sábado, 13 de julio de 2019

París, del 10 al 21 de julio de 2019

PARÍS, DEL 10 AL 21 DE JULIO DE 2019


Muy de mañana despierta a París la canción de Notre Dame. Redoblan campanas por el Sena gris, suena el Son de Notre Dame. Sus campanas, que a veces son truenos y otras veces parecen cristal. Y siempre será el alma de la ciudad su canción. El Son de Notre Dame.





Probablemente la canción de Notre Dame ya no será el soniquete que despierte a la Cuidad de la Luz. Sus campanas callaron en el incendio que sufrió la Catedral el pasado 15 de abril. Pero, como dijo Rick (Humphrey Bogart) en la película Casablanca "Siempre nos quedará París. No la teníamos, la habíamos perdido pero la recuperamos anoche". Y es que atraídos por una magnífica exposición con Tutankhamón como protagonista, ayer tarde llegamos a nuestro apartamento en la Rue de Pelleport con una plaza de parking en la Avenue du Gambetta para disfrutar semana y media en la capital francesa.

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El general y vizconde Pierre de Pelleport (1773-1855) da nombre a la calle en la que se ubica nuestro apartamento. Nacido el 26 de octubre de 1773 en un pueblo de montaña del Alto Garona llamado Montréjeau, que en la actualidad ronda los 3000 habitantes. Con 20 años, durante el levantamiento masivo en su departamento, el 24 de junio de 1793 se alistó y fue destinado al 8º batallón de voluntarios de la Haute-Garonne. Ascendido a subteniente 6 meses y 1 días después, fue traslado al Ejército de Italia para pelear en los conflictos del norte italiano entre el ejército revolucionario francés y una coalición de Austria, Rusia, el reino de Cerdeña y otros Estados Italianos. El 20 de marzo de 1799 es ascendido a Mayor Ayudante para ser destinado a San Juan de Acre, en Tierra Santa, donde el Ejército Francés de Oriente, al mando de Napoleón Bonaparte, fracasó en el intento de tomar la fortaleza de la ciudad defendida por los otomanos dirigidos por Djezzar el Carnicero y ayudados por los ingleses. Tras el fiasco, que hizo perder a Francia más de 2000 soldados, el 20 de mayo Napoleón levantó el asedio para dirigirse a Egipto. 


De regreso en Francia, ya distinguido con la Legión de Honor, lucha con el ejército napoleónico en las campañas de Austria (1805), Prusia (1806) y Polonia (1807). Su heroica participación en las batallas de Jena y Eylau, donde recibió varias heridas, le llevó a ser digno de llevar charreras, la divisa militar en forma de hombreras con flecos. Tras ser nombrado coronel el 30 de mayo de 1809, acabadas las batallas de Essling, Wagram y Znaïm, se le otorga la Cruz de Oficial de la legión de Honor y el título de Barón del Imperio (4 de enero de 1810). En 1912 lucha en Rusia bajo el mando de Michel Ney "el rubicundo" o también "el valiente entre los valientes", campaña en la que asciende a General de Brigada. Un año más tarde es herido en la Batalla de Leipzig, ingresando en la orden honoraria de la Corona de Hierro. Nuevamente resulta malherido el 30 de marzo de 1814 defendiendo París en Buttes-Chaumont.


Luis XVIII le nombró General, Caballero de San Luis y Comandante de Brigada en la guarnición de la capital francesa. Tras el regreso de Napoleón del exilio de la isla de Elba, y durante el periodo llamado los Cien Días o Campaña de Waterloo, pasa al ejército del Sur a las órdenes del General Gilly. Reunido con los Borbones durante la Segunda Restauración, fue miembro del Consejo Supremo de la Guerra en 1818. Pelleport fue asignado en 1823 a la expedición española, en la que se distinguió en el ataque a Campillo de Arenas, Jaén, el 25 de julio de 1823, siendo elevado al rango de teniente general el 8 de agosto siguiente. El duque de Angulema le nombró vizconde, otorgándole la Cruz de Gran Oficial de la Legión de Honor y la Orden de San Fernando de 4ª clase.


Retirado de sus labores militares en primera línea de batalla, en 1842 el rey francés le nombra alcalde Burdeos, pero no acepta el cargo por razones de edad, aunque participa como Consejero General de la Gironde, consejero de Burdeos y presidente de las comisiones hospitalarias. El 30 de mayo de 1848 se retira con el cargo de General de División, pasando a la reserva. Falleció el 15 de diciembre de 1855 en Burdeos, en cuyo cementerio está enterrado.

La calle que ahora se llama de Pelleport, y que discurría paralela a las paredes del Parque Ménilmontat, ya aparece en el mapa de París de Roussel de 1730. Entonces formaba parte de la calle de Belleville y se ubicaba entre las calles de Bagnolet y Surmelin y la calle de Charonne. Situada cerca de una carretera militar y del Muro de Thiers, la más interna de las murallas de París, recibió su nombre actual por un decerto del 10 de agosto de 1868.


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Léon Michel Gambetta (1838 - 1882) fue un político republicano francés que desempeñó un papel central en los inicios de la Tercera República Francesa, instaurada en el país galo desde 1870 hasta el final de la II Guerra Mundial en 1940. Gambetta era hijo de emigrantes italianos, pero decidió adoptar la nacionalidad francesa. Cuando contaba con 10 años de edad perdió el ojo derecho en un accidente en la tienda de un cuchillero vecino, lo que llevó a sus padres a ingresarlo en un seminario para que siguiera la carrera eclesiástica. Desde aquel percance, siempre fue representado de perfil y desde el lado izquierdo.


Anticlerical declarado, el sacerdocio no era su vocación. Licenciado en derecho, por lo que ejerció como abogado y periodista hasta iniciar su carrera política en 1868. Republicano hasta la médula, se opuso con todas sus fuerzas a Napoleón III. Tras la derrota napoleónica en la Batalla de Sedán del 1 y 2 de septiembre de 1870, jugó un destacado papel en la proclamación de la III República. Nombrado Ministro de Defensa Nacional, escapó de un París rodeado por las tropas prusianas volando en globo para unirse al gobierno provisional en Tours y después en Burdeos. 



El 29 de enero de 1871 Francia firmó un armisticio con Bismarck, pero Léon Gambetta no aceptó las condiciones de la paz y llamó a reemprender la lucha en el resto del país. El 1 de febrero fue relevado de su puesto de ministro de la Guerra pero conservó el de Interior. Fijó las elecciones generales para el 6 de febrero de 1871, prohibiendo que se presentaran antiguos cargos del Imperio. Tras ser elegido diputado y fundar el periódico La République Française, fue Presidente de la Asamblea Nacional entre 1789 y 1881, un año antes de su muerte.


Agotado en su lucha por defender los ideales republicanos, Gambetta se retiró a su "Casa de los Jardines" en Sèvres Ville d'Avray, localidad relativamente cercana a Versalles. Allí, el 27 de noviembre de 1882 un arma lesionó su mano. La impericia de su médico hizo que la herida se infectara, produciendo una septicemia aguda que se llevó su vida la Nochevieja de 1882. Tenía 44 años y pronto se hicieron muy populares los rumores sobre su extraña muerte: ¿estaba reparando o limpiando su pistola? ¿le disparó su amante Léonine atacada por los celos? ¿Se encontraba practicando con su revólver después de ser ridiculizado en un duelo?


Tan importante fue el político Gambetta para los franceses, que en 1884 se realizó una suscripción popular para levantar un monumento en su honor. Ubicado en los jardines de las Tullerías, frente al arco de Corrousel, en el patio de Napoleón del Palacio del Louvre, fue inaugurado el 13 de julio de 1888. Era un obelisco truncado de 27 metros de altura con una base decorada con un conjunto de figuras alegóricas. En el lado frontal, a media altura Léon Gambetta  señala el cielo con su índice. El monolito estaba culminado por una personificación de bronce de la Democracia sentada sobre un león. El monumento resultó desnaturalizado, perdiendo gran parte de sus elementos, y posteriormente desmontado. En 1982, en el centenario de la muerte de Gambetta, se colocó la escultura central, obra de Jean-Paul Aubé, en la plaza Edouard Vaillant.


