lunes, 18 de julio de 2011

ITALIA, 2 a 16 de Julio de 2011

Como cada año, y como "buenos pamplonicas", nos escapamos de las fiestas de San Fermín lo más lejos que podemos. Nos vamos a Italia.




Sábado, 2 de Julio
CERCA DEL DESASTRE EN EL AEROPUERTO DE FUIMICINO
¡Para que luego digan que las compañías Low Cost son malas! El avión de EasyJet, estrecho eso si, nos llevó de Bilbao a Roma para llegar con unos veinte minutos de adelanto. Parecía que todo empezaba bien, pero no contábamos con la disposición del aeropuerto de Roma Fiumicino. Tras bajar del avión, lógicamente, decidimos seguir los carteles que supuestamente nos iban a llevar a la cinta para recoger nuestras maletas. ¡Vaya caminata! Habían pasado unos treinta minutos cuando llegamos al lugar que creíamos indicado. Sin embargo, las señalizaciones nos habían hecho, igual que a otros compañeros de vuelo,  traspasar la frontera la terminal 3, en la que habíamos aterrizado, para ubicarnos en la 1. Por suerte, tras desandar lo andado llegamos a tiempo, en la cinta número 11 estaban nuestras maletas dando vueltas totalmente desamparadas, abandonadas. Ellas no lo harían.
Superado el revolcón, nos tocaba encontrar la oficina de alquiler de coches. Otra andada. Creo que el operario nos vio cara de cansados, o de pardillos, porque el vehículo que nos llevamos era bastante más pequeño que el alquilado, y pagado, desde Pamplona. No obstante, como las reservas las hicimos en enero por Internet, ya ni nos acordábamos del trato.
Eran pasadas las diez de la noche cuando llegábamos al hotel contratado, Club Isola Sacra, a un cuarto de hora de Fiumicino. Fue la sorpresa agradable del día. Barato, con habitaciones espaciosas muy bien equipadas, con piscina... Tomada posesión de las habitaciones se nos removieron los jugos gástricos y salimos a cenar. Debía ser muy tarde porque nadie nos daba. Así que lo intentamos en el restaurante del hotel llamado L'Antico Porto y... las mejores pizzas que hemos probado, merece la pena.

Domingo, 3 de Julio
POR LAS AUTOVÍAS ITALIANAS A RÁVENA
Madrugamos, y más vale. Pasada la circunvalación de Roma nos dirigimos a Rávena por "la autovía del infierno": estrecha, con el firme en muy estado y, lo que es peor, con un tramo sin concluir. Es un largo de autopista de unos tres kilómetros que en el momento que esté acabado salvará un gran desnivel en una vaguada. El desvío se realiza por un puerto terrorífico, de los de antes en España, de esos que ya no existen, recorriendo cerca de 15 kilómetros plenos de curvas. Superado el asunto, y a falta de poco más de un cuarto de hora para llegar al destino, un accidente de una moto que nos había adelantado pocos minutos antes hace que los carabinieri corten los dos carriles de la autovía. Resultado, una hora parados. Al final, cinco horas y media para los 384 kilómetros que marcaba el GPS.
Dejamos las cosas en el ClassHotel, muy bien acondicionado, y nos dirigimos al centro. Por lo visto, en Rávena en domingo los comederos no trabajan. Lo único que encontramos fue un kebab donde amortiguar el apetito. Decidimos a hacer las máximas visitas, cogimos las entradas combinadas para ver los monumentos. Carísimas, 17'50 de €uros por persona. Son dos packs para acceder a todos los lugares interesantes: por un lado (8 €uros) ofrecen el Museo Nacional, el Mausoleo de Teodorico y San Apolinar in Class; por otro (9,5 €uros), el Mausoleo de Gala Placidia, la basílicas de San Vital y San Apolinar Nuevo más el Baptisterio Neoniano y el Museo Arcivescovile. Decididamente para ver todo se necesita un día completo. Además, el problema de Rávena es que en el centro se encuentran unos monumentos, pero parte de lo mejor está en las afueras. Así que nos vimos obligados a tirar de coche. Otra pega, siguiendo las señales es imposible llegar a encontrar la iglesia de San Apolinar in Class o el Mausoleo de Teodorico.
Acabadas las visitas nos dedicamos a hacer hora para cenar paseando por Rávena, pero es bastante aburrido ya que, sin ser feo, no es un lugar muy agradecido.

