GRECIA
(ATENAS, PELOPONESO Y METEORAS)
DEL 6 AL 18 DE
JULIO DE 2018
Dice
un proverbio árabe que “aquel que no
viaja no conoce el valor de los hombres”. Pero desplazarse para conocer el
valor de los hombres es casi irracional. Te obliga a confiar en extraños y a
perder de vista todo lo que te resulta familiar y confortable, siempre se está
en desequilibrio. Nada es tuyo excepto lo más esencial: el cielo, el mar, el
aire, y también las horas de descanso, los sueños… todas aquellas cosas que
tienden hacia lo eterno o hacia lo que imaginamos como tal.
Nota:
Las frases incluidas al principio de cada día pertenecen al discurso fúnebre de
Pericles, pronunciado el año 431 a.C. en el Cementerio de Cerámico, Atenas, durante
las exequias por las víctimas del primer año de guerra de Atenas contra
Esparta. Es uno de los más altos testimonios de cultura y civismo que nos haya
legado la Antigüedad.
5 y 6 de julio
de 2018
Pamplona –
Bilbao
Bilbao –
Atenas
Otras
cualidades por las que nuestra ciudad merece ser admirada... En efecto, amamos
el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin ablandarnos.
Partimos
la tarde del 5 de julio hacia el Nuevo Hotel Bilbao Aeropuerto. Parecía fácil,
pero no lo era. Lo tuvimos a 100 metros varias veces, pero no había manera de
encontrar el desvío para acceder. Cada vez que nos equivocábamos, las
carreteras vizcaínas nos obligaban a alejarnos cerca de 6 kilómetros. Al final,
infringiendo las normas de tráfico, nos saltamos voluntariamente una línea
continua, lo conseguimos. Tras una cena de huevos fritos con jamón de Guijuelo,
extraña mezcla, nos acostamos.
El
día 6, el del Chupinazo sin ikurriña pero con mástil, ¡menuda estupidez del
alcalde cabezón!, nos levantamos a las 4 y media de la madrugada ya que nuestro
primer vuelo entre Bilbao y Bruselas con Brussels Airlines despegaba a las 7
menos cuarto. Como siempre, resulté agraciado en el sorteo y me tocó que me
revisaran todo el equipaje de mano, incluyendo la prueba de que no había
manipulado explosivos. Declarado inocente pude volar. El trayecto fue
tranquilo, aunque las bellísimas azafatas nos debieron coger manía ya que
cuando pasaron ofreciendo una triste bebida, pasaron de nosotros. En el
segundo, con Aegean, las líneas aéreas griegas, sí que nos dieron esa cosa relativamente
parecida a la comida que dan en los aviones: un plato de pasta con forma de
arroz, bastante mala, con 3 pedazos de pequeños de pollo, ni uno más.
Ya
en el apartamento, descubrimos unas vistas fantásticas a la Acrópolis. La
terraza nos va a permitir preparar unas cenas muy agradables. Pero ya estaba
bien de estar encerrados. Un paseo por Plaka, el corazón histórico de Atenas,
con sus restaurantes y tiendas de recuerdos, para tomar unas cervezas de marcas
locales y cenar en una taberna con el mismo nombre del barrio y en la que un
camarero que se hacía el gracioso nos reclamó la propina. Contra el vicio de
pedir, la virtud de no dar.
En
nuestro callejeo hemos pasado varias veces por Plateía Lysikrátus, en la que
destaca una elegante estructura que un inglés apellidado Elgin, el que robó
todo lo del Partenón, pretendió llevarse a Inglaterra. La Linterna de Lisícrates
es un monumento circular erigido como homenaje al vencedor del festival coral y
dramático del 335-334 a.C.
7 de julio de
2018
Atenas
Nuestra ciudad
es la única de las actuales que, puesta a prueba, supera su propia reputación,
y no da motivo a sus súbditos para alegar que están inmerecidamente bajo su
yugo.
Después
de ver el primer encierro, hacemos la compra en un súper mercado cercano, hay
que tener llena la nevera para los desayunos y cenas. Y también unas cervezas,
la local Mythos, que no falte.
No
podíamos empezar mejor nuestra estancia en Atenas que imbuirnos de su cultura.
Solo con cruzar la acera, frente a nuestro apartamento, está el Museo de la
Acrópolis, un edificio moderno que alberga joyas como las cariátides y muy
pocos fragmentos de los frisos del Partenón y otros muchos que son copias de
las que están en Inglaterra, y que algún día Grecia conseguirá repatriar. Al
menos, esa es su pretensión. Por su puesto, hay algunas salas en las que no se
puede tomar fotografías, pero quise entender la prohibición hasta que me pillaron
y me echaron el alto. Tarde, ya había conseguido retratar todas las piezas que
me interesaban.
El
resto del día sirvió para acercarnos a la Plaza de Monastiraki, donde
antiguamente había un monasterio, para comer en un restaurante que ya
conocíamos de otros viajes, Bairaktaris (que se traduce como “el guardián de la
bandera”), en el que luce una fotografía que demuestra que la emérita reina
Sofía también llegó a disfrutar de sus exquisitas viandas. Monastiraki es
Atenas, en lo alto la Acrópolis, a un lado la pequeña iglesia ortodoxa de
Pantánassa o de la Muerte (la Dormición para nosotros) de la Virgen, y en el
otro la mezquita Fethiye, alrededor tabernas y restaurantes típicos de gran
calidad y buen precio. Cerca, un mercadillo en el que se puede encontrar de
casi todo, menos un ratón para el ordenador que necesitaba Iñaki, donde
adquirimos unos polos de oferta.
Por
la tarde, callejeamos bajo un sol de justicia y una temperatura cercana a los
35º para ver desde fuera el ágora romana. Del siglo II o I a.C. es la Torre de
los Vientos. Es octogonal y fue construida en mármol como reloj de agua y
veleta por el astrónomo sirio Andronikos Kyrrestes. En los frisos exteriores se
representan los 8 vientos predominantes, los aerides: boreas, skiron, céfiro,
lips, notos, euros, apeliotes y kaïkías. De la misma época, más o menos, es la
Biblioteca de Adriano que incluía un claustro con 100 columnas en torno a un
estanque. Además de libros, en el edificio había salas de música, de lectura y
un teatro.
Ya
no teníamos ni más fuerzas ni más ganas de culturizarnos. Por ello, nos vemos
obligados a tomar unas cervezas por Plaka y volver al apartamento, donde en un
alarde de maridaje nos preparamos una tortilla de patatas, española, regada con
un buen vino griego de resina.
8 de julio de
2018
Atenas
Por otra
parte, como descanso de nuestros trabajos, le hemos procurado a nuestro
espíritu una serie de recreaciones. No sólo tenemos, en efecto, certámenes
públicos y celebraciones religiosas repartidos a lo largo de todo el año, sino
que también gozamos individualmente de un digno y satisfactorio bienestar
material, cuyo continuo disfrute ahuyenta a la melancolía.
Segundo
encierro de la feria en tve1. No se puede retransmitir peor, el comentarista es
el pedante de todos los años que se cree doctor en “encierrología”, y el
realizador siempre consigue orientar las cámaras hacia donde no pasa nada.
Primera
visita, el Templo de Zeus Olímpico. Antes de entrar, cogemos la entrada que por
30 €uros nos da derecho a visitar 7 sitios arqueológicos, incluyendo la
Acrópolis. Aunque el Olympeion se comenzó a construir en el siglo IV a.C., no
se terminó hasta 650 años después bajo el mandato del emperador romano Adriano.
De las 104 columnas corintias originales de 17 metros de altura, solo quedan
15, pero siguen siendo impresionantes y permiten tomar fotos muy elegantes
enmarcando el Partenón en lo alto. La contigua Puerta de Adriano (131 d.C.) separaba
la nueva ciudad romana erigida por Adriano de la originaria griega.