En el centenario de su muerte, en 1982, el estado francés acuñó una moneda dedicada a Léon Gambetta. Con una tirada conocida de 3044511 ejemplares y un valor de 10 francos, en el anverso aperece el busto de tres cuartos de Gambetta mirando hacia la izquierda, vestido elegantemente y con pajarita. A un lado se grabó el monograma FR, República Francesa", y se lee "LÉON GAMBETTA 1838-1882". En el reverso destacan un ramo de banderas y la representación del globo en el que huyó de París el 7 de octubre de 1870. El dorso se completa con el texto "LIBERTAD IGUALDAD FRATERNIDAD" en tres líneas superpuestas, además de "REPÚBLICA 1982 FRANCESA". La moneda pesa 10 gramos, tiene un diámetro de 26 milímetros y está fabricada en una aleación de níquel y latón.


El parking del apartamento que hemos alquilado está en la Avenue du Gambetta 139, en el distrito XX de París. La avenida se abrió en 1862 uniendo la Plaza del mismo nombre y el bulevar Mortier, pero se denominaba Calle de los Dhuys (por unos embalses cercanos). En 1876, bajo el rótulo de Calle Sorbier, se añadió un nuevo tramo que iba desde la Calle del Bidasoa hasta la propia Plaza de Gambetta. Este trecho de la calle se fundió en 1879 con la Avenida de la República, y un año más tarde se agregó un tercer ramal ubicado entre las plazas de Auguste-Métivier y Martin-Nadaud. El nombre definitivo de Avenue du Gambetta fue impuesto en 1893.


10 de julio de 2019
Pamplona - Chartres - París

Partimos para las 7 de la madrugada evitando coincidir con el encierro. Nada más pasar Irurzun, y bien que queríamos esquivarlos, nos encontramos en plena autopista a un tipejo para el que los dos carriles y el arcén se la hacían estrechos. Seguro que se dirigía de Pamplona a su localidad, pero iba tan perjudicado que resultaba muy peligroso. Ya le adelantamos y, sabe Dios como habría acabado.

Unas cuantas paradas técnicas para beber, desbeber, comer… y ya que nos sobraba mucho tiempo (o eso pensábamos) nos desviamos a Chartres para ver su famosa catedral. La catedral de la Asunción de Nuestra Señora marcó un hito en el desarrollo del gótico e inició una fase de plenitud en el dominio de la técnica y el estilo gótico, estableciendo un equilibrio entre ambos. Es sumamente influyente en muchas construcciones posteriores que se basaron en su estilo y sus numerosas innovaciones, como las catedrales de Reims y Amiens a las que sirvió de modelo directo. Fue consagrada el 24 de octubre de 1260 en presencia del rey Luis IX el Santo. El edificio es de planta cruciforme con el cuerpo principal de 28 metros, organizado en tres naves. La cabecera, situada al este tiene un deambulatorio radial con cinco capillas semicirculares. La bóveda central tiene 36 m de altura, la más alta hasta la fecha cuando fue construida. Esta es cuatripartita y está soportada por arbotantes en el exterior. La organización en tres naves es sumamente original para la época, con la central mucho más alta que las laterales. El edificio alberga uno de los mejores conjuntos de vidrieras medievales que se conservan.



Uno de los elementos más famosos de la catedral es el laberinto trazado sobre el pavimento que data de 1205. Es un alicatado circular de 13 metros de diámetro situado en el eje de la nave central en el que baldosas blancas y negras forman un estrecho sendero con múltiples circunvoluciones que conducen al centro. El sendero del laberinto representaba una peregrinación simbólica que el peregrino debía recorrer a pie o de rodillas hasta la roseta central. Las medidas y trazado de este tipo de laberintos tiene un profundo y complejo simbolismo numerológico y filosófico que tiene su origen al parecer en conocimientos esotéricos con origen en Oriente. El laberinto tiene once círculos concéntricos y tiene la particularidad de tener casi el mismo diámetro que el rosetón oeste y de distar del umbral de la entrada casi la misma longitud que la altura de éste, por lo que si la fachada se extendiera sobre el suelo interior, el rosetón coincidiría con el laberinto, formando un símbolo parecido a una vésica o mandorla dos círculos del mismo radio que se intersecan de manera que el centro de cada círculo está en la circunferencia del otro).


Habíamos quedado con el señor Hervé, nuestro arrendador, a las 19:30 horas, pero fue imposible. De Chartres a nuestro apartamento hay 94 kilómetros, que nos costaron 2 horas y media. A falta de 15 kilómetros estuvimos más de 30 minutos parados en un monumental atasco para cambiar de una ruta a otra del “periferique”. Además, en estos momentos tan agobiantes, los gabachos ejercen de gabachos y tratan de apurar hasta el último momento para colarse en la salida. Y si no te apartas o te echan o chocas. Se creen que están bendecidos por la mano de Dios: los últimos serán los primeros.


Así que al apartamento no llegamos hasta pasadas las 20:00 horas. Suponemos que el “casero” Herve ya tendrá experiencia, ya que si no se tuvo que armar de paciencia. Tras las pertinentes explicaciones, largas pero extensas, nos deja libres y tras instalarnos nos vamos a cenar unas hamburguesas muy caras y muy pijas, con aguacate, a un bar cercano con nombre español: La Confidente. Después, pronto a la piltra, estamos muy cansados.

 



11 de julio de 2019
París

Hemos comenzado la jornada bajando al supermercado Monoprix de al lado de casa para hacer una compra grande para las cenas y desayunos. Ya estamos preparados para reponer fuerzas las noches y los amaneceres.

Nuestra primera tarea seria ha sido acercarnos al cementerio de Père-Lachaise. Tanato turismo en callejas sombrías y tortuosas, mausoleos de lo más extravagantes y templos griegos y egipcios junto a otras tumbas muy modestas. Allí descansan Molière, Balzac, Chopin, Proust, Jim Morrison y la cantante Édif Piaf. No hemos encontrado ninguno de esos cenotafios. Pero buscábamos el enterramiento de Champollion “el joven” y no ha sido complicado dar con ella, aunque sí una tremenda decepción: es un obelisco sencillo, escondido y mal cuidado.

 

Tras una parada cervecera junto a la puerta principal del recinto en la avenida Daumesnil, nuevamente nos ponemos en camino (de caminar). Nos acercamos a la Ópera Bastille en la plaza del mismo nombre en la que la columna de Juillet rinde homenaje a las víctimas de las Trois Glorieuses, del 27 al 29 de julio de 1830. La “toma de la Bastilla” la convirtió en un símbolo de la Revolución Francesa. En el lugar que ocupaba la cárcel, el 13 de julio de 1989 se inauguró el edificio de la ópera obra del arquitecto Carlos Ott.


Cerca, en el Port de l’Arsenal, buscábamos una terraza para descansar un rato. Ya no existen. En el puerto que permitió abastecer de madera a los artesanos del Faubourg Saint-Antoine ahora amarran cerca 1000 barcos, pero los bares que había hace unos 6 o 7 años ya no están. Así que al otro lado de la calle nos hemos sentado en el restaurante Chez Papa donde he podido saborear un plato llamado “trilogía del pato”: confit, magret y foie. ¡Qué rico!