Lunes, 4 de Julio
VIAJAR DE GORRA EN VENECIA
Todo hacía presagiar a la salida de Rávena que tendríamos un trayecto tranquilo hasta Venecia, un itinerario por autopistas de pago. Sin embargo, las carreteras italianas siempre deparan alguna sorpresa. Al incorporarnos a la vía que viene de San Marino nos encontramos en un monumental atasco. ¿Solución? a la italiana. Los tres carriles repletos de coches corriendo como desaforados. Parecía una carrera de la Nascar americana. Hasta bien pasado Bolonia, la que da tanta guerra a los estudiantes, no se normalizó el tema.
Como no nos llega para alojarnos en Venecia, escogimos un lugar que ya conocíamos en Mestre, el Hotel Centrale. Como su nombre ya hace suponer, está muy céntrico y a unos 50 metros de las paradas de autobús para ir o regresar de Venecia. Nos deshicimos veloces de las maletas y al bus. Por lo visto, el sistema de pago en Italia no funciona como en Pamplona. Dentro del autobús no venden tickets, por lo que nos escondimos todo lo que pudimos y viajamos hasta Venecia de gorra. Si teníamos cargo de conciencia, se nos quitó pronto, ya que enseguida comprobamos que hay que ser muy honrado para pagar allí. Casi nadie utiliza la tarjeta que hay que adquirir para montar en los autobuses o vaporettos (otros autobuses pero que recorren el Gran Canal de Venecia navegando). Así que parece que desplazarse en Mestre y Venecia es un servicio gratuito, pero nosotros fuimos como hay que ser y compramos un vale para tres días que supuestamente servía para todo.
Con el vaporetto llegamos hasta San Marcos. No pudimos entrar en la basílica porque había una cola inmensa. Por ello nos dedicamos a pasear hasta el Puente de Rialto, intercalando las lógicas y necesarias paradas técnicas para comer, beber y desbeber. La comida no es cara, no es complicado encontrar menús por menos de 15 €uros, pero lo mejor es beber agua del grifo, ya que la bebida es todo menos una ganga. En la hostería da Gino, escondida detrás de San Marcos el menú costaba 14'50 por persona, pero superamos los 40 €uros con las cervezas, postres y cafés. De todas formas comimos fenomenal y todavía recuerdo la ración de hígados a la veneciana. Antes el forofo de los vermuts había decidido tomarse uno. Pidió un Martini, pero le pusieron algo con tamaño de marianito y con sabor al vino aragonés peleón que dan en las barracas en San Fermín. Más vale que era barato, 9’5 €uros. La tarde la pasamos paseando y perdiéndonos una y otra vez por Venecia. Aunque teníamos una guía y un plano estupendos, nos perdimos tantas veces como nos encontramos. Cuando conseguimos dar con la clave perfectamente encriptada sobre la forma de entender un plano en Venecia, no fue complicado llegar a Rialto. Derrengados, y viendo a otros turistas tan guiris como nosotros, tomarse unas macrocervezas, decidimos imitarles. Nos sentamos junto al Gran Canal en el café del Sarraceno. Tengo la seguridad de que allí estaba el propio pirata sarraceno, ya que nos sableó 13 €uros por cada jarra. Lo bueno fue que pude terminar toda la literatura barata de cada viaje y acabar de escribir las doce postales que debía enviar este año. Con el vaporetto regresamos a la Plaza de Roma para tomar el bus a Mestre. La impresión es que nuevamente viajamos de ilegales, ya que al validar el billete en la máquina se encendía una luz roja en lugar de la verde que nos hubiera tranquilizado bastante. Ya en Mestre, dimos un paseo viendo todo lo que hay que ver, para acabar con una hamburguesa frente al hotel. Mañana volveremos a Venecia.

