jueves, 23 de julio de 2015

Suiza, del 6 al 17 de julio de 2015

Precisamente porque llegaron las fiestas de esta gloriosa ciudad, Pamplona, que son en el mundo entero una fiestas sin igual, a las 4 del 6 de julio hace unas horas ya que "gozando vamos" en un discreto alejamiento para disfrutar unos días en Suiza.



Son fechas en la que la vieja Iruña huele a suciedad, a alcohol, a gamberradas estúpidas y a tíos que se creen graciosos; suena a estruendo insoportable y a cencerros, gritos y carreras por la calle, al tiempo que se muestra impoluta de blanco y rojo.

Mientras, Suiza evoca a grandes y verdes praderas y altísimas montañas nevadas, a relojes de cuco y sin cuco, a chocolates y fondues irresistibles, a banqueros aburridos, y a una neutralidad nacida por la fusión de ingredientes alemanes, franceses e italianos. Pero también recuerda a la epopeya de un ballestero que preparó una segunda flecha destinada a un gobernador si no hubiera atinado a la manzana colocada sobre la cabeza de su hijo, a Heidi y al Alpenhorn, la trompa de los Alpes con la que se comunicaban los pastores tiroleses.

Antes de llegar, y tal y como manifestaba el dramaturgo Goethe, "el más grande hombre de letras alemán y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra", Suiza se nos antoja como una combinación de "monumentalidad y orden perfecto".



Lunes, 6 de julio de 2015
Pamplona – Lyon

Hemos madrugado para cubrir los 830 kilómetros que nos separaban de Lyon y llegar a una hora prudencial que todavía nos permitiera conocer la ciudad bañada por los ríos Ródano y Saona. Los que somos Maristas estamos a punto de empezar el año Fourvière, lo que convertía la basílica con el mismo nombre en nuestro primer objetivo. Resulta que después de once años de aprendizaje en lo que supuso un duro trabajo de evolucionar interna, San Marcelino Champagnat fue ordenado sacerdote el 22 de julio de 1816. Al día siguiente subió al santuario mariano de Fourvière para consagrarse a María y prometer solemnemente ocuparse con todas sus fuerzas de formar la Familia Marista. En unos días se cumplirán 201 años de la promesa y, por ello, toda la comunidad Marista celebramos el “Año Fourvière” entre los meses de julio de 2015 a 2016.


“Virgen Santísima hacia ti como tesoro de la misericordia y canal de la gracia elevo mis manos suplicantes y te pido encarecidamente que me acojas bajo tu protección e intercedas por mí ante tu adorable Hijo, para que se digne otorgarme las gracias necesarias a un digno ministro del altar. Quiero trabajar bajo tu auspicio en la salvación de las almas. Nada puedo, Madre de misericordia. Nada puedo, pero tú lo puedes todo con tu intercesión. Virgen Santísima, pongo en ti mi confianza. Te ofrezco, te doy y consagro mi persona, mis trabajos y mi vida entera”.
(San Marcelino Champagnat en Fourvière).




La basílica de Fourvière ya no está como la conoció San Marcelino. Entonces era mucho más modesta. Comenzó a construirse sobre lo que había sido el foro de Trajano en la ciudad romana de Lugdunum, Lyon. Era el año 1643 y los lioneses levantaron un templo en honor a la Virgen, que les había salvado de una plaga, en una colina desde la que se domina toda la ciudad. En grabados de fechas cercanas a 1830 (San Marcelino falleció en 1840) se aprecia un edificio alargado, con una fachada con dos puertas, rematado por una torre de base cuadrada.


En 1872 comenzaría a levantarse la basílica actual, que no culminó hasta 24 años después. Obra del mismo arquitecto que diseñó el Sacré Cœur de París, Pierre Bossan, muestra elementos románicos y bizantinos. Nuevamente su alzamiento se realizó para dar gracias a María, esta vez por conceder a la ciudad el triunfo de los valores cristianos sobre los socialistas de la comuna de Lyon en 1870. Por lo visto, los sociatas ya tenían su punto asqueroso hace 150 años. En las mismas fechas, también se atribuyó a María la intercesión para la retirada de las tropas prusianas que se dirigían a Lyon tras conquistar París durante la guerra Franco-Prusiana (1870-1871). Aunque la fachada actual, con cuatro torres y un campanario coronado por una Virgen dorada, los mosaicos y vidrieras del interior son exuberantes. La imagen que preside el templo es una de esas intrigantes vírgenes negras y además, el diseño del edifico permite pasar de la oscuridad a la luz gracias a su simbología que oculta. En una de sus cristaleras laterales se encuentra una imagen de San Marcelino rodeado de niños. La basílica de Fourvière, cuyo nombre viene a significar “foro viejo”, de forum vetus, es patrimonio histórico de la UNESCO desde 1998.