Cerca,
en la Plaza Syntagma o de la Constitución, cada domingo a las 11 de la mañana,
se realiza una atractiva parada militar para el cambio de guardia, al pie de la
tumba del soldado desconocido. Es divertido, pero los evzones, los miembros de
la guardia nacional uniformados con trajes tradicionales, parecen unos
autómatas.
Nada
más acabar, nos dirigimos por la avenida Vassilissis Sofias al Museo de Arte
Cicládico, de las islas Cícladas. Testigo de una de las civilizaciones más
antiguas y brillantes, alberga fascinantes ídolos con la cabeza plana y los
brazos cruzados sobre el vientre como si tuvieran un fuerte dolor de tripas,
una diarrea, y una urgente necesidad de ir a evacuar. Anexo al museo, un
palacio de época romántica al que se accede por unos intrincados pasadizos
alberga exposiciones temporales. No tuvimos suerte, las obras de un tal Paul
Chan resultaban ridículas al lado las excelentes piezas provenientes de las
Cícladas y de Chipre.
En
la misma zona, el elegante barrio de Kolonaki, muy pijo, nos tomamos un
descanso para beber y, también, comer no demasiado bien pero sí demasiado caro.
Y como la predicción es que va a llover a mares, nos retiramos al apartamento
dando un pequeño rodeo para asomarnos al Estadio Panatinaiko con su forma de U,
sus 70000 plazas y sus 204 metros de largo de una blancura marmórea inmaculada.
Fue edificado para los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna en 1896
sobre los cimientos del antiguo Estadio de Licurgo. No entramos porque se puede
ver todo desde fuera, y porque la entrada es carísima.
Decidimos
echar una pequeña siesta antes de seguir visitando sitios por la tarde. Gran idea,
justo en el momento que nos disponíamos a retomar el trabajo cayó un aguacero
de dimensiones bíblicas. Ya no salimos.
9 de julio de
2018
Hidra, Poros y
Egina.
Lo que dejan
atrás no es lo que está grabado en monumentos de piedra, si no lo que se teje
en la vida de otros.
Para
el martes, y tras consultar la predicción metereológica, habíamos reservado un
crucero de un día a las islas de Hidra, Poros y Egina. Desde nuestro apartamento
nos llevaron hasta Marina Kalitheas en el puerto del Pireo, donde embarcamos en
un barco llamado Cosmos de Evermore Cruises que iba tan masificado que parecía
que en cualquier momento se podía hundir por sobrepeso. Y seguro que no había
botes o chalecos salvavidas para todos.
El
primer trayecto, muy aburrido, duró 3 horas y nos llevó hasta Hidra, antiguo
refugio de los piratas sarónicos. Una vez en la isla, que no permite circular a
los automóviles, disfrutamos de tiempo libre para recorrer a nuestro aire sus
pintorescas callejuelas con casitas blancas y muchos burros (casi todos de 4
patas, aunque también había alguno de 2), y relajarnos una de sus agradables
cafeterías en primera línea de mar.
Navegando
50 minutos más llegamos a Poros. Según la información turística que recibimos,
es una isla frondosa, con una belleza natural insuperable y miles de pinos, con
escondidas calas y playas de arena. En el pueblo localice su ayuntamiento, el
museo arqueológico, la biblioteca pública, el centro cultural, y torre del
reloj. La realidad es no solo deben estar escondidas las playas y las calas, en
la media hora que nos dejaron allí no vimos nada de lo referido. Todo es muy
soso, no hay nada especial. Así que tras un paseo de 10 minutos, nos volvimos
al barco, donde por lo menos se estaba fresco.
Durante
la singladura hasta Egina, de una hora más o menos, tuvimos la oportunidad de
comer, si se le puede llamar comer a lo que hicimos. Un bufet justísimo con
pocas cosas y de no muy buena calidad.
Egina
es la isla más grande del Golfo Sarónico, después de Salamina, y debe su nombre
a la hermosa ninfa que fue secuestrada por Zeus. Es conocida por sus deliciosos
pistachos, cuya variedad tiene denominación de origen. Según la tradición, Zeus
tomó la forma de un águila y raptó a Egina, una ninfa hija del dios-río Asopo y
de Metope, llevándola a una isla del golfo Sarónico llamada Enone o Enopia, y
que a partir del rapto, es conocida como Egina. El padre de Egina, Asopo, se
enteró por Sísifo del rapto y corrió tras ellos, pero Zeus le arrojó sus rayos,
devolviéndolo a su cauce. Egina terminó dado a luz al hijo de Zeus: Éaco, que
se convertiría en rey de la isla. Aquí habíamos contratado una excursión
opcional que nos llevó hasta el templo de Aphaia o de Afea, la oculta. El
edificio de orden dórico se encuentra instalado en la cima de una colina y es
uno de los tres templos del triángulo sagrado, junto con el Partenón y el del
cabo Sunión. Con 6x13 columnas, data del final del siglo VI a.C. o del
principio del siglo V a.C. y se considera que se halla entre el período arcaico
y el clásico del arte griego. Sus frontones se conservan en la Gliptoteca de
Múnich. De regreso, nos paran en el Monasterio de Nektarios, que es en este
momento último santo ortodoxo declarado (en 1961). Dicen que todos los
ortodoxos peregrinan hasta allí al menos una vez en su vida. Nosotros debimos
llegar en mal momento, ya que no había nadie en lugar moderno, poco atractivo,
que incluso tiene el interior sin terminar.
Volviendo
al Pireo en una travesía de una hora y media, el barco navega muy cerca de la
isla de Salamina. Allí se celebró en el año 480 a.C. el combate naval que
enfrentó a una alianza de ciudades-estado griegas contra la flota persa. El
peñón está enclavado de tal forma que deja dos estrechos canales que dan acceso
a la bahía de Eleusis, cerca de Atenas. El enfrentamiento fue el punto álgido
de la Segunda Guerra Médica, el segundo intento persa por invadir Grecia.
Aunque inferior en número, el ateniense Temístocles convenció a los aliados
griegos para combatir contra los barcos de Jerjes I con la esperanza de que una
victoria impidiera las operaciones navales de los medos contra el Peloponeso.
El rey persa, bastante tonto, deseaba un combate definitivo por lo que sus
fuerzas se internaron en los estrechos de Salamina tratando de bloquearlos,
pero la estrechez de los mismos resultó un obstáculo que dificultó sus
maniobras y los desorganizó. Aprovechando esta oportunidad, la flota helena se
formó en línea, atacó y logró una victoria decisiva gracias al hundimiento o
captura de al menos 300 navíos persas.
Como
teníamos la nevera vacía cenamos fuera, cerca del Museo de la Acrópolis.
Bastante mal, especialmente Pedro e Iñaki que “degustaron” un cordero servido
dentro de un papelucho que no tenía muy buena pinta.
10 de julio de
2018
Atenas
La mayor parte
de este elogio ya está hecha, pues las excelencias por las que he celebrado a
nuestra ciudad no son sino fruto del valor de estos hombres y de otros que se
les asemejan en virtud. No de muchos griegos podría afirmarse, como sí en el
caso de éstos, que su fama está en conformidad con sus obras.
Madrugamos
tanto que antes de que abrieran la Acrópolis ya estábamos en la cola para
entrar. Suerte que habíamos comprado las entradas un par de días antes, ya si
nosotros solo teníamos delante 4 o 5 personas, para adquirir los tickets había
más de 200. Pasando la Puerta de Beulé, poco más adelante se atraviesan los
Propileos (delante de la puerta), que orientados hacia la isla de Salamina, en
distinto eje del resto de construcciones, es la gran entrada al conjunto. A la
derecha queda el templo de Atenea Niké (no “naik”, como pronuncian los
ignorantes el nombre de la marca de ropa deportiva), la Victoria, pequeño pero
magnífico.
