sábado, 17 de octubre de 2015

Un valle en su esplendor

Otoño en su apogeo nos sorprendió con su rica variedad de matices en su vegetación y además nos ofreció un día primaveral en el bonito valle de Hecho.

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Lo vamos a dejar en Hecho porque también podíamos hablar de Echo y el resultado sería siendo el mismo: un hermoso valle rodeado por agrestes montañas y regado por ríos bravos con aguas cristalinas que dan una nota de color al sediento caminante.



Precisamente fue Hecho quien nos recibió con una temperatuta fresca, pero en "Casa Blasquico" subió el termómetro con un gran vino reserva del Señorío de Lazán. Lugar tranquilo y barroco donde fuimos bien atendidos y pudimos degustar los buenos platos que con amabilidad nos sirvieron.




El Monasterio de San Pedro en Siresa nos deleitó en estado puro con su sobriedad y magnitud. Momentos para recordar, el esfuerzo de otras gentes que dejaron sus huellas para la posteridad.

 

 

 

Sabrosa cerveza para brindar por semejante obra de arte, acompañada con partida de futbolín donde la maestría del saber estar hizo acto de presencia. Resultado, 8 a 1 a favor de Miguel que jugaba con los del Barça contra Luis que lo hacía con su querido Madrid. Parece que ese día el Ronaldo estaba lesionado.


Tras una breve parada en el poco meritorio Centro de Interpretación del Megalitismo, caminamos por la “Boca del Diablo” donde el canto rodado y las piedras sepulcrales eran embestidas por la fuerza del agua convirtiendo el paisaje en una melodía a la heroicidad. Su estrecha carretera nos llevó a la “Selva de Oza”, donde el otoño acampaba con señorío, ofreciéndonos un bello panorama, secundado por el monte Acherito como testigo de la ofrenda.


 

Ansó fue nuestro nuevo y último destino. Allí pudimos apreciar su coqueta iglesia, sus bien cuidados jardines y sus calles limpias. El agua de sus fuentes, sus empinados tejados con sus chimeneas troncocónicas rematas con unas piedras llamadas “espantabrujas” que dejan bien claro su ancestral función, la simpatía de sus gentes, y el claro azul de sus cielos nos despidieron con una sonrisa en los labios y un: “hasta pronto compañeros”, aunque el nombre de la última vivienda que descubrimos no fuera el más apropiado.


 

Con el deseo ¡por fin cumplido para Miguel! esperando que algún día se pueda conocer el secreto, cerramos esta bonita página en el devenir del tiempo.


Texto: Luis Gutiérrez Plaza
Fotografía: Miguel Javier Guelbenzu Fernández