“La muerte está hoy en mis ojos como cuando sana un enfermo, como cuando se camina después de la enfermedad. La muerte está hoy en mis ojos como aroma de mirra, como cuando bajo la vela del barco un día de viento. La muerte está hoy en mis ojos como el perfume de nenúfares, como cuando te sientas en el margen de la embriaguez”. El hombre cansado de la vida, texto de dinastía XII (siglo XXI aC).
En Egipto ya no reina un faraón sino la tristeza, la muerte está en los ojos y en el recuerdo más reciente de sus habitantes. Hace una semana un atentado salvaje produjo más de 300 víctimas, cerca de 30 niños, cuando rezaban en su mezquita de la península del Sinaí.
Se lee en las paredes de la tumba de Petosiris, uno de los 5 grandes sumos sacerdotes del dios Thot en Hermópolis Magna, al que también llamaban Anjefenkhonsu (siglo IV aC), que "para alcanzar la ciudad eterna se debe hacer el bien en la tierra, tener cada noche el espíritu de Dios en el corazón, levantarse por las mañanas con el deseo de cumplir lo que Él ama; al final de nuestros días se nos tratará de acuerdo a cómo hemos actuado". Aunque solo Alá sabe cómo acabarán, es de suponer que los asesinos serán castigados hasta pudrirse en el Yahannam.
Aquí llegamos nosotros. Como reza un anónimo, no esperamos que los demás entiendan nuestro viaje, especialmente aquellos que nunca han recorrido este mismo camino que ahora emprendemos. El país del Nilo y los faraones ha sido terriblemente agredido, pero desde el máximo respeto a sus gentes, tenemos que intentar disfrutar de esta semana empapándonos de su historia y de su arte.
Viernes, 1 de diciembre. Pamplona-Salou-Cambrils.
“A vosotros que estáis vivos, os contaré lo que pasó”. De la tumba de Petosiris, sumo sacerdote de Thot.
Partimos de Pamplona con la alegría de que el Diario de Navarra del día anterior, 30 de noviembre, nos publicaba un extenso artículo titulado “95 años del descubrimiento de la tumba de Tutankamón”. Era un resumen de una charla que, con el mismo título, impartí en el Nuevo Casino Principal el 2 de noviembre. Como el sacerdote Petosiris indicaba, nuestra intención era contar lo que pasó. Es la misma intención que tenemos durante este periplo: relatar nuestras vivencias en Egipto. El texto se puede leer y descargar cliqueando en el siguiente enlace:
De la nevada que había caído en nuestra ciudad una hora antes de abandonarla al clima desértico de Egipto van a pasar apenas 30 horas. A media mañana ya estábamos en la autopista que nos llevó hasta el apartamento de Salou donde pasamos la noche previa al vuelo. La parada para comer la hicimos en un buffet que conocíamos desde hace tiempo: El Español de Bujaraloz. La tarde la pasamos entre Cambrils y un centro comercial al que casi no puedo entrar: llevaba una cazadora casi nueva y un jersey recién estrenado a los que no se habían cortado las etiquetas que les hacen pitar al pasar el control. Hasta que el amable encargado consiguió dar con ellas y darles un tijeretazo pasó un buen rato. Para la cena, una sencilla mariscada con una ostra y medio bogavante, también nos dirigimos a un clásico: el Pósito de Cambrils. Había que rematar “la última cena” con algo elegante por lo que nos puedan ofrecer en Egipto. Deseábamos terminar la jornada con un cubata cerca de casa, pero Salou está muerto, no hay nada abierto.
Sábado, 2 de diciembre. Salou-Barcelona-El Cairo-Luxor.
“El Ojo de Horus es tu protección, Osiris, Señor de los Occidentales, constituye una salvaguarda para ti: rechaza a todos tus enemigos, todos tus enemigos son apartados de ti”. Libro de los Muertos: capítulo 112.
Madrugamos, aunque no por necesidad. Estamos aburridos de dormir poco, en el apartamento de Salou hacía un frío tremendo. Dado que no teníamos nada que hacer hasta el mediodía, nos vamos acercando al aeropuerto de Barcelona dando un par de significativos rodeos para ver la copia de la Giralda que existe en un pueblo llamado L’Arboç y a un centro comercial en Cornellá, pegado al campo de fútbol del Espanyol, para perder el tiempo. El problema es que incomprensiblemente el GPS decidió hacernos una guarrada y en lugar de llevarnos hasta el parking que teníamos reservado para dejar el coche, decidió que quería volver a Salou. Bastante pedidos, nos vimos obligados a para y reprogramarlo.
Tras el checking de las maletas, los primeros de la fila, un frugal tentempié consistente en un bocadillo de ventresca nos permite aguantar hasta subir al avión de Egyptair. Antes, había repetido pitidos: al pasar por el arco de seguridad volví “a dar positivo” y parecer un terrorista. Al final, según nos informó una miembro y “miembra” del benemérito cuerpo, resultó que la máquina elige al azar a quien se le revisa el equipaje, y resulté agraciado en el sorteo.