Por fin estrenamos el agobiante metro parisino para cambiar de la Ópera Bastille a la Ópera Garnier y tratar de invertir unos cuantos euros en las Galerías Lafayette. Imposible, todo carísimo. Además, hemos accedido a la terraza, en la que teníamos todo el interés de fotografiar el monumento al aviador Védrines. Hace 100 años, el 19 de enero de 1919 aterrizó con éxito con un Caudron G-310 en la azotea del centro comercial ganando un premio de 25000 francos que había sido ofrecido antes de la I Guerra Mundial. Después de su muerte, se colocó allí una lápida que conmemora la consecución de este logro. Fracaso total, más de 2/3 del espacio de la terraza de las Lafayette está en obras y han retirado el monolito. O eso parece, hemos solicitado información al segurata que vigilaba la azotea y, como buen segurata, no tenía ni idea de lo que le estábamos preguntando.



Como todavía no era demasiado tarde, hemos reemprendido la marcha bajando por la Avenida de la Ópera, donde los precios son prohibitivos. Pero somos tan inconscientes que nos hemos sentado a tomar una cerveza en el café restaurante Brasilia. No hay que hacerlo. Atiende un franchute muy amable y preguntón sobre nuestra procedencia, pero 8’90 euros cada pinta. Además, estando toda la terraza vacía, nos ha arrinconado de mala manera en una esquina, junto a la crsitalera.


Tras el atraco, otra caminata pasando por los Anticuarios del Louvre, en bancarrota, hasta Chatelet. Desde aquí en el suburbano a casa.


12 de julio de 2019
París

Poco trabajo literario supone el día de hoy, ya que hemos pasado toda la mañana en el Museo del Louvre, y hemos paseado un poco por la tarde.

Al Louvre hemos llegado para las 9 de de la mañana con entradas "sin cola". ¡Mentira! la entrada por la pirámide de cristal exige esperar en una fila de un mínimo de 20 minutos. En París todo son atascos, colas, paradas, esperas... Aunque hemos visto las obras principales de la pinacoteca, salvo la Mona Lisa que será muy mona pero es un cuadro minúsculo rodeado de chinos haciéndose selfies, nuestro objetivo principal era la colección egipcia. Desde 1997, el departamento egipcio ocupa el Ala Sully en dos niveles: planta baja y primer piso. Por razones prácticas, los objetos más pesados, tales como las legendarias esfinges o incluso los sarcófagos, se conservan en la planta baja. Esto permitió, entre otras, cosas limitar el desgaste que podía provocarse durante los reacondicionamientos del Grand Louvre. Son imprescindibles el escriba sentado, la pareja Akhenaton y Nefertiti, la estela del faraón serpiente, el trozo de tumba de Seti I robado en Egipto, el dios Horus con las manos entrelazadas por delante, la cabeza de Salt...


  

En un restaurante árabe cercano nos hemos atrevido con un buffet que estaba bastante bueno. Después a caminar, con anécdota en el “fnac” del Forum de les Halles ya que un segurata de color… negro no nos ha dejado pasar porque Iñaki se estaba tomando un granizado. Resulta que en el Louvre dejan pasar botellas, o al menos los muy maleducados chinos las llevaban a la vista, pero en una tienda con ínfulas no se puede meter un zumo.


El final del camino nos ha llevado al barrio latino pasando por Notre Dame o lo que queda de ella. En los bouquinistes, vendedores de libros usados y antiguos, y de litografías y grabados, ubicados a lo largo de amplios sectores de las orillas del Sena, hemos pretendido comprar pero no hemos encontrado. Así que otra birra y a casa.





13 de julio de 2019
París – Le Bourget

Tampoco hoy va a ser un día glorioso para la literatura barata de este blog. Por la mañana hemos estado en el Museo del Aire y del Espacio de Le Bourget, y por la tarde nos hemos dado un paseo por la zona del parque de La Villette.


Llegar hasta el Museo del Aire es toda una aventura. Hemos tenido que coger hasta tres líneas de metro distintas y otra de la línea de autobús 152. En los últimos tramos del metro y el bus éramos los únicos que no teníamos cara de árabes, turcos, hindús, africanos, asiáticos o delincuentes. Pero nosotros, todo valientes, hemos aguantado hasta el aeropuerto.

Todo lleno de aviones y naves espaciales, hemos tenido la suerte habitual, ya que las salas que más nos interesaban, los pioneros y la I Guerra Mundial, estaban cerradas. Así que nos hemos consolado accediendo al interior de tres aviones históricos: un C47A Skytrain Dakota del Desembarco de Normandía que en la versión civil era el DC-3, un Boeing 747 del año 1969, y dos Concorde (el prototipo 001y el Sierra Delta que viajaba entre París y Nueva York en 3 horas y 30 minutos). Pese a que conocerlos por dentro ha sido interesante, la broma vale 9 euros, a 3 por aeronave (500 pesetas de las de antes). El resto de museo, interesante pero menos de lo esperado.





De vuelta a París en el bus 152, hemos parado a comer en la Puerta de la Villette. En un restaurante turco me hecho con un magnífico “Iskender”, un plato a base de kebab de ternera y pavo con salsa de yogurt y de tomate.


El resto de la tarde hemos reconocido la zona del Parque de la Villette, sorprendente por sus paisajes que lo conciben como una ciudad jardín muy relajante. Acabado en 1991, es atravesado por el canal de San Martín y alberga la Ciudad de las Ciencias y la Industria, la Filarmónica de París, la Ciudad de la Música y el Gran Hall donde se encuentra una exposición con 150 piezas originales del tesoro de Tutankhamón para la que tenemos entradas el lunes.


Cerveza y a casa a descansar y a preparar la cena. Por cierto, hemos aprendido de los supuestos "chorizos" que nos rodeaban por la mañana camino del Museo del Aire, no hemos pagado en el tranvía.


14 de julio de 2019
París – La fiesta nacional francesa

Hoy es 14 de julio, una fecha muy señalada porque en Pamplona han corrido los Miuras que han pinchado a 3 incautos, y porque es el "Pobre de mí" y se acaban los Sanfermines. Aquí, en París, celebran de muy mala manera la fiesta nacional francesa, pero no es ni tan importante ni tan emocionante que lo de la capital del Reino de Navarra. Reino con "i" latina, como debe de ser.

El 14 de julio fue instituido en gabachilandia por una ley de 1880 para conmemorar la toma de la Bastilla (14 de julio de 1789), símbolo del fin de la monarquía absoluta. Como estos franceses son muy especialicos, han celebrado sus jolgorios en distintas fechas: Desde 1793 hasta 1803 se celebró la "fiesta de la fundación de la República" el 1 de vendimiario (primer mes del calendario republicano francés, el primero también de la estación otoñal, que comienza con el equinoccio de otoño y acaba el 21,22 o 23 de octubre de cada año), y que ya le gustaba mucho a Pedro Sánchez y por eso estaba programado que hoy estuviera en París. También se dejó entonces de celebrar el día de san Luis en honor del rey. El decreto del 19 de febrero de 1806 promocionó la fiesta nacional de Saint-Napoléon el 15 de agosto, mientras que el 14 de julio, fiesta subversiva, no se celebró desde 1804 hasta 1848 salvo en reuniones clandestinas. Raricos estos tíos que celebran a San Napoleón. En 1849 se celebró una fiesta nacional el 4 de mayo, aniversario de la proclamación o ratificación de la República por la Asamblea Nacional Constituyente de la Segunda República Francesa. Sin embargo, a partir de 1852, como no podía ser de otra manera, Napoleón III restauró la Saint-Napoléon. Tras la guerra franco-prusiana de 1870, la fiesta se convirtió en nacionalista, y se empezó a dar una gran importancia al desfile militar. En 1878 tuvo lugar una fiesta nacional el 30 de junio, durante la Exposición Universal, que fue inmortalizada por varios cuadros de Claude Monet (La Rue Montorgueil à Paris, fête du 30 juin 1878) y de Édouard Manet (La Rue Mosnier aux drapeaux).


En 1879, la naciente Tercera República estaba buscando una fecha para instaurar una fiesta nacional y republicana. Después de que se consideraran varias fechas, y por ello se adoptó el 14 de julio como día de la fiesta nacional anual. Pese a que el 14 de julio de 1789 (toma de la Bastilla) fue considerado por algunos parlamentarios un día demasiado sangriento, se logró alcanzar un consenso. La Marsellesa, el himno nacional francés, también tiene una letra muy violenta, a galos les gusta mucho.