El desplazamiento para llegar a Lyon habría sido demasiado tedioso si no llega a ser por las anécdotas vividas en las muy monótonas, y también muy caras, autopistas francesas. Han sido 45’10 euros para los escasos 765 kilómetros recorridos desde la frontera de Irún. Los galos se deben creer que España está como Grecia, ya que en sus peajes no admiten las tarjetas de crédito emitidas en nuestro país. Así que en cada gare de peage que parábamos, lío. Incluso en uno de los trayectos pudimos acceder a través de la vía automática T sin permitirnos coger el ticket correspondiente, pero en la siguiente estación ya no pudimos pagar con la T. ¡Menuda cola de coches con conductores cabreados montamos! Solamente un vehículo volcado y un radar que supuestamente nos tomó una fotografía cuando nuestra velocidad era absolutamente legal nos ayudaron a “disfrutar” un poco del aburridísimo itinerario.


En Lyon nos alojamos en una residencia de los salesianos, barata y austera, pero muy cercana a la basílica de Fourvière. Tras la visita, y dado que el lugar que se ubica en un monte, bajamos caminando hasta el centro de la ciudad. El vertiginoso descenso, y los 35 grados que nos martirizaban, nos obligaron a hidratarnos con unas cervezas al tiempo que recorríamos su zona más importante. Nos encontramos con una ciudad interesante, pero nos dio la impresión que está en franca decadencia.




El alpinismo lo dejamos para Suiza, por lo que para regresar al hotel tomamos un funicular que en pocos minutos nos dejó frente a la fachada principal de Fourvière. Unas cuantas vueltas para encontrar un restaurante que nos dieran de cenar, y a sufrir en la cama. Una noche horrible, la habitación no disponía de aire acondicionado y el calor era sofocante.




Martes, 7 de julio de 2015
Lyon, Ginebra, Grindelwald

Parece mentira que estuviéramos en Francia. Lyon es una ciudad pésimamente señalizada con un tráfico caótico. Nos ha costado unos 40 minutos poder escapar de allí. Si no lleváramos GPS las vacaciones no las habríamos pasado en Suiza, nunca habríamos llegado porque seguiríamos dando vueltas por Lyon. Además, salvada la localidad, lo siguiente fue un atasco tremendo a la salida.

Nos costó mucho más tiempo del normal llegar a Ginebra. Antes, en la frontera, adquirimos la “viñeta” que permite circular por las autopistas suizas. Geneve nos ha parecido una ciudad tramposa: parece que está todo ordenado pero todo el mundo hace lo que le da la gana. Los ciclistas amenazan a los peatones una y otra vez sin utilizar su carril dedicado, hay semáforos que están en verde la friolera de 3 segundos, las intercesiones de calles son extrañísimas y, unos urinarios públicos son gratis y otros extremadamente caros.


Hemos dado un paseo por las orillas del lago Lemán. Desde cualquier lugar destaca el Jet d’Eau, un chorrón de agua que alcanza los 140 metros de altura y que funciona desde 1891. Rodeando la rada por el Quai del Mont Blanc llegamos al Parc Mon Repos donde hemos hecho honor al nombre del parque tomándonos una cerveza, tan caliente como cara, en la terraza de “La perle du lac”. Era necesaria puesto que no bajamos de 35 grados. Tras una sencilla comida en un pub irlandés, cogemos el coche porque nos espera el apartamento en Grindelwald.


Grindelwald, la aldea del Eiger (3970 m), se halla en una hondonada del valle ante el impresionante escenario alpino con la pared Norte del Eiger, el ogro (3970 m) y el Wetterhorn, el cuerno del tiempo (3692 m). Gracias a este escenario con numerosos miradores y actividades, Grindelwald es uno de los destinos más populares y cosmopolitas de vacaciones y excursiones de Suiza. El apartamento que hemos alquilado está a la entrada de la localidad, justo debajo de la Eigernordwand, la impresionante cara norte del Eiger.



Desde finales del siglo XVIII, Grindelwald atraía a numerosos huéspedes, en su mayor parte británicos, gracias al impresionante panorama y a un glaciar que solía avanzar hasta la caldera del valle. A mediados del XIX comenzó el alpinismo propiamente dicho, cuando guías de montaña del pueblo subieron con turistas ingleses a los picos de la región. La primera ascensión a la cumbre más complicada, el Eiger, tuvo lugar en 1858 por la vía normal, mientras que la dificilísima pared norte no fue conquistada hasta 1938.

Con la construcción de una carretera y una vía férrea, se facilitó enormemente el acceso a Grindelwald a finales del siglo XIX. En 1908 se construyó aquí el primer teleférico de los Alpes en el Wetterhorn, y en 1912 el ferrocarril llegó desde Kleine Scheidegg al Jungfraujoch, lo que todavía es hoy en día el "Top of Europe", la estación de ferroviaria más alta de Europa (a 3454 metros) y un destino conocido por la nieve y hielos eternos.


Dimos muchas vueltas para encontrar nuestro alojamiento. Es magnífico: tres habitaciones, un enorme salón, dos baños (uno de ellos con jacuzzi), cocina perfectamente equipada y un jardín justo debajo de las elevaciones con nieves perpetuas. Por supuesto, para acabar el día nos regalamos un festín: una típica fondue de queso con unas cervezas locales. La fondue es plato que inventó la tribu de los burgundios y que debe ser tan antiguo que ya lo consumían romanos decadentes en Axterix en Helvecia. Consiste en una perola con queso derretido en el que se mojan trozos de pan o de patata asada. Hay una norma que indica que la persona a la que se le caiga el trozo de pan o de patata en la marmita debe dar un beso al resto de comensales. Nosotros, evidentemente, la obviamos.