En
frente, aparece magnífico el Partenón. Se empezó a construir en el 447 a.C.,
diseñado por los arquitectos Calícrates e Ictinos para albergar una estatua de
Atenea Partenos, la Virgen, de 12 metros que había esculpido el gran Fidias.
Con 8 columnas en el lado frontal y 17 en los laterales, a lo largo de los
siglos ha sido iglesia, mezquita y asrsenal. Todo el Partenón se construyó con
una proporción de 9:4 que lo hace profundamente armónico.
Historia del Partenón, de Costa Gavras.
Justo
en el lado norte del Partenón tuvimos la oportunidad de ver como el ejército
griego desfila para izar la gigantesca bandera de Grecia que se ve desde todo
Atenas. Cinco soldados armados persiguen a otra más que lleva en sus manos la
enseña plegada, todos al mando de un oficial que continuamente está dando
voces. La marcha resulta grotesca entre los alaridos del jefe y el paso ridículo
que lleva la soldadesca.
El
otro edificio potente de la Acrópolis es el Erecteion, el templo de Erecteo, un
rey mitológico ateniense que llegó al Ática desde Egipto. Ocupa el lugar más
sagrado de la “ciudad alta” ya que allí se produjo el enfrentamiento entre
Poseidón y Atenea para dar nombre a la ciudad. Atenea y Poseidón discutían
porque ambos querían ser el patrón de la ciudad y estaban dispuestos a luchar
por ello. Zeus tuvo que intervenir y dejó que votara el populacho, lo que hizo
necesario que los dioses ofrecieran algo a la ciudad para convencerlo.
Acordaron que cada uno haría un regalo a los lugareños para que eligieran su
preferido. Poseidón golpeó el suelo con su tridente e hizo brotar una fuente,
pero su agua era salada y por tanto no potable. Atenea ofreció un olivo,
obsequio que resultó ser el elegido porque daba madera, aceite y alimento. De
esta manera, Atenea puso su nombre a la ciudad: Atenas. En el Erecteion destaca
el pórtico de las Cariátides, 6 figuras femeninas con traje talar que hacen la
función de columna o pilastra.
"Una noche más Adriano era incapaz de conciliar el sueño. Apoyado sobre la balaustrada que da frente a las aguas inmensas y serenas del Mediterráneo, con los ojos rebosantes de la más líquida amargura que jamás tuvo en su vida, miraba al cielo buscando ver allí a su adorado Antinoo. Y al fin creyó verle sonreír en la inmensidad de la noche, como un destello infinito que iluminó las lunas tristes de eterna soledad".
Acabada
la visita, descendemos deteniéndonos en la colina de Aerópago, del dios de la
guerra Ares, un pedrusco de 115 metros de alto que domina el Ágora y sobre el
que la tradición dice que predicó el apóstol San Pablo.
El
descenso fue catastrófico. Iñaki metió la pata en un agujero del pavimento y
parecía una lesión grave en el pie. Al menos estuvo cojeando todo el resto del
viaje. Pero no dejó de caminar, mejor de renquear… Así que cerca de Thissio
vimos los restos de una fuente de época clásica de la que no recuerdo el nombre
y los de un templo dedicado a Pan, el disco griego de los pastores y rebaños que
tenía aspecto de fauno.
Una
parada técnica en el barrio de Thissio y a seguir culturizándonos, ahora en el
Ágora griega. Era el corazón de la Atenas de Pericles con sus teatros, colegios
y estoas (pórticos) llenos de tiendas. Es obligatorio acceder a tres construcciones:
el Hefesteion, la Stoa de Attalos, y la pequeña iglesia bizantina de Agii
Apostoli. La construcción del templo de Hefesto, dios del fuego y de la forja,
comenzó en 449 a.C., pero no fue acabado hasta el año 415 a.C., probablemente
porque era mucho más importante la construcción de los monumentos de la
Acrópolis. El friso occidental fue terminado entre 445 y 440 a.C., mientras que
el oriental, el frontón oeste y varias modificaciones del interior del templo
son datables de 435 a 430 a.C. Hasta la época de la Paz de Nicias, de 421 a 415
a.C., no fue puesta la techumbre y erigidas las estatuas de culto. Fue
inaugurado oficialmente en 416/415 a.C. Su planta es de 6x13 columnas, siempre
doble más una en los laterales. La Estoa de Átalo es un pórtico helenístico
situado en la parte oriental del ágora. El monumento fue construido por Átalo
II Filadelfio, durante su reinado en Pérgamo (159 a 138 a.C.). Era un regalo a
la polis de Atenas, en agradecimiento a la educación que había recibido en ella
antes de ser rey. Con 112 metros de largo por 20 de ancho, tenía dos niveles:
una planta baja dórica y un piso superior jónico. El antiguo centro comercial
con 21 locales en cada piso en la actualidad alberga el Museo del Ágora de
Atenas, donde no se muestra ninguna pieza relevante del arte griego. La Iglesia
bizantina de Agii Apostoli o de los Santos Apóstoles es una de las más antiguas
de Atenas. Data del año 1000 al 1025 y fue edificada sobre las antiguas ruinas
de un monumento romano del siglo II. En el año 1950 fue reconstruida hasta
quedar tal y como la conocemos hoy en día. Contenía importantes frescos
bizantinos y muchos otros traídos de otras significativas de la ciudad.
La
mañana seguía cundiendo, pese a los padecimientos de Iñaki por su pie maltrecho.
La Biblioteca de Adriano era un impresionante edificio rectangular creado para
albergar la extensa colección de libros que poseía el emperador, además de
funcionar como sala de lectura y centro de convenciones. Construida en el año
132 también era conocida como la "biblioteca de las cien columnas".
Ocupaba un extenso recinto de 122x80 metros que se encontraba rodeado por una
galería compuesta por 100 columnas corintias de más de ocho metros de altura.
Adriano, emperador romano de origen sevillano entre los años 76 y 138, debió
ser un tipo un poco rarito. Tenía una relación morbosa con un adolescente muy
mono, de 13 o 14 años, llamado Antinoo. Adriano, que ejercía de adulto
"erastes" y Antinoo, su joven erómeno, adolescente comprometido en
una pareja pederástica con un hombre mayor, “compartieron gustos y aficiones”,
una forma educada de decir que Adriano hacía cochinadas con el sumiso Antonioo,
hasta que el efebo se ahogó en el Nilo en un viaje por Egipto el año 130 de
nuestra era.
"Una noche más Adriano era incapaz de conciliar el sueño. Apoyado sobre la balaustrada que da frente a las aguas inmensas y serenas del Mediterráneo, con los ojos rebosantes de la más líquida amargura que jamás tuvo en su vida, miraba al cielo buscando ver allí a su adorado Antinoo. Y al fin creyó verle sonreír en la inmensidad de la noche, como un destello infinito que iluminó las lunas tristes de eterna soledad".
Del relato corto de Rafael Arribas, El
ombligo de Antinoo.
Todavía
nos quedaban fuerzas y tiempo, al Ágora romana. Poco hay que ver, solamente la
Torre de los Vientos que ya hemos descrito vientos en el párrafo final del 7 de
julio. El edificio se conserva en perfectas condiciones gracias a que en el
siglo VI fue utilizado como capilla. Aunque el lugar en el que se situaba el
ágora está prácticamente devastado, con una enorme dosis de imaginación es
posible pasear por el patio en el que se llevaba a cabo la vida social en la
antigua Grecia.
11 de julio de
2018
Atenas
También por
nuestra liberalidad somos muy distintos de la mayoría de los hombres, ya que no
es recibiendo beneficios, sino prestándolos, que nos granjeamos amigos. El que
hace un beneficio establece lazos de amistad más sólidos.