¡A las armas, ciudadanos!
¡Formad vuestros batallones!
Marchemos, marchemos,
Que una sangre impura
Empape nuestros surcos.
¡Amor sagrado de la patria,
Conduce y sostén nuestros brazos
vengadores!


El desfile para la ocasión debía empezar a las 10:30 horas, después de la revista de los diferentes cuerpos armados por parte del presidente Macrón, cuyo apellido rima perfectamente con una palabra española que también empieza por "ma" y también acaba con "on", con un "ric" entre medias. Es un término que, según cuentan las malas lenguas, hace alusión a su condición sexual ya que parece que está o ha estado liado con un tal Mathiu Gallet, aunque el mandatario lo niega categóricamente.


La parada militar "une grande merde". Las paradas de metro por donde pasan los desfiladores están cerradas, para llegar a los Campos Elíseos hay que sufrir varios controles de unos personajes que parecen Robocop, la espera es interminable, los gabachos muy gabachos te empujan por todos los sitios para colarse delante tras llegar una hora más tarde que los sufridos españoles, etc. Por lo menos hemos disfrutado de un par de cosas divertidas: varias manifestaciones antimilitaristas muy bien reprimidas por los educadísimos y eficacísimos gendarmes, y el tremendo abucheo con el que los espectadores han premiado a su presidente por la excelente labor al frente del gobierno. Después, con más de 10 minutos de retraso ha volado la Escuadrilla de Francia que anuncia el comienzo (es como el cohete del encierro), y algo más tarde otros aviones que no hemos podido ver porque en lugar de volar encima del centro de la avenida, lo han hecho por un lateral y los árboles no permitían verlos. Insufrible, así que "a la merde" el desfile, nos hemos largado.


Casi una hora de metro hasta el Mercado de las Pulgas, donde hemos comprado alguna tontada con pintas de vieja, hemos comido, hemos paseado otro rato y al apartamento. El mercado de mercadillos, son de nada menos que 15 mercados repartidos por un conglomerado de callejones a un corto paseo desde la salida del metro de Porte de Clignancourt, es el mayor mercado de pulgas de Europa, fue el que les dio tan curioso nombre a este tipo de rastros o mercados callejeros. La denominación de "mercado de las pulgas" viene de finales del XIX, cuando unos cuantos comerciantes dedicados al mercadeo de objetos de lo más variopinto, no siempre de procedencia legal, se fueron juntando en esta zona periférica de París que era entonces la localidad de Saint Ouen, un lugar no muy recomendable pero que les evitaba pagar los impuestos que requería la ciudad para poder vender en la zona interior de la muralla. Les Puces de Saint-Ouen no fue bien visto por la burguesía de la época, que miraba con desdén a quienes acudían allí y pronto hicieron correr el rumor de que las mercancías que allí se trajinaban estaban plagadas de pulgas, como también pulgosos eran los que las vendían.



Hemos comido dentro del Mercado de las pulgas en el restaurante Le Voltaire. Comida francesa muy rica, que en mi caso solo ha consistido en un plato de paté con cebolla caramelizada, tostadas y ensalada. Lo curioso del lugar era la forma de comunicarte el menú, una idea fantástica para el bar El Ruedo de Pamplona. La encargada lleva a cada mesa un tablón de medio metro de altura con los platos escritos, y de ahí hay que elegir.




Tampoco pensamos acudir esta noche a los fuegos artificiales junto a la Tour Eiffel, ¡que les den!


15 de julio de 2019
París – Exposición Tutankhamón

En el Grand Hall de La Villette se exponen 150 piezas originales del tesoro de Tutankhamón. Encontradas en 1922 por Howard Carter, todas pertenecen al Museo de El Cairo. El problema es que en Egipto llevan un montón de años construyendo un nuevo museo cerca de las pirámides y han decidido sacar a pasear parte de la colección para obtener toda la pasta posible. El nuevo Gran Museo de El Cairo acumula ya más de 5 años de retraso en la fecha prevista para su inauguración, por lo que se supone que los egipcios estarán un poco avergonzados y han decidido prestar la exposición en la transición de un espacio a otro. La exposición es magnífica, los objetos elegidos son los mejores que podían salir de Egipto excepto la máscara y los sarcófagos del faraón niño, y está instalada de forma perfecta. Es mucho mejor, y muchísimo más caro, ver esta parte del ajuar de Tutankhamón en París que en El Cairo. El problema es que es un agobio total por la aglomeración de gentes. Nada más llegar obligan a ver una película de unos 5 minutos a todos los visitantes en la que se pueden juntar más de 100 personas, que a continuación acceden juntas a una muestra que no es demasiado grande. Así que en cada vitrina es necesario esperar o hacerse sitio para poder ver con comodidad lo exhibido.





Del apartamento a La Villette se llega andando en menos de 40 minutos, por lo que hemos ido y vuelto andando por una zona parisina en la que casi no había ni coches. De ida hemos tomado unas fotografías de un edificio moderno ubicado en el número 131 de la misma calle Pelleport de nuestro apartamento. Es una construcción de 1999 del arquitecto francés Frederic Borel muy diferente según desde donde se observa. Llegando por Pelleport, cuesta arriba, presenta una fachada fría y lisa, pero un poco más arriba se llega a descubrir otra muy diferente que proporciona una transición suave con el aplastante edificio funcional de 17 plantas que viene a continuación con algunas ventanas para comunicar con el barrio y una escalera escondida en un tubo rojo para anclar el edificio en este punto. En el tejado, un tejado gris podría evocar con mucha imaginación a una pagoda. Pero la mejor vista es la de la calle des Pavillons, con sus líneas inclinadas y sus ventanales desiguales.


De regreso hemos comprado un pollo asado y hemos preparado una gran ensalada para comer en casa, acompañados de un champán francés de los baratos, y echar una siesta antes de volver a marchar.


Por la tarde hemos dejado el metro en la Plaza de la República, el centro neurálgico de París y el lugar donde empiezan todas las manifestaciones. Hoy no había. Tras comprar ropa en un SportGo, establecimiento en el que la cola para pagar era bastante más larga que la de entrada al Museo del Louvre, hemos bajado por la calle del Temple hasta el centro Pompidou. Lo hemos rodeado, hemos hecho unas fotos, hemos tenido en encuentro desagradable con un vendedor que nos ha expulsado de su tienda de cosas pijas alegando que estaba cerrada, y hemos tornado a casa.





16 de julio de 2019
París

Día de gimnastas, y día de records: record de andar y record en el precio de una cerveza. Es casi seguro que serán dos marcas muy complicadas de superar.

Como cada mañana hemos cogido el suburbano, esta vez para acercarnos a la Plaza de Trocadero. Esperando al tren una dama potente ha estado haciendo sus estiramientos matutinos delante de nosotros, en lugar de prepararse físicamente en su habitación o en el gimnasio, pero de cualquier forma de manera discreta. A medio día igual, un señor de color también se ejercía apoyado en una paralela en plena Avenida de la Bourdonnais, entre los Inválidos y el Museo Rodin. Además, en este museo se muestran varias esculturas en posiciones absolutamente atléticas.



Hablando de entrenamiento, el primer record de hoy ha sido el de la andarina. Hemos salido sobre las 10 de la mañana y acabado a las 4 de la tarde acercándonos a los 10 kilómetros de trayecto. Del Trocadero a la Tour Eiffel, de aquí hasta la École Militaire, después hemos dado un rodeo hasta los Inválidos (nosotros ya casi éramos un inválido más), más tarde al Museo Rodin, y por fin hemos tomado el metro en la Asamblea Nacional.