Martes, 5 de Julio
VA DE BICHOS, POR LA MAÑANA CABRITO Y POR LA TARDE MOSQUITOS
¡Gran idea la nuestra! Para conocer más mundo se nos ocurrió pasar la mañana en Lido. Las guías anunciaban un lugar casi idílico, una estación balnearia para la jet-set. Pero ni gente bien, tal vez solo nosotros, ni nada que ver; así que en media hora estábamos aburridos. Vuelta a Venecia. Por la estación del vaporetto de Lido circulan un montón de líneas, así que para asegurarnos preguntamos a la persona que controlaba la entrada de pasajeros si el barco estaba a punto de partir paraba en el Arsenal. El cabrito, ya crecerá, debía tener ganas de cachondeo ya que con toda seguridad nos respondió afirmativamente.
Confiados, más bien encantados con la amabilidad de los venecianos, nos acomodamos en el paquebote. Todo iba según lo previsto hasta que el motoscafo, que así se llama ese tipo de nave más baja y estrecha que el vaporetto, realizó una parada imprevista y que ni tan siquiera figura en los mapas: Biennale. “La siguiente nos bajamos, es la nuestra”. Ni la nuestra ni nada. El buque de nombre raro enfiló el canal de la Giudecca para tirarnos frente a la iglesia de I Gesuati, una de las mejores de Venecia de estilo rococó. Tras acordarnos de la madre del informante de Lido, aprovechamos la coyuntura para caminar hasta La Salute, una basílica que, con su enorme cúpula, aparece en todas las postales. Una vez visitada, y como seguíamos teniendo entre ceja y ceja acercarnos al Arsenal volvimos a tomar el vaporetto. Ahora sí, sin ayuda de ningún “lidense” nos cercioramos de que acabaríamos donde deseábamos.
En estas idas y venidas estábamos cuando pasadas las tres de la tarde no habíamos comido. Tapiñamos en la calle, en un local de trato amable y precio razonable frente a una tienda de pasta. Al acabar, de nuevo reiniciamos nuestra expedición hacia el Arsenal, que sabíamos que estaba muy cerca. Venecia no es fácil, nos costó encontrarlo Dios y ayuda. Incluso pasamos por una isla llamada de San Pedro, a la que no van más que los lugareños que la habitan. Ya casi habíamos perdido la esperanza, pero el que la persigue la consigue. Ante nosotros estaba el soberbio portal renacentista flanqueado por dos enormes leones de mármol. Más, otra desilusión: el Arsenal es territorio militar y los militares prohíben las visitas. Conocido es que al civil se le puede militarizar, pero al militar no se le puede civilizar. Cultura y civilización van de la mano, así que los de la guerra no dejan arrimarse, no vaya a ser que se les pegue algo.
Todavía teníamos una idea mejor, quedarnos a cenar en Venecia para regresar en el vaporetto por la noche, admirando la iluminación de los edificios del Gran Canal. Empleamos el resto de tarde dándonos unos garbeos en el coche de San Fernando, un ratico a pie y otro andando, y aprovechando para adquirir algún souvenir con los que agasajar a los familiares y amigos al regreso, todavía lejano, a Pamplona. Nuestra elección sobre el lugar donde saciar el apetito fue gloriosa. El restaurante All’Angelo, además de sobrecargado de precio, tiene solo una virtud, la de su ubicación detrás de San Marcos. No entiendo el nombre del garito, ya que los ángeles llevan alas, pero allí los únicos que las tenían eran los componentes de la legión de insectos que nos atacaron una y otra vez. Llegamos a pensar que al barrio, que le llaman como a la catedral, San Marco, mucho mejor le iría un apodo algo así como la Costa de los Mosquitos. Allí sentados fuimos picoteados más veces que saetas recibió San Sebastián en su martirio.
No todo había acabado aquí, el día nos deparaba otra sorpresa. Finalizada la Gran Bouffe, amenizada por los amigos insectos, nuestro último objetivo era extasiarnos con las iluminaciones en Venecia. Pero algo raro ocurría, o la tormenta de la noche anterior fundió muchos plomos o en Venecia no alumbran nada. En los edificios del Gran Canal las únicas luces que brillan son las de las ventanas, pocas, de las habitaciones ocupadas por los vecinos. Las góndolas solo se intuyen porque llevan una bombilla minúscula en el morro. El vaporetto navega a “pedo burra” ya que tampoco lleva un foco para mostrar el camino. Todo a oscuras, el único sonido que se escucha es el estruendoso ronroneo del motor. Con todas estas circunstancias, está claro que nosotros tampoco demostramos muchas luces con nuestra ocurrencia.


Miércoles, 6 de Julio
PASANDO DEL CHUPINAZO, LA EMPRESA ACEPTA PROPINAS
Seguro que hoy nuestros conciudadanos, pamplonicas ellos, han gozado como nunca del chupinazo sin botellas en la Plaza Consistorial. Pero que se fastidien, no nos hemos acordado de ellos.
Por la mañana no hemos hecho otra cosa que la habitual: callejear por Venecia hasta la hora del saqueo diario en la comida. Ni tan siquiera utilizamos el vaporetto. Como unos valientes hemos caminado desde la terminal de autobuses hasta San Marcos aprovechando para invertir algunos €uros en varias tiendas de recuerdos.
Dado que por la tarde nos habíamos inscrito en una excursión guiada por las islas cercanas a Venecia, pensamos oportuno comer pronto y poco. La trattoria Da Nico tenía buena pinta. ¡Y tan buena! Solo un plato por persona y 92’40 €uros. Y no eran nada especial, pero los nombres parecían puestos para la feria del pincho de Pamplona: “seppie in nero alla veneziana” que traducido no es otra cosa que calamares en su tinta, “costicine d’anello o scottadito” o costillas de cordero (por cierto, solo había 4 y pequeñas), y “scaloppa di vitello alle verdure” o escalope (transparente) con verduras (más verduras que carne).
Escaldados, nos presentamos en el embarcadero de San Marcos para comenzar la visita guiada a tres famosas islas: Murano, Burano y Torcello. La guía, una italiana de buen ver, iba leyendo en tropecientos idiomas, de español andaba un poco peor, cuatro banalidades sobre los lugares que se quedaban a izquierda y derecha. Después de media hora de cómoda navegación el motoscafo atracó en Murano. ¿Atraco de saqueo o de llegada a puerto? Desde el barco fuimos conducidos cual rebaño a una fábrica de cristal, y de allí únicamente pudimos salir para volver a embarcar. Nos ofrecieron una preciosa demostración, demasiado cerca del horno que funcionaba a más de mil grados, en la que en menos de dos minutos dieron forma a un caballito precioso y nos condujeron a la tienda donde los precios eran doble de lo que habíamos visto en Venecia. Tras atracar en Burano intentaron atracarnos por segunda vez, pero esta vez no picamos. Consiguieron que la mayoría del grupo accediera a un edificio donde trabajaban encajes, pero nosotros nos despistamos hábilmente para darnos un garbeo por los canales plenos de casitas multicolores. Solo con decorar unas casas más bien con cutres con tonos variados y chillones han conseguido una isla muy acogedora. La última parada fue parada o no atraque. En Torcello se visitan la Catedral que tiene unos buenos mosaicos y la Iglesia de Santa Fosca. Debe ser que los “curas” no venden nada ya que la guía esta vez se quedó en el barco privándonos de su exquisita y desinteresada compañía. Casi al finalizar la travesía, llegando ya de nuevo a San Marcos, cuando por los altavoces se nos anunció sin ningún pudor que era costumbre de la empresa Alilaguna SpA aceptar propinas. Se nos quedó el cuerpo un poco mal, no porque que no diéramos propina, que no dimos, sino porque nos acordamos que tampoco habíamos dejado nada a Nico en su trattoria.
Como epílogo de nuestra estancia cerca de Venecia celebramos el inicio de las fiestas de San Fermín cenando en un local muy agradable y, por una vez barato, cerca de la torre del castillo de Mestre.