Haciendo
caso a Pericles me vi obligado a comenzar el día haciendo la obra buena del
viaje. Aunque no lo teníamos muy lejos, para que Iñaki no caminara en exceso,
decidimos acercarnos al Museo Bizantino en metro. Cuando cogimos las escaleras
mecánicas una abuelilla que perfectamente podía ser centenaria, ¡sin exagerar!,
se agarró como una lapa a una ateniense para no caerse al montar. Pero no fue
demasiado bondadosa, ya que la abandonó a su suerte. Y su suerte más cercana
era yo. Sin decir palabra se me aferró al brazo consiguiendo salvarse de un
morrón seguro al bajar. También sin habla alguna se despidió, ni tan siquiera
parakalo ni kalimera o efjaristó poli.
El
magnífico Museo Bizantino alberga una colección con un gran número de obras que
comprenden más de 1500 años del arte bizantino y otras piezas de gran interés.
Objetos de plata, esculturas, iconos, mosaicos, bordados y frescos integran una
amplia y diversificada colección capaz de saciar al más ínclito “bizantinólogo”.
Algunas de las salas están reconstruidas a partir de fragmentos de iglesias
pertenecientes a varios periodos de la arquitectura bizantina. El tesoro que se
haya en su interior sorprende al visitante con la extraordinaria colección de
iconos del museo. El recorrido continúa con más vestigios del arte bizantino,
hasta llegar a la época de la dominación de los francos, donde las esculturas
tienen un papel preponderante. Al ascender a la primera planta, frescos y
objetos religiosos cobran un mayor protagonismo. Las pinturas murales de
iglesias y el Epitafio bordado en oro de Salónica (siglo XIV) destacan entre
los múltiples objetos de valor, antes de dar paso a las piezas pertenecientes a
la Diáspora Griega, el masivo movimiento de emigración heleno hacia países
extranjeros. De lo mejor de Atenas y muy poco conocido.
Tras
hartarnos de iconos, volvemos a la cultura clásica para visitar el Lykeion, el
Liceo de Aristóteles. Tal vez pueda considerarse la primera universidad del
mundo, pero su estado es deplorable. No hay nada que ver.
Siempre
gracias a la avería de Iñaki, hacemos un gran descubrimiento: lo baratos que
son “casi todos” los taxis en Atenas. Del Museo Bizantino a la cima de la
colina de Licabeto solo nos cobran 4’27 €uros por un trayecto de unos dos
kilómetros a través de unas intrincadas y estrechísimas callejuelas. Según la
leyenda, la diosa Atenea quería que el Partenón estuviera cerca del cielo, por
lo que tomó una enorme roca con la intención de colocarla sobre la colina de la
Acrópolis. Mientras la transportaba la, recibió una noticia que la sobresaltó,
por lo que el pedrusco de 278 metros se le cayó formando el Monte Licabeto, la
colina de los lobos. Desde la cima se obtienen unas vistas privilegiadas de
Atenas, especialmente de la Acrópolis. En el punto más alto se sitúa la pequeña
capilla ortodoxa de San Jorge, una coqueta construcción blanca que aporta un
aspecto especial a la cima, pero que tiene un interior horroroso.
Existe
otra forma de acceder o escapar, nuestro caso, de Licabeto: tomar un funicular
que baja hasta la calle Ploutarhou, en las inmediaciones del barrio de
Kolonaki, uno de los más elegantes y lujosos de Atenas.
En
la parada había un taxi, el único taxista caradura de la ciudad nos tenía que
tocar a nosotros. Acordamos con él un precio de la friolera de 15 €uros por
llevarnos hasta el Museo Nacional. Un auténtico timo, ya que el recorrido era
un poco más largo pero mucho fácil que el anterior, al que accedimos por la
lesión de Iñaki. ¡¡¡Menudo sinvergüenza!!! Todo dicharachero nos da
conversación y nos baja hasta la muy cercana avenida Vasilissis Sofias, unos
700 metros, y nos expulsa del taxi alegando que no podía continuar porque el
centro de Atenas estaba cerrado al tráfico por una manifestación de inmigrantes
sirios. Todo generoso nos cobró 10 €uros en lugar de 15. También nos indicó,
muy amablemente, que el museo estaba muy cerca caminando. Yo ya advertí a Iñaki
que era una mentira descarada, pero le abonamos y se escapó. Por ello, 40
minutos andando a pleno sol hasta la plaza Omonia para comer antes de ir al
museo. Decididamente, si en Atenas te encuentras con un taxista que te da habla
mucho, hay que tener cuidado, seguro que es un embaucador.
Pero
no hay bien que por mal no venga. Si nos hubiéramos desplazado en taxi, no
habríamos podido ver la plaza que alberga tres de los edificios más elegantes
de la ciudad. Levantados entre 1839 y 1903, la Academia (Akadimia), la
Universidad (Panepistimio) y la Biblioteca Nacional (Ethniki Vivliothiki) se
presentan como una prestigiosa trilogía del conocimiento. Es una refinada asociación
de figuras míticas de la antigüedad en los inmuebles obra de los arquitectos y
hermanos daneses Hansen junto con el alemán Ziller: Apolo y Atenea velan sobre
la Academia, mientras que una esfinge insufla su sabiduría al conjunto.
La
Plaza Omonia o de la Concordia, curioso nombre después del encontronazo con el
taxista, se puede considerar el centro de Atenas. Aunque muy venida a menos,
está rodeada de hoteles lujosos, quioscos, tiendas caras, etc. Humildes
nosotros, aprovechamos para comer un Souvlaki, comida rápida griega, en una de
sus terrazas.
Con
la panza llena, tras el avituallamiento, un paseo nos dirige al cercano Museo
Nacional. Sus colecciones del museo se encuentran ordenadas a lo largo de dos
plantas y destacan piezas tan magníficas como la máscara de oro de Agamenón, el
Poseidón y el jinete de Artemisión, la vasija de los Guerreros, la Dama de
Micenas o la escultura de medio cuerpo de Augusto. Durante la Segunda Guerra
Mundial el imponente edificio de estilo neoclásico se vio obligado a cerrar sus
puertas y a guardar sus obras en cajas protectoras, que posteriormente fueron
enterradas para evitar su deterioro y posibles saqueos. En 1945 el museo pudo
abrir sus puertas de nuevo para sacar a la luz sus preciados tesoros.
Otro
honrado taxista, como el primero y no el segundo, nos devuelve a casa por menos
de 4 €uros, más barato de lo que nos habría costado hacerlo en metro
(1’40x3=4’20), y de puerta a puerta, sin caminar un metro.
Al
atardecer, Iñaki se queda de nuevo en el apartamento, para que Pedro y yo
exploremos una zona cercana que nos resulta bastante cutre.
12 de julio de
2018
Atenas
La razón por
la que me he referido con tanto detalle a asuntos concernientes a la ciudad, no
ha sido otra que para haceros ver que no estamos luchando por algo equivalente
a aquello por lo que luchan quienes en modo alguno gozan de bienes semejantes a
los nuestros y, asimismo, para darle un claro fundamento al elogio de los
muertos en cuyo honor hablo en esta ocasión.
Ahora
que nos hemos aprendido el truco de los taxis, casi todos honestos, cogemos uno
para ir al lejano Cementerio de El Cerámico, Kerameikos. Nos cobra la friolera
de 3’25 €uros. En el año 478 a.C. se llevó a cabo la construcción de un muro
para la protección del Ágora, mediante el cual el barrio Kerameikos quedó
dividido en dos. Debido a que los atenienses enterraban a sus muertos fuera de
las ciudades, la parte exterior del muro comenzó a utilizarse como necrópolis,
hasta llegar a convertirse en la más importante y extensa de Atenas.
Recorriéndolo se disfruta del tranquilo ambiente que envuelve el último lugar
de reposo de los antiguos ciudadanos atenienses, donde se contemplan restos y
copias de algunas lápidas y construcciones funerarias. Un pequeño museo alberga
algunas de las originales, además de estatuas, vasijas y otros elementos
funerarios encontrados en la zona.