Nuestra compañía aérea era Egyptair, y volamos en Boeing 737-800 no demasiado nuevo. Egyptair tiene como emblema una imagen de Horus, el dios del cielo al que los egipcios llamaban “el elevado, único en las alturas, señor del Cielo y de las estrellas circumpolares”. Con esta titulatura no había problema, el avión llegaría a su destino sin percance alguno, lo amparaba la misma deidad que protegía al faraón.
Si los dos desplazamientos, Barcelona a El Cairo y desde aquí hasta Luxor, fueron tranquilos y placenteros, los controles de seguridad (muchos) en el aeropuerto de El Cairo fueron muy pesados. Por fin, a media noche llegábamos a Luxor, nos presentaban a nuestro guía Walid y podíamos tirarnos en la cama en la motonave MS Blue Shadow en la que navegaremos los próximos cuatro días hasta Aswan.
Domingo, 3 de diciembre. Luxor-Esna-Edfu.
“Aprecio tus bellezas, oh Osiris, rey Tutankamón. ¡Tu alma vive! ¡Tus venas son firmes! Tu inmortalidad está en boca de los vivos, oh Osiris, rey Tutankamón. Tu corazón está en tu cuerpo para siempre”. De un coselete [coraza ligera] de oro con incrustaciones de la momia de Tutankamón.
Empecé el día con bastante mala sangre: al madrugón que supuso levantarnos a las 5 se unía que solo disponíamos de 8 horas para ver todo lo posible en Luxor, un lugar en el que si se considera de manera independiente a cada tumba o templo faraónico que allí se encuentran, resultaría que posee un tercio de todos los monumentos de época antigua del mundo.
Las visitas comenzaron por el templo de Karnak. En una ocasión llegué a estar más de 7 horas en el recinto y hoy solo estuvimos 90 minutos. Aunque Walid es un buen guía, todo funcionó demasiado rápido. De aquí al cercano templo de Luxor. Más de lo mismo, una inspección demasiado corta para lo que el lugar merece.
Una parada en los Colosos de Memnon, y al Valle de los Reyes. Aquí el tiempo fue el adecuado, aunque al final empezaron a vocear nuestros nombres para que aceleráramos y acabáramos pronto. Aunque el grupo fue a las tumbas que les indicó Walid, todas muy cercanas a su posición para tenerlos vigilados y no perder a nadie, nosotros nos fuimos por nuestra cuenta.
Ya en el primer enterramiento, el del famoso Tutankamón, casi la liamos. Sabía que no permitían tomar fotografías, así que me llevé un bolígrafo espía con cámara de vídeo incorporada. Pero resulta que uno de los vigilantes, el más aguililla de todos, sospechó. Creo que mis explicaciones de que únicamente era un bolígrafo no resultaron muy convincentes, pero conseguimos acabar la inspección a la tumba sin más complicaciones. En el exterior, otra irregularidad al hacernos unos selfies en la entrada, también ilegales.
Escabullendo, o mejor huyendo como cobardes, del peligro de ser encarcelados por filmar la tumba del faraón niño completa, vimos las otros tres mausoleos a los que nos daba derecho la entrada: Tausert y Sekhnat (doctor), Ramsés III (con los famosos arpistas ciegos de Bruce) y IX. En KV14, un hipogeo destinado en principio a la reina Tausert y más tarde usurpada por Sekhnat debí impresionar con las descripciones que di a Javier, ya que el cuidador del lugar me perseguía sin parar de nombrarme “doctor, doctor”.
La última parada seria del día fue en el Templo de la reina Hatchepsut, en Deir el-Bahari. Lógicamente, no dio tiempo a verlo por completo y Walid solo nos explicó las dos primeras terrazas, olvidándose de la tercera y de dejarnos un rato libre. No había caído en que restaba postrer alto al Walid no iba a renunciar por que se llevaba comisión: una fábrica y tienda de alabastro. Mejor hubiera sido estar unos minutos más en Hatchepsut para poder subir hasta la plataforma más elevada y olvidarnos de “alabastrear”.
Tras una andada de entre 13 y 15 kilómetros, regresamos a la motonave para comer, descansar un rato y atravesar la esclusa de Esna. Superarla era antes mucho más complicado y emocionante, pero desde que la han arreglado es un trámite poco complicado para los experimentados navegantes egipcios. Unos kilómetros más adelante el barco atracó en Edfu y Walid nos comentó extensamente y con gran acierto cual es la situación política de Egipto.
Lunes, 4 de diciembre. Edfú-Kom Ombo-Aswan.
"Te saludo, Oh, Nilo! resplandeciente río que das vida a Egipto entero. Señor de los peces, que trae a las aves migratorias sin que una sola migre fuera de temporada. Creador de la cebada, productor de trigo, que hace que los templos estén en fiesta. Si no llegas, la respiración se obstruye, todos los hombres quedan en la miseria. Tú que traes alimentos, que eres rico en víveres, creador de todo lo bueno. Agua que desborda las colinas sin encontrar freno en tu vagar, sin que tu voluntad tenga guía...” Del Gran Himno al Nilo, de finales del Reino Antiguo o principios de Primer Periodo Intermedio.