Jueves, 7 de Julio
DEL PECADO A LA EXPIACIÓN
Partiendo de Mestre, llegamos a Verona por la autopista sin demasiados problemas de tráfico pero estando muy atentos a la circulación de camiones. Varias veces tuvimos que realizar maniobras evasivas para no acabar estampados en alguna de sus cabritadas.
Verona es una ciudad con un centro muy agradable. De la Arena, uno de los anfiteatros romanos más grandes que se conservan, subimos por la vía Mazzini hasta las plazas Erbe y Signori. Poco más adelante accedimos de mala manera (había más gente que en el chupinazo) a un patio medieval minúsculo. Allí se encuentra el supuesto balcón de Julieta al que Romeo subía clandestinamente en la obra de Shakespeare. Justo debajo han colocado una estatua de bronce de Julieta, junto a la que todo el personal se hace una fotografía. Lo sorprendente es que posar junto a Julieta es de lo más pecaminoso. Todas las mujeres,
curiosamente los hombres no, agarran con fuerza el pecho derecho de la efigie en un ritual del que no he llegado a entender el sentido. Tanto es así que el femenino apéndice está totalmente desgastado y de un color absolutamente diferente del original.
Escandalizados por tan severa perversión, nada más llegar a Milán nos dirigimos al Duomo para pedir, en la medida de lo posible, por la expiación de tan infames criaturas que se aferran un pecho no propio con enorme apetito. Sin embargo el Duomo defrauda un poco. Ni es tan grande como parece, ni tan blanco, ni tan elegante. Por ello utilizamos el metro para buscar una tienda de libros ingleses que, según una guía que llevábamos era muy buena. Una vez llegados resultó ser un antro minúsculo, que ni tan siquiera estaba en la dirección señalada. Además, estaba regentado por una carcamal que seguro que existía mucho antes de la inauguración del local, pero que no se enteraba de nada. Frustrados y sin compra regresamos a la zona del Duomo caminando, algo que resulta bastante incomodo. Las aceras de Milán están recubiertas de una brea de tan mala calidad que con el calor se derrite y se pega a los zapatos. En nuestro paseo nos acercamos a Santa María de la Gracia, donde se encuentra el Cenáculo de Leonardo de Vinci. Como siempre llegamos tarde, después de la última sesión de visita, y sin la reserva previa que podíamos traer realizada por Internet. Para acabar el día nos tomamos unas cervezas en un local llamado Coffe Time. No necesitamos cenar después, nos convidaron a tantas mini raciones de productos del país que acabamos saciados. Al marchar nos enteramos que ha sido arrendado por unos nuevos inquilinos que quieren agradar por encima de todo, y que en el futuro se denominará White box caffe’, haciendo gala de su forma y color de la decoración.

Viernes, 8 de Julio
LAPIDADOS
Desde Milán partimos pronto hacia Turín. Nuevamente el trayecto por la autopista no nos ofreció mayores problemas que esquivar las habituales maniobras demenciales de los camioneros italianos. El proceso, que se repite una y otra vez funciona de la siguiente manera: 1º) un camión, hastiado de circular por el primer carril detrás de otro más grande y más lento, invade para adelantarlo el segundo cuando le sale del arco de triunfo, sin previo aviso y sin utilizar los intermitentes; 2º) el conductor del segundo carril, que no se lleva un susto de muerte porque ya debe estar acostumbrado, irrumpe de la misma forma en el tercer carril; 3º) al vehículo del tercer carril no le queda otro remedio que ceder dando un frenazo más fuerte que los que dan los F1 en la curva del Hotel de Mónaco. En el caso de que no exista el tercer carril, se obvia el paso segundo.
Para Turín llevábamos dos propósitos: el Museo Egipcio y la Sábana Santa. El primero se cumplió sin problemas, aunque casi no encontramos la famosa bailarina que, en posición acrobática, fue dibujada sobre un ostraca. Como no podía ser de otra manera, nuestra intención de ver la Síndone falló, ya que la Catedral de Turín no abre hasta las 3 de la tarde. Eran las 12 del mediodía y queríamos llegar a Rapallo con tiempo para remojarnos en el mar Ligure, en el Tirreno.
Alojados en el hotel Italia e Lido, en primera línea de mar y junto al castillo de Rapallo, bajamos a una de las playas cercanas. Playas por llamarlo de alguna manera. Son espacios minúsculos con suelo de cantos rodados donde la arena brilla por su ausencia. Así que resultan incomodísimas para entrar y salir del agua. Además, hay que añadir que había unos salvajes niñatos terroristas que se dedicaron a bombardearnos con las chinitas de la orilla mientras intentábamos disfrutar de nuestro baño. Seguro que sus responsables padres estaban viendo todo, pero ni se movieron ya que la situación debía tener mucha gracia. No obstante, más les valía alimentarlos bien, ya que los amariconados bebés italianos no llegaban ni a tres o cuatro metros de distancia en sus agresiones, así que no consiguieron acertar nunca.