Uno
de los enclaves más clásicos que nos quedaba por ver era el Puerto del Pireo.
Así que otro taxista nos lleva hasta lo que él creía que eran las proximidades
del Museo Naval, que se encuentra en Marina Zea. De churro, pero acertó. El
museo no vale nada, cientos de maquetas de barcos relativamente modernos y
prácticamente nada de lo que nos interesaba: remes, trirremes y otros navíos de
época clásica. Además tiene una norma curiosa, solo se permite hacer
fotografías de las “extraordinarias” reproducciones con el teléfono móvil,
nunca con una cámara convencional. Claro, nos la saltamos a la torera, aunque
la calidad de lo expuesto no nos invitó a grandes alardes fotográficos.
Aburridos,
decidimos caminar hasta Mikrolímano, “el Puerto Pequeño”. La caminata de 3
kilómetros, rodeando todo Marina Zea y Mikrolímano, fue incómoda porque hacía
un calor tremendo, unos 38 grados. Podría ser el rincón más cuco y sofisticado
del Pireo, un pintoresco puerto náutico, un bocado de agua marina que se
adentra en lo que debería ser la bulliciosa costa portuaria ateniense para
crear un remanso de paz, un pequeño oasis en el que las imágenes de los barcos
deportivos se reflejan tambaleantes en las aguas del mar. La avenida principal
va trazando un camino curvo. A un lado, quedan agua, barcos y restaurantes.
Ciertamente es un remanso de paz, no había nadie. Hicimos el paseo solos.
Supongo que los precios y lo pesados que son algunos de los propietarios de los
locales se lo han cargado. Pese a todo, nos arriesgamos a comer en el
restaurante Salty, demasiado minimalista en la cantidad de las raciones y todo
lo contrario en el precio.
De
nuevo pasamos las horas de más calor en el apartamento de Robertou Galli 3, y
salimos a tomar unas birras al anochecer.
13 de julio de
2018
Atenas
Disfrutamos de
un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores
de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto
al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no
de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las
leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses
particulares...
La
Colina de Filopapo, también conocida como la Colina de las Musas, se alza al
suroeste de la Acrópolis y en su cima se sitúa el monumento funerario
construido en honor a Julio Antíoco Filopapo, último príncipe del reino de
Comagene, una región de Asia Menor, fallecido el año 116. La ascensión es
bastante cómoda, ya que discurre por senderos que se abren paso entre la
vegetación. La sombra que proporcionan los árboles de la pequeña montaña es
algo que se agradece, sobre todo durante los calurosos días estivales que
estamos sufriendo. Nada empezar a subir, se encuentra la Prisión de Sócrates.
De factura tosca y apariencia más que austera, a lo que contribuye la maleza
que la recubre y su más que precario estado de conservación, este lóbrego lugar
fue testigo de las últimas horas del filósofo tras su condena a muerte, dictada
en 399 a.C. Las vistas desde la Colina de Filopapo son ideales para fotografiar
la Acrópolis.
Otra
vez abajo no podemos pasar sin acceder a la pequeña iglesia de Agios Dimitrios
Loumbardiaris. Según la tradición, en 1658 el Agha Yusuf quiso hacer estallar
la iglesia y a los concentrados en ella con una lombarda, un cañón grande. Sus
planes fallaron debido a un gran rayo que le costó la vida, pero a partir de
entonces el templo lleva el apelativo de Loumbardiaris.
Un
poco más allá, la Pnika, Pnyx, es uno de los lugares menos visitados pero más
emocionantes de Atenas. Su valor simbólico es realmente importante, es la
explanada en la que puede afirmar que se encuentra el origen de la democracia
griega. Allí figuras como Temístocles, Demóstenes o Pericles se forjaron como
líderes y no sólo marcaron, sino que crearon la historia. El significado de
Pnyx es “el lugar donde uno está apretujado”, y es que esta colina con forma de
hemiciclo reunía cada 9 días la Ecclesia, la asamblea de los ciudadanos de
Atenas. En cada convocatoria se discutían distintas cuestiones que el Consejo o
Boulé sacaba a relucir. Todos los ciudadanos podían opinar y existía una
tribuna desde la que se dirigían al público. Las decisiones se tomaban mediante
voto, para el que era necesario un mínimo de 6000 personas. Una cantidad tanta
desmedida de votantes hacía que en ocasiones los atenienses tenían que peinar
la zona en busca de "voluntarios" para cumplir el mínimo quórum. Hoy,
pueden verse algunas de las rocas sobrias, lisas y blancas, recuerdo de la
época. La Pnyx no solo es un destacable pulmón verde de la ciudad, un lugar
tranquilo, también se trata de un mirador espléndido sobre los monumentos de la
Acrópolis. En la colina del Pnyx, la memoria de las piedras es de una
importancia conmovedora, ya que recuerda una de las grandes aportaciones de
Grecia como civilización, la democracia.
Era
nuestro último día en Atenas y ya habíamos tachado de la lista todo lo que
deseábamos ver. Tras consultar una guía, nos dirigimos con paso cansino y, tal
vez, no demasiado interés al Proto Nekrotafio, el mal llamado “Primer
Cementerio de Atenas”, ya que es imposible que sea el primero cuando se
construyó en el año 1838 de nuestra era, cuando Cerámico es del siglo XII a.C.
Entre las figuras notables enterradas en el recinto destacan el arqueólogo
Heinrich Schilemann (descubridor de Troya y Micenas), el poeta y premio nobel
Giórgios Seféris, o la actriz y política Melína Merkoúri, a la que se debe el
moderno Museo de la Acrópolis. El problema es que no existe un mapa en el que
se indique la ubicación de cada enterramiento, por lo que es imposible localizar
los más importantes. No obstante, creemos que llegamos a saber cual es la tumba
de Schilemann.
Casi
acabamos con un paseo con comida incluida por Plaka, un descanso en el
apartamento y el último paseo cervecero. Por la noche, reservamos el
restaurante Strofi, uno de los mejores de Atenas que destaca por su marisco y
por las vistas a la Acrópolis iluminada. La foto trucada que tomamos
componiendo una luna de enorme tamaño (falsa) con el templo de Atenea Niké al
fondo es magnífica. No contaremos como la tomamos.
14 de julio de
2018
Corinto,
Micenas, Epidauro.
Es difícil, en
efecto, hablar adecuadamente sobre un asunto respecto del cual no es segura la
apreciación de la verdad, ya que quien escucha, si está bien informado acerca
del homenajeado y favorablemente dispuesto hacia él, es muy posible que
encuentre que lo que se dice está por debajo de lo que él desea y de lo que él
conoce; y si, por el contrario, está mal informado, lo más probable es que, por
envidia, cuando oiga hablar de algo que esté por encima de sus propias
posibilidades, piense que se está cayendo en una exageración.
El
14 de julio, muy de mañana, nos venían a buscar para realizar el Tour por el
Peloponeso y las Meteoras. Como decía Pericles, podría ser complicado ser
imparcial al juzgar lo que hemos vivido durante el recorrido, pero la empresa
ArtyTours y, especialmente, la guía Elena nos han defraudado, por decirlo de
una manera educada, considerablemente.
Para
empezar, nos tuvieron una hora recorriendo los diferentes hoteles de Atenas
para recoger turistas. Pero lo curioso es que no eran los que nos acompañaban
al Peloponeso, cada uno tenía una excursión diferente. Así que aunque ya
estábamos aposentados en lo que creíamos nuestras plazas de autobús, y acabada
la “visita panorámica de la ciudad” en lo que ellos denominaron la central de
la empresa, pero que no es otra cosa que el Monumento a Melína Merkoúri, nos
obligaron a bajar, cargar de nuevo con las maletas y cambiar de bus.