El mirador del Trocadero ofrece las mejores vistas de la Tour Eiffel, pero está repleto de vallas, de palés, etc, sin recoger desde la fiesta nacional del 14 de julio. Pese a que las fuentes estaban en uso, era imposible acercarse a ellas y a los estanques por estar protegidos por un perímetro de seguridad que los duros trabajadores franceses no han tenido tiempo de retirar. Unas fotografías desde lejos y a correr.


La Tour Eiffel, el símbolo parisino por excelencia levantado para la Exposición Universal de 1889 sigue siendo el edifico más alto con sus 324 metros, pero ya no se puede circular por debajo de ella si no has pagado la correspondiente entrada. La han rodeado de unas cristaleras que impiden el paso a quienes no van a subir, lo que la ha convertido en una especie de pecera con pececitos de colores con forma de turistas.


El domo dorado de los Inválidos se divisa desde muy lejos. El edificio, construido como hospital entre 1671 y 1676 alberga la tumba de Napoleón, pero no hemos entrado. ¡No vaya a ser que se nos pegue algo! Con su mazacota cúpula de 107 metros de altura forrada con más de medio millón de láminas de oro de 24 quilates que superan los 12 kilos del preciado material, una horterada superior muy de estilo francés, el complejo de Les Invalides responde a la voluntad del rey Luis XIV, le Roi Soleil, rey de Francia y, por desgracia, también de Navarra, que ordenó su construcción el 24 de febrero de 1670. Su intención era que las instalaciones cobijaran a los veteranos de guerra inválidos, heridos o retirados, que quedaron sin hogar. Para ello, promulgó un edicto real que indicaba que el conjunto se levantaba "para que aquellos que han arriesgado sus vidas y han derramado su sangre para la defensa del país, pasen el resto de sus días tranquilos". Sin embargo, muy escrupuloso el rey, durante los oficios religiosos nunca se mezclaba con el populacho ni con los componentes de sus milicias “a las que tanto admiraba y defendía”, por lo que la basílica fue dividida en dos: San Luis de los Inválidos (la iglesia de los soldados) y el Domo para la familia real. Racismo puro, un primer motivo para no visitar Los Inválidos. Además, una cripta destechada, justo en el centro del Domo, acoge desde abril de 1861, cuarenta años después de su muerte, los restos mortales de Napoleón Bonaparte. El “Gran Corso”, como le llaman algunos, lleva fama de ser uno de los mayores genios militares de la historia, pero no es santo de mi devoción, ya que no dejaba de ser un el genocida que masacró a cientos de miles de españoles entre 1808 y 1812, un miserable asesino, un criminal repugnante, un tirano asqueroso, un mafioso que colocó a su chusma fraternal (sus hermanos, sus cuñadas, sus amantes, su sobrina) en los tronos de todo Europa, y un tipejo que “regaló” a Francia nada menos que 2 millones de muertos y 5 millones más de heridos graves, (la mayoría paralíticos, cojos, mancos, ciegos, tuertos, etc, de por vida), un canalla hombre que, según los propios franceses, llenó su país de gloria y, desde luego, de mendigos en las dos siguientes generaciones. Napoleón era para sus tropas "el pequeño cabo" (le petit caporal), en tanto que los británicos se referían a él con un despectivo "el huesudo" (boney), y las monarquías del continente que lo sufrieron como el tirano Bonaparte, el Ogro de Ajaccio o el Usurpador Universal. Segundo pretexto para no ver el edificio y su tumba. Y casi peor, la tercera excusa. Tanto veneraba Hitler la figura de Napoleón que solo 6 días después de la entrada en París de las tropas alemanas, el dictador nazi se presentaba en la Ciudad de Luz, muy oscura entonces, en una gira “turística” que, por supuesto, incluyó un sentido homenaje a su ídolo Bonaparte ante su tumba en Los Inválidos. Era el 28 de junio de 1940. Con un ejército muy superior, la realidad es que la cobardía que Francia demostró en esas fechas al esperar un ataque germano en lugar de lanzarse a la ofensiva ante una debilitada Alemania tras la ocupación de Polonia, fue justamente lo contrario de lo que hubiera hecho el fantoche y “echao p’alante” de Napoleón. Después de esto, supongo que ya no podré entrar nunca más en Francia, pero la historia es como es.

 

Cerca hemos comido bastante bien y económico en garito asiático, en el que sirven la comida en unos tapers de plástico que te llevan a la mesa. Bien y divertido.


El palacete Biron fue vivienda particular del escultor Auguste Rodin (1840-1917), y alberga su museo. Más de 8000 de sus grabados y pinturas no hacen sombra al medio millar de esculturas repartidas entre el edificio y los jardines, y entre las que destacan El Pensador, La Puerta del Infierno y los burgueses de Calais. ¡¡¡Magnífico!!!

 

Mientras nos retirábamos, no hemos podido quitarnos de la cabeza el segundo record, esta vez negativo, de la jornada. Y que es un local llamado Le Tourville, en la esquina de la avenida del mismo nombre con la avenida de la Motte-Picquet (no tiene nada que ver con el jugador del Barça), nos cobrado 14 €uros por cada cerveza. Y encima no estaba fría del todo. ¡C'est la vie!

 

La jornada termina con maridaje espectacular: chistorra de Navarra, de la ganadora del concurso de 2019, con un rosado francés de marca Billette.



17 de julio de 2019
Versalles

Ha tocado madrugar, nos vamos al Palacio de Versalles, entre una cosa y otra son más de dos horas de trayecto y tenemos entradas para las 9 de la mañana.

En la estación de Saint-Lazare, la que inmortalizó el gran pintor impresionista Claude Monet en una serie de 12 óleos cuando se interesó en 1877 por la vida moderna de su tiempo tras haberse dedicado a los paisajes rurales, hemos tomado un tren muy moderno de la compañía Transilien que en 40 minutos nos dejado en Versalles. Curiosamente, lo que son estos franceses, el trayecto de ida nos ha costado 3'90 €uros por persona, pero el idéntico de regreso costaba 4'45 €. Lo tienen claro, como seguro que el turista va a volver a París obligatoriamente, aprovechan y cobran más.

 

Al llegar al Palacio contábamos con entradas de acceso prioritario, pero esto es Francia. Hemos llegado sobre las 8:40 y la cola era ya de 200 personas o más. Igual todas ellas tenían acceso prioritario como nosotros. Pero resulta que a falta de 5 o 6 minutos para las 9:00, la hora de apertura, los "organizadores" han montado otra fila paralela a la nuestra y han entrado "prioritariamente" antes que nosotros. En este país, siempre los últimos serán los primeros. Cada vez estoy cogiendo más manía a los gabachos, que casi todos son franceses.

Esperaba zambullirme en el espíritu del "palacio de los palacios", pero lo único que encontré fue una sucesión de espacios despojados de alma, con tantos chinos molestísimos y muy maleducados, como siempre, que cuadros todos iguales y similares en lo horrible. El edificio alberga numerosos salones con su despliegue de sillones fastuosos, tapicería, almohadones, cuadros, sillas... y más sillones, alfombras, cuadros y demás, pero que no tienen ninguna gracia. Pese a toda esa suntuosa decoración, la recreación de la "vida en palacio" no se ha logrado ni se logrará, cuando nada tiene sentido, todo es muy artificial.


Tan solo se salva el Salón de los Espejos, y supongo que es porque la horda de chinos había desaparecido y nos encontramos prácticamente solos, lo pudimos disfrutar. La suntuosa galería, construida con el objetivo de deslumbrar a los visitantes de Luis XIV, se construyó entre 1678 y 1684, reemplazando una terraza de Luis Le Vau que unía las dos alas norte y sur del palacio con la fachada del oeste. De estilo "muy" barroco, tiene una longitud de 73 metros por 10'50 de ancho, donde 17 ventanas reflejan la luz en 357 espejos puestos frente a frente. En el siglo XVII era todo un acontecimiento deambular por la sala porque, por primera vez, las personas se podían contemplar de cuerpo entero. Allí, se supone que Luis XIV aprovecharía para preguntar aquello de "espejito, espejito ¿quién es el rey más guapo?