Miércoles, 8 de julio de 2015
Blausee, Spiez, Thun, Lauterbrunnen, Grindelwlad

Los desplazamientos de hoy nos han conducido por parte de la Suiza rural, ya que no hemos anclado en ninguna ciudad de gran tamaño.


Blausee, el “Lago Azul”, es un poco más que un charco pero está enclavado entre montañas y preciosas zonas verdes. En sus cristalinas aguas viven truchas de gran tamaño que no está permitido pescar. No importa, en la boutique de entrada al recinto las venden limpias y envasadas al vacío por 12 euros la unidad. Pero no tienen pinta de ser tan buenas como las navarras.




 Spiez, en la orilla del Thunersee (lago de Thun), nos ha defraudado. Lleva fama de ser un lugar muy elegante, pero solo es interesante la zona del castillo medieval. Está situado sobre un espolón que penetra en el lago. Cerca se encuentra una iglesia románica con un interior barroco a la que no pudimos acceder.





 En Thun conocimos el centro histórico. Construido en su mayor parte en el siglo XII, merece la pena pasear por las curiosas aceras elevadas de la Hauptgasse. Aparenta ser una ciudad a dos alturas: la carretera abajo con sus comercios, y las aceras en altura con los suyos. Parece que el nivel alto se construyó sobre los tejados de los edificios más antiguos con soportales con protegen a los ciudadanos de las inclemencias del tiempo. Toda la parte vieja de Thun está dominada por el impresionante castillo de color blanco “Schloss Thun”, enclavado en una alta colina desde la que se debe divisar toda la localidad.




La salida de Thun fue tan caótica como la de Lyon. Lo que nos pareció una amenaza de bomba en un camión, hizo que la policía cerrara al tráfico medio pueblo. Casi una hora dando vueltas intentando escapar, provocó que no pudiéramos acceder las cuevas de San Beatus, al castillo Oberhofen ni a Interlaken. Lo dejamos para otro día. En esta última localidad, el GPS nos perdió y en un momento dado nos encontramos con el coche en medio de una pista de aterrizaje, en un aeropuerto. Supongo que tendrá tantos vuelos como el de Castellón o el de Ciudad Real, nadie nos dio el alto.



Lauterbrunnen significa “solo aguas”, y con toda la razón. Es un pueblo pequeño situado en el valle del mismo nombre. El barranco, con forma de U, pasa por ser el más profundo del mundo de formación glaciar. Más de 70 impresionantes caídas de agua se contemplan en un clásico paisaje alpino: paredes verticales de las que se despeñan torrentes de agua, verdes praderas con sus vacas y cumbres nevadas todo el año.


Antes de retirarnos nos acercamos al centro de Grindelwald. Aunque es el pueblo donde tenemos el apartamento, está a más de 5 kilómetros de distancia. De nuevo nos es imposible ver la cumbre del Wetterhorn, con sus casi 3700 metros de altura. Esta vez las nubes bajas las ocultan de nuestra vista. A cambio, paseamos por una animada calle, Dorfsatrasse, con muchos comercios y garitos para tomar una cerveza. Había una fiesta popular, con música en vivo, donde nos cobraron 9’26 euros por una copa de vino blanco suizo. En un estanco intenté conseguir sellos para enviar postales a los amigos (literatura barata), pero la “buena” señora se nigó a vendérmelos porque no le compré también las instantáneas. ¡Muy espabilada! pero ya las había adquirido.





Jueves, 9 de julio de 2015
Murten, Friburgo, Berna 

Murten ha sido nuestra primera parada. Es un pueblo amurallado en las orillas del lago del mismo nombre. Allí destaca su casco antiguo, rodeado de los torreones separados por gruesos muros defensivos. Ahora ya no hay enemigos, pero conserva los pintorescos callejones con agradables arcadas. Desde la altura en donde está enclavado se divisa su puerto recreativo que permite realizar actividades acuáticas de recreo.




Muy cerca, pero por una carretera inmunda, nos acercamos a Friburgo. Por sus empinadas calles mal pavimentadas, por sus casas góticas bien conservadas, y por sus numerosas fuentes, dicen que es una de las ciudades más atractivas de Suiza. ¡Mentira! Hemos recorrido todo lo que se podía recorrer entre la Catedral de San Nicolás, no demasiado interesante, y la Grand Place, y nos ha parecido un lugar sin vida en la calle. Dos únicas anécdotas, bastante reseñables, pueden reflejarse de la visita. Un mal paso en un escalón me ha producido un pequeño esguince, espero que pequeño, que me ha dolido toda la tarde, pero he completado toda la jornada sin rendirme. Hemos comido en el restaurante Casa Juan (rue de Lausanne, 48), español como su nombre sugiere. Normalmente solemos probar la comida española cuando la encontramos fuera de nuestras fronteras, y suele ser bastante mala. Sin embargo, el gazpacho y la paella de marisco que nos ha preparado el chef Juan Álvarez eran excelentes.







