probablemente la plaza más elegante de Berlín. En el centro está presidida por la sala de conciertos, Konzerthaus, un edificio neoclásico de Schinkel. Los laterales son ocupados por dos iglesias que parecen gemelas por sus cúpulas: a la derecha Französischer Dom (catedral francesa), edificada por los calvinistas franceses en 1705; a la izquierda, al sur, Deutscher Dom (catedral alemana), levantada tres años más tarde. La iglesia alemana no disponía de cúpula, y le fue añadida en 1785 prácticamente idéntica a la del edificio de los hugonotes.




La última parada de la excursión matutina nos llevó a ese guirigay que es el Checkpoint Charlie, que fue el más famoso de los pasos fronterizos del Muro de Berlín entre 1945 y 1990. Era el paso número 3 según la numeración militar utilizada (alfa, bravo, charlie, delta, echo…) y se encontraba en la calle Friedrichstraße abriendo el paso a la zona de control estadounidense con la soviética, donde actualmente se unen los barrios de Mitte y Kreuzberg. Sólo se permitía usarlo a empleados militares y de embajadas de los aliados, extranjeros, trabajadores de la delegación permanente de la RFA y funcionarios de la RDA. El punto de control fue demolido el 22 de junio de 1990, de modo que salvo el Museo del Muro del Checkpoint Charlie no quedó nada que lo recordase, hasta el 13 de agosto de 2000, cuando se inauguró una reconstrucción de la primera caseta de control, idéntica salvo en los sacos de arena, que ahora están rellenos de cemento. Como consecuencia del intento por parte de la jefatura del SED de restringir los derechos que cómo aliados tenían en Berlín los poderes occidentales, en octubre de 1961 tanques soviéticos y norteamericanos se posicionaron enfrentados. El 22 de octubre tuvo lugar un suceso que estuvo a punto de convertirse en un enfrentamiento militar entre EEUU y la Unión Soviética. La policía de la RDA pidió al enviado de los EEUU, Allan Lightner, que enseñara su documento de identidad para entrar en Berlín Oriental, a lo que se negó, dado que según el Acuerdo de la Cuatro Potencias (Francia, Reino Unido, EEUU y la Unión Soviética) solo tenía derecho a exigirlo el ejército soviético. Esto motivó que el mando militar estadounidense colocara 30 tanques en el sector americano del Checkpoint Charlie, la respuesta no se hizo esperan y los soviéticos hicieron lo propio paseando sus tanques por el sector soviético y la situación se puso amenazadora. Tras tensos intercambios de llamadas telefónicas entre Moscú y Washington, el 27 de octubre se retiraban los tanques soviéticos y poco más tarde los norteamericanos.


     
Como consecuencia de la terrible caminata que nos habíamos pegado, urgía reponer fuerzas. Así que, al lado mismo del Checkpoint Charlie nos dimos un banquete impresionante, consistente en un bocadillo de salchichas. En mi programación para este día se incluía acercarnos al puente Oberbuambrüke, del que nos encontrábamos a unas pocas estaciones de metro. Muy cerca, también, se encuentra la East Side Gallery del Muro, con más 1300 metros de grafitis que incluyen el que representa el famoso beso entre los antiguos presidentes de la URSS y de la DDR, Breshnew y Honecker. Sin embargo, parece que el cansancio había hecho mella, y tomamos la decisión de no ir. En su lugar Wilma fue a visitar los alrededores, mientras Julio y
yo acompañábamos a Iñaki en una excursión en taxi perfectamente preparada para encontrar dos tiendas de equipaciones de tenis de mesa. Fue un auténtico"éxito": la primera dirección resultó ser un polideportivo en el que no había rastro alguno de comercio, mientras que la segunda era un taller para arreglar material deportivo que estaba cerrado desde la 1 del mediodía cuando eran cerca de las 5 de la tarde. La gracieta le costó 22 €uros de taxi.