Sábado, 9 de Julio
PISA Y EL CAMPANILE, FLORENCIA Y EL JABALÍ
Desde Rapallo, teníamos programada nuestra primera parada del día en Pisa. Nada más llegar a la explanada del Duomo y del Campanile, la Torre Inclinada, nos llevamos el primer sobresalto. Los edificios están rodeados de amplios parterres con hierba muy bien cuidada a los que está prohibido acceder. Pisotearlos para obtener una foto más cerca de los monumentos no es más que una jugada con tremenda caradura porque está perfectamente indicado que no se puede entrar. En esas estábamos cuando un avispado decidió, más chulo que nadie, que nada le impedía meterse unos 15 metros para conseguir su gran fotografía. El
problema fue que cuando el inconsciente quiso volver donde estábamos los cumplidores, se dio cuenta que se había olvidado de su hijo y no se encontraba en el lugar en el que lo había abandonado. Ahora sí, se acordó de ejercer de padre y corrió por toda explanada, sin salir de los jardines vetados, y dando alaridos ¡My baby! ¿where is my baby? Si el retoño no había decidió huir de su progenitor, o si no se trató de un secuestro (la prensa no lo ha reflejado), seguro que el personaje dio con el alma perdida porque los gritos se acabaron, pero se lo tuvo bien merecido por prepotente. Ahora bien, si el niño había heredado la inteligencia del padre, ninguna, seguro que no apareció dando lecciones a los doctores en la iglesia, como Jesucristo. Por desgracia, mis opciones de aventura en Pisa fueron nulas. Por un lado pude ascender a la cima de la Torre Inclinada, pero pagar 15 €uros para pasar vértigo, o mejor acrofobia (miedo a las alturas), no es nada alentador. Tampoco me motivó alquilar una bicicleta de 4 plazas ya que venían sin chofer y pedalear un buen rato, y encima abonando 5 €uros suponía un esfuerzo que no estaba dispuesto a realizar. Así que ni escalada tipo Mari Abrego ni tour a lo Induráin, peregrinación alrededor del recinto.
Lucca lleva mucha fama y allí nos detuvimos a comer. Es lo que hicimos tras deambular hasta la plaza del Anfitreatro. Muy cerca encontramos un self-service que anunciaba paella española, pero no había ni arroz.
Y por la tarde Florencia. Nos alojamos en el hotel Rosso 23, en la plaza de Santa María Novella, un palacio muy elegante y en un lugar extraordinario, con una única pega y es que el cercano parking en el que tiramos el coche nos va a costar 35 €uros diarios. Como toma de contacto paseamos hasta el Ponte Vecchio pasando por la galería de los Uffici, la piazza della Signoria, y el Duomo. De regreso nos encontramos con una escultura de bronce que representa un jabalí. Debe conmemorar el personaje de un cuento de Andersen que sucede en Florencia, pero el personal ha tomado unas costumbres muy curiosas.  Unos solamente pasan la mano por el hocico. Otros, los más osados, mueven una moneda dentro de la boca del bicho y la dejan caer. Lo inverosímil es que si el dinero cae dentro de un agujero abierto justo debajo del morro se ponen muy contentos, pero si cae fuera se muestran molestos, cuando debería ser al revés, ya que pueden devolver el capital a su cartera. Parece ser que a aquellos que aciertan en el boquete se les concede un deseo, pero es algo en lo que no se puede creer. De pequeños nos decían que si rezabas un Ave María cuando entrabas en una iglesia en la que no habías estado nunca, se te concedía un deseo. Cientos de veces he entrado en templos desconocidos, cantidad que casi he duplicado en este viaje, y cientos de veces no me ha sido concedida la misma petición. La esperanza, y más dentro de un santuario, es lo último que se pierde, por lo que sigo intentándolo.