En Berna nos hemos dado un garbeo por las tres calles principales del casco antiguo: Rathausgasse, Münstergasse con su catedral gótica y su magnífico pórtico con figuras policromadas, y la vía principal Kramgasse. Esta comienza, o acaba, en el Zytgkogge, una torre con un reloj en el que, en teoría, se mueven unos muñecos. A las 4 en punto de la tarde estábamos a los pies para ver el espectáculo. ¡Qué desilusión! Un osito meneaba una vara de mando… y nada más. Aquí hemos tenido gran habilidad para elegir los dos garitos en los que hacer una parada técnica. Del primero basta con decir su nombre para saber dónde estábamos: Blue Cat, el gato azul. Y eran gatos y, a lo peor, se han pensado que éramos de los suyos. Hasta la taza del inodoro tenía los colores arcoíris de la bandera LGTB. En el segundo, no recuerdo el nombre, más vale que no tuvieras un apretón a la hora de ir a “ese sitio” porque el acceso a los servicios solo se podía hacer introduciendo un código en la cerradura. Para acabar en Berna, nos dirigimos al foso de los osos. No había osos, pero se podía entrar en el foso. Así que bajé e hice el oso todo lo que pude.





De aquí a casa, a darme una pomada e intentar curar el esguince.



Viernes, 10 de julio de 2015
Gargantas de Aareschlucht, Brienz, cataratas Giessbach, castillo de Oberhofen

Los amantes de la naturaleza hoy habrían disfrutado, hemos estado en dos parajes incomparables: la garganta del río Aare y las cataratas Giessbach.


Aareschlucht se encuentra nada más pasar la localidad de Meiringen. La fuerza del agua ha ido tallando a lo largo de los siglos un profundo lecho en la roca calcárea por el que circula el río. En su parte más estrecha tiene apenas 1 metro de ancho y más de 180 de alto. Todo el desfiladero, de kilómetro y medio de longitud, puede recorrerse por medio de unas pasarelas adosadas a la pared izquierda del cauce y varios túneles que las comunican. En poco más de 45 minutos se llega hasta la salida en Innertkirchen, pero no hay otra forma de regresar que rehaciendo el camino por el mismo circuito. Las otras alternativas son andar por el andén de una carretera o tomar un tren de pago que ni se coge cerca, ni te deja cerca. Así que un consejo, a mitad del itinerario hay una placa que inglés y alemán invita a no seguir y retornar al punto de partida. ¡Háganlo!



Brienz se ubica a pocos kilómetros de Meiringen, en las orillas del Brienzeer See, lago en el que se puede ver navegar en un vapor histórico de palas llamado Lötschberg. Es la capital de la talla de madera y tuvimos la suerte de que hubiera una concentración de artesanos trabajando. Sus casas tienen lo que para nosotros sería el estilo típico suizo y están perfectamente cuidadas. Casi saliendo del pueblo se encuentra la Bruhngasse, el callejón más bello de Europa según sus habitantes. La realidad es que son unas pocas viviendas tradicionales que se conservan como el primer día tras su construcción.







Una empinada carretera permite acercarse a Giessbachfälle, la catarata de Giessbach. Con más de 500 metros de altura está formada por una caída de agua con 14 escalones. Al pie de este espectáculo natural se encuentra el legendario Grand Hotel Giessbach. Se terminó de construir en 1874 y por lo que nos cobraron por dos cafés y un botellín de agua (4’80 euros cada café y 6’20 el agua, que hacen 15’80 en total) suponemos el nivel económico de los que allí se alojan. Las vistas hacia la caída de agua y hacia el lago de Brienz son tan impresionantes que lo han convertido en escenario de varias películas, entre ellas algunas escenas finales de la serie “Hermanos de Sangre”.




Como nos sobraba tiempo, nos hemos acercado al castillo de Oberhofen, del siglo XII. Por fuera es magnífico, por dentro no lo sabemos porque hemos llegado cuando ya estaba cerrado. Hemos disfrutado de sus alrededores con vistosos jardines a la orilla del lago de Thun.




Sábado, 11 de julio de 2015
Zurich, museo de aviación en Dübendorf, abadía de Einsiedeln

No nos ha gustado Zurich, una ciudad muy alemana en todos los sentidos, Nada más llegar te das cuenta de que es un importantísimo centro comercial y financiero e, incluso, parece que es la ciudad con más nivel de vida del mundo, algo que se percibe en cuanto te pones a gastar en algo: 8’50 euros cada cerveza, y encima no muy fría pese a estar cerca de los 30 grados a la sombra. Hemos caminado por todo lo caminable, hemos visitado iglesias… pero no hemos podido conseguir que nos pareciera agradable. Y tampoco merece la pena la catedral, la Grossmünster. Igual lo de münster va por monstruosa. Aunque se comenzó a construirse en el año 1100, sus dos torres son estilo gótico, pero rematadas con dos caperuzones verdes que deben ser unas cúpulas. Su fachada principal no tiene puerta y media altura solo están representados medio caballo y algo similar a la sota de bastos. En el interior no hay nada, ya que la gran mayoría de imágenes fueron retiradas con la reforma protestante. Incluso la piedra es de un color gris bastante poco atractivo. No obstante, y como hago siempre que visito una iglesia nueva, eché mis rezos con la intención de que se cumpla un deseo, tal y como indica la costumbre. Ya he comentado en otros viajes, especialmente en Italia, que llevo repitiendo petición desde que tengo uso de razón, pero nunca se cumple. Al final va a resultar que el tema no es cierto: yo ya he solicitado lo mismo en diferentes templos cientos, o tal vez miles, de veces.