     
Después de relajarnos un rato en el hotel, salimos para cenar en un restaurante italiano llamado Don Angelo, en el que nos atendió un argentino muy amable del que no conocemos su nombre. Para llevar la contraria, decidí que en un italiano había que pedir comida alemana, así que me zampé un codillo con chucrut de los buenos. EL eisbein (codillo de cerdo) es uno de los platos más populares de Alemania, especialmente en Berlín. Su receta apareció por primera vez en un libro de cocina en 1638. Para prepararlo, se cuecen los codillos en la olla a presión junto con una hoja de laurel y unos granos de pimienta hasta que la carne quede muy tierna y pueda desprenderse del hueso. Se acompaña con chucrut, col fermentada que se prepara troceándola en juliana y colocándola en un tarro grande de cristal cubierta con agua y añadiendo una cucharada de sal, 7 bayas de enebro y un chorrito de vinagre. Se tapa y se conserva en un lugar oscuro a una temperatura entre 18 y 24 grados durante una semana.



Domingo, 31 de marzo. NAVEGACIÓN POR EL SPREE, O ¿HACIA EL POLO?

Salimos pronto del hotel, y me pongo a trabajar enseguida. Fotografío un semáforos, ya que en Berlín son especiales. Los hombrecillos que señalan si se puede o no pasar son muy graciosos. El muñeco de los semáforos de Berlín, el Ampelmann, uno de los iconos más famosos de la ciudad, comenzó a realizar su función en la parte oriental el 13 de octubre de 1961. La idea era simple, mostrar una figurilla cuyo lenguaje gestual fuera comprensible por todo el mundo. Fue creado por el psicólogo Karl Peglau como parte de una propuesta para modificar los diseños de todos los semáforos. Peglau era crítico con el hecho de que los colores habituales de los mismos (rojo, amarillo y verde) no eran de utilidad para aquellos ciudadanos incapaces de diferenciar los colores (alrededor de un 10 por ciento de la población total) y que las luces en sí mismas eran demasiado pequeñas y débiles para competir con los anuncios luminosos y la propia luz del sol. Peglau pensó en usar la silueta de un hombrecito cuyo lenguaje gestual fuera comprensible por todo el mundo. Decidió también eliminar la luz ámbar, debido a que el tráfico de peatones no discurre generalmente de forma tan apresurada como el de vehículos. La secretaria de Peglau, Anneliese Wegner, dibujó el Ampelmännchen siguiendo las indicaciones de su jefe. En el primer boceto tenía dedos, pero esta característica se desechó por motivos técnicos relacionados con la iluminación. Para sorpresa de Peglau, el sombrero del hombrecillo, "jovial y alegre" pero susceptible de ser considerado un símbolo de la pequeña burguesía, contó con el beneplácito final de las autoridades. Los prototipos del Ampelmännchen fueron construidos por la empresa estatal VEB-Leuchtenbau Berlin. Cuatro décadas más tarde Daniel Meuren, del
diario germano-occidental Der Spiegel, describía el Ampelmännchen como un elemento que unía "belleza con eficiencia, encanto con utilidad y sociabilidad con el cumplimiento del deber". El primer Ampelmännchen fue instalado oficialmente en Berlín el 13 de octubre de 1961, en una época en la cual el interés de público y medios se centraba más en la propia existencia de semáforos nuevos que en su diseño. Los primeros Ampelmännchen eran calcomanías baratas. Desde 1973, los semáforos con Ampelmann comenzaron a fabricarse en la VEB Signaltechnik Wildenfels y en pequeñas manufacturas privadas. El Ampelmann realizó su cometido a la perfección durante más de 27 años, pero en 1990, con la reunificación de Alemania y la idea de la estandarización, le llegó la “prejubilación”. Muchas fueron las voces que se alzaron ante la supresión de tal seña identificativa de Berlín. El diseñador Markus Heckhausen, que se había trasladado a la RFA a principios de los 90, convirtió esta señal en un objeto de culto. Comenzó a usar antiguos semáforos para fabricar una serie de lámparas que fueron un éxito. Con los años y ante las protestas de los berlineses, los Ampelmännchen regresaron a los pasos de peatones, incluyendo desde 2005 todos los distritos del antiguo Berlín Occidental.