¡Que
decepción! El nuevo y definitivo autobús, que por fuera aparentaba ser
magnífico, no podía ser peor. Viejo, incómodo y prácticamente sin aire
acondicionado. Tanto es así, que ni tenía salidas individuales de aire para
cada pasajero. Con el calor que hacía, la tal guía Elena que se lo sabía, siempre
iba abanicándose. Además, no había asientos libres, por lo que en los estrechos
asientos íbamos como piojos en costura. Tengo fotografías de todo.
El
grupo que nos tocó, además, estaba constituido por una recua de impresentables
maleducados: catalanes de pro e independentistas, algún que otro español o
española muy poco sociables, unos padres de Obanos con una hija muy pija y
ellos con pinta de batasunos nada simpáticos, muchos portugueses que no
entendían nada a la guía y que hacían alarde de sus pocos modales y unos
cuantos mejicanos y argentinos que ejercían de tales con una prepotencia
grande. Al final, y aunque sea difícil de creer, los únicos normales parece que
éramos nosotros y un matrimonio de Bilbao. Y para colmo de males, en ese primer
trayecto, en los asientos de delante nuestra nos tocaron unos portugueses que
viajaban con un hijo de unos 20 años que no acertamos a distinguir si no era
completo del todo o si había salido del armario, que fueron los únicos de todo
el autobús que echaron su respaldo para atrás. Si hasta entonces era agobiante
por la angostura, todavía fue mucho peor.
Y
la tortura continuó, ahora por las habilidades (desfachatez) de la guía llamada
Elena. La primera parada de la jornada fue en el Canal de Corintio, una vía de
agua de 6 kilómetros de longitud y 23 metros de ancho que comunica el mar Egeo
con el mar Jónico. El canal, según estimaciones de nuestra guía, permite
ahorrar 400 kilómetros a los más de 10000 barcos que lo cruzan cada año y que
podían ser más si fuera más amplio. De todas formas, lo más probable es que la
cifra de 10000 sea totalmente falsa, ya que supondría que lo atraviesa un navío
cada 55 minutos. Una tradición dice que si ves un barco atravesando el canal,
hay que pensar en un deseo que se concederá. Es la tercera vez que estoy allí,
en esta ocasión durante unos 40 minutos, y en ninguna de ellas he visto
embarcación alguna, ni tan siquiera una chalupa a remos.
La
siguiente visita del programa que habíamos contratado era Nauplia. Es un
pequeño pueblo marítimo donde se haría una parada corta en el que yo he
pernoctado 2 veces en anteriores viajes a Grecia. Nos la robaron, no fuimos a
Nauplia y no se nos dio ninguna explicación. Más tarde nos dimos cuenta de lo
que pasaba, la guía Elena cambió el itinerario a su antojo para llevarnos a
“hacer la compra” en una tienda de cerámica con precios extraordinarios.
Colocada junto a la caja, estuvo muy atenta a cada adquisición para llevarse
sus comisiones, para forrarse a nuestra costa. La gracieta de la cerámica hizo
que la autobusada en tan confortable vehículo se alargase tremendamente,
haciendo que llegáramos al hotel en Olimpia casi hora y media más tarde lo
programado. El innecesario desvío obligó a visitar Micenas y Epidauro en orden
disparatado: primero Micenas, después Epidauro, la tienda de cerámica, y el
desplazamiento hasta Olimpia pasando otra vez al lado de Micenas.
La
primera parada seria del día es en Micenas. Su fortaleza, descubierta por
Heinrich Schielmann en 1874, es una ciudadela compleja que estaba habitada solo
la clase gobernante, ya que artesanos y mercaderes vivían fuera de las
murallas. El acceso se realiza por la Puerta de los Leones, ambos descabezados,
siempre repleta de pelmas haciéndose selfies. ¡¡¡Odio al inventor del selfie!!!
Nada más entrar, a la derecha, se ve el Círculo Funerario A, que contenía 6
tumbas con pozo en los que se encontraron 19 cuerpos y 14 kilos de objetos
fúnebres que se exponen en Atenas. Extramuros se hallaron 10 tumbas tholos con
bóvedas circulares. La más valiosa es llamada el Tesoro de Atreo y cuenta con
un dromos de 36 metros revestido de piedra y un pequeño osario. Es una de las
dos tumbas de toda Grecia clásica que tiene 2 cámaras.
Aunque
conocido por su teatro, el santuario de Epidauro fue un centro clínico y
religioso dedicado al dios sanador de la medicina, Asclepio. El teatro,
diseñado por Policleto el Joven a finales del siglo IV a.C. pasa por tener una
acústica perfecta. Se mantiene tal cual lo diseñaron por su remota ubicación,
que hizo que no sufriera robos de pedruscos. Fue construido aprovechando la
vertiente de una montaña, con un diámetro de 112 metros y 32 filas de asientos
en la parte baja, 20 en la parte central y 24 en la superior, con capacidad
para 12000 espectadores, aunque nuestra erudita guía habló de más de 30000.
¡Eso sin exagerar! En la antigüedad era ya célebre por la armonía de sus
proporciones. Cuenta con la única orquesta circular que se conserva de la
antigüedad y los actores entraban en escena a través de dos pasillos laterales
o parodoi, uno a cada lado del escenario.
Llegados
a Olimpia nos tiraron en la calle principal y tuvimos que arrastrar nuestras pesadísimas
maletas hasta el hotel por una cuesta arriba bastante empinada. Como despedida,
la guía Elena nos cuenta otra mentira, una de tantas en estos 4 días: tenemos
que cenar antes de las 21:30 horas porque después debe ocupar el comedor otro
grupo. Nos quedamos los últimos y al comedero no solo no subió otro montón de
personas, no subió nadie.
15 de julio de
2018
Olimpia, Itea.
Quienes con
más razón pueden ofrendar su vida no son aquellos infortunados que ya nada
bueno esperan, sino, por el contrario, quienes corren el riesgo de sufrir un
revés de fortuna en lo que les queda por vivir, y para los que, en caso de
experimentar una derrota, el cambio sería particularmente grande.
Nosotros
sí que hemos sufrido un revés de la fortuna con esta guía llamada Elena que nos
ha tocado para martirizarnos durante el circuito. ¡Qué horror de visita a las
ruinas de Olimpia!
Si
en un sitio arqueológico hay unas ruinas y un museo, a cualquier persona que le
preguntes te dirá que lo lógico es empezar por las ruinas. Con la “señora”
Elena no, otra de sus asquerosas jugarretas para retrasar la salida del lugar a
la hora que le convenía y comer en el restaurante del hotel de su compañía
(Arty Grand Hotel Olimpia), que casualmente tenía una joyería con unos precios
magníficos.
Llegamos
al sitio arqueológico a las 9 menos de la mañana, cuando abrían a las 8 y en
otros destinos estábamos en la puerta casi antes de abrir, y nos dirigió
directamente al Museo de Olimpia. No tiene nada para ver, pero tiene una
maqueta de las ruinas que debe de ser algo fuera de serie. De 50 a 55 minutos
explicándonos la maqueta de marras, con la excusa de que si no nos la
aprendíamos de memoria no podríamos comprender las ruinas, no nos enteraríamos
de nada al recorrerlas. Digo yo, para qué está ella si no es para explicarlas
in situ. Para el resto del museo, una hora. Sobra con 10 minutos porque las
únicas obras relevantes son la terracota polícroma “Zeus raptando a Ganímedes”
y el Hermes con el niño Dioniso de Praxíteles. La cosa entre Zeus y Ganímedes
debe ser algo parecido a lo de Adriano y Antinoo. En la Ilíada, el pequeño es
descrito como "el más hermoso de los mortales", y trabajaba como
pastor cuidando ovejas en el monte. Un buen día Zeus vislumbró al chico desde
las alturas y se encaprichó de él. Como el jefe de dioses no tenía paciencia
para el cortejo bajó hasta las montañas y se llevó al pastorcillo. Además, para
poder meter al chaval en casa sin levantar sospechas, Zeus nombró a Ganímedes
copero oficial de los dioses. Hera, la esposa de Zeus, se puso hecha una furia:
su marido le estaba poniendo los cuernos con un imberbe. La bronca debió
monumental, pero ganó Zeus ya que Ganímedes se había convertido en inmortal al
entrar en el Olimpo. El grupo está
tallado en un bloque de mármol de Paros de la mejor calidad y Hermes valdría
para NBA, mide 213 centímetros. Por su parte, el escultor Praxíteles es el gran
representante del clasicismo tardío. Sus obras desprenden una sutil belleza, un
particular tratamiento de las formas y ha dejado para la historia del arte la
curva praxiteliana, en la que el cuerpo pide un punto de apoyo donde el cuerpo
le obliga a arquear la cadera. También su Hermes está tallado con esta postura.