Aburridos, nos llegamos al cercano Museo de Aviación, Fliegermuseum, en Dübendorf. Otra decepción. Cobran 15 euros y tienen muy pocos aviones en exposición, y muchos menos representativos de la historia de la aviación. Todo está relacionado con la aviación suiza, y eso es muy poco.



Con el temor de un nuevo fracaso, acabamos el día en la Abadía de Einsiedeln. Ahora no hay motivo de queja, todo lo contrario. Es uno de los mejores exponentes de arquitectura barroca en el mundo. La fachada principal, con dos bellas torres, pero relativamente sencilla, contrasta con un esplendoroso interior. Reconstruida entre 1704 y 1735, todas las naves y los techos están repletos de pinturas, dorados y estucos. Como siempre en Suiza, está prohibido tomar fotografías pero no suelo aceptar estas restricciones. Así que pequé 11 veces, incluyendo una imagen de la Virgen Negra que se custodia en una capilla. Creo que seré perdonado porque la abadía es protestante, por lo que supongo que está vez no me tendré que confesar. Cuando llegamos terminaba una ceremonia con procesión y cantos. ¡Qué bueno sería que nosotros cuidáramos nuestros ritos tanto como ellos!




En la plaza exterior de la basílica se encuentra el Pozo de Nuestra Señora. Es un quiosco de 7 lados con dos chorros de agua en cada uno. La tradición cuenta que hay que beber de los 14 para que la imagen de la Virgen que decora la fuente conceda un favor. Yo llené mi cantimplora con verdadero empeño, rodeándola el manantial y recogiendo el líquido milagroso surtidor por surtidor, al tiempo que hacía una oración. La bebí con todo interés de camino a Grindelwald, pero de momento no habido milagro. He llegado a pensar que podría ser más positivo dar 10 o 12 vueltas y no solo una, habría más posibilidades. Otra idea sería dar una, pero a la pata coja ¿con la izquierda o con la derecha? A más sacrificio, más intercesión. Dar las 10 0 12 a la pata coja ya será exagerado.




Domingo, 12 de julio de 2015
Lucerna, Monasterio de Engelberg, Interlaken

Nos ha gustado mucho el casco viejo de Lucerna. Se ubica junto al río Reuss, en el punto donde abandona el lago también llamado Lucerna. Comenzamos la andarina por el famoso Kapellbrüke, el Puente de la Capilla, una pasarela peatonal de madera cubierta que antiguamente constituía una de las defensas de la ciudad. Erigido en el siglo XIV, en el XVII se pintaron los paneles que cubren el techo con escenas de la historia local. En 1993 fue parcialmente destruido por un incendio que hizo que se perdieran gran parte de sus frescos. Años más tarde fueron restaurados. En el centro, una torre unida a la estructura sirvió de tesorería, faro y prisión. En nuestro paseo podemos admirar la Capilla de San Pedro con su relieve sobre Getsemaní en el muro sur, las plazas Kapelplatz, Sternenplaz y Kornmarktplatz, y la callejuela de Weinmarkt (del mercado del vino) entre otras. En todo el itinerario se aprecian las pinturas que adornan las fachadas, que en muchos casos están cargadas de alusiones y simbolismos. Para regresar atravesamos otra pasaralea de madera con representaciones de una danza macabra, el Spreuerbrücke, el puente de la paja. Nos hemos perdido el Löwendankmal, una inmensa escultura de un león moribundo atravesado por una flecha, un monumento dedicado a los guardias suizos de Luis XVI.












Desde Lucerna nos hemos acercado al cercano Monasterio de Engelberg, llamado el Kloster. Cuenta con una preciosa iglesia de estilo rococó terminada en 1740. La quesería perteneciente al cenobio lleva mucha fama, pero es un verdadero engaño. No es más que una pequeña vitrina circular, una pecera, donde un personaje hace como que produce queso.




A medio camino de vuelta ya teníamos localizado un garito en la localidad de Giswil, perfectamente emplazado por sus magníficas vistas sobre el pequeño, pero encantador, lago Sarner See. Foto y refresco, y continuamos ruta.


Nos quedaba pendiente arrimarnos a Interlaken, y allí hemos acabado paseando por la calle Höheweg, en la que se encuentran los principales hoteles y la que tiene más vida. Entre elegantes edificios de estilo francés de no más de tres alturas y un casino con aire oriental, se eleva el rascacielos del hotel Metropole. Es tan horroroso y desentona de tal manera de los lugareños le tienen mucha manía. No hemos hecho nada especial, pero ha sido un rato muy agradable.






Lunes, 13 de julio de 2015
Zermatt, Sion    

Dado que las carreteras suizas son tercermundistas y que los lugareños son bastante energúmenos al volante, hoy hemos estado demasiado rato en el coche.


