Mientras, Suiza evoca a grandes y verdes praderas y altísimas montañas nevadas, a relojes de cuco y sin cuco, a chocolates y fondues irresistibles, a banqueros aburridos, y a una neutralidad nacida por la fusión de ingredientes alemanes, franceses e italianos. Pero también recuerda a la epopeya de un ballestero que preparó una segunda flecha destinada a un gobernador si no hubiera atinado a la manzana colocada sobre la cabeza de su hijo, a Heidi y al Alpenhorn, la trompa de los Alpes con la que se comunicaban los pastores tiroleses.
Antes de llegar, y tal y como manifestaba el dramaturgo Goethe, "el más grande hombre de letras alemán y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra", Suiza se nos antoja como una combinación de "monumentalidad y orden perfecto".
Lunes, 6 de julio de 2015
Pamplona – Lyon
Hemos madrugado para cubrir los 830 kilómetros que nos separaban de Lyon y llegar a una hora prudencial que todavía nos permitiera conocer la ciudad bañada por los ríos Ródano y Saona. Los que somos Maristas estamos a punto de empezar el año Fourvière, lo que convertía la basílica con el mismo nombre en nuestro primer objetivo. Resulta que después de once años de aprendizaje en lo que supuso un duro trabajo de evolucionar interna, San Marcelino Champagnat fue ordenado sacerdote el 22 de julio de 1816. Al día siguiente subió al santuario mariano de Fourvière para consagrarse a María y prometer solemnemente ocuparse con todas sus fuerzas de formar la Familia Marista. En unos días se cumplirán 201 años de la promesa y, por ello, toda la comunidad Marista celebramos el “Año Fourvière” entre los meses de julio de 2015 a 2016.
(San Marcelino Champagnat en Fourvière).
La basílica de Fourvière ya no está como la conoció San Marcelino. Entonces era mucho más modesta. Comenzó a construirse sobre lo que había sido el foro de Trajano en la ciudad romana de Lugdunum, Lyon. Era el año 1643 y los lioneses levantaron un templo en honor a la Virgen, que les había salvado de una plaga, en una colina desde la que se domina toda la ciudad. En grabados de fechas cercanas a 1830 (San Marcelino falleció en 1840) se aprecia un edificio alargado, con una fachada con dos puertas, rematado por una torre de base cuadrada.
En 1872 comenzaría a levantarse la basílica actual, que no culminó hasta 24 años después. Obra del mismo arquitecto que diseñó el Sacré Cœur de París, Pierre Bossan, muestra elementos románicos y bizantinos. Nuevamente su alzamiento se realizó para dar gracias a María, esta vez por conceder a la ciudad el triunfo de los valores cristianos sobre los socialistas de la comuna de Lyon en 1870. Por lo visto, los sociatas ya tenían su punto asqueroso hace 150 años. En las mismas fechas, también se atribuyó a María la intercesión para la retirada de las tropas prusianas que se dirigían a Lyon tras conquistar París durante la guerra Franco-Prusiana (1870-1871). Aunque la fachada actual, con cuatro torres y un campanario coronado por una Virgen dorada, los mosaicos y vidrieras del interior son exuberantes. La imagen que preside el templo es una de esas intrigantes vírgenes negras y además, el diseño del edifico permite pasar de la oscuridad a la luz gracias a su simbología que oculta. En una de sus cristaleras laterales se encuentra una imagen de San Marcelino rodeado de niños. La basílica de Fourvière, cuyo nombre viene a significar “foro viejo”, de forum vetus, es patrimonio histórico de la UNESCO desde 1998.
El alpinismo lo dejamos para Suiza, por lo que para regresar al hotel tomamos un funicular que en pocos minutos nos dejó frente a la fachada principal de Fourvière. Unas cuantas vueltas para encontrar un restaurante que nos dieran de cenar, y a sufrir en la cama. Una noche horrible, la habitación no disponía de aire acondicionado y el calor era sofocante.