Acabada
la eterna visita al museo, nos preguntamos cuanto tiempo emplearía esta guía
tan fantástica en contar el Museo del Prado, eran cerca de las 11 del mediodía
y la temperatura superaba los 30º. Pero no preocuparse, que si las cosas pueden
empeorar, seguro que empeoran. Su siguiente ocurrencia, ya al aire libre y no
dentro del museo que tiene aire acondicionado, fue desplegar un mapa gigantesco
de Grecia y tirarlo al suelo. ¡20 minutos explicando las 13 regiones y 74
provincias de Grecia! Ya estaba la jefa lanzada y empleó hora y 10 minutos para
el paseo completo por todas las ruinas: 55 minutos para la maqueta, 70 para la
realidad. En la confluencia de los ríos Cladeo y Alfeo, el Santuario de Olimpia
fue durante más de 1000 años un cento religioso y atlético con elaborados
templos y edificios seculares entre los que destacan el Philippeion, los
templos de Zeus y Hera, el Bouleuterion o cámara del consejo, el gimnasio y la
palestra y el estadio con su arco de entrada, y el taller del escultor Fidias.
Acabado
el suplicio, aún nos quedaba una marcha de cerca de 20 minutos, cuesta arriba y
a 32º, para montarnos en ese autobús con el aire acondicionado minimalista. Lo
que pasó en la comida en Arty Grand Hotel, perteneciente a ArtyTours, la
agencia que nos llevaba en esa especie de bus-cutera, indica claramente la
calaña de la guía y de la empresa ya que tuvieron el fastuoso detalle de
pedirnos 13 €uros por persona si pagábamos en efectivo, o 15 si lo hacíamos con
tarjeta. Tarjeta rima con geta, y supongo que será absolutamente ilegal en
Grecia y en todos los lugares civilizados pedir precios de pago distintos según
el método de pago. La llegada al museo a las 8:50 en lugar de las 8:00 (hora de
apertura), los 55 minutos de la maqueta, los 20 del plano en el suelo, los 70
de visita a las ruinas y 20 más de andada a pleno sol consiguieron que, qué
casual, estuviéramos en el hotel-restaurante con joyería barata justo a la hora
que le convenía a la Elena, las 12:50. Un ratico para comer, otro ratico para
las compras bien comisionadas para ella, y en autobús hasta Delfos, o cerca.
En
mis primeros viajes al país, para pasar de la parte peninsular, el Peloponeso,
a la Grecia Central era necesario tomar un ferry en la ciudad de Patras para
superar el Estrecho de Corinto en el Mar Jónico. Desde 2004 un moderno puente
salva la dificultad. El Puente Charilaos Trikoupis, en honor de un antiguo
primer ministro de Grecia, tiene una longitud de 2252 metros, aproximadamente
25 campos de fútbol, el más largo de su tipo en el mundo. Los griegos lo llaman
Puente de Rio Antirio (se lee con un sola R, no con RR) porque une esas dos
localidades. Su tamaño y las adversas condiciones en las que se construyó lo
convierten en una proeza de la ingeniería.
A la zona, antiguamente se la
conocía como golfo de Lepanto, Nafpata, escenario de la célebre batalla naval del
mismo nombre en el siglo XVI (7 de octubre de 1571). Allí, la Liga Santa, la coalición
cristiana, derrotó a los turcos del Imperio Otomano. Probablemente, también
allí, Miguel de Cervantes perdió un brazo, lo que no le hizo olvidar la
grandeza de la hazaña: "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados,
los presentes, ni esperan ver los venideros".
"Hijos,
a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para
que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿Dónde está vuestro Dios?
Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la
inmortalidad".
De la Arenga de don Juan de Austria a
las tropas españolas.
16 de julio de
2018
Delfos,
Aráchova, Kalambaka.
Y en cuanto a
vosotros, hijos o hermanos, aquí presentes, de estas víctimas de la guerra, veo
grande el desafío que tenéis por delante, porque solamente aquel que ya no
existe suele concertar el elogio de todos; a duras penas podréis conseguir, por
sobresalientes que sean vuestros méritos, ser considerados no ya sus iguales,
sino incluso sus cercanos émulos.
Estamos
pronto en el sitio arqueológico y, esta vez sí, empezamos por las ruinas para
cavar en el museo. Según cuenta otra leyenda, cuando Zeus soltó dos águilas
desde puntos opuestos del mundo, su vuelo se cruzó sobre Delfos, por lo que
decidió que el lugar sería a partir de entonces el centro de la Tierra. Poco
queda en pie, lo más importante los tholos con una función todavía hoy desconocida, la reconstrucción del Tesoro de los Atenienses,
6 columnas incompletas del Templo de Apolo, el teatro y el estadio. En el
centro del Templo de Apolo, una oquedad deba entrada a la estancia donde la
pitia o pitonisa (nombres derivados de la serpiente pitón), una sacerdotisa,
supuestamente adivinaba el futuro. Aquellos que le formulaban preguntas pagaban
una tasa llamada pelanos y sacrificaban una cabra en el altar. Entonces, un
sacerdote hacía la pregunta a la pitia, que contestaba en estado de trance,
probablemente por los gases que emanaban de una grieta que existía debajo del
trípode en el que se sentaba. Sus palabras eran interpretadas por el clérigo,
que las trasladaba al interrogador. Casi siempre, sus respuestas eran muy
ambiguas, por si fallaba. Y es que no hay mejor manera de acertar que aguardar
a que pasen las cosas para opinar. ¿Va a llover?, preguntaban en un pueblo del
norte de Navarra a los viejos y estos, sin mirar al cielo, respondían:
"Mañana te lo digo". Con la sibila pasaba lo mismo. Está documentado
que un soldado que partía para la guerra le fue a consultar para saber qué
suerte les tenían deparada los dioses. "Irás. Volverás. No morirás en la
guerra". El guerrero marchó todo creyendo que el oráculo había asegurado
que iría y volvería, que no moriría. El dichoso Apolo, hijo de Zeus y segundo
en mando en el Olimpo, era un mal bicho con el que sería mejor no cruzarse, se
equivocaba muy a menudo y los soldaditos caían como moscas. El soldado en
cuestión cayó en combate y su familia decidió protestar a la adivina. Cambiando
la puntuación de su auspicio, tenía la respuesta perfecta: "No es cierto
que le dijera que regresaría del campo de batalla, lo que yo manifesté es:
Irás. Volverás no. Morirás en la guerra". ¿No sería pariente de nuestra
guía Elena? Tramposa era igual.