La visita a los jardines, aunque agotadora, es más tranquila. Son tan enormes que caben muchísimos chinos y no llegan a molestar casi nada. El problema es que en Francia han aprendido mucho de catalanes y judíos, y tienen todas las fuentes apagadas. Ni tan siquiera una para engañar a los turistas. La "fête de sons et de lumières", la fiesta de luz y sonido que se anuncia por todos los lados, o debe organizarse en otra vida, o debe de estar suspendida permanentemente.


En un trabajo notable de ingeniería, Luis XIV logró que su palacio tuviera unas fuentes espectaculares. Lógicamente, el agua era protagonista, aunque hoy no la veamos. Sin embargo, Versalles contenía más de 300 habitaciones pero en su interior no había ningún baño. Por lo tanto las, 20000 personas que llegaron a vivir en el palacio tuvieron que buscar formas muy poco decorosas para satisfacer sus necesidades fisiológicas. La única opción de los habitantes de Versalles era orinar o cagar en los pasillos, corredores, rincones, etc... Cualquier lugar era idóneo para realizar estos actos tan naturales, y ni los nobles más refinados lo podían evitar. Defecar en cualquier parte era una costumbre tan arraigada que un tratado escrito en 1700 titulado "La ética galante" mostraba la forma en que los jóvenes debían presentarse ante la educada sociedad francesa de la época, recomendando que "si pasas junto a una persona que se esté aliviando, debes hacer como sí no la hubieras visto". Según cuenta historia, en 1715 el rey creo un decreto según el cual las heces del palacio debían ser retiradas una vez por semana. También, en aquellos tiempos, la higiene personal dejaba mucho que desear, ya los médicos aseveraban categóricamente que el baño frecuente o excesivo era perjudicial para la salud: la cabeza se debía lavar cada 20 días, era suficiente lavarse las manos y el rostro para que una persona se considerada limpia, el baño de cuerpo entero se realizaba más o menos una vez cada año. Además, la higiene de los franceses era muy jerárquica, ya que los baños se realizaban en grupo, en una bañera enorme, pero en primer lugar se aseaba el padre de familia, y luego lo seguían la madre y los hijos.


Hemos continuado hasta el Grand Trianon, uno de los palacios del placer de María Antonieta, donde hacía guarrerías. Deseábamos imaginar su espíritu paseándose con sus andares afectados, antes de su muerte, pero no ha habido manera, Nosotros ya casi estábamos muertos y aburridos de tanta sala igual a la anterior y llenas de cuadros de dudoso gusto artístico. Además, aquí, en un alarde de estúpida modernidad, han instalado unas pinturas modernas tan horrorosas como gigantescas.



El cercano Petit Trianon está asociado a los recuerdos de la reina, dado que allí fue donde ella instaló todo a su gusto. Era su refugio, el lugar en el que ella pretendía pasar el tiempo y criar a sus hijos disfrutando alejada de las obligaciones de la corte. Por eso buscábamos su huella en esa suerte de paraíso, el lugar en el que la joven María Antonieta trataba de encontrar la tranquilidad para su pequeña familia real. Tampoco. Caminamos por estancias vacías, cocina incluida, pero no pudimos imaginar cómo vivirían allí. Es todo tan frío y artificial que nada te transporta al pasado.


Lo que si nos llevó al presente es la comida que nos "vimos obligados" a trajinar tras estar de un lado para otro desde las 6:30 de la madrugada en el restaurante del pueblo La Sevigne. El steack tartar estaba muy muy bueno, pero 4 cervezas, nos hacían falta, han costado lo mismo que la comida.


Tras la ingesta, de nuevo al tren y a casa a descansar.


18 de julio de 2019
París

Al poco de salir de casa, para comenzar el día, la primera chinada. Y no es un enfado, es la típica actuación, otra, especialmente maleducada de una china. Es un poco largo de contar. El metro en el que viajábamos se ha averiado. Puede pasar hasta en París. Como es evidente, nos han obligado a desalojar el tren. Lo han retirado y en un par de minutos ha llegado otro. Eficacia, pero estaba hasta los topes. Así que a las personas que ya llenaban sus vagones, nos hemos unido todos los que íbamos en suburbano anterior, que éramos muchos más que los que traía el segundo. Lo de dos unidades en una, estábamos como piojos en costura, no se podía ni respirar. La china en cuestión se ha montado la última, pero no contenta con eso lo ha hecho a empujones porque quería sentarse. Aún se enfadaba cuando todos le poníamos cara de perros. Pero lo ha conseguido, se ha sentado incluso expulsando de mala manera a otra chica francesa que estaba en el lugar que a la chinorri desagradable se le había antojado. Problema, los chinos son muchos y muy desagradables.

Como sardinas en lata hemos llegado hasta las Catacumbas de París, una maravilla según las guías. Y se supone que debían serlo, 29 €uros por barba cada entrada. Algo bueno tenían que tener. Aquí también teníamos entrada de acceso preferente, la de 29 €uros, y lo han respetado. Es más, 10 minutos antes del inicio de la hora de acceso para el populacho, a los "preferentes" nos han convertido en "preferidos" franqueándonos el paso.


Dicen que París es la ciudad más romántica. Será que no han visitado las catacumbas. En sus casi 300 kilómetros de túneles, de la que únicamente se puede acceder a una parte pequeña, solo hay muerte, cadáveres (cerca de 6000000 de restos humanos) e historias muy tétricas. El origen de los enterramientos se remonta al siglo XVIII, cuando de allí se extraía la piedra para edificar construcciones como Notre Dame o el Louvre, pero el lugar acabó convirtiéndose en un albergue de esqueletos. Durante el reinado de Luis XVI las galerías subterráneas se llenaron de despojos traslados desde los insalubres cementerios parisinos. La mudanza comenzó oficialmente el 7 de abril de 1785, con alevosía y nocturnidad, en unos carros tapados con lonas negras que recorrían las calles de la ciudad. Al principio los restos óseos se descargaban a paladas y sin acomodo alguno. Ante aquel terrorífico caos, el Servicio de Inspección de Minas de París decidió transformar el recinto en un mausoleo visitable, colocando ordenadamente las calaveras y otros huesos en las paredes de los corredores incluyendo algunas inscripciones y advertencias que se podrían considerar políticamente incorrectas. Los partidarios de lo esotérico creen que las almas de los muertos deambulan por los pasillos perturbados o desorientados al ser trasladados de sus parajes originales de descanso eterno. En las cavernas ha habido asesinatos y muertes naturales de algunos visitantes. También se afirma que se realizan extraños rituales satánicos en el interior. Algunas personas afirman que han tenido sensaciones inexplicables cuando han pasado por los subterráneos, un sentimiento de como que eran perseguidos y/o manoseados, incluso estrangulados, por alguna fuerza invisible. Otros han informado que han visto espectros en las profundidades de las pilas y filas de calaveras y huesos. Nosotros, aunque la máquina no ha disparado alguna fotpgrafía y decidido no insistir, nada de nada, pero nos llevado 29 €uros a cada uno por acompañarles un rato sin ni siquiera dedicarles una oración. Pero seguro que los "ladrones" no eran los fallecidos.


La visita de los 29 €uros es un auténtico timo. Lo único que se hace es caminar por unos pasadizos repletos a los lados de calaveras y huesos perfectamente apilados. Nada más. Y lo peor, la caminata subterránea acaba alejándose más de un kilómetro de su inicio. Por cierto, al finalizar nuestra terrible peregrinación por el ultramundo y salir a la luz del día, fuimos estrictamente cacheados por si habíamos robado alguna de aquellas reliquias macabras. No, nos llevábamos ningún hueso. No tenemos tan mal gusto.