Martes, 7 de julio de 2015
Lyon, Ginebra, Grindelwald
Parece mentira que estuviéramos en Francia. Lyon es una ciudad pésimamente señalizada con un tráfico caótico. Nos ha costado unos 40 minutos poder escapar de allí. Si no lleváramos GPS las vacaciones no las habríamos pasado en Suiza, nunca habríamos llegado porque seguiríamos dando vueltas por Lyon. Además, salvada la localidad, lo siguiente fue un atasco tremendo a la salida.
Nos costó mucho más tiempo del normal llegar a Ginebra. Antes, en la frontera, adquirimos la “viñeta” que permite circular por las autopistas suizas. Geneve nos ha parecido una ciudad tramposa: parece que está todo ordenado pero todo el mundo hace lo que le da la gana. Los ciclistas amenazan a los peatones una y otra vez sin utilizar su carril dedicado, hay semáforos que están en verde la friolera de 3 segundos, las intercesiones de calles son extrañísimas y, unos urinarios públicos son gratis y otros extremadamente caros.
Hemos dado un paseo por las orillas del lago Lemán. Desde cualquier lugar destaca el Jet d’Eau, un chorrón de agua que alcanza los 140 metros de altura y que funciona desde 1891. Rodeando la rada por el Quai del Mont Blanc llegamos al Parc Mon Repos donde hemos hecho honor al nombre del parque tomándonos una cerveza, tan caliente como cara, en la terraza de “La perle du lac”. Era necesaria puesto que no bajamos de 35 grados. Tras una sencilla comida en un pub irlandés, cogemos el coche porque nos espera el apartamento en Grindelwald.
Grindelwald, la aldea del Eiger (3970 m), se halla en una hondonada del valle ante el impresionante escenario alpino con la pared Norte del Eiger, el ogro (3970 m) y el Wetterhorn, el cuerno del tiempo (3692 m). Gracias a este escenario con numerosos miradores y actividades, Grindelwald es uno de los destinos más populares y cosmopolitas de vacaciones y excursiones de Suiza. El apartamento que hemos alquilado está a la entrada de la localidad, justo debajo de la Eigernordwand, la impresionante cara norte del Eiger.
Con la construcción de una carretera y una vía férrea, se facilitó enormemente el acceso a Grindelwald a finales del siglo XIX. En 1908 se construyó aquí el primer teleférico de los Alpes en el Wetterhorn, y en 1912 el ferrocarril llegó desde Kleine Scheidegg al Jungfraujoch, lo que todavía es hoy en día el "Top of Europe", la estación de ferroviaria más alta de Europa (a 3454 metros) y un destino conocido por la nieve y hielos eternos.
Miércoles, 8 de julio de 2015
Blausee, Spiez, Thun, Lauterbrunnen, Grindelwlad
Los desplazamientos de hoy nos han conducido por parte de la Suiza rural, ya que no hemos anclado en ninguna ciudad de gran tamaño.
Lauterbrunnen significa “solo aguas”, y con toda la razón. Es un pueblo pequeño situado en el valle del mismo nombre. El barranco, con forma de U, pasa por ser el más profundo del mundo de formación glaciar. Más de 70 impresionantes caídas de agua se contemplan en un clásico paisaje alpino: paredes verticales de las que se despeñan torrentes de agua, verdes praderas con sus vacas y cumbres nevadas todo el año.
Jueves, 9 de julio de 2015
Murten, Friburgo, Berna Murten ha sido nuestra primera parada. Es un pueblo amurallado en las orillas del lago del mismo nombre. Allí destaca su casco antiguo, rodeado de los torreones separados por gruesos muros defensivos. Ahora ya no hay enemigos, pero conserva los pintorescos callejones con agradables arcadas. Desde la altura en donde está enclavado se divisa su puerto recreativo que permite realizar actividades acuáticas de recreo.