La
misma Elena nos abandonó a nuestra suerte en el teatro y nos dio media hora
para ascender hasta el estadio a unos cuantos millones de grados y regresar
para ver el museo, que contiene una colección de esculturas y restos
arquitectónicos bastante buenos. La obra maestra es el Auriga de bronce. La
estatua fue encargada por un tirano siciliano llamado Polyzalos para conmemorar
una victoria en la carrera de cuadrigas de los Juegos Píticos (los que se
celebraban en Delfos) el año 478 A.C. De tamaño natural, la figura tiene una
altura de 1'80 metros y se trata de una de las escasas esculturas originales en
bronce que se conservan del mundo griego. La figura erguida, con la larga
túnica y la actitud impasible, mantiene un gesto sereno en el que hay sonrisa.
Parece muy triste, tal vez por trabajar para el tirano Polizalo de Gela.
La visita, mejor dicho la no visita, al pueblo de Aráchova fue una de las jugarretas más infames de la guía Elena. Por lo que he podido leer Aráchova tiene unas buenas vistas panorámicas, pequeñas casas en calles empinadas y las calles adoquinadas con una arquitectura pintoresca. El centro de la ciudad incluye un acantilado enorme y con gran desnivel y un campanario cubierto de hiedra densa. En la parte superior de la torre hay un gran reloj de 10 metros de altura. Nade de eso nos dejó ver. Lo que maquinó su pesetera mente es pasar de largo por el pueblo para, al final de la calle principal, detenerse delante de una escultura dedicada a un médico llamado Georgios N. Papanikolaou y que según la ínclita había nacido en Aráchova y había recibido el Premio Nobel de Medicina. Desconozco la razón por la que la estatua está allí, pero el tal Papanikolau ni es nativo del lugar ni fue premiado con el nobel por desarrollar una prueba para la detección temprana de cáncer en el cuello uterino, hoy llamada "prueba de Papanicolaou". Su única distinción, que no debe ser poco, fue el Premio Albert Lasker por Investigación Médica Clínica en 1950. Desde el monumento se veían en lo alto unas rocas sobre las que algunos lugareños conseguían ver las musas sobre el Monte Parnaso. Igual verían mejor la Luna, por aquello de lunáticos. Es todo lo que pudimos ver en Aráchova, lo que había en 5 metros. Pero es que en esos 5 metros, justo en la puerta del “tortura-bus” había una tienda súper barata de camisetas bordadas. La media hora en el pueblo dedicada, una vez más, al mercadeo y a la obtención de ganancias comisionadas de la guía. Vergonzoso.
Ya
no había más tiendas en el trayecto hasta Kalambaka, al pie de las Meteoras, ya
no hubo más paradas para invertir dinero. Sin embargo, a cada cual lo que es
suyo, la comida en un restaurante de carretera fue muy buena y no solo no
vendían nada, sino que nos regalaron el vino. También nos detuvimos 5 minutos
bajo un sol abrasador para ver el Monumento a la Batalla de las Termópilas
(puertas calientes) y a su héroa Leónidas, el de los 300. Nos hospedamos en un
hotel céntrico que nos permitió dar un paseo por la ciudad, cena y a la cama.
17 de julio de
2018
Monasterios de
las Meteoras.
Porque los
elogios que se formulan a los demás se toleran sólo en tanto quien los oye se
considera a sí mismo capaz también, en alguna medida, de realizar los actos
elogiados; cuando, en cambio, los que escuchan comienzan a sentir envidia de
las excelencias de que está siendo alabado, al punto prende en ellos también la
incredulidad.
El
último día del tour empieza con una nueva mentira de la guía. Nos levantó a las
6:30 de la madrugada para llegar los primeros a un monasterio de las Meteoras
en las que tenía enchufe con el cura ortodoxo que nos abriría antes de tiempo
solo para nosotros el Monasterio de Varlaám. Cero minutos de adelanto, a las
9:00 abrían y a las 9:00 abrieron pese a que hizo el paripé de llamar a la
puerta 5 segundos antes de la apertura. Incluso se nos coló un grupo de chinas.
Las
torres naturales de caliza de Meteora, “las rocas suspendidas”, albergan 6
monasterios ortodoxos. Pese a que la guía nos informó “muy acertadamente” que
en la guerra mundial todavía quedaban 24 cenobios, la realidad es que ya solo
había 6 en los años 20 del siglo pasado. Hay varias teorías sobre cómo se
construyeron hace más de 1000 años, pero ninguna de ellas es muy convincente.
Unos dicen que los ermitaños colocaban clavijas en la roca para alzar los
materiales de construcción hasta las cimas de las rocas. Otros indican que lo
hacían volando cometas sobre las cumbres con cuerdas atadas a unas escalas.
El
Monasterio de Varlaám debe su nombre al primer asceta que vivió allí en 1350,
consiguiendo construir un pequeño complejo monacal en el que vivió solo. Más
tarde, entre 1517 y 1518, dos monjes de nombre Teófanes y Nectarios llegaron a
la cúspide, retomaron los trabajos y fundaron el monasterio. La construcción
principal del monasterio de Varlaám, el Khatolikón, es la iglesia de Todos los
Santos, levantada entre 1542 y 1544. Unos frescos muy tétricos representando
martirios de montones de santos dan paso al nártex, en el que se distinguen las
representaciones de Cristo en la gloria, del Juicio final y de los fundadores
Teófanes y Nectarios. En la nave se encuentran los frescos característicos que
representan a la Virgen y el Niño, la Liturgia de los Ángeles, el Crucificado,
el Pantocrátor en la cúpula y escenas de la vida, las pasiones y la acción de
Cristo.
En
el Monasterio de San Esteban viven cerca de 30 monjas y fue fundado en 1192. Su
iglesia fue decorada con frescos poco después de 1545 cuando el abad del
monasterio era Metrophanes. Los frescos de la iglesia, muy restaurados,
constituyen un interesante conjunto pictórico de pintura religiosa
post-bizantina. En el santuario se distinguen los frescos de Platytera (la
Virgen Blachernitissa) y de la Comunión de los Apóstoles. En la nave se distinguen
las figuras de Santos, Jesús con sus discípulos en el Monte Eleon y la
representación de 24 estrofas del Himno de Akathistos. Finalmente, en el
narthex, se distinguen las representaciones de los santos fundadores Antonio y
Filoteo y la Dormición de la Virgen María.
A
todo esto, en nuestros papeles indicaba que veríamos 3 monasterios, pero solo
accedimos a 2. Vía e-mail contacté con la empresa con la que habíamos
contratado el tour y su respuesta es que no había tiempo para más. Otra mentira
más. Antes de partir les había consultado la hora de llegada a Atenas y me
contestaron que entre 19:00 y 19:30. Sin embargo, estábamos en la capital
griega sobre las 17:00. La “señora” debía tener prisa para encontrarse con su
marido.
Ya
poco nos quedaba por hacer en Grecia. Vuelta a Atenas comiendo en un sitio de
carretera bastante cutre y con unas salchichas griegas poco gustosas. Pero quedaba una sorpresa más, la despedida
de nuestra “amiga” y portentosa guía turística Elena: “La humildad es una flor
que se marchita en el ojal de los tontos”. Esas eran sus formas, esa era su
forma de ser y de llevar al rebaño. Creo que la señora no conoce a Pericles, ni
seguramente tampoco a Sócrates.
Hacemos
noche en Spata, el pueblo más cercano al aeropuerto. Mañana nos tenemos que
levantar a las 3:00 de la madrugada, nuestro vuelo despega a las 6:10 horas.
18 de julio de
2018
Atenas,
Bilbao, Durango, Pamplona.
Para
las 3:30 ya estábamos en el aeropuerto de Atenas, oficialmente Aeropuerto
Internacional Eleftherios Venizelos, que lleva el nombre del que probablemente
fue el político más importante de la Grecia moderna (1864-1936) ejerciendo como
primer ministro de Grecia en siete ocasiones. Un vuelo hasta Munich y otro
hasta Bilbao con Lufthansa nos dejan sobre las 14:00 en territorio español,
vasco, o lo que sea. Comida en un jatetxea en Durango, mal, y a Pamplona.