A unos 20 minutos andando está la Torre de Montparnasse, para la que también teníamos tickets. Hemos llegado y no había nadie esperando, por lo que hemos accedido directamente al ascensor que sube hasta la planta 56. El ascensor, mejor dicho el cohete, es el más rápido de Europa y uno de los más rápidos del mundo, asciende desde la planta baja hasta el piso 56 (196 metros) en 38 segundos, ¡5 metros por segundo! A esta altura las vistas son magníficas, pero subiendo otros 4 pisos por una angosta escalera se sale a una terraza descubierta a 210 metros de altura donde las superan. Dicen, y con toda la razón, que las mejores vistas de París se obtienen desde la Torre de Montparnasse... porque no se ve la Torre de Montparnasse. Desde la terraza panorámica se aprecia todo París, aunque especialmente la Tour Eiffel. Pero también el Arco de Triunfo, los Inválidos, el Louvre y Notre Dame, el Sacré Coeur en Montmartre y la cercana iglesia de Saint Sulpice, escenario principal en la novela de Dan Brown, el Código da Vinci.




Hemos comido cerca, en un chino. La ración de magret preparada y servida al estilo del pato Pekín estaba riquísima.


La tarde ha sido muy sosa. Nos hemos acercado a la Sacré Coeur, pero cuando hemos apreciado la magnitud de la cuesta que teníamos por delante, y dado que estamos reventados del tute de más de una semana por la cuidad de la luz, nos hemos rajado. Cuesta abajo hasta Pigalle, el antiguo barrio rojo (no por estar lleno de comunistas, sino porque allí trabajaban las mujeres malas) que albergaba los sex-shops, cabarets como el Molino Rojo, y clubes nocturnos. A pesar de los abundantes cambios, Pigalle sigue teniendo un ambiente atrevido, como lo atestiguan los carteles luminosos que permiten recordar el pasado canalla del barrio. Ni tan siquiera hemos visto el Moulin Rouge, hemos cogido el metro y a casa.



19 de julio de 2019
París

El día de hoy tiene poca chicha que contar, solo hemos estado en los museos de Orsay y l'Orangerie. Por la tarde un paseo hasta Les Halles para hacer alguna compra.

El Museo d'Orsay alberga lienzos y esculturas de los maestros del siglo XIX y principios del XX, bajo una claraboya monumental en una antigua estación de tren del año 1900 reacondicionada en 1980. Es el templo del impresionismo con obras de Monet y Manet, Degas, Renoir, Van Gogh, y escultores como Guillaume, Rodin, Carpeaux o Maillol entre otros. El lugar y su contenido es fantástico, pero es un agobio transitar por sus salas, están llenas de chinas (muy pocos chinos).



Mi lienzo favorito es muy sencillo, "las regatas en Argenteuil". Monet se acerca a la moda del remo que se había se desarrollado en las cercanías de París a partir de 1830. Barcos de carreras se enfrentaron en Argenteuil desde 1850, ya que el Sena forma allí un estanque que ofrece la mayor extensión acuática de la región parisina. Claude Monet vivió y en Argenteuil desde diciembre de 1871 hasta 1878 y la mitad de los cuadros que pinta durante este periodo, representan las orillas del Sena. Dos años antes de que naciera oficialmente el impresionismo en 1874, Monet realizó esta primera pintura que ya dispone de todas sus características de la corriente pictórica, en particular la famosa pincelada fraccionada. Las regatas se pintaron con luz natural, ya que gracias a los tubos de estaño y al caballete portátil, los pintores podían salir del taller y trabajar a partir del motivo. Lo que el pintor pretendió captar la fluidez del aire y del agua y su aspecto cambiante según las luces. Monet capta la fluidez del aire y del agua y  su aspecto cambiante según las luces expresando su búsqueda manifestando que "quiero hacer lo impalpable. ¡Es horrible esta luz que se escapa, llevándose al color!".


También buscábamos otro cuadro sobre el que ya hablaba en un artículo que publiqué sobre la estancia del pintor Sorolla en Navarra, "el regreso de la pesca, remolcando la barca". ¡Imposible! Una muestra más del cariño que los gabachos tienen a España. Y es que resulta que, según nos ha explicado un trabajador del museo, el nuevo gerente de la institución ha decidido retirarlo, ya no se muestra al público.


L'Orangerie es un museico, aunque alberga dos salas con las Ninfeas (en castellano los Nenúfares) de Monet, obras de gran formato que el pintor realizó en su casa de Giverny cuando estaba cerca de su muerte y afectado de cataratas. También hay óleos de Picasso, Renoir, etc.


Junto al museo está la Plaza de la Concordia con su famoso obelisco egipcio traído desde Luxor. No es posible acercarse, está rodeado de unas vallas metálicas. En un alarde de laboriosidad de esta gran nación que es Francia, las pusieron para el desfile del 14 de julio. Llevan 6 días esperando a ser retiradas. Luego dirán de los españoles, en nuestro país estarían almacenadas la mañana siguiente, pero a los galos les da todo igual. Entre colas, faltas de respeto, forma de ser de los franceses... París se irá pronto al garete si no cambian las cosas. Todo empieza a ser muy decadente y, también, molesto para el visitante.


Tras comer un bocadillo, en la zona no nos llegaba para más, nos hemos acercado al centro comercial de Les Halles para las últimas o penúltimas compras y hemos vuelto al apartamento. Para la cena hemos preparado un queso camembert cocinado a la sidra acompañado de jamón patriótico y tostadas.



20 de julio de 2019
París

Para el último día no teníamos nada programado, pero ayer compramos los tickets para las Vedettes del Pont Neuf, que no son unas señoritas de dudosa reputación que bailan CanCan, sino uno de los barcos que hacen un "crucero" de una hora por el Sena. No es nada especial, pero para pasar la mañana por 10 €uros resulta entretenido. Los monumentos de París no se ven demasiado bien, ya que el Sena va unos 5 o 10 metros por debajo de las calles, por lo que las partes de abajo, no las partes bajas, de ellos quedan ocultas a la vista del navegante.


El resto del día lo hemos empleado en visitar un mercadillo brocante que había instalado frente a Notre Dame, en las propias orillas de Sena, y en comer y pasear por el barrio latino. Tras regresar al apartamento hemos dejado todo recogido y nos hemos ido a cenar fuera. Mañana a Pamplona hemos de ir...


La despedida parisina, una vez más, fue a la francesa. Ya habíamos recogido todo el ajuar del apartamento, por lo que nos fuimos a cenar a un restaurante cercano, que lleva el mismo nombre de la calle: Pelleport, aunque en los mapas de Google aparece como Les Tontons Flambeurs que significa algo así como Los Tíos Jugadores. Efectivamente, nos la jugaron. El segundo plato que pedí estaba acompañado por una copa de vino que no vino y no pude degustar. Además, eran antes de las 9 de la noche y estábamos en lo que allí denominan "la hora feliz" en la que las cervezas son casi a mitad de precio. Pero nada de felicidad, absolutamente infelices nos llevaron 9 €uros por cada una. Y eso que el propietario, según nos comentó, no era francés sino portugués. Lusitano, pero muy bien aclimatado a la vida gala.



21 de julio de 2019
París - Pamplona


Si ayer, nuestro último día en París se cumplía el 50 aniversario desde que Neil Amstrong pisara la luna, hoy 21 de julio hacen 221 años de la Batalla de las Pirámides. Era el 21 de julio de 1798.

"Soldados, habéis venido a estos países para arrebatarlos de la barbarie, para llevar la civilización a Oriente y para sacar salvar a esta hermosa parte del mundo del yugo de Inglaterra. Desde lo alto de esas pirámides, 40 siglos de historia os contemplan...". Con estas palabras, Napoleón Bonaparte, comandante en jefe del ejército oriental, la fuerza expedicionaria enviada a Egipto por el Directorio francés, invitó a sus soldados a enfrentarse a los jenízaros y a los mamelucos de Mourad Bey e Ibrahim Bey en una batalla donde los franceses se encuentraban en una posición clara de inferioridad numérica, pero que lograron vencer. En la Sala de las Batallas del Palacio de Versalles hay un óleo sobre tabla de Antoine-Jean Gros, firmado en 1810, que la recuerda. 