En Berna nos hemos dado un garbeo por las tres calles principales del casco antiguo: Rathausgasse, Münstergasse con su catedral gótica y su magnífico pórtico con figuras policromadas, y la vía principal Kramgasse. Esta comienza, o acaba, en el Zytgkogge, una torre con un reloj en el que, en teoría, se mueven unos muñecos. A las 4 en punto de la tarde estábamos a los pies para ver el espectáculo. ¡Qué desilusión! Un osito meneaba una vara de mando… y nada más. Aquí hemos tenido gran habilidad para elegir los dos garitos en los que hacer una parada técnica. Del primero basta con decir su nombre para saber dónde estábamos: Blue Cat, el gato azul. Y eran gatos y, a lo peor, se han pensado que éramos de los suyos. Hasta la taza del inodoro tenía los colores arcoíris de la bandera LGTB. En el segundo, no recuerdo el nombre, más vale que no tuvieras un apretón a la hora de ir a “ese sitio” porque el acceso a los servicios solo se podía hacer introduciendo un código en la cerradura. Para acabar en Berna, nos dirigimos al foso de los osos. No había osos, pero se podía entrar en el foso. Así que bajé e hice el oso todo lo que pude.
De aquí a casa, a darme una pomada e intentar curar el esguince.
Viernes, 10 de julio de 2015
Gargantas de Aareschlucht, Brienz, cataratas Giessbach, castillo de Oberhofen
Los amantes de la naturaleza hoy habrían disfrutado, hemos estado en dos parajes incomparables: la garganta del río Aare y las cataratas Giessbach.
Aareschlucht se encuentra nada más pasar la localidad de Meiringen. La fuerza del agua ha ido tallando a lo largo de los siglos un profundo lecho en la roca calcárea por el que circula el río. En su parte más estrecha tiene apenas 1 metro de ancho y más de 180 de alto. Todo el desfiladero, de kilómetro y medio de longitud, puede recorrerse por medio de unas pasarelas adosadas a la pared izquierda del cauce y varios túneles que las comunican. En poco más de 45 minutos se llega hasta la salida en Innertkirchen, pero no hay otra forma de regresar que rehaciendo el camino por el mismo circuito. Las otras alternativas son andar por el andén de una carretera o tomar un tren de pago que ni se coge cerca, ni te deja cerca. Así que un consejo, a mitad del itinerario hay una placa que inglés y alemán invita a no seguir y retornar al punto de partida. ¡Háganlo!
Brienz se ubica a pocos kilómetros de Meiringen, en las orillas del Brienzeer See, lago en el que se puede ver navegar en un vapor histórico de palas llamado Lötschberg. Es la capital de la talla de madera y tuvimos la suerte de que hubiera una concentración de artesanos trabajando. Sus casas tienen lo que para nosotros sería el estilo típico suizo y están perfectamente cuidadas. Casi saliendo del pueblo se encuentra la Bruhngasse, el callejón más bello de Europa según sus habitantes. La realidad es que son unas pocas viviendas tradicionales que se conservan como el primer día tras su construcción.
Como nos sobraba tiempo, nos hemos acercado al castillo de Oberhofen, del siglo XII. Por fuera es magnífico, por dentro no lo sabemos porque hemos llegado cuando ya estaba cerrado. Hemos disfrutado de sus alrededores con vistosos jardines a la orilla del lago de Thun.
Sábado, 11 de julio de 2015
Zurich, museo de aviación en Dübendorf, abadía de Einsiedeln
No nos ha gustado Zurich, una ciudad muy alemana en todos los sentidos, Nada más llegar te das cuenta de que es un importantísimo centro comercial y financiero e, incluso, parece que es la ciudad con más nivel de vida del mundo, algo que se percibe en cuanto te pones a gastar en algo: 8’50 euros cada cerveza, y encima no muy fría pese a estar cerca de los 30 grados a la sombra. Hemos caminado por todo lo caminable, hemos visitado iglesias… pero no hemos podido conseguir que nos pareciera agradable. Y tampoco merece la pena la catedral, la Grossmünster. Igual lo de münster va por monstruosa. Aunque se comenzó a construirse en el año 1100, sus dos torres son estilo gótico, pero rematadas con dos caperuzones verdes que deben ser unas cúpulas. Su fachada principal no tiene puerta y media altura solo están representados medio caballo y algo similar a la sota de bastos. En el interior no hay nada, ya que la gran mayoría de imágenes fueron retiradas con la reforma protestante. Incluso la piedra es de un color gris bastante poco atractivo. No obstante, y como hago siempre que visito una iglesia nueva, eché mis rezos con la intención de que se cumpla un deseo, tal y como indica la costumbre. Ya he comentado en otros viajes, especialmente en Italia, que llevo repitiendo petición desde que tengo uso de razón, pero nunca se cumple. Al final va a resultar que el tema no es cierto: yo ya he solicitado lo mismo en diferentes templos cientos, o tal vez miles, de veces.