Empezábamos a conocer al grupo que nos acompañaba: una argentina destalentada tan parlanchina e inculta como todos los argentinos que parecía tener un tremendo complejo de inferioridad, dos catalanas de cierta edad que en su día tuvieron que ser colegas del entrenador del Barça Van Gaal por aquello de “siempre nagatifo, nunca positifo”, una pareja de madrileñas de lo más normal y otras pareja de chicas muy pijas pero muy majas, un simpático y discreto matrimonio andaluz y un amable y educado médico jubilado de Badalona súper partidario del procés independentista de su tierra al que acompañaban su mujer y un hijo. Y nosotros, los aislacionistas Javier y Miguel, entre toda esta plebe.
Todos los días madrugamos más que las gallinas y hoy no iba a ser distinto. Todavía era de noche, por lo que coloqué la cámara orientada al lado de los vivos (por donde sale el Sol) para filmar un precioso amanecer.
Por suerte, el primer desembarco del día se hacía en una calesa que nos llevaría hasta el templo de Edfu y que no necesitábamos compartir con todo el batallón. Mala suerte, nos acompañaron las Van Gaal. Acabada la experiencia y viendo que el guía era un poco tímido, le solicité que mostrara al resto un par jeroglíficos muy cochinos pero que solo debemos entender los españoles (y los catalanes que no quieren ser españoles). Su presencia en el templo de Edfú demuestra que los machos ibéricos no hemos inventado nada, los egipcios se nos adelantaron.
Durante la vuelta hacia el barco nos cruzamos con un entierro árabe, una gran experiencia que otros no pudieron ver. Todo el trabajo del resto de la jornada consistía en navegar poco más de 100 kilómetros hasta llegar a Aswan, la Siena de los romanos. Por ello, tras recordar el Gran Himno al Nilo, nos dedicamos a tomar fotografías de lo que pasaba en una u otra orilla: vida, siempre vida… y luz.
Antes de atracar en destino es obligatoria dar un paseo por el templo de Kom Ombo, el único dedicado a dos dioses: Sobek con forma de cocodrilo y Haroeris, un disco solar alado. Así que casi todo está repetido, casi todo es simétrico. Tal vez lo más importante es una estela en el corredor del fondo llamada “cuadro de los elementos quirúrgicos” en el que se ven representados muchos de los utensilios utilizados por los médicos de época faraónica. Además, un nilómetro conecta la explanada con el cauce del Nilo permitiendo calcular la altura de la inundación anual y determinar los impuestos que deberían pagar los ciudadanos. Lo peor de todo era que al defraudador le zumbaban de mala manera. En la salida del templo han instalado un museo con montones de momias de cocodrilo en el que, por supuesto, estaba prohibido tomar fotografías y en el que, por supuesto, tomé la correspondiente imagen delictiva.
Navegando entre Kom Ombo y Aswan ocurrió un suceso extraño del que aparentemente solo fuimos testigos Javier y yo cuando nos encontrábamos en la proa del barco tomando una cerveza Sakkara. Ya estaba de noche. Eran, más o menos, las siete de la tarde recién dadas. Lo primero que llegamos a sentir fue una repentina ráfaga de calor, y unos tres minutos más tarde una bola de luz no demasiado grande descendió del cielo por el lado derecho de la motonave, la orilla de los muertos, según el sentido de nuestra navegación. Probablemente una cosa y otra, subida de temperatura y luz, no tuvieron nada que ver. Tampoco pudimos identificar si era una bengala (tal vez lo más probable), un meteorito, una estrella fugaz, un misil... Nadie más en el barco comentó haberlo visto, y ningún egipcio pudo o quiso darnos una explicación. Es más, creo que nos tomaron por videntes de ovnis, por locos o por estúpidos.
La jornada concluyó en el barco con una lamentable gala de danzas nubias. No he visto peor nunca. Un baile muy mal interpretado para pasar a que unos personajes en taparrabos intentaran sacar a bailar a todo incauto que se lo permitía. Los navarros nos negamos en redondo, habíamos acudido a ver un espectáculo y no a ser los protagonistas del espectáculo.
Martes, 5 de diciembre. Aswan-Abu Simbel-Templo de File.
“Apelo a ti, te invoco, padre mío Amón. Estoy en medio de innumerables bárbaros que no conozco. Todos los países se han aliado contra mí, y estoy solo, sin nadie conmigo”. Poema de Pentaur, del escriba Pentaur por encargo de Ramsés II, narrando la batalla de Kadesh (1274 aC).