Después de tan dura actividad, no quedaba otra que resarcirnos con un “frugal” desayuno. Como la noche anterior nos había gustado el Don Angelo, decidimos repetir. ¡¡¡Tremendo, pantagruélico!!! Para empezar, macedonia de frutas sobre helado de fresa. Y después, un platazo a rebosar con un huevo duro, salmón ahumado, jamón serrano, de york y de pavo, salami, dos tipos de queso, y tres panecillos diferentes. Todo ello acompañado de un zumo de naranja y una buena cantidad de fruta: pomelo, naranja, fresas, piña y melón. Por cierto, la mesa estaba adornada con unos huevos coloreados que nos invitaron a llevarnos de recuerdo. Sin embargo, por la tarde ya se habían resquebrajado y se quedaron en la papelera de la habitación del hotel.


Con el estómago lleno, la reserva de grasas estaba a tope y nos permitía acceder a nuestra nueva ocupación sin riesgos de enfermedad. En la trasera de la catedral (Berliner Dom) tomamos un barco para navegar en el río Spree por la zona central de Berlín. Un alemán extremamente asqueroso nos indicó que el trayecto duraba una hora, que no hacía falta preguntar: “sin pone una hora, es una hora”. Como reinaba la rasca, de principio nos quedamos en cabina. Pronto nos dimos cuenta que era un lugar horrible para tomar fotografías, así que todo valientes salimos a cubierta en la proa del barco. El viento cortaba, pero logramos aguantar toda la singladura. La ciudad de Berlín tiene más de 1700 puentes, una cantidad superior a Venecia, y recorrer la ciudad por el agua permite descubrir unas vistas poco habituales de la capital. La empresa navieras incluía durante todo el recorrido explicaciones detalladas y aderezadas con las historias de la tripulación en perfecto alemán, por lo que la única que se enteraba de algo era Wilma. De todas formas, el comentarista no era precisamente la alegría de la huerta, sino el tío más soso del mundo (creo que no le gustaba nada su trabajo). Además, supuestamente, para los visitantes extranjeros hay grabaciones o audio guías en varios idiomas, pero no tuvimos la suerte de que nos la ofrecieran ni castellano ni en otro idioma más entendible que el germano. El crucero se inicia recorriendo las orillas del barrio medieval de San Nicolás, para luego pasar junto a la catedral protestante, el Dom, y la isla de los museos, la Galería Nacional Antigua, Pérgamo y Bode. En su trayecto, el barco va pasando bajo diversos puentes hasta llegar a las espaldas del Bundestag y cruzar bajo la pasarela que une los dos edificios de la muy moderna nueva sede
parlamentaria. Finalmente, el crucero bordea las orillas del gran parque Tiergarten, donde se aprecia la Casa de las Culturas del Mundo.





Tras la dura travesía urgía reponernos. Nada más desembarcar realizamos la detención  correspondiente para sentarnos y tomar algo en Hackescher Mark, una plaza triangular muy alegre repleta de bares muy agradables, aunque afeada en uno de sus lados por la presencia de una estación de tren. Tuvimos la ocasión de meternos con Iñaki, ya que nuestras cervezas eran gigantescas y su Coca-Cola minúscula.