Aburridos, nos llegamos al cercano Museo de Aviación, Fliegermuseum, en Dübendorf. Otra decepción. Cobran 15 euros y tienen muy pocos aviones en exposición, y muchos menos representativos de la historia de la aviación. Todo está relacionado con la aviación suiza, y eso es muy poco.
Con el temor de un nuevo fracaso, acabamos el día en la Abadía de Einsiedeln. Ahora no hay motivo de queja, todo lo contrario. Es uno de los mejores exponentes de arquitectura barroca en el mundo. La fachada principal, con dos bellas torres, pero relativamente sencilla, contrasta con un esplendoroso interior. Reconstruida entre 1704 y 1735, todas las naves y los techos están repletos de pinturas, dorados y estucos. Como siempre en Suiza, está prohibido tomar fotografías pero no suelo aceptar estas restricciones. Así que pequé 11 veces, incluyendo una imagen de la Virgen Negra que se custodia en una capilla. Creo que seré perdonado porque la abadía es protestante, por lo que supongo que está vez no me tendré que confesar. Cuando llegamos terminaba una ceremonia con procesión y cantos. ¡Qué bueno sería que nosotros cuidáramos nuestros ritos tanto como ellos!
En la plaza exterior de la basílica se encuentra el Pozo de Nuestra Señora. Es un quiosco de 7 lados con dos chorros de agua en cada uno. La tradición cuenta que hay que beber de los 14 para que la imagen de la Virgen que decora la fuente conceda un favor. Yo llené mi cantimplora con verdadero empeño, rodeándola el manantial y recogiendo el líquido milagroso surtidor por surtidor, al tiempo que hacía una oración. La bebí con todo interés de camino a Grindelwald, pero de momento no habido milagro. He llegado a pensar que podría ser más positivo dar 10 o 12 vueltas y no solo una, habría más posibilidades. Otra idea sería dar una, pero a la pata coja ¿con la izquierda o con la derecha? A más sacrificio, más intercesión. Dar las 10 0 12 a la pata coja ya será exagerado.
Domingo, 12 de julio de 2015
Lucerna, Monasterio de Engelberg, Interlaken
Nos ha gustado mucho el casco viejo de Lucerna. Se ubica junto al río Reuss, en el punto donde abandona el lago también llamado Lucerna. Comenzamos la andarina por el famoso Kapellbrüke, el Puente de la Capilla, una pasarela peatonal de madera cubierta que antiguamente constituía una de las defensas de la ciudad. Erigido en el siglo XIV, en el XVII se pintaron los paneles que cubren el techo con escenas de la historia local. En 1993 fue parcialmente destruido por un incendio que hizo que se perdieran gran parte de sus frescos. Años más tarde fueron restaurados. En el centro, una torre unida a la estructura sirvió de tesorería, faro y prisión. En nuestro paseo podemos admirar la Capilla de San Pedro con su relieve sobre Getsemaní en el muro sur, las plazas Kapelplatz, Sternenplaz y Kornmarktplatz, y la callejuela de Weinmarkt (del mercado del vino) entre otras. En todo el itinerario se aprecian las pinturas que adornan las fachadas, que en muchos casos están cargadas de alusiones y simbolismos. Para regresar atravesamos otra pasaralea de madera con representaciones de una danza macabra, el Spreuerbrücke, el puente de la paja. Nos hemos perdido el Löwendankmal, una inmensa escultura de un león moribundo atravesado por una flecha, un monumento dedicado a los guardias suizos de Luis XVI.