Bárbaro fue levantarse a la 1 de la madrugada para desplazarnos desde Aswan a Abu Simbel por carretera. Ni el tal Amón se había despertado para amenizarnos los 288 kilómetros que separan los templos que mandó erigir Ramsés II en pleno desierto, en medio de la nada, de nuestro punto de partida. Más de tres horas y media en autobús para llegar de noche y ver el amanecer en Abu Simbel. Una alborada que consiste en que el Sol se eleva por las colinas del otro lado del lago Naser, nada más. Nada grandioso ni maravilloso, ni tan siquiera teatral o dramático.
Eso sí, aún con la nocturnidad del momento, pudimos admirar los templos de Ramsés II y su esposa Nefertari, la bella que viene. Fueron excavados en la roca entre 1284 y 1264 aC, pero no fueron redescubiertos hasta 1813 cuando Johann Ludwig Burckhardt (la misma persona que localizó Petra) se acercó a aquellos territorios. En 1964 fue necesario reubicarlos, ya que la construcción de la presa de Aswan amenazaba con sumergirlos para siempre. En aquella ocasión, Ramsés II tuvo más suerte que durante la batalla de Kadesh, ya que unos cuantos países ayudaron en su rescate. España fue uno de ellos, y por ello Egipto regaló el templo de Debob que se puede admirar en Madrid.
Todo es desproporcionado en Abu Simbel. Cada uno de los cuatro colosos sedentes que flanquean la entrada mide 20 metros de alto y, por ejemplo, de oreja a oreja van 4 metros. Fue construido de forma que cada 20 de febrero, cumpleaños de Ramsés II, y el 20 de octubre, fecha de su coronación, los rayos del sol penetraban hasta el santuario para iluminar a las estatuas de los personajes allí representados: Ramsés II y los dioses Horus y Amón. Tan solo el dios Ptah, por ser el de la oscuridad, permanecía sin ser alumbrado. Las paredes del recinto están decoradas con escenas de dioses y de la batalla de Kadesh.
Una de las prioridades de Ramsés II fue continuar con la política expansionista de su padre, Seti I. Los pueblos asiáticos, entre los que se encontraba el reino de Hatti, incordiaban tanto al faraón que decidió darles un escarmiento. La primera campaña tuvo lugar en el año 4 del reinado del joven rey, en 1273 aC. Además de asegurarse los principales puertos, su gran objetivo era la conquista del estratégico país de Amurru, entonces importante aliado de los hititas. El ataque tuvo éxito y su gobernante se pasó al bando egipcio. Pero esta deserción comportaba serias consecuencias, puesto que, al romper la alianza que había firmado con el rey hitita Muwattali, le proporcionaba el pretexto definitivo para declarar una guerra abierta contra Egipto. Un año más tarde Ramsés regresó a territorio asiático con cuatro divisiones de ejército: Amón, Ptah, Ra y Seth. Poco antes de llegar a Kadesh, en la actual Siria, los egipcios consiguieron atrapar a dos observadores del enemigo. Sometidos a tortura consiguieron que confesaran indicando las posiciones hititas. Todo era una trampa en la que Ramsés cayó como un tonto: los prisioneros se habían dejado capturar voluntariamente y engañaron a los ramesidas en su declaración. Mientras los carros y la infantería hitita acamparon en la orilla oriental del río Orontes, ocultos de tras de Kadesh, las tropas egipcias avanzaron confiadas de su superioridad y del supuesto conocimiento de intenciones del adversario. Incluso antes de pudieran organizarse, el ejército de Muwattali atacó por sorpresa y tras una reacción desesperada en la que sus soldados abandonaron al faraón que se quedó solo lanzando su carro contra los hititas y encomendándose a Amón: “Su Majestad espoleó a sus caballos y se lanzó contra las huestes del vil hitita. Solo, sin compañía alguna”. Salió vivo, que no es poco, y sus divisiones se retiraron prudencialmente. Al día siguiente, tras un combate matinal, se decidió un armisticio. En el resultado de la batalla no parece que hubiera vencedores ni vencidos, pero Ramsés II se atribuyó una gran victoria que mandó representar en Abu Simbel.
En el templo pequeño de Abu Simbel la protagonista es la esposa principal de Ramsés II el Grande, Nefertari (la bella que viene). Nefertari fue su favorita, pero es que el faraón llegó a tener decenas de concubinas con las que engendró 152 hijos.
De nuevo en la motonave después del tedioso retorno para comer y sin tiempo para descansar ni echar una siesta, nos habíamos levantado a la 1 de la madrugada, nuevamente en marcha para tomar una motora y acercarnos a la isla de File, a la que el viajero francés Pierre Loti (Julen Viaud, 1850-1923) llamó “perla del Nilo”. Y una joya es con el pórtico de Augusto, el templo dedicado a la diosa Isis, el templete de Imhotep (el arquitecto que construyó la primera pirámide, posteriormente fue divinizado para ser el dios de la medicina), o el quiosco de Trajano con sus 14 columnas con capiteles florales.