El resto de la mañana en el itinerario berlinés iba a poner a prueba nuestra paciencia. Nos atraía sobremanera una cúpula dorada que veíamos desde varios lugares de la ciudad, y que no era otro edificio que la Sinagoga Nueva (Neue Synagoge). Fue construida por Eduard Knoblauch entre 1859 y 1866 y estaba diseñada para albergar hasta 3000 fieles. Su innovadora utilización del hierro en la estructura del tejado y de las galerías la colocó en la vanguardia de la ingeniería civil del siglo XIX. En 1938 fue parcialmente destruida durante la Noche de los Cristales Rotos (Reichskristallnacht ), acabando demolida y vuelta a levantar entre 1988 y 1995. Durante la noche del 9 de noviembre de 1938 hubo un estallido de violencia contra los judíos en todo el Reich. Parecía imprevisto, provocado por la furia de los alemanes por el asesinato de un funcionario alemán en París en manos de un adolescente judío. Pero en realidad, el ministro de propaganda alemán Joseph Goebbels y otros nazis habían organizado cuidadosamente los pogromos (linchamientos multitudinarios, espontáneos o premeditados, de un grupo particular, étnico, religioso u otro, acompañado de la destrucción o el expolio de sus bienes, especialmente contra los judíos en el siglo XX). De todas formas, está claro que han aprendido y ahora atacarles se ha convertido en misión imposible: para acceder te cachean más que en un aeropuerto o en un ministerio. Y, por supuesto, no permiten tomar fotografías de nada. Además, se comportan como auténticos judíos: cobran por todo, menos por ir a “ese sitio”. Por ejemplo, es absolutamente obligatorio depositar la mochila en consigna pero cobran 1 euro, supongo que para no llevar ningún objeto que pueda dañar algo de la “valiosísima” colección de piezas que alberga. La realidad es que la exposición es bastante pobre y aburrida para quienes no entendemos demasiado su cultura. Así, el chisme que más me gustó fue un libro de la Torá en muy buen estado de conservación. También destacaba otra vitrina con dos lámparas apuntando hacia nada, ya que se encontraba vacía pero iluminada. Por lo menos para subir a la cúpula, desde donde se tienen buenas vistas de Berlín, disponen de un ascensor. Allí, en la habitación más alta, la vigilanta era bastante judía y muy torpe, ya que al estar muy pendiente de los tickets de entrada, me permitió tomar unas fotografías de esas ilegales que tanto me gustan.



Se estaba haciendo un poco tarde y con “gran suerte” encontramos un restaurante mejicano llamado “que pasa” nada más salir de la sinagoga. Creo que “qué pasa”, pero de muy malas formas era la frase favorita del camarero. Entre que no había nadie que supiera español y lo mal que nos atendieron, preferimos pasar apetito (hambre pasan los negritos de África). Nos tomamos unas cervezas, porque ya estaban pedidas, y nos acercamos a un turco que ya teníamos localizado junto a Hackescher Mark, donde nos hicimos con unos kebabs en pan de pita extraordinarios.

 
Después de un descanso en el hotel, en el que aproveché para ordenar la maleta, la tarde la pasamos deambulando entre el Don Angelo para tomar unas cervezas, entre un restaurante español llamado “Las olas” en el que la mayor virtud era que la comida se parecía algo a la nuestra (tomamos unas raciones de pimientos del padrón, chistorra, calamares a la romana, chorizos a la sidra y gambas al ajillo), y otra vez en el Don Angelo para acabar la jornada con unos combinados (muy bueno el de piña con Cointreau).



Para las 21:30 nos encontrábamos en el hotel ya que a la mañana siguiente teníamos que levantarnos sobre las 5 y media para ir al aeropuerto.
   


Lunes, 1 de abril. COMIDA ESPAÑOLA EN ESPAÑA

Para las 5:30 de la madrugada ya sonó el despertador llamando a maitines, y poco después de las 6 estábamos cogiendo el autobús, por llamarlo de alguna manera, que nos llevaría al aeropuerto. La terminal de Air Berlín en Tegel es complicada de encontrar. Saliendo de la principal, por supuesto con temperaturas bajo cero, hay que hacer un descenso a los infiernos por un pasillo abierto y unas escaleras empinadísimas. Al final se llega, si se sobrevive, a un barracón de reciente construcción, pero que no deja de ser un barracón, en el que la espera para embarcar no tiene demasiadas animaciones: una mala barra para desayunar y un par de tiendas donde no dan muchas ganas de gastar. Tal es la impresión, que parecía que más que embarcar en un Boeing 737 lo haríamos en un histórico DC-3.

 
El vuelo de regreso fue muy tranquilo, aterrizó con media hora de adelanto, y hasta nos dieron un bocadillo. Una vez recogidas las maletas y una buseta como es debido, no como los trastos de Berlín, nos llevó hasta el parking de bajo coste de la T4 de Barajas donde teníamos el coche “archivado”. En ruta paramos en Aranda de Duero, pudiendo degustar en el Hotel restaurante Montermoso el famoso “lechazo de Aranda”.
¡¡¡Menuda diferencia, esto es comida y no las salchichas alemanas que tan ricas nos parecían!!! Chorizos a la sidra, croquetas, morcilla de Burgos y el corderico. Nos pusimos a papuz. Y desde Aranda a Pamplona de un tirón: fin de viaje.