Tras recordar tan excelsa batalla, y sin otra cosa mejor que hacer, durante el regreso a la capital del reino por esta autopista tan monótona, con 900 kilómetros por delante, y sufriendo una y otra vez las guarradas con p... de los conductores gabachos que son insoportables. Así, echando la vista atrás a estos 12 días he certificado la opinión que ya tenía: París no me gusta.


Es una ciudad en la que todo es extremadamente caro. Las calles están mucho más sucias que las de Madrid de su última alcalda, la abuelita Caralela. Ni tan siquiera limpian las cacas de perro. Se ven muchas personas durmiendo en la calle rodeados de inmundicias y, en ocasiones, de unos cuantos perros de aspecto muy triste. Allí donde vas, las colas son larguísimas y no se respetan ni aún cuando llevas entradas de acceso preferente. Son colas que rodean los monumentos de la ciudad, no hay excepción, siempre están. Por todos los lados hay miles de incomodísimas escaleras: en el metro, en los bares para el WC, en los museos, que te hacen acabar la jornada reventado. La invasión de turistas es insoportable y, especialmente, si se trata de chinos, su educación deja mucho que desear. El metro es feo, muy agobiante y hace un calor de muerte. En las calles, aceras están sin renovar desde hace decenios. París, además, no está preparada para la vida de las personas con dificultades: es imposible encontrar una estación de metro con ascensor o un restaurante "de lujo" que no tenga donde desbeber en el sótano o en el primer piso. ¿Cómo se apañan los que se ven obligados a utilizar una silla de ruedas o llevar a sus bebé en un cochecito?


París es grande, hostil, ruidosa, desagradable y, lo peor de todo, está llena de parisinos. Su actitud no se parece nada a la del famoso chauvinismo francés, lo suyo es chulería. Chulería cuando con sus enormes coches se saltan los semáforos en rojo y amenazan con atropellarte si no te apartas, chulería cuando en un atasco llegan los últimos para colarse y ponerse delante. Chulería cuando te echan de la acera con sus ridículas bicicletas y patinetes. Chulería cuando te miran despectivamente y cuando te hablan, si es que se dignan a ello. Los parisinos aplican a rajatabla aquello de los últimos serán los primeros. Una chulería más. Y también, desprecio a sus ciudadanos de segunda cuando, por ejemplo, no respetan en el transporte público los lugares reservados para ancianos, familias con sus silletas, o personas con dificultades de movilidad.


París, cada vez más, es un lugar decadente y sobrevalorado. Es la 6ª vez que hago turismo en la ciudad. Esta última hemos alquilado un apartamento, y es que los hoteles son viejos, con un servicio muy deficiente, y las habitaciones son muy pequeñas. La teoría franchuta es clara: si turismo es presa fácil y el turista está dispuesto a pagar lo que se le pida, ¿para qué mejorar? En París se ha llegado a tal extremo que cobran más por el trayecto de vuelta que el de ida en el mismo desplazamiento (es el caso del tren a Versalles).


Tal y como está París, se vienen abajo todos los tópicos. En la "Ciudad de la Luz" más de 200 días al año está nublado y llueve más que en Londres, En La "Ciudad del Glamour" cientos de mendigos duermen al raso, tirados en el suelo, junto a lujosas joyerías. Y en la "Ciudad del Amor" uno nunca se siente bienvenido, y tampoco es posible hacer migas con una francesita.


No me acaba de gustar París, pero como soy persona de mundo me he abstraído de todo y he llegado a disfrutar en estas vacaciones.



El día después
Nuestro arrendador, un francés más

No era plan criticar el apartamento en el que nos hemos alojado estos días en París, ni a su propietario. Pero la actitud del señor Herve Daniel "robándonos" 100 €uros de la fianza de 500 que nos había cobrado al realizar la reserva nos obliga a ello.

De entrada, la información ofrecida en Internet a través de HomeAway tiene una mentira que fue fundamental para que eligiéramos el apartamento, y es que se publicita con piscina. Ni la vimos ni se nos ofreció, la piscina no existe. Es falso que tenga una piscina comunitaria. Tal vez en Francia llaman piscina a un espacio común entre edificios con algunas plantas.


¿Será esto la anunciada piscina?

El piso, aunque minúsculo, estaba relativamente bien, pero podría estar mucho mejor. En el local hacía tanto calor que nos vimos obligados a comprar un ventilador, barato, en los chinos, pero hubo que adquirirlo porque era necesario. Como equipamiento solo disponíamos de una toalla pequeña y otra mayor, no grande, para cada uno, y la cubertería y la vajilla eran ridículas, de ínfima calidad. Las habitaciones no mejoraban mucho. El cagadero, separado del baño con el lavabo y la ducha, estaba en un hueco inmundo y ni tan siquiera tenía un aguamanil en el que lavarse las manos después de la faena, era obligatorio ir al aseo contiguo. En las habitaciones no había sillas, hubo que llevarlas de la cocina. En mi dormitorio no había armario, mi ropa estuvo en todo momento dentro de la maleta que tuve que dejar en un rincón en el suelo. Mejor dicho, había un armario todo lleno de libros, pero estaba cerrado con llave, pero la llave no estaba, no se podían leer. La cama, con un buen colchón, no tenía almohada, solo un par de cojines de sillón con lo que era muy dificultoso dormir. El otro cuarto de dormir estaba un poco más en orden, pero había que utilizar el ordenador encima de la cama porque no había mesa.

El jueves 18, a las 8 de la noche, vino a vernos el "señor" Hervé para comprobar que en el apartamento todo estaba bien, y para darnos las instrucciones sobre como dejarlo en condiciones el domingo 21 en nuestra partida. No solo eso, hizo una revisión completa del piso y no encontró nada fuera de lugar.

El "señor" Herve Daniel. Internet, fotografía recuperada de
http://ceei-creativ.asso.fr/missions-de-creativ/20140911-creativ-portraits-030/

Cual es nuestra sorpresa cuando dos días después de llegar a España recibimos un mensaje a través de HomeAway, la empresa que gestionó el alquiler, que nos indica que han tenido que reemplazar las toallas, la alfombra para salir de la ducha y una de las sobrecamas, y que por ello nos retira 100 €uros de la fianza. ¿No tienen lavadora? Es que hemos utilizado todo ello porque para eso pagamos el alquiler y hace mucho tiempo, a mediados de abril. 

Además, el señor Herve ha sido un auténtico cobarde, un ejemplo de gabacho auténtico. Tras cruzar varios mensajes con nosotros durante la estancia en su pisito, ahora no se ha atrevido a dar la cara y no nos ha comunicado nada. Incluso el e-mail que nos enviado desde HomeAway señala que ha sido Violeta, su esposa, la que ha decidido quedarse con nuestros 100 €uros. Por supuesto, reclamaremos, pero seguro que no la situación no se revierte. ¡Que se prepare! Nuestra valoración en la web de HomeAway sobre el apartamento va a ser la que se merece, él y su queridita mujer.


Ni me gusta París, ni mucho menos me gustan los franchutes, y con actuaciones como las de este personaje, han conseguido reafirmarme en mi condición de GABACHOFÓBICO. Y que no se me olvide, la palabra gabacho es un préstamo del dialecto occitano (la Occitania es la región francesa situada al sureste con capital en Toulouse, el pays gavache también llamado granda gavacheria), donde gavach significa "habitante de la parte montañosa de Provenza". Por extensión, también hace referencia a "montañés grosero, rústico o cretino". Por su procedencia, la palabra gabacho se emplea con gran acierto como sinónimo despectivo de francés. Perfecta descripción de muchos parisinos, entre los que se encuentra nuestro arrendante.