"Soy la madre de la Naturaleza, señora de todos los elementos, origen y principio de los siglos, divinidad suprema, reina de los mares, primera de entre los habitantes del cielo, representación genuina de dioses y diosas. Con mi voluntad gobierno la luminosa bóveda del cielo, las saludables brisas del Océano, los desolados silencios del Infierno. Y todo el orbe reverencia mi exclusivo poder, bajo formas diversas, honrándolo con cultos de distintas advocaciones. Los egipcios me honran con ceremonias peculiares y me llaman por mi verdadero nombre: Isis". "Las Metamorfosis" (o el Asno de Oro) de Apuleyo, el escritor romano más importante del siglo II.
Para el historiador griego Herodoto (siglo IV aC), Egipto es un regalo del Nilo. Cada año el río se desbordaba a finales de junio depositando una capa de limo muy fértil que permitía obtener magníficas cosechas. Los antiguos egipcios no sabían de dónde procedía tanta agua y era lógico que la atribuyeran a la magia de los dioses, en concreto a Hapy, el dios de la inundación. Este dios se representa como una figura sedente, con un tocado en forma de papiros y sosteniendo un recipiente en su mano del que mana agua. Esta representación venía de la creencia de que era este dios el que hacía nacer el agua y producía la crecida, vertiendo agua desde una cueva ubicada en la primera catarata. Es así como está representado en un relieve del templo de File. Walid no lo conocía, así que se lo mostré y también pude explicarlo al resto del grupo.
Solo unos pocos del grupo nos decidimos acabar con un paseo en calesa, un carro tirado por dos caballos por Aswan. Nos permitieron acceder a una mezquita cuando estaban en oración y nos regalaron libros en español, caminamos por el mercado, compramos especias y nos fumamos una shisha (narguile, cachimba). ¡Si ven mis alumnos las fotos voy a perder toda mi reputación! Y sabe tan mal como el tabaco.
Miércoles, 6 de diciembre. Aswan-El Cairo.
“Discurrió, pues, hacer una fortaleza en la que, de ser necesario, pudiera sostenerse su gente y contener el ímpetu de los enemigos. Hizo edificar, por tanto, una ciudad amurallada en la que debía hallarse de continuo uno de sus hombres de confianza con una parte de sus fuerzas. A esa ciudad le puso el nombre de Elcaira, la que sería llamada Cairo en Europa y que, día a día, acogiendo en su ámbito aldeas, pueblos y caseríos de alrededor, fue agrandándose hasta el punto de no darse en el mundo otra semejante”. Descripción general del África y de la cosas peregrinas que allí hay (Hasan bin Muhammed al-Wazzan al-Fasi, Juan León el Africano, 1488-1554), páginas 99 y 100.
Antes de abandonar Aswan nos correspondía dar un paseo en Faluca, una barca con un mástil central y una vela trapezoidal. Es una de las experiencias más tranquilas y agradables que se pueden hacer en Egipto. Pero nuestra experiencia fue más bien corta, nos usurparon un buen rato de navegación. Una buena parte del variopinto grupo de turistas había decidido dirigirse a una aldea nubia, no hay otra cosa con la que entretenerse que ver miserias. Habían pagado mucho por la excursión y Walid nos dejó tirados en el velero para marchar al poblado con los que habían sido buenos adquiriendo lo que había propuesto. Los demás nos quedamos al mando de dos faluqueros que, evidentemente, se aburrieron de nosotros en seguida obligándonos a desembarcar apenas 5 minutos de que el guía nos abandonara.
Pero podíamos aprovechar el resto de la mañana. De primeras intentamos tomar un café en el mítico hotel Old Cataract. Allí se alojaba Agatha Christie cuando escribió Muerte en el Nilo tomándose un coctel tras otro, y también el rey Fouad. Desde sus terrazas, frente a la primera catarata del Nilo, se aprecia la Isla Elefantina con su templo dedicado al dios alfarero Khnum. Muy amables nos dejaron entrar en el hotel, pero también muy amables nos largaron sin servirnos nada, el espacio está destinado únicamente al servicio de los clientes alojados en el hotel.
¡Qué os den! Nos vamos a ver el Museo Nubio que está enfrente, mucho más cultural. Toma su nombre de la antigua Nbu egipcia, que significa oro, por las minas de ese mineral que abundan en la zona. Muestra antigüedades que se habrían perdido bajo las aguas del lago Naser, además de escenas de la vida en los poblados de Nubia. No hemos pagado la excursión, pero conocemos cómo son esas aldeas ahora artificialmente construidas lejos de donde se ubicaban antes de la construcción de la Gran Presa de Aswan.
De la motonave al avión, viejillo, y un vuelo de 70 minutos hasta El Cairo. La ciudad tiene más de 50 kilómetros de punta a punta y unos 25 millones de habitantes. Hora y media del aeropuerto al hotel Mercure Le Sphinx, mal cuidado pero cerca de las pirámides de Gizeh, y otros 40 minutos más gracias al inútil de recepción para acabar con el checking y acceder a las habitaciones.