Zermatt, nuestra primera estación de la jornada, es un pueblo con mucho encanto, pero poco más. Sus casas de madera están perfectamente conservadas y decoradas con montones de flores. Pero por lo que realmente se conoce a la localidad es por estar a las faldas del Matterhorn, el famoso Cervino (4478 metros). Paseando por el pueblo hemos llegado a la terraza con la mejor vista de la montaña con forma de obelisco natural. Sin embargo, sus típicas nubes orográficas escondían la cima algunos ratos. La ocultaban, la dejaban a la vista… la ocultaban, la dejaban a la vista… todo un espectáculo hasta que un par de señoras entradas en años, muy impertinentes, y con muy poca educación han abierto una sombrilla en la mesa de al lado y nos la han enmascarado para siempre. Antes de movernos hacia Sion hemos comido en un italiano que, a juzgar por el precio, servía las mejores pizzas del mundo: las había de más de 30 euros. También un risotto con 3 gambas llegó a esas cantidades.






El Cervino fue la última de las montañas principales de los Alpes en ser escalada, y no solo por su enorme dificultad técnica, sino también por el miedo que inspiraba a los montañeros de la época. Su primera ascensión marcó el final de la edad de oro del alpinismo y la logró, el 14 de julio de 1865, una cordada de 7 hombres liderada por el británico Edward Whymper que la encontraron más fácil de lo previsto. Pero el descenso acabó de manera trágica. Uno de los alpinistas resbaló, arrastrando a tres de sus compañeros. En el fondo, se puede hablar de suerte, ya que los 7 iban encordados, pero la sirga se rompió haciendo a caer a 4 de ellos hacia su muerte 1400 metros más abajo, en el glaciar del Cervino. De todas formas, las malas lenguas dicen que fue el guía zaguero, viendo que también podía caer, el que cortó la cuerda de un pioletazo. Y también hay quien se posiciona a favor de este manifestando que estaba en su derecho al comprender la imposibilidad de retener a los demás, separándose de ellos para salvar su propia vida, la de su hijo y la del cliente que les había contratado. Sin su resolución serían 7 las víctimas en lugar de 4. Mañana hacen 150 años exactos de la hazaña y del desastre, y todavía no se encontrado el cuerpo de uno de aquellos héroes.

“Ahora, resultaba más fácil subir y por fin pudimos soltar la cuerda. Croz y yo corrimos, uno al lado del otro. A las dos menos cuarto, el mundo estaba a nuestros pies y habíamos vencido el Cervino”.
(Edward Whymper en su diario).




La proeza y la catástrofe fueron reproducidas por Gustave Doré en dos grabados épicos. En el primero se ve al grupo coronando la cima de Cervino con gesto de triundo. En el segundo, cuatro cuerpos humanos, boca abajo o de espaldas, ruedan por pendiente casi a pico de ventisquero, con los brazos extendidos, con las manos que se engarfian tanteando la pared intentando encontrar un agarradero o, tal vez, la cuerda rota que había unido aquella cadena de vidas, y que ahora solo servía para arrastrarlos hacia la muerte, hacia el abismo en el que fueron a caer revueltos con las verdes capas, los piolés y el todos los pertrechos de una ascensión triunfante convertida de súbito en drama.



Las autoridades suizas no permiten llegar a Zermatt en automóvil, el pueblo está cerrado al tráfico rodado. Dejamos el coche en un parking de la localidad de Täsch, unos 5 o 6 kilómetros más abajo, y desde allí se toma un tren para acercarse. Lo mismo para volver. El convoy no es de lujo, subimos sin poder sentarnos y regresamos rodeados de chinos maleducados, pero cobran más de 16 euros por el trayecto de ida y vuelta.

A unos 70 kilómetros está Sion. Pese a llevar fama de ser una ciudad muy agradable, a nosotros nos resultó bastante pesada por estar a más de 30 grados, y por tener que ascender por una empinadísima calle sin una sombra para alcanzar un rellano entre dos colinas desde el que se divisan los dos castillos que dominan la localidad: Châteaus de Tourbillon y Valère. También visitamos la Catedral de Notre-Dame du Glarier, construida entre los siglos XII y XV, con un bonito campanario pero un interior discreto.






Entre el lugar en el que nos encontrábamos y Grindelwald, un trozo de carretera desaparece. Así que es imprescindible montar el auto en un tren con vagones diáfanos, pero con tejado, y dejarse llevar. En una dirección se accede por Kandersteg y en la otra por Goppenstein. Son 15 kilómetros completamente a oscuras por el túnel de Lötschberg, con una duración de unos 20 minutos.
Por cierto, en el folleto publicitario que regalan al montarse indican que el precio por cada trayecto es de 27 euros en fin de semana y 22 entre semana. Es lunes y nos han cobrado 27, pero protesta y no continuas viaje. Tal vez en Suiza los fines de semana sean viernes, sábado y domingo.




Martes, 14 de julio de 2015
Sainte-Croix, Museo Olímpico (Lausana), castillo de Chillon 

Iñaki se había empeñado en ver el Spieldosen-und Automaten Museum, un espacio dedicado a las cajas de música y a los autómatas en la localidad de Sainte-Croix. El pueblo no tiene nada, pero el museo es una de esas pequeñas joyas que casi nadie conoce. La única pega es que es obligatoria la visita guiada es en francés, y con una duración de 80 minutos perdidos en no entender casi nada.