Domingo, 10 de Julio
SÍNDROME DE STENDHAL
Nos hemos enterado que la mejor heladería de todo Italia está en Florencia. Así que siguiendo las pocas pistas que tenemos vamos a intentar encontrarla. Con la iglesia de la Santa Cruz a la espalda, se toma la calle que parte un poco a la derecha y en el primer cruce la primera a la derecha. Tanta derecha parecen unas instrucciones impuestas por el propio Berlusconi. Pero encontramos Vivoli, que así se llama, y disfrutamos de un exquisito helado en el mismo local que acudía algún Medici antes de nuestra mañanera cultural con dos museos en el horizonte. En primer lugar el Museo Galileo, con un montón instrumentos científicos antiguos, a cada cual más difícil de entender. Por los menos hubo una pequeña sorpresa al encontrar un cilindro de Arquímedes, un cachivache que todavía se utiliza en algunos lugares de Egipto para sacar agua del Nilo.
A la vuelta de la esquina está la Galaría de los Uffici, nuestro segundo museo de la mañana. Debe ser una de las pinacotecas más importantes del mundo, pero necesita ciertas reparaciones. Todas las obras se encuentran en un segundo piso de ingreso complicado, ya que se accede por las escaleras más empinadas e incómodas que existen. Una vez en las galerías, con cuadros magníficos, el calor es casi insoportable ya que el aire acondicionado funciona muy bajo o no funciona. Acabamos entendiendo a la perfección lo que es el Síndrome de Stendhal, esa enfermedad que dicen que se produce en Florencia al admirar tanto arte. ¡Qué va! Es puro desfallecimiento físico, cansancio, derivado del calor, de las grandes caminatas, etc.
Como era domingo de carreras, de F1, nos sentamos frente al televisor en una pizzería con la suerte de poder ver la primera victoria de Alonso con Ferrari de la temporada. Pocos tifosi debían comer allí, ya que solo manifestamos alegría los españoles. A saber, dos jóvenes que parecían entender mucho ya que hablaban de neumáticos y de otros temas muy técnicos, un grupo de unas diez o doce niñas pijas que no alcanzaban los veinte años y que volvieron loco al camarero pidiéndole cosas rarísimas, y nosotros.
La tarde noche fue menos exitosa. Según las guías el Palacio Pitti es algo increíble, y lo es de verdad. Un mamotreto horrible que bien pudo ser construido en la época de Mussolini en lugar de en el Medioevo. Para olvidarnos de tan horrorosa visión decidimos tomarnos algo. Al otro lado del río encontramos una birreria, una cervecería, pero nuestra sorpresa fue que nos mandaron a “ese sitio” diciéndonos que no servían bebidas. Habíamos dado con el bar más extraño del mundo, una cervecería que no sirven bebidas. Al final, cenar, lavarse los dientes, hacer pipí y a dormir.

Lunes, 11 de Julio
¡QUE POBRES SOMOS!
Ya que teníamos a 20 metros del hotel la iglesia de Santa María Novella decidimos que había que visitarla. Es impresionante, pero como siempre en este país falla algo. Entre sus obras de referencia hay un cuadro de Masacio que supone el primer ejemplo de perspectiva en la pintura. Hasta aquí todo normal, la perspectiva se aprecia fenomenal, está bien conservada pese a ser del siglo XV, e incluso está bien expuesta. Sin embargo, la pintura se llama Trinità, pero la palomica no aparece por ningún sitio, se ha escapado del cuadro volando, por lo que es imposible que sea una Trinidad. A lo mejor regresa de vez en cuando y se posa a los pies de Dios y Jesucristo y es el momento de admirar la tabla.
El resto del día lo empleamos en darnos cuenta lo pobres que somos. Por la mañana, en las joyerías del Puente Viejo, sede de los orfebres de Florencia, comprobamos que únicamente podíamos mirar los escaparates y lo bonitos diseños expuestos. Por la tarde accedimos a la tienda oficial de Ferrari en Florencia. No sabíamos si los precios eran los de las maquetas de juguete que teníamos delante o el de los propios coches de calle. Así que a pasear y retirarnos prontico al día siguiente había desplazamiento. Con lo que no nos atrevimos a apreciar fueron unos gayumbos que vendían cerca del Duomo artísticamente decorados con una imagen de los cataplines del David de Miguel Ángel. No obstante, tomamos una foto, ya que nos parecieron ideales para que los lucieran las selecciones navarras de baloncesto. Se la vamos a enviar a la directiva de la federación y, si aceptan nuestra propuesta, es posible que sigamos ganando muy pocos partidos, pero demostraremos tener mas coj… que nadie.

Martes, 12 de Julio
VOLVER A ROMA, PERO ¿CÓMO?
De camino a Roma visitamos San Gimignano y Siena. Las dos localidades son preciosas, pero tienen un fallo, no hay una sombra. La mañana salió soleada y cálida, el termómetro del coche marcaba 39°, así que no pudimos disfrutarlas como merecen.
En la capital italiana nos alojamos en Villa Eur, una residencia que tienen los Hermanos Maristas su Casa General en el barrio del Eur. Antes de dirigirnos al centro hicimos una inspección de los alrededores donde se encuentra la zona que Mussolini hizo levantar para una exposición universal y donde destaca el llamado coliseo cuadrado.
Nuestro recorrido incluyó todo lo típico: Piazza Navona, el Panteón, Piazza de Spagna y, por supuesto, la Fontana de Trevi. Inmortalizada por Fellini en “la Dolce Vita”, se dice que lanzar una moneda sobre el hombro garantiza el regreso a la Ciudad Eterna. Sin embargo, esto plantea una duda en relación al capital invertido (de la fuente ya no vuelve). Supongo que los que tiren, por ejemplo, 5 céntimos solo tendrán derecho a volver en peregrinación, o sea andando. Y también supongo, que arrojar 1 €uro al menos permitirá regresar en coche, y 2 €uros ya supondrá el lujo de retornar en un crucero o en avión. Si las cosas no son así, emplear más de 1 céntimo es un auténtico despilfarro.