A las 8 de la noche quedamos con un viejo amigo, Mohamed Hassan. En el cercano local llamado El Mandara, o eso creo, tomamos algo y charlamos largo y extendido, ya que hacía mucho tiempo que nos habíamos visto. Rematamos con una cena en el mítico Meha House, un hotel levantado junto a la pirámide Keops para que se hospedara la reina Victoria Eugenia de Montijo durante los actos de inauguración del Canal de Suez.
Jueves, 7 de diciembre. El Cairo (pirámides de Gizeh, Memphis y Sakkara).
“Sucedió que el príncipe Tutmosis [IV] llegó de un viaje a la hora del mediodía. Tras tumbarse a la sombra de este gran dios [la esfinge] se sumió en un profundo sueño en el que vio cómo tomaba posesión de él en el preciso momento en el que alcanzaba su cénit. A continuación, vio como la majestad de este noble dios hablaba a través de su propia boca: Fíjate, estoy destrozado y mi cuerpo en ruinas. La arena del desierto sobre la que solía estar, ahora me cubre por completo. He estado esperando para que puedas hacer lo que está en mi discurso”. De la “Estela del Sueño”, de Tutmosis IV (Dinastía XVIII, 1400-1391 aC).
También nosotros teníamos mucho sueño al comenzar la visita a las pirámides y a la esfinge. Una vez más, nos habían obligado a madrugar sin demasiado sentido. Después una explicación de Walid, de esas que nunca eran breves, todo el grupo excepto yo entraron en la Gran Pirámide de Keops. Fruto del trabajo del egiptólogo Mark Lehner, en la actualidad se dan como válidas las siguientes dimensiones: altura original=146’50 metros; altura actual=136’86; pendiente=51º50’39’’; longitud media de los lados=230’363. WAlid estaba empeñado en que con esas medidas se puede obtener el número PI operando así: 230’363x2/146’50=3’14[4887372013652]. La realidad es que el resultado final es tan cercano que si la altura de la pirámide en origen hubiera sido de 146’65 metros habrían clavado PI=3’141592.
Debajo de la Gran Pirámide un horroroso museo de hojalata, al que el primer guía que tuve en Egipto llamaba “el templo de la Coca Cola”, alberga la Barca Solar de Keops. Es un navío de 43’4 metros de eslora que fue enterrado en un foso de la cara sur a los pies de la Gran Pirámide de Guiza, alrededor de 2500 aC. La barca tiene signos que indican que navegó al menos una vez, y es posible que llevara el cuerpo embalsamado del faraón desde Menfis a Gizeh a través del Nilo, o que el propio Keops lo utilizara como un barco de peregrinación para visitar lugares sagrados. Al sepultarlo junto a su pirámide, podría usarlo para navegar en la vida después de la muerte, en el Más Allá. Fue descubierta en 1954 por Kamal el-Mallakh que la reconstruyó y dejó in situ.
Como no podía ser de otra manera, la siguiente parada la hicimos en una elevación que domina toda la meseta de Gizeh, con lo que las fotos que se obtienen son muy resultonas, muy para enseñar a los amigos. El problema es que como los lugareños también se lo saben, está lleno de esos pesadísimos vendedores que utilizan la misma frase en todo Egipto: “no agobiar, solo mirar”. Si solo te atacara uno de ellos no pasaría nada, pero 40 o 50 al mismo tiempo agobian mucho y no apetece mirar. Así que su máxima no vale para nada, causan el efecto contrario.
Decidí entrar a la pirámide de Micerinos, el Divino, porque era la única que me faltaba por conocer. En interior de las de Keops y Kefrén ya había estado en viajes anteriores. Es mucho más pequeña que las otras dos, tal vez el país ya estaba agotado después del enorme esfuerzo humano y económico que debió suponer levantar las tumbas de Keops y Kefrén, pero sus corredores descendentes con una última habitación abovedada son muy interesantes. En esta cámara sepulcral apareció un bonito sarcófago de basalto rojo, decorado con el motivo fachada de palacio al que le faltaba la tapa y estaba vacío. Una vez extraído no sin dificultades, se envió al Museo Británico, pero nunca llegó a su destino. Fue embarcado en la goleta Beatrice, que acabó hundiéndose frente a las costas de Cartagena el 30 de octubre de 1838. La pirámide de Micerinos en la única cuyo sarcófago ha desaparecido en un naufragio. Además, se pudo producir otro record: el fallecimiento de un turista en su interior. El cabezazo que me di contra una losa del interior fue como para irme al otro mundo, al Más Allá, a los campos de Ialu donde iban las almas de los egipcios al abandonar el cuerpo.
El rato dedicado a la Esfinge y el templo del Valle del faraón Kefrén, el que levantó la segunda pirámide en Gizeh, fue corto pero breve. Poquísimo tiempo en el templo en el que apareció la estatua de Kefrén protegido por Horus, y un poco más delante de la Esfinge para poder hacernos selfies. Ni tan siquiera pudimos preguntarle las cuestiones que le proponían los viajeros de la antigüedad: "¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? Para mí que opino que posar delante de un monumento es estropear su visión, estar aquí con el único fin de tomarme una foto me resulta terrible. Todo el mundo, cuando viaja a Egipto, dice que a ver sus tesoros. Es mentira en la mayoría de los casos, van a Egipto para “fotearse” delante de un templo, de una pirámide, etc, para decir que ha estado allí. Hay que soportar que los monumentos estén casi ocultos tras una maraña de personas que afean su contemplación.