Con la mayor parte de la mañana ocupada, no tenemos tiempo para acercarnos al centro de Lausana, por lo que nos dirigimos a las afueras, al Museo Olímpico. Comemos en su cafetería después de montar una buena bronca al camarero que no tenía la culpa, pero es que nos impidieron colocarnos en la terraza sin razón aparente y, después, nos sentaron en una mesa para tenernos más de 20 minutos sin atención. La comida buena, pero que no se preocupen las podemosas alcaldesas de Madrid o Barcelona, ya hemos pagado las candidaturas con lo que nos cobraron. Por los menos llegaría para los sobornos necesarios para la concesión. Más de 150 euros por un club sandwich, una ración raquítica de steak tartar y por pedacico de atún, todo ello acompañado por enormes cantidades de hierbajos. En el museo mucha foto, mucha camiseta, muchos balones, mucha multimedia… pero no deja de ser un parque temático bastante infantil y de no mucha calidad: un sacacuartos.




Terminamos la jornada en Castillo de Chillon, un magnífico edificio medieval ubicado sobre un islote en el lago Leman. Fue construido para los duques de Saboya en el siglo XI, pero su planta actual es del XIII.





Además de su vida cortesana, fue utilizado como cárcel, en la que su prisionero más famoso fue un conspirador político llamado François de Bonivard. El sacerdote pasó 6 años encerrado allí y lord Byron inmortalizó su historia en un poema titulado “El prisionero de Chillon”. También el pintor Delacroix inmortalizó al cautivo en una obra de gran fuerza.

“Mi cuerpo está encorvado, pero no por el trabajo, pues su entumecimiento fue provocado por un innoble reposo. Soy el habitante de una fosa. Mi destinos es el de los desgraciados para quienes el espectáculo de la naturaleza y el aire que desciende del cielo son bienes prohibidos ya que murallas y rejas se interponen”.
(El prisionero de Chillon - I. Lord Byron).





Después de Byron, Víctor Hugo, al que le gustaba mucho realizar descripciones de ciertos lugares (“¡qué feo es lo feo cuando tiene pretensiones de ser bello!” llegó a escribir sobre la fachada de la catedral de Pamplona tras definir las torres como “grandes sacacorchos que sostienen no se sabe que ventruda y turgente vejiga…”), decía que “Chillon es un bloque de torres asentado en un bloque de rocas”. Desde el castillo se aprecia muy cerca la ciudad de Montreux, famosa por su festival de cine. Para seguir la visita con facilidad, en la entrada entregan un tríptico, en castellano por primera vez en Suiza, de gran utilidad. Merece la pena.




Miércoles, 15 de julio de 2015
Jungfraujoch, cuevas de San Beatus  

Cara y cruz en la jornada de hoy. Por la mañana hemos ascendido hasta Jungfraujoch, a más 3400 metros de altitud y ha sido la mejor excursión de todo el viaje. Por la tarde nos acercamos a las cuevas de San Beatus, una de las peores experiencias.


Para llegar al collado de la Jungfrau hemos cogido dos trenes. El primero, desde la estación de Grindelwald que está enfrente de casa, nos ha dejado en poco más de media hora en Kleine-Scheidegg, a los pies de la impresionante pared norte del Eiger (3970 metros).




La complicadísima pared norte del Eiger (Eigerwand) llevaba fama de ser imposible de escalar. Pero en 1938 cuatro escalaores hicieron cumbre. Los alemanes Heckmair y Vörg por un lado y los austríacos Harrer y Kasparek por otro empezaron la ascensión separados, pero unieron sus fuerzas para conquistar la vertiginosa pared el 24 de julio de 1938. La expedición se vio constantemente amenazada por tormentas, frío intenso y avalanchas de nieve, por lo que ascendieron tan rápido como pudieron. Al llegar arriba, estaban tan cansados que sólo tuvieron fuerza para descender por la ruta normal a través de una feroz ventisca. Pronto el Reich de Hitler, con la connivencia de los propios montañeros, aprovechó la victoria alpina para su propaganda fascista. El propio Heckmair, que como parece lógico se consideraba de raza aria escribio: "Nosotros, los hijos del viejo Reich, unidos con nuestros compañeros de la Frontera Oriental para marchar juntos a la victoria". 


Desde Kleine-Scheidegg, en unos 60 minutos hemos ascendido en otro tren de cremallera hasta Jungfraujoch, a 3454 metros de altitud, atravesando inclinados túneles excavados en la pared del Eiger, y que hace dos paradas para asomarse a su cara norte, ¡impresionante!


En la cima, un edificio llamado La Esfinge, abarrotado de chinos maleducados, alberga restaurantes y tiendas, y un itinerario que incluye una película tridimensional, una terraza con vistas impresionantes, una llanura sobre la que caminar sobre nieve, y una gruta de hielo con esculturas escupidas en ese material (lógicamente con una temperatura bajo cero). La excursión con los dos trenes y todo el itinerario vale 135 euros, pero merece la pena. Las vistas sobre las cumbres cercanas y sobre el glaciar que desde allí comienza a descender son impresionantes.