Desde Lucerna nos hemos acercado al cercano Monasterio de Engelberg, llamado el Kloster. Cuenta con una preciosa iglesia de estilo rococó terminada en 1740. La quesería perteneciente al cenobio lleva mucha fama, pero es un verdadero engaño. No es más que una pequeña vitrina circular, una pecera, donde un personaje hace como que produce queso.
A medio camino de vuelta ya teníamos localizado un garito en la localidad de Giswil, perfectamente emplazado por sus magníficas vistas sobre el pequeño, pero encantador, lago Sarner See. Foto y refresco, y continuamos ruta.
Nos quedaba pendiente arrimarnos a Interlaken, y allí hemos acabado paseando por la calle Höheweg, en la que se encuentran los principales hoteles y la que tiene más vida. Entre elegantes edificios de estilo francés de no más de tres alturas y un casino con aire oriental, se eleva el rascacielos del hotel Metropole. Es tan horroroso y desentona de tal manera de los lugareños le tienen mucha manía. No hemos hecho nada especial, pero ha sido un rato muy agradable.
Lunes, 13 de julio de 2015
Zermatt, Sion
Dado que las carreteras suizas son tercermundistas y que los lugareños son bastante energúmenos al volante, hoy hemos estado demasiado rato en el coche.
Zermatt, nuestra primera estación de la jornada, es un pueblo con mucho encanto, pero poco más. Sus casas de madera están perfectamente conservadas y decoradas con montones de flores. Pero por lo que realmente se conoce a la localidad es por estar a las faldas del Matterhorn, el famoso Cervino (4478 metros). Paseando por el pueblo hemos llegado a la terraza con la mejor vista de la montaña con forma de obelisco natural. Sin embargo, sus típicas nubes orográficas escondían la cima algunos ratos. La ocultaban, la dejaban a la vista… la ocultaban, la dejaban a la vista… todo un espectáculo hasta que un par de señoras entradas en años, muy impertinentes, y con muy poca educación han abierto una sombrilla en la mesa de al lado y nos la han enmascarado para siempre. Antes de movernos hacia Sion hemos comido en un italiano que, a juzgar por el precio, servía las mejores pizzas del mundo: las había de más de 30 euros. También un risotto con 3 gambas llegó a esas cantidades.
“Ahora, resultaba más fácil subir y por fin pudimos soltar la cuerda. Croz y yo corrimos, uno al lado del otro. A las dos menos cuarto, el mundo estaba a nuestros pies y habíamos vencido el Cervino”.
(Edward Whymper en su diario).
La proeza y la catástrofe fueron reproducidas por Gustave Doré en dos grabados épicos. En el primero se ve al grupo coronando la cima de Cervino con gesto de triundo. En el segundo, cuatro cuerpos humanos, boca abajo o de espaldas, ruedan por pendiente casi a pico de ventisquero, con los brazos extendidos, con las manos que se engarfian tanteando la pared intentando encontrar un agarradero o, tal vez, la cuerda rota que había unido aquella cadena de vidas, y que ahora solo servía para arrastrarlos hacia la muerte, hacia el abismo en el que fueron a caer revueltos con las verdes capas, los piolés y el todos los pertrechos de una ascensión triunfante convertida de súbito en drama.
Las autoridades suizas no permiten llegar a Zermatt en automóvil, el pueblo está cerrado al tráfico rodado. Dejamos el coche en un parking de la localidad de Täsch, unos 5 o 6 kilómetros más abajo, y desde allí se toma un tren para acercarse. Lo mismo para volver. El convoy no es de lujo, subimos sin poder sentarnos y regresamos rodeados de chinos maleducados, pero cobran más de 16 euros por el trayecto de ida y vuelta.
A unos 70 kilómetros está Sion. Pese a llevar fama de ser una ciudad muy agradable, a nosotros nos resultó bastante pesada por estar a más de 30 grados, y por tener que ascender por una empinadísima calle sin una sombra para alcanzar un rellano entre dos colinas desde el que se divisan los dos castillos que dominan la localidad: Châteaus de Tourbillon y Valère. También visitamos la Catedral de Notre-Dame du Glarier, construida entre los siglos XII y XV, con un bonito campanario pero un interior discreto.