El problema de tal día como hoy, y casi todos los anteriores, es que parece que somos los protagonistas de la película de 1969 “Si hoy es martes, esto es Bélgica” (If it's tuesday, this must be Belgium). Todo lo hacemos deprisa, sin ocasión real de disfrutar de cada lugar. Y así seguimos el resto del trayecto que concluye mañana. Pero acabadas las visitas de la mañana, no hubo ningún problema para "obligarnos" a entrar a la fábrica y tienda de papiros y comer cerca de las 4 de la tarde. Entonces, con grave riesgo de que nos sentara mal, tragamos a todo correr en un restaurante típico entre El Cairo y Sakkara. Poco pudimos degustar el mejor pan de Egipto, elaborado a la entrada del recinto, y un kofta (albóndigas alargadas de carne de cordero) extraordinario.
Y de aquí a Sakkara. Otra visita express, de las que no se llegan a disfrutar. En primer lugar bajamos a las profundidades hasta la cámara sepulcral de la cámara de la pirámide de Teti II. Aunque por fuera parece una colina, por dentro está muy bien conservada. Es la segunda en la que se grabaron los “textos de las Pirámides”, un repertorio de conjuros, encantamientos y súplicas, para asegurar al faraón su resurrección y la vida eterna. Bajar, tomar las correspondientes fotos prohibidas y subir, fin de la visita.
En el recinto funerario de Zoser con su pirámide Escalonada construida bajo las órdenes del arquitecto Imhotep ni nos detuvimos. Una vez accedidos a la explanada atravesando el corredor de entrada con sus 15 puertas falsas, Walid nos da una breve explicación y no nos deja nada de tiempo libre para pasear por la zona. Por ello, el grupo no se entera de la existencia del serdab, una pequeña capilla apoyada en el lado norte de la pirámide en la que se encontró la única estatua de Zoser que se conserva, casi de tamaño natural.
Como final, la mastaba de la princesa Idut con interesantes relieves en buen estado de conservación, entre los que destacan escenas de caza en general y del hipopótamo en particular, además de muchas de las escenas habituales en las tumbas del Imperio Antiguo.
Acabada la jornada oficial, no nos quedamos en nuestro hotel, vamos hasta el Ramsés Hilton, junto al Museo de El Cairo para quedar con el otro gran amigo egipcio, Moustafa Abou. Gran conversador y conocedor de Egipto, persona de enormes valores, una vez más nos cautiva con sus explicaciones sobre su país, sus gobernantes, etc. Cenamos en el Felfela, a tres minutos de la plaza Tahrir, de la Liberación, un “comedero” que me gusta por su decoración pintoresca y por la calidad de su carta. Mis gambas gigantescas estaban muy buenas. Cerca de medianoche nos retiramos acercándonos al Mercure le Sphinx en un coche de Uber que nos pide Moustafa. Una agradable velada que se repetirá mañana como fin de viaje.
Viernes, 8 de diciembre. El Cairo (Museo egipcio, mezquita de Alabastro, Khan el-Khalili).
“Se reconoce al sabio por lo que sabe y por su perfección que se demuestra en el comportamiento de su corazón y de su lengua. Sus labios son precisos cuando habla y sus ojos íntegros cuando miran”. Enseñanzas de Ptahhotep (administrador egipcio de V dinastía, 2500-2350 aC).
Hoy Walid se ha explayado, se ha pasado hablando donde no hacía falta. En la Mezquita de Mohamed Alí o de Alabastro, dentro de la Ciudadela de Saladino, sus explicaciones han sido demasiado largas. Por ello, el resto del día, con lugares más importantes, nuevamente hemos ido a trotecuto.
En el barrio copto accedemos a la Iglesia de San Sergio, donde una cueva recuerda el supuesto lugar en el que la Sagrada Familia se ocultó durante su huída a Egipto evitando la Matanza de los Inocentes ordenada por Herodes. El problema es que llegamos en el momento en que los cristianos celebraban su culto y no pudimos llegarnos hasta la caverna. Muy cerca, en la Sinagoga Ben Ezra o de los palestinos pudimos comprobar perfecta cohabitación entre cristianos coptos, judíos y árabes en esta zona de El Cairo. La sinagoga, según la tradición, se ubica en lugar en el que la hija del faraón encontró a Moisés, el “entregado por las aguas”, en su capazo, flotando en las aguas del Nilo. Ya de salida, una última visita a otra iglesia copta, la de Santa Bárbara. Lamentablemente nos dejamos la Iglesia Colgante o de la Santa Virgen, Al-Muallaqa, una de las más antiguas de Egipto y la mejor del Barrio Copto.