Se dice que hace casi 2000 años un dragón asustaba a las personas que se acercaban a una cueva situada en las orillas del lago de Thun. El monje Beatus, llegado de Irlanda, logró expulsarlo, y por ello la gruta lleva su nombre. No nos ha parecido un lugar maravilloso. Hasta llegar a la entrada es obligado subir una enorme cantidad de escaleras a pleno sol. Una vez pagados 18 euros, se camina por las entrañas de la tierra en unas cavidades que parecen artificiales en lugar creadas por el agua del regacho que discurre por en el interior. Los encuentros con las fuertes corrientes subterráneas son los únicos momentos agradables de la tediosa caminata de más de un kilómetro de ida y otro de vuelta. Solo se puede reseñar, además, la existencia de una docena de estalactitas y otras tantas estalagmitas.



Para despedirnos de Grindelwald decidimos darnos un último festín, la última cena, en el restaurante Grund de la estación. Esta vez otro plato típico suizo: la raclette. Acercándolo a una fuente de calor, se derrite un queso que debe elaborarse con leche cruda de vaca y provenir del cantón del Valais. Se sirve fundido en un plato o en una pequeña plancha eléctrica, acompañado de patatas asadas o cocidas y pepinillos.




Jueves, 16 de julio de 2015
Grindelwald, Carcassonne

Casi 850 kilómetros nos separaban desde el apartamento que abandonábamos en Grindelwald de la ciudad francesa de Carcassonne. Así que a madrugar para 11 horas de coche, incluyendo las paradas técnicas para beber, desbeber y comer.


Carcasona, Carcassonne, es conocida por su ciudadela amurallada, la Cité, un conjunto arquitectónico medieval restaurado por Eugène Viollet-le-Duc en el siglo XIX y declarada en 1997 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. También Está catalogada como grand site national, y su castillo y murallas como monumento histórico por el estado francés. La parte fortificada de Carcassonne llegó a estar tan deteriorada que el estado francés consideró seriamente derruir las murallas. A tal efecto se redactó un decreto oficial en el 1849 que produjo gran revuelo: el historiador Jean-Pierre Cros-Mayrevieille y el escritor Prosper Mérimée promovieron una campaña para preservar la fortaleza como Monumento histórico. Ese mismo año se le encargó al arquitecto Eugène Viollet-le-Duc el proyecto de renovación de la ciudad alta. El carácter defensivo de la Cité a lo largo de su historia ha influenciado la complejidad de su arquitectura, donde se refleja notablemente el arte militar. Su sistema de defensa es excepcional debido a sus dimensiones y constituye la mayor fortaleza de Europa por su complejidad y la calidad en su conservación. Dentro de la muralla destacan el Castillo Condal, y la Basílica de Saint-Nazaire.







La Basílica de Saint-Nazaire alberga una Trinidad de piedra que recuerda mucho a la talla perrománica llamada "Trinidad de Lumbier", que según el escultor José Ulibarrena pertenece "a un arte oriundo de extraordinaria singularidad que no tiene caracteres equivalentes a obras de su tiempo". Tal vez la de Carcassonne tiene cierto parecido aunque está esculpida en piedra mientras que la de la localidad navarra es de madera de nogal.



Lógicamente, no perdimos la oportunidad de otro festival culinario. El plato típico de Carcassonne es la cassoulet, un cuenco en el que se sirven alubias blancas con salchichas y confit de pato. No parece muy recomendable para la cena, pero regada con un buen vino de la zona y con el paseo de regreso al hotel pasó con relatividad facilidad. Eso sí, noche "a reacción".






Viernes, 17 de julio de 2015
Carcassonne, Pamplona

Carcassonne y Pamplona se distancian casi 500 kilómetros. Entre las dos ciudades únicamente merece la pena Touluose, pero como los hermanos Guelbenzu ya la habíamos visitado, decidimos atormentar un poco a Pedro para acceder al cercano museo de aviación recientemente inaugurado: Aeroscopia. Próximo a los talleres de montaje del Airbus A380, el avión de pasajeros más grande que existe, se puede visionar y acceder al interior de algunas de las aeronaves más legendarias. El edificio, construido a semejanza del fuselaje de un avión, cobija una excepcional colección que incluye, entre otros, un histórico Bleriot XI, dos Concordes, un Carabelle, un Airbus A300B, un Super Guppy, un Mig XV soviético, dos Fouga Magister, dos Mirage 3C, un Airbus A400 similar al que hace poco tiempo se extrelló en Sevilla, y un par de helicópteros de fabricación europea.







De aquí a Pamplona, con una parada para comer rápidamente en un área de servicio de la autopista. Fin de viaje.


Han sido 4595 kilómetros en 12 días, 2500 entre ida y vuelta y más de 2000 en Suiza. Al final, nos quedamos con un país treméndamente caro con malas infraestructuras, con ciudades no demasiado espectaculares si exceptuamos Lucerna, pero con una naturaleza extraordinaria.



“No puede uno figurarse la poesía de los lagos, el encanto de las cascadas, el efecto gigantesco de los glaciares. Se ven pinos de tamaño increíble… cabañas suspendidas sobre precipicios y, cuando se abren las nubes, mil pies por debajo, valles enteros. ¡Estos espectáculos deben entusiasmar, disponer a la oración, al éxtasis!”
(Gustave Flaubert en Madame Bovary).




Grindelwal (Suiza), Pamplona. Julio de 2015.