Entre el lugar en el que nos encontrábamos y Grindelwald, un trozo de carretera desaparece. Así que es imprescindible montar el auto en un tren con vagones diáfanos, pero con tejado, y dejarse llevar. En una dirección se accede por Kandersteg y en la otra por Goppenstein. Son 15 kilómetros completamente a oscuras por el túnel de Lötschberg, con una duración de unos 20 minutos.
Por cierto, en el folleto publicitario que regalan al montarse indican que el precio por cada trayecto es de 27 euros en fin de semana y 22 entre semana. Es lunes y nos han cobrado 27, pero protesta y no continuas viaje. Tal vez en Suiza los fines de semana sean viernes, sábado y domingo.Martes, 14 de julio de 2015
Sainte-Croix, Museo Olímpico (Lausana), castillo de Chillon
Iñaki se había empeñado en ver el Spieldosen-und Automaten Museum, un espacio dedicado a las cajas de música y a los autómatas en la localidad de Sainte-Croix. El pueblo no tiene nada, pero el museo es una de esas pequeñas joyas que casi nadie conoce. La única pega es que es obligatoria la visita guiada es en francés, y con una duración de 80 minutos perdidos en no entender casi nada.
Además de su vida cortesana, fue utilizado como cárcel, en la que su prisionero más famoso fue un conspirador político llamado François de Bonivard. El sacerdote pasó 6 años encerrado allí y lord Byron inmortalizó su historia en un poema titulado “El prisionero de Chillon”. También el pintor Delacroix inmortalizó al cautivo en una obra de gran fuerza.
“Mi cuerpo está encorvado, pero no por el trabajo, pues su entumecimiento fue provocado por un innoble reposo. Soy el habitante de una fosa. Mi destinos es el de los desgraciados para quienes el espectáculo de la naturaleza y el aire que desciende del cielo son bienes prohibidos ya que murallas y rejas se interponen”.
(El prisionero de Chillon - I. Lord Byron).
Miércoles, 15 de julio de 2015
Jungfraujoch, cuevas de San Beatus
Cara y cruz en la jornada de hoy. Por la mañana hemos ascendido hasta Jungfraujoch, a más 3400 metros de altitud y ha sido la mejor excursión de todo el viaje. Por la tarde nos acercamos a las cuevas de San Beatus, una de las peores experiencias.
La complicadísima pared norte del Eiger (Eigerwand) llevaba fama de ser imposible de escalar. Pero en 1938 cuatro escalaores hicieron cumbre. Los alemanes Heckmair y Vörg por un lado y los austríacos Harrer y Kasparek por otro empezaron la ascensión separados, pero unieron sus fuerzas para conquistar la vertiginosa pared el 24 de julio de 1938. La expedición se vio constantemente amenazada por tormentas, frío intenso y avalanchas de nieve, por lo que ascendieron tan rápido como pudieron. Al llegar arriba, estaban tan cansados que sólo tuvieron fuerza para descender por la ruta normal a través de una feroz ventisca. Pronto el Reich de Hitler, con la connivencia de los propios montañeros, aprovechó la victoria alpina para su propaganda fascista. El propio Heckmair, que como parece lógico se consideraba de raza aria escribio: "Nosotros, los hijos del viejo Reich, unidos con nuestros compañeros de la Frontera Oriental para marchar juntos a la victoria".
Desde Kleine-Scheidegg, en unos 60 minutos hemos ascendido en otro tren de cremallera hasta Jungfraujoch, a 3454 metros de altitud, atravesando inclinados túneles excavados en la pared del Eiger, y que hace dos paradas para asomarse a su cara norte, ¡impresionante!
En la cima, un edificio llamado La Esfinge, abarrotado de chinos maleducados, alberga restaurantes y tiendas, y un itinerario que incluye una película tridimensional, una terraza con vistas impresionantes, una llanura sobre la que caminar sobre nieve, y una gruta de hielo con esculturas escupidas en ese material (lógicamente con una temperatura bajo cero). La excursión con los dos trenes y todo el itinerario vale 135 euros, pero merece la pena. Las vistas sobre las cumbres cercanas y sobre el glaciar que desde allí comienza a descender son impresionantes.
Se dice que hace casi 2000 años un dragón asustaba a las personas que se acercaban a una cueva situada en las orillas del lago de Thun. El monje Beatus, llegado de Irlanda, logró expulsarlo, y por ello la gruta lleva su nombre. No nos ha parecido un lugar maravilloso. Hasta llegar a la entrada es obligado subir una enorme cantidad de escaleras a pleno sol. Una vez pagados 18 euros, se camina por las entrañas de la tierra en unas cavidades que parecen artificiales en lugar creadas por el agua del regacho que discurre por en el interior. Los encuentros con las fuertes corrientes subterráneas son los únicos momentos agradables de la tediosa caminata de más de un kilómetro de ida y otro de vuelta. Solo se puede reseñar, además, la existencia de una docena de estalactitas y otras tantas estalagmitas.
Para despedirnos de Grindelwald decidimos darnos un último festín, la última cena, en el restaurante Grund de la estación. Esta vez otro plato típico suizo: la raclette. Acercándolo a una fuente de calor, se derrite un queso que debe elaborarse con leche cruda de vaca y provenir del cantón del Valais. Se sirve fundido en un plato o en una pequeña plancha eléctrica, acompañado de patatas asadas o cocidas y pepinillos.
Jueves, 16 de julio de 2015
Grindelwald, Carcassonne
Casi 850 kilómetros nos separaban desde el apartamento que abandonábamos en Grindelwald de la ciudad francesa de Carcassonne. Así que a madrugar para 11 horas de coche, incluyendo las paradas técnicas para beber, desbeber y comer.
La Basílica de Saint-Nazaire alberga una Trinidad de piedra que recuerda mucho a la talla perrománica llamada "Trinidad de Lumbier", que según el escultor José Ulibarrena pertenece "a un arte oriundo de extraordinaria singularidad que no tiene caracteres equivalentes a obras de su tiempo". Tal vez la de Carcassonne tiene cierto parecido aunque está esculpida en piedra mientras que la de la localidad navarra es de madera de nogal.
Lógicamente, no perdimos la oportunidad de otro festival culinario. El plato típico de Carcassonne es la cassoulet, un cuenco en el que se sirven alubias blancas con salchichas y confit de pato. No parece muy recomendable para la cena, pero regada con un buen vino de la zona y con el paseo de regreso al hotel pasó con relatividad facilidad. Eso sí, noche "a reacción".
Viernes, 17 de julio de 2015
Carcassonne, Pamplona
Carcassonne y Pamplona se distancian casi 500 kilómetros. Entre las dos ciudades únicamente merece la pena Touluose, pero como los hermanos Guelbenzu ya la habíamos visitado, decidimos atormentar un poco a Pedro para acceder al cercano museo de aviación recientemente inaugurado: Aeroscopia. Próximo a los talleres de montaje del Airbus A380, el avión de pasajeros más grande que existe, se puede visionar y acceder al interior de algunas de las aeronaves más legendarias. El edificio, construido a semejanza del fuselaje de un avión, cobija una excepcional colección que incluye, entre otros, un histórico Bleriot XI, dos Concordes, un Carabelle, un Airbus A300B, un Super Guppy, un Mig XV soviético, dos Fouga Magister, dos Mirage 3C, un Airbus A400 similar al que hace poco tiempo se extrelló en Sevilla, y un par de helicópteros de fabricación europea.
De aquí a Pamplona, con una parada para comer rápidamente en un área de servicio de la autopista. Fin de viaje.
“No puede uno figurarse la poesía de los lagos, el encanto de las cascadas, el efecto gigantesco de los glaciares. Se ven pinos de tamaño increíble… cabañas suspendidas sobre precipicios y, cuando se abren las nubes, mil pies por debajo, valles enteros. ¡Estos espectáculos deben entusiasmar, disponer a la oración, al éxtasis!”
Grindelwal (Suiza), Pamplona. Julio de 2015.