Miércoles, 13 de Julio
LA CIUDAD ETERNA Y LAS ETERNAS COLAS (DE ESPERA)
De camino hacia el Coliseo pasamos por la iglesia de San Pietro in Vincoli. Para llegar es necesario subir un porrón de escaleras, y muy pinas. La sudada fue espectacular, ya que la temperatura alcanzó cerca de los 40°. Por fuera no perece una iglesia sino un simple palacio, pero su interior es impresionante. Y lo mejor, acceder es gratis y eso que está en Italia. Inquietan las supuestas cadenas que sujetaban a San Pedro en su prisión de Jerusalén, pero acobarda mucho más la mirada de la escultura de Moisés (con cuernos) a la que Miguel Ángel, una vez acabada y dada su perfección le dijo: “habla”. Pero Moisés era y es prudente, y sigue callado aguantando pacientemente las fotografías de los turistas.  
Otro Pietro, o Pedro, pero poco santo, nos obligó a visitar el interior del Coliseo. ¡Terrible! Hora y media de cola para visionarlo, supongo que muy aburrido, en 25 minutos, tienda de recuerdos incluida. Yo creo que la espera tuvo más o menos la misma duración que las que se produjeron cuando Tito lo inauguró en el año 80 con 100 días de juegos que costaron la vida a unos 2000 gladiadores y casi 1000 animales. Y por supuesto, el espectáculo que en nuestro caso era una visita, nos ocupó menos que lo que tardaba un león en comerse a un cristiano.
Antes de comer en el Trastevere, o sea detrás del Tíber, nos pasamos por Santa María en Cosmedin, la iglesia que alberga en su pórtico la Boca de la Verdad. Como casi todos los turistas, pretendimos someternos al juicio divino introduciendo la mano. Lamentablemente no pudimos comprobar si mentíamos o no, ya que había una cola, otra, de más de 100 personas. No parecía ser él, pero igual es que el primero de la fila era Berlusconi, y en una sus farsas la boca se había cerrado para no dejarle escapar, y haciendo esperar al resto de personal. Antes de superar el puente Palatino hicimos una última parada para fotografiar el Templo de las Vestales, que lamentablemente ya no tiene vestales ni sacerdotisas ni nada que alegre el ojillo.
Después de comer en un garito muy agradable y barato del Trastevere en el que, curiosamente, nos atendió un camarero chiquilicuatre que no sabía hablar español (una rareza a estudiar), acabamos la jornada acercándonos a la Pirámide Cestia, nada más que por ver una pirámide en Roma, ya que obeliscos egipcios hay muchos. Ahora bien, ya hubo quien preguntó si la pirámide, sepulcro de un magistrado llamado Cayo Cestio Epulón, era original y traída de Egipto piedra a piedra. Más les valía leer algo antes de salir de casa.

Jueves, 14 de Julio
LA CRIPTA DE LOS CAPUCHINOS
El día comenzó sin muchos chascarrillos, con visitas importantes, pero sin nada ocurrente que contar. Comenzamos por los Museos Vaticanos. Por una vez, habíamos tenido el acierto de comprar las entradas por Internet con dos meses de antelación y con un extra de 4 €uros (665 pesetas de las de antes) para no hacer cola. En total, más de tres horas de aquí para allá con un buen rato en la Capilla Sixtina. Por cierto, en lugar tan sagrado pequé una vez más: los seguratas me ordenaron meter la cámara en la mochila ya que estaba expresamente prohibido tomar fotografías. Pero en una de mis maldades preferidas, obtener imágenes donde no dejan, conseguí hacerlas sin ser descubierto ni acusado de delito. Bien sabe el de arriba que la desobediencia es un mal pecado, mas es posible que ya esté perdonado. En el WC había un surtidor de agua con el que llenamos nuestra cantimplora. La bebimos hasta no dejar ni gota, ya que si era agua santa (bendita seguro que no) creo que la falta quedaría absuelta. Lo que también se puede asegurar sin ningún género de dudas es que milagrosa no era, no hay más que vernos. De los museos nos dirigimos a la Basílica de San Pedro, lugar en que dejan tomar fotos sin flash, por lo que no tuve necesidad de ofender a ninguno de los Papas que allí yacen. No se puede decir que descansan en paz, porque la multitud de peregrinos que cada día les visitan deben dejarles completamente aturrullados.
En Borgo Pío comimos una tortilla, la primera del viaje. Y de allí a donde siempre: Piazza Navona, el Panteón y Piazza de España. Teníamos entre ceja y ceja ver la cripta de los Capuchinos, esos frailes franciscanos cuyo nombre viene de la capucha que adorna su sotana de color marrón. El lugar es espeluznante, digno de la mejor película de terror. Es una cripta dividida en seis estancias repletas de huesos humanos, de calaveras, de esqueletos de capuchinos vestidos con sus hábitos, etc… Para colmo, cuando ya crees que has visto todo te despiden con la frase “como vosotros nosotros éramos, como nosotros vosotros seréis”. ¡Qué alentador! Espero que pase mucho tiempo.
Sin olvidar tan severa afirmación, quisimos acabar viendo la Piazza del Popolo, una de las plazas más elegantes de Roma donde casi todo está repetido (todo menos una torre de uuna iglesia y el obelisco central). Desde Via Veneto, dirección de la alucinación capuchina, mis compañeros de viaje tuvieron la oportunidad de cachondearse de mí al confundir el monumento egipcio en forma de aguja de la Trinita di Monte, encima de la Plaza de España, con el de la Piazza del Popolo. Por lo visto, debo estar considerado tan buen egiptólogo que tengo que conocer todos y cada uno de los obeliscos trasladados a Roma desde Egipto.

Viernes, 15 de Julio
ÚLTIMO DÍA EN POMPEYA
Nos parecía buena idea acercarnos a Pompeya para admirar sus famosas ruinas, con sus pinturas y con sus moldes de personas atrapadas por la lava del Vesubio. Esto suponía aventurarnos de nuevo por la autopistas italianas. Dado que el itinerario de ida no revistió mayores problemas de tráfico me dediqué a realizar una de mis locas reflexiones. En estas, creo que a lo largo de su historia los italianos han tenido que ser la peor gente que existe. De otra manera no se entiende la cantidad de iglesias y santuarios que tienen por todo el país, ya que, es de suponer que están dedicados a las múltiples visiones marianas o de santos que se les han acercado para redimir sus abundantes faltas. Ahora bien, los aparecidos han demostrado su conocimiento de los ítalos. Todos los templos se encuentran en cimas bajas nada abruptas, nunca en grandes picos, y con cómodos accesos. Está claro que los consideran poco machos o poco agradecidos, ya que de aparecerse en grandes alturas o escabrosas elevaciones recibirían muy pocas visitas y las ermitas estarían hechas un asco.
Pompeya nos defraudó. Todo lo bueno está cerrado y por lo tanto con el acceso prohibido. Además, se ven muy pocos fiambres pompeyanos de los que produjo el volcán, y no están en el lugar original sino en un almacén acompañados de multitud de ánforas y otros trastos de barro. Solo al final de la visita, y cuando salíamos del recinto por la puerta que no utiliza nadie, accedimos a una vivienda con frescos decentes y un par de cadáveres conservados por la ceniza.
Para comer nos alejamos un poco más de Roma, en dirección a Sorrento. En Castellammare di Stabia encontramos el restaurante Stone, situado en un lugar maravilloso que domina toda la bahía de Nápoles con el Vesubio al frente. Si el lugar es maravilloso, su aparcamiento sufría las consecuencias de la huelga que mantenían los basureros de la región napolitana, con lo que el olor era insoportable. Pero todo se puede olvidar, y en primera línea de costa nos agasajamos con una mariscada muy gradecida.
El regreso a la Ciudad Eterna volvió a ser casi eterno por culpa de los atascos. De todas formas, nunca te acostarás sin saber algo nuevo. Y así conseguimos aprender como escapan los nativos de las retenciones de carretera. En cuanto olfatean que restan menos de dos kilómetros para una salida de la autopista unos, los más espabilados, conducen a más de cien por hora por el arcén hasta encontrarla. Otros, los legales, se mantienen en el carril de la derecha para abandonar la vía cuando les toca. Y por último, los caraduras, siguen por el segundo y tercer carril para llegar a la escapatoria y realizar un brusco giro a derecha y colarse a todos los que pueden. De esta forma, por donde existe una sola vía tratan de pasar hasta tres coches al mismo tiempo. Lo curioso del tema es que la opción arcén debe ser legal, ya que también la utiliza los carabinieris. Eso sí, los automovilistas son muy respetuosos con su policía: cuando la ven se apartan amablemente al carril ocupado para dejarle pasar sin miedo a ser multados por circular por el arcén.
Y para acabar, prontico al hotel para hacer las maletas y acostarnos. Mañana partimos a las 4 de la madrugada hacia el aeropuerto.

Sábdo, 16 de Julio
CARA DE TERRORISTAS
Ya pensábamos que el viaje había terminado, pero quedaba un último chascarrillo. Al pasar el control de seguridad del aeropuerto, el agudo caribinieri descubrió que en el bolso de mano teníamos escondida un arma peligrosísima, un cortapizzas con el mango de cristal de Murano que habíamos comprado en Venecia para un amigo. Nos debió ver cara de terroristas ya que nos lo confiscó alegando que con todo lo que cortaba podíamos utlizarlo para secuestrar el avión. Supongo que, dado que llevaba unos días sin afeitar, yo era los más parecido a un terrorista de Al Qaeda y por ello actuó de aquella manera. Al final volamos sin problemas y sin cortapizzas.
Fin de viaje.