El Museo de El Cairo merece una visita de día completo, pero nosotros solo estuvimos un par de horas. Cierto es que Walid explicó casi todas las piezas importantes, pero se nos quedó la sensación de no aprovechar la mañana. Además, a lo ya destartalado que parece, se une que en pocos años se inaugurará el nuevo museo, cerca de las pirámides, y muchas piezas importantes ya han sido trasladadas.
Después de comer en un barco anclado en una de las orillas del Nilo, ¡vaya barco que no navega!, acabamos en el Mercado de Khan el-Khalili. Directos a la tienda de Jordi, un egipcio auto apodado con nombre de independentista que vende casi exclusivamente a españoles. Ni tiempo para perdernos entre los comercios, ni tiempo para ver el café El Fishawi o de los espejos, al que era asiduo Naguib Mahfuz, premio nobel de literatura en 1988. No hemos saboreado el encanto del mercado.
Walid se porta muy bien con los navarros en los últimos momentos que compartimos con él en Egipto, ya que nos lleva en su coche a comprar unas prendas de algodón y una joya de oro. Después no lleva donde nos espera Moustafa, cerca de Khan el-Khalili. Hoy paseamos por el Cairo Viejo, fundado en el año 969 y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979. Dos cosas admiramos esta noche. Por un lado, la sabiduría de Moustafa, del que como ya dijo Petahhotep hace unos 4500 años se puede asegurar que sus labios son precisos cuando habla, y porque demuestra en cada momento su gran corazón, sus grandes valores. En segundo lugar, por el paseo tan agradable por la calle Al-Muizz (4º califa de la dinastía fatimí), una de las más antiguas de El Cairo. En más o menos un kilómetro, según un estudio de las Naciones Unidas, alberga la mayor concentración de tesoros arquitectónicos medievales del mundo islámico. Está dividida en dos secciones separadas por la calle Al-Azhar. La parte norte se extiende desde la mezquita Al-Hakim hasta el mercado de especias en la calle Al-Azhar e incluye la sección de los mercados antiguos, la mezquita de Aqmar (una de las pocas mezquitas fatimíes que quedan), el complejo de Qalawun y varias mansiones y palacios medievales bien conservados. La parte sur se extiende desde el complejo Ghutiya hasta Bab Zuwayla e incluye el mercado de carpas en el distrito de Gamaliya. Una maravilla.
Sábado, 9 de diciembre. El Cairo-Barcelona-Salou.
“Resulta que se acabó, desde su principio hasta su final es como lo que fue encontrado en el libro”. Diálogo de un desesperado con su alma 46,22-23.
Las
últimas horas en Egipto no hubieran tenido ninguna emoción, solo debíamos dejar
las maletas, tomar las tarjetas de embarque y volar hasta Barcelona. Pero la
bochornosa insistencia de los que nos acompañaban en la buseta hacia el
aeropuerto, familia “gordopilos” incluida, para que el egipcio que nos asistía
comiera jamón rompiendo todos los preceptos morales y valores de su religión, y
la actuación de un oficial egipcio en el último cacheo antes de montar en la
aeronave, al que se le ocurrió “robar” a Javier las dos latas de Coca-Cola que
había comprado para sus hijas en el aeropuerto dentro de la zona duty, alteró
la normalidad de la partida. La conducta policial nos cabreó bastante, lo que
nos hizo vengarnos con Egyptair: en casa de Javier hay una manta más y en la
mía unos cubiertos grabados con la marca de la compañía aérea.
El resto, casi rutina. Aterrizar, coger las maletas, retirar el coche del parking de Aeropark, desplazarnos a Salou y cenar en La Tagliatella de Tarragona.
Domingo, 10 de diciembre. Salou-Pamplona.
“Divulga sólo lo que tú hayas visto”. Máxima 23 de las Enseñanzas de Ptahhotep.
Madrugamos para llegar a comer a Pamplona, no sin una parada en la localidad de La Panadella para comprar unos enormes panes de payés y unos embutidos, son buenísimos.
Así que, tratando de contar en este texto lo que hemos visto y lo que nos ha ocurrido en este magnífico viaje a Egipto, acabo con el cierre de la entrevista que el periodista Rafael Villaseca, de ABC, realizó a Howard Carter el 28 de noviembre de 1924 en el Palacio de Liria y que fue publicada en dos entregas los días 29 de noviembre y 5 de diciembre: “Recordaremos, recordaremos algún tiempo esta suave tarde de otoño en la que oímos en una antigua estancia la linda historia, tan entretenida, con sus puertas selladas, sus cámaras defendidas por conjuros, y sus reliquias familiares sumidas en un sueño milenario...”
“y sobre todo no te engañes y no digas que fue un sueño…”
El Dios abandona a Antonio, Konstantinos Kavafis, poeta alejandrino (1911).
Vídeos sobre el viaje:
EGIPTO - DICIEMBRE DE 2017 (6 minutos, 